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Opinión

La derrota del neumático

Alejandro Crespo, titular del Sindicato Único de Trabajadores del Neumático Argentino (Sutna).

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Finalmente, después de cinco meses, el conflicto de los trabajadores del neumático sufrió una derrota categórica. Los empleados de las empresas Fate, Bridgestone y Pirelli regresaron este lunes a sus puestos de trabajo con las manos prácticamente vacías: el 30 % de aumento en tres cuotas para la paritaria 2022-2023 y el descuento de los días de huelga sin compensación. Las cámaras empresariales terminaron ofreciendo menos que al inicio del conflicto. El personal directivo de las empresas adelantó que habrá sanciones, suspensiones y despidos. Además, los equipos gerenciales presentaron el nuevo organigrama de trabajo que incluye múltiples normas de flexibilización laboral que las compañías querían aplicar desde hacía bastante tiempo.

“Era evidente que la línea maximalista del sindicato llevaría a esta situación por tensar la cuerda en un momento en el que no daba la correlación de fuerzas. El vanguardismo siempre tiene el riesgo de descolgarse de la realidad”, declaró un diputado radical que hoy integra el Frente de Todos.

“Los muchachos de la conducción jugaron para sus intereses políticos y no supieron negociar cuando era el momento o dosificar las medidas de fuerza”, afirmó el exsecretario general del sindicato.

“El manejo de una organización gremial no es para improvisados. Los hombres que tenemos experiencia en el movimiento obrero organizado estamos guiados, en primer lugar, por la responsabilidad”, sentenció lapidario un dirigente que integra el Consejo Directivo de la CGT y lidera uno de los sindicatos llamados “Gordos”.

“Lógicamente, cuando las posiciones se extreman los resultados siempre favorecen al más fuerte. Tenían razones los empleados para sus reclamos, pero no supieron encontrar el punto medio para la zanjar las diferencias”, aleccionó un animador radial de una AM que encabeza el share de la primera mañana.

“Es evidente que la dirección y los activistas del gremio vinculados con la extrema izquierda trotskista no entienden los tiempos en los que viven y, teniendo a mano ejemplos de formas creativas para solucionar el conflicto —como el convenio Toyota-Smata o el acuerdo que había firmado la anterior conducción en el mismo sindicato— optaron por una línea ultra que los condujo hacia un callejón sin salida. A la radicalización no se le responde con más radicalización, sino con sabiduría e inteligencia”, destacó con precisión quirúrgica un joven editorialista.

El diario progresista tituló en tapa con amarga (y desubicada) ironía “Se pincharon las cubiertas”; La Nación editorializó: “Un freno necesario a la prepotencia” y Javier Madanes Quintanilla salió exultante a festejar el resultado al que calificó como “más que justo” y agradeció muy especialmente a los medios que le permitieron mostrar la realidad de sus pobres números mientras duró el conflicto, le dieron voz a él que no tenía voz, sin las molestias que genera ese recurso incómodo del periodismo: la repregunta.

Hasta un intelectual que alguna vez participó del colectivo Carta Abierta se animó a opinar desde su residencia europea sobre el conflicto que tuvo en vilo al país sobre ruedas: “En esta era de dominio del neoliberalismo global, lo que verdaderamente antagoniza es el campo político, las luchas meramente sindicales están condenadas, por más justas que sean. Y el campo político está claramente definido en la Argentina para saber de qué lado hay que colocarse”, reflexionó.

Ficción y realidad

Por suerte, todo esto no sucedió y la crónica es un relato de ficción. El recurso fue utilizado por muchos historiadores: Juan Carlos Torre se preguntó qué hubiese sido de la Argentina sin el peronismo. Otros se interrogaron: ¿Qué hubiera pasado si Napoleón no era derrotado?, ¿si los confederados hubieran triunfado en la Guerra Civil norteamericana? o ¿si Alemania vencía en la Segunda Guerra Mundial? En gran historiador británico E.H. Carr impugnó este método: “La historia es el registro de lo que la gente hizo, no de lo que dejó de hacer”. Y tenía razón.

