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Y DESPUÉS ES AHORA OPINION

Quasimodo

Víctor Hugo

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A los tres años, de un día para el otro, el ojo izquierdo de mi hijo Ramón se colocó mirando hacia el centro, hacia cualquier lugar. Su globo ocular se movía como fuera de control cuando quería hacer foco con la vista, pero sobre todo hacia adentro. Aparentemente ve doble con ese ojo y entonces, aunque el ojo en sí no tenga ninguna lesión, el cerebro lo deja de usar. Nunca ninguno de nosotrxs tuvo problemas en la vista, Ramón usa anteojos desde los tres años, la precisión del ojo loco desmejoró. 

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Desde que nacen a lxs niñxs en esta vida en las ciudades los examinan y evalúan según un percentil: el del peso, el de la altura, el del crecimiento, el de la reacción a los estímulos. Ramón fue y casi siempre sigue siendo percentil cincuenta que es el medio exacto: ni mucho ni muy poco. Excepto con la vista, donde estaría corrido de lo normal. La idea de lo normal, lo sabía ya pero aquí se hace evidente, angustia, simplifica, aplasta.

La idea de lo normal, lo sabía ya pero aquí se hace evidente, angustia, simplifica, aplasta.

La semana pasada, Ramón se reencontró con Esmeralda en la plaza. No la veíamos desde principios de este año. Nos recuerdo a todxs en ropa de verano, así que debe haber sido a fines del verano. Esmeralda es una niña que conoció Ramón ese día de verano y que le causó muchísima impresión. La semana pasada, la tarde del tornado de polvo estábamos, una vez más, con Ramón en esta plaza. Estaba rara, no había mucha gente, el cielo se traía algo extraño. Y de repente, no sé qué fue primero y qué después, si se me llenó el pelo y el cuello de penachitos de plátano y mis dientes rechinaron de polvo, o si vino Ramón corriendo a anunciarme que creía haber visto a Esmeralda. Le pregunté si estaba seguro, me dijo que sí. Le dije que le preguntara a la niña cómo se llamaba. Fue, preguntó, volvió: dijo que se llama Esmeralda, mamá. Le pregunto si le dijo quién era él, me dice que no, va hacia los juegos otra vez. El tornado comienza a manifestarse, yo negadora, las páginas del libro de Barrándeguy se van llenando de todo lo que el viento trae. Vuelve a la carrera: que sí, que se acuerda de él. Ramón resplandece. Ese día tardamos en irnos de esa plaza. La temperatura bajó en minutos, el polvo se apoderó de todo, por primera vez la página de clima de mi teléfono tiene un fondo marrón y anuncia “Polvo”. Esto sí que nunca lo viví. Esmeralda y Ramón se reencuentran, van de acá para allá, hablan, corren, juegan: es la segunda vez que se ven en la vida pero es como si no. Otros niños quieren jugar con ellxs, quieren compartir. Ellxs, hoy, rehuyen. En un momento se me acercan y la niña me pregunta si vamos a venir el sábado, le digo que a la tarde no pero que a la mañana puede ser. Está concertando una cita conmigo para volver a ver a Ramón. La señora de la cabellera llena de hojas se somete a esta voluntad. En algún momento el padre de Esmeralda al que hasta entonces no saludé quiere irse. Lxs niñxs se abrazan, se despiden. Ya tienen próximo plan.

Volvemos a la tarde siguiente, la del viernes. Esta tarde, a diferencia de la anterior, la plaza está colmada. Hay varios de los amigos placeros de Ramón, van de acá para allá, juegan a la mancha, juegan al juego del calamar que es como le dicen ahora al cigarrillo 43. Transito las últimas páginas de Habitaciones ya sin fenómeno meteorológico o, más precisamente, con el del sol. Cuando aparece Esmeralda. Sin querer, sin avisar. Ramón la descubre y deja atrás el calamar. Ramón olvida todo lo demás. Nos quedamos en la plaza hasta que se hace de noche. Termino el libro, a Esmeralda hoy la acompañan su mamá y su papá. Cuando nos vamos todxs, les saludo. Vamos para el mismo lado, ellxs viven a dos cuadras, nosotrxs vamos a por verduras. Comento el fenómeno del encuentro con Ani, la mamá. Intercambiamos teléfonos, para no tener que confiar en el azar. Les niñes se despiden, se dan un abrazo hermoso, ella es media cabeza más alta que él.

