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Cinco caminos posibles del oficialismo para procesar su fractura interna

Alberto Fernández en Casa Rosada

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1-El sueño eterno del relanzamiento albertista

Desde Chile, donde asistió a la asunción de Gabriel Boric, Alberto Fernández se abraza a una ilusión óptica. Repasa números y porcentajes que alimentan la quimera del relanzamiento. Las cifras que lo ilusionan son: los 202 votos positivos en favor del acuerdo con el FMI, contra apenas 37 negativos y 13 abstenciones. La conclusión del círculo de confianza presidencial es que La Cámpora y sus aliados, los principales promotores del rechazo al proyecto, están sobreestimados. Esa lectura omite la conexión atávica que existe entre el camporismo ampliado y quien ubicó a Fernández en la silla de Rivadavia. ¿Cristina Kirchner también está sobrevalorada? En 2018 el exjefe de gabinete de Néstor Kirchner predicaba en el peronismo que “sin ella no se puede”. ¿Ahora sí se podría?

Desde la carta-ultimátum que difundió Cristina Kirchner tras la paliza de las PASO, en septiembre pasado, se repite una escena en loop. La del núcleo albertista fantaseando con la idea de la emancipación del cristinismo. Las hojas de ruta bélicas que le presentaron algunos de sus funcionarios, sin embargo, fueron sin falta desechadas por Fernández. El costo sería demasiado alto. Y si bien la tensión se espiraliza minuto a minuto, no parece que ese cálculo se vaya a modificar. Hasta ahora, al menos.

Alberto Fernández a su vez se envalentona con una encuesta reciente, hecha por una consultora que suele trabajar para el Gobierno. Según ese informe, un 54,9% de los argentinos considera que el Congreso debería aceptar el acuerdo con el FMI. Y un 51,3% de las mil personas entrevistadas cree que La Cámpora tendría que hacer eso mismo. La agrupación conducida por Máximo Kirchner ya votó en contra y, acto seguido, le mostró los dientes nuevamente al Presidente. Acusó a Martín Guzmán de haber hecho una “cesión de soberanía” en las metas pactadas con el Fondo. Una descripción con la que, en privado, el ministro Guzmán coincide. “¿Pero cuál es la alternativa que proponen?”, retrucan cerca de Guzmán.

El Presidente se aferra a los números de la votación en Diputados y a los porcentajes arrojados por esa encuesta. Se entusiasma con la posibilidad de que el arreglo con el Fondo lo destaque y fortalezca su liderazgo. Y con un golpe de suerte extra: que eso suceda sin la necesidad de patear el tablero, de modificar su esquema político, ni su sistema de toma de decisiones.

2-Que el cristinismo ordene el caos

La bilateral entre el Presidente y su vice pasa por un momento entre frío y congelado. Fernández apenas le mandó un mensaje de compromiso el jueves a la tarde, cuando se enteró de los piedrazos contra la oficina de Cristina. El Presidente no se solidarizó en público con su vice. Ni por los medios, ni por las redes. Esa prescindencia le valió un reproche del ministro bonaerense Andrés “Cuervo” Larroque.

En el momento de la agresión, la vicepresidenta estaba reunida con su hijo Máximo Kirchner. Si bien CFK preservó las formas institucionales durante el discurso de apertura de sesiones ordinarias, la expresidenta coincide en las críticas contra la gestión de Fernández. Cuestionamientos que exceden largamente los pormenores sobre cómo Martín Guzmán condujo la negociación con el Fondo Monetario Internacional. 

En el Frente de Todos, se instaló algo mucho más disolvente que una mera puja de poder. Dentro de la coalición de gobierno se rompió el contrato de confianza más elemental. El cristinismo ya no le da crédito al Presidente. Ni Cristina ni Máximo Kirchner se muestran dispuestos a ordenar una gestión que no controlan. A lo sumo pretenden condicionar, a golpe de cartas, videos y votaciones testimoniales en el Congreso, el rumbo ideológico del oficialismo. O más que condicionar, diferenciarse de Alberto Fernández. Buscan preservar la marca propia, dentro de una alianza de la que ya no se sienten parte. Porque además ya dan casi por descontado el fracaso en el intento reeleccionista del Presidente, en un contexto de derrumbe económico y social.

3-El sueño de la institucionalización y otras alquimias

Desde el golpazo que sufrió en las PASO, en el oficialismo abundan las propuestas de institucionalizar el frente a la uruguaya. “Más que otra mesa de reuniones políticas, necesitamos una agenda que nos unifique y que mire hacia adelante”, afirma un funcionario albertista. Y lo dice con tono resignado de antemano. “Hace dos años que estamos con la pandemia y la deuda, dos temas que no convocan en el día a día”, se lamenta. 

“Acá Sergio es el único racional, en medio de toda la fragmentación reinante en el sistema político”, saca chapa un massista. Y a la pasada entroniza al presidente de la Cámara de Diputados como un árbitro neutral, ajeno a la crisis que atraviesa el FdT y con potencialidad pacificadora rumbo al 2023. Cerca de Martín Guzmán, definitivamente no coinciden. Acusan veladamente al tigrense de operar en contra del ministro de Economía. Debilitado tras la modificación (massista) del proyecto de acuerdo con el FMI, al punto de volverlo una mera formalidad, Guzmán asegura que completará su mandato junto a Alberto Fernández. O al menos afirma que esa es su intención. Ya regresado de su gira por Houston, prepara una serie de propuestas para potenciar las exportaciones y la política energética.