Pero en nuestro caso la ucronía puede ser útil para entender cómo razonan los que siempre se candidatean a mariscales de la derrota asegurada. Los fatalistas que viven en un tiempo mecánico y diluyen la variedad de posibles desenlaces que anidan en cualquier acontecimiento, en la potencia del hecho consumado. Quienes consideran que la política se reduce a rendir homenaje a las famosas “correlaciones de fuerza”. Aquellos que transforman —como escribió Augusto Blanqui— “todas las atrocidades del vencedor en ineluctable evolución regular”. Porque reconocer los múltiples posibles permite que el eventual vencido sepa “mejor que nadie que lo que de hecho ocurre no es la única posibilidad en la historia. Hay otras, como aquella por la que él luchó, que quedan en la lista de espera”, como escribió Reyes Mate en Memoria de Auschwitz. Actualidad moral y política (Trotta, Madrid, 2003).

El conflicto del neumático obtuvo un triunfo y aportó al cambio del escenario porque le torció el brazo a un grupo de empresas que tenía en Javier Madanes al vocero más estridente, pero que no era el único que pretendía infligir una derrota a los trabajadores.

Hasta hace algunas semanas, la discusión pública se centraba en el crecimiento unilateral de las derechas o las ultraderechas en el escenario político argentino. Con mayor fuerza luego del repudiable atentado contra Cristina Kirchner. El razonamiento tomaba un elemento de la realidad y le daba un valor sin límites. El conflicto de los trabajadores del neumático, junto a los y las estudiantes de los colegios secundarios que reclaman en la Ciudad de Buenos Aires, los y las docentes que protagonizan conflictos en varias provincias del país, los trabajadores y las trabajadoras del Hospital Garrahan que pararon por sus condiciones laborales, las organizaciones de desocupados que volvieron a movilizarse o los estatales nucleados en ATE que también hicieron un paro nacional, desmintieron esta lectura.

El conflicto del Sutna se transformó en testigo para el resto de los trabajadores y más o menos inmediatamente se siguió el ejemplo en otras empresas. El viernes, la planta de Tenaris Siat de Valentín Alsina estuvo paralizada por algunas horas luego de que una asamblea votara a mano alzada el paro por tiempo indeterminado. La medida de fuerza se decidió después de que no se les renovara el contrato a un grupo de operarios tomados en forma temporal. Se declaró la conciliación obligatoria, pero la disputa está abierta.

Además, el conflicto del neumático dejó en falsa escuadra a las conducciones de muchos gremios que vienen avalando la pérdida del salario frente a la inflación e incluso se pusieron en la vereda de enfrente de los trabajadores en esta pulseada.

Por último, el resultado puso en crisis el ajuste del Gobierno que tiene al salario como único “ancla” para contener la inflación.

Por supuesto que no se puede trasladar linealmente el triunfo de los trabajadores del neumático al resto del mundo. Tampoco se trata de profesar un optimismo necio y facilista que considere —irresponsablemente— que cualquier lucha tiene asegurada la victoria por generación espontánea. Existen muchas diferencias específicas de contexto, de posición estratégica, de coyuntura, pero el contrafáctico inicial nos permite visualizar mejor algunas lecciones: la correlación de fuerzas se construye, y es tan cierto que cualquier lucha no tiene la victoria asegurada, como que la derrota no es el único destino posible. Como escribió —un poco en serio un poco en broma— Antonio Gramsci discutiendo con los mecanicistas que caían en el inmovilismo por motivos opuestos a los escépticos incurables (justamente por una fe ciega en el progreso): “Lo único que se puede prever científicamente es la lucha”. Porque pronosticar derrotas es fácil, lo difícil es apostar y organizar los triunfos.

CC

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