Esos días, entono el nombre de la niña con una melodía del musical de Pepe Cibrián, El jorobado de París. Ramón me pregunta por qué lo canto así, le hablo del musical.  Comento que había un momento en el que el personaje de Esmeralda, interpretado por Paola Krum, bajaba por unas escaleras monumentales y el pueblo cantaba “Esmeralda” , con esa melodía así y ella bajaba la escalera con tanta elegancia. Busco videos del musical de 1993 y son todos de muy mala calidad, ni siquiera se llegan a reconocer los rostros. Pero la música está. Y el Esmeralda cantado que imito, también. Ramón lo mira conmigo, yo lagrimeo inmediatamente, él no lo puede entender, le digo que es lagrimeo de memoria emotiva nomás, que no lo puedo controlar. Que fui a ver ese musical y Drácula, también de Cibrián y Mahler con mi mamá, en el Luna Park, porque me gustaba el género musical y ambas veces lloré de principio a fin sin parar. Ambas veces también compré la banda sonora, en CD una y la de Drácula en cassette, y que las escuché sin parar. Lo que nos conduce a quiénes son esta Esmeralda y el jorobado tal. Le cuento lo que recuerdo de la historia. No es mucho lo que recuerdo. Recuerdo, sí, que había una película de Disney, El jorobado de Notre Dame, la busco, es de 1996, no tan lejos de Cibrián. La empezamos a ver. Maneja cierta crueldad y muertes no tan fuera de campo como lo estarían ahora pero que son un juego de niños comparadas con el original, la novela de Víctor Hugo de 1831 que en castellano se llama Nuestra Señora de París y Notre Dame de Paris en su francés original. Ya cuando empieza la película Ramón dice que el jorobado no es tan feo y que si él fuera Esmeralda se casaría con él. Es cierto que el jorobado de Disney es bastante simpaticón y está lejísimos de parecer un monstruo, pero en todas las versiones, y esto es lo que no recordaba con total precisión, incluso en la de Disney con el jorobado almibarado, en ninguna versión Esmeralda se enamora de él. En todas, Esmeralda se enamora de Febo, un capitán apuesto y valiente que desafía al malvado Frollo, el archidiácono de la catedral. En la versión de Disney el final es feliz para Esmeralda y Febo, que pueden vivir su amor, y Quasimodo es aceptado por todxs y se convierte en un héroe. Sólo Frollo, que es inequívocamente malo desde el principio, muere en el final. En la versión de Víctor Hugo, sin embargo, nadie es feliz: Esmeralda muere en la horca, Febo acuchillado, Frollo cae de la catedral y Quasimodo muere de hambre abrazado al cadáver de Esmeralda en el cementerio. De la versión de Disney, que es la única que maneja, Ramón lamenta que Esmeralda no lo elija a él, al jorobado.

Esta semana volvimos a tener cita en la plaza a la tarde, para jugar. Para que jueguen. Ellos lo hacen, se alejan lo más posible, nosotras conversamos. Esmeralda es diabética desde los tres años. Que se le disparó de un día para el otro. Bueno, de un día para el otro probablemente no pero de un día para el otro se dieron cuenta. Silvi, la chica que la cuida, se dio cuenta de que la niña comía con voracidad y que tomaba litros y litros de agua y nunca se saciaba. Y que se agitaba, y que siempre estaba cansada. Fueron a ver qué le pasaba y quedó internada en la terapia intensiva porque su páncreas no funciona bien. Desde entonces Esmeralda, ésta, la nuestra, es insulino dependiente. No tenían antecedentes en la familia, sencillamente se manifestó. Dice su mamá que ella intenta que la vida de su hija sea lo más normal posible; cuenta su mamá que la distancia de rescate con la niña es nulo. Y que además de ser espacial es también de tiempo. La niña no puede estar más de tres horas sin comer, porque sino le bajan los valores. Que cuando la pandemia se puso tan brava para los de nuestra edad ella temía tanto por su hija, por que les pasara algo a ellxs, lxs adultxs a cargo, que quién la iba a cuidar.

Quasi modo, el nombre de la criatura, significa en italiano algo así como casi como,  algo que casi no llega a ser. Y sin embargo, casi como estamos todxs, siempre un poquito maltrechxs, renqueando detrás de esa normalidad, como si tal cosa, como si existiera, como si fuera siquiera deseable, ser normal.

RP

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