Después de votar en contra del arreglo con el Fondo, los diputados del Frente Patria Grande reclamaron más diálogo en la coalición de gobierno. Itaí Hagman y Federico Fagioli, militantes de la tribu Juan Grabois, exigieron que Alberto Fernández los escuche. El camporismo ya ni siquiera aspira a sociabilizar un futuro que presumen sombrío.

4-Que Cristina Kirchner se reinvente una vez más

Al igual que Alberto Fernández, Cristina Kirchner tampoco cuenta con jugadas mágicas en su repertorio. Con alguna maniobra que le amplíe el límite de lo posible. El 18 de mayo de 2019 concretó un truco tan rupturista como eficaz. Correrse a la vicepresidencia le permitió salir del laberinto. El dedazo en favor de Alberto sacó al peronismo del pantano de la inmovilidad, ante un Mauricio Macri que se desgastaba solo. “Hacer el mismo truco dos veces no funciona. Ella es muy inteligente, pero sus posibilidades también encuentran un techo”, analiza el consultor Carlos Fara. “Impulsar a Jorge Capitanich o Sergio Uñac ya no parecen maniobras de tanta creatividad”, opina. Esa impotencia acelera el malestar de CFK con su elegido en 2019 para encabezar la fórmula. El ciclo económico, con una pobreza clavadísima en 40 puntos, un inflación de 50% y la inminente marca personal del FMI, no facilitan un salto de calidad en la convivencia.

Pero la tirantez entre el Presidente y su vice no se explica solamente por localismos o características personales. No se resume en un pimpinelismo caprichoso. Se inscribe dentro de un debate regional mucho más amplio. En tiempos de pandemia, crisis económica y oposiciones organizadas, a la nueva oleada de gobiernos progresistas le cuesta salir de la fase moderada y a la defensiva.  

En ese clima, La Cámpora coquetea con el abismo de la testimonialidad ideológica. Un pecado mortal dentro del peronismo. La renuncia de Máximo Kirchner a la jefatura del bloque puso a prueba la lealtad y el orden interno. Esos dos valores son ley en la organización creada hace 16 años. El camporismo atravesó, una vez más, ese desafío con éxito. Si bien a la mayoría de los militantes de la agrupación la tomó por sorpresa la decisión de Kirchner, no hubo reproches públicos hacia el líder. Ni un off the record fuera de lugar contra quien lleva la sangre mezclada de dos presidentes. Algunos jefes camporistas, sin embargo, mostraron cierta autonomía. El que fue más a fondo con el ensayo de la voz propia fue el ministro del Interior Eduardo “Wado” de Pedro. Pero lo hizo sin siquiera considerar la posibilidad de sacar los pies del plato. De trato fluido con empresarios y gobernadores, De Pedro se volvió una rareza dentro de La Cámpora. “El acuerdo con el FMI evita la catástrofe económica en Argentina”, le dijo al diario El País de Madrid. Lo aseguró una semana antes de que Máximo Kirchner rechazara el proyecto en Diputados. La desobediencia soft abre un debate históricamente vedado dentro de La Cámpora. ¿La cultura de la verticalidad dentro de la orga es indestructible y a prueba de balas? O incluso más: ¿es un atributo esencialmente positivo para su funcionamiento, bajo cualquier contexto político?

5-Inercia de pareja disfuncional

Por remanida que sea, la metáfora de la pareja en crisis funciona para explicar la dinámica dentro de la élite de gobierno. A esta altura, el albertismo y el cristinismo calculan que no les conviene dar el paso definitivo hacia el divorcio. Pero no lo hacen porque guarden esperanzas de reconciliarse. El statu quo disfuncional les sirve para evitar ser señalados como él o la responsable de la separación. La pelea pública más reciente, con una carta y un video crítico de por medio, perdió el impacto que habían tenido las disputas anteriores. La crisis interna se rutinizó. Y es probable que la relación continúe en ese estado hasta las presidenciales de 2023. 

El bi-frentismo además condena a la unidad cruzada. Pese a que Juntos por el Cambio amaga cíclicamente con el estallido, la alianza opositora continúa en una pieza. Con esfuerzos y su propio festival de internas, JxC se mantiene unido. Eso obliga en espejo al FdT. Si una coalición no se rompe, la otra tampoco, aunque en el camino se diluya parte de su potencia y sentido. La división es garantía de perder de antemano, sin llegar a competir.

Mientras las discusiones del FdT se escenifican en las redes, en los medios y en el Congreso, el peronismo se vuelve una fábrica de especulaciones electoralistas. Se revolean escenarios y mesas de arena salvadoras: desde una PASO antes de las PASO, hasta un renunciamiento histórico de Alberto y de Cristina a las candidaturas en 2023. La hipótesis de la elección primaria anticipada sería el insumo perfecto para fogonear el escepticismo social con la política y alimentar el discurso “anti-casta” de Javier Milei y su troup libertaria.  

AF

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