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Opinión
¿Milei libertario? Sí. Y yo, la Virgen María

El presidente electo de Argentina, Javier Milei.

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Si mi tocayo argentino Milei es libertario, yo soy la Virgen María. Como decía Albert Camus, que sí lo era, los libertarios sabemos que igualdad sin libertad es tiranía y libertad sin igualdad, la ley de la jungla. Pero los reaccionarios llevan décadas apropiándose del lenguaje de los progresistas para camuflar ideas decimonónicas. La cosa comenzó con aquello de la “revolución conservadora” de Reagan y Thatcher en los años 1980. Tan pintoresco oxímoron era el hallazgo de unos think-tanks o laboratorios de ideas norteamericanos dedicados a renovar la comunicación política de los conservadores, según contó George Lakoff en 'No pienses en un elefante'.

Esta usurpación adopta formas esperpénticas en la España contemporánea. En los disturbios frente a la sede socialista de Ferraz hemos podido ver a ultras esgrimiendo pancartas que decían: 'Prefiero morir de pie a vivir de rodillas'. No sabían, sin duda, que esta frase es de una comunista notoria, ni más ni menos que La Pasionaria. O, en todo caso, del mexicano Emiliano Zapata, que también era un rojazo.

Les da igual, sea como sea. Su lideresa, la reina del vermú Díaz Ayuso, ya prostituyó la hermosa palabra 'libertad' asociándola con tomar cañas durante una pandemia. O con el hecho de que su hermano hiciera un suculento negocio con el dinero de los contribuyentes importando mascarillas carísimas y no homologadas.

En el caso de Milei, lo de hacerse pasar por libertario lo ha copiado, por supuesto, de Estados Unidos, donde ha corrido a rendir pleitesía no más ganadas las presidenciales argentinas. De tal guisa se hace llamar una parte de la ultraderecha imperial que se niega a pagar impuestos, quiere que la sanidad y la educación sean absolutamente privadas, adora las armas y rechaza las vacunas. Son unos libertarios muy de pacotilla: tan religiosos como los talibanes y tan nacionalistas como lo era Hitler de lo alemán. En las antípodas del 'Ni dios, ni patria, ni rey'.

La ola de perversión del significado ha afectado a la también hermosa palabra liberal. Las derechas llevan tiempo declarándose con desfachatez “liberal-conservadoras”. La primera parte de la fórmula tan solo la aplican a la libertad de hacerse multimillonario a toda costa. Los derechos laborales, la igualdad en el acceso a la sanidad y la educación, la preservación del patrimonio cultural, la salvación del planeta, todo eso nunca puede ser obstáculo a la maximización de los beneficios empresariales. Lo conservador, por el contrario, se aplica a todo lo demás. Hay que preservar el sistema y para ello están los policías, los jueces y, si es menester, los ejércitos. Los “liberal-conservadores” piensan que el único destino aceptable de los impuestos es pagar armas y uniformes.

En 'La noche que llegué al Café Gijón', Paco Umbral escribió sobre “la lucha diaria por las ideas desde la barricada leve del periódico”. Es lo que hizo aquí mismo Marco Schwartz en 2020 con su defensa del genuino liberalismo frente a la impostura del PP. ¿Cómo pueden llamarse liberales los partidarios de una jefatura del Estado hereditaria, vitalicia e irresponsable?, se preguntaba. ¿Cómo osan hacerlo los que se oponen al derecho de la mujer a decidir sobre su embarazo, a la legalización de la eutanasia, a la despenalización de la marihuana, al matrimonio homosexual y a tantas otras ampliaciones de libertades y derechos que no cercenan la libertad de terceros? ¿Cómo osan reivindicar a John Locke aquellos que aprueban leyes mordaza o mantienen los privilegios fiscales y sociales de la Iglesia católica?

Liberales y libertarios fueron las dos grandes familias intelectuales y políticas que abanderaron las luchas por la libertad en los siglos XIX y XX. Unos y otros entendían la libertad tal y como la había formulado el artículo 4 de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de la Revolución Francesa. Como el derecho a hacer lo que cada cual quiera siempre que no dañe a nadie.

Pero, caramba, se daña a terceros cuando no se pagan salarios dignos, cuando se contamina el aire y se destruyen los montes y las costas, cuando se evade el pago de impuestos necesarios para servicios públicos básicos, cuando se usa el dinero de los contribuyentes para enriquecerse a sí mismo o a amiguetes… O cuando se recortan o prohíben libertades y derechos laboriosamente conquistados.

La libertad se ve hoy obligada a desenmascarar a aquellos que invocan abusivamente su nombre para causas liberticidas. Me viene a la cabeza ese ultra neerlandés llamado Geert Wilders, que lidera un supuesto Partido de la Libertad y prospera electoralmente anunciando que prohibirá las mezquitas y el Corán. Veamos, señor Wilders, un auténtico liberal o libertario no quiere que su comunidad tenga una religión oficial y obligatoria. Ni de coña. Pero no por ello prohíbe el ejercicio de ninguna religión. La libertad de conciencia es sagrada.

Vuelvo al argentino Milei. Tendría que decirle que ser libertario no es aullar como un poseso esgrimiendo una motosierra. No es comportarse como un friki que sale de extra en una película de la serie Scary Movie. No es anunciar el fin de las ayudas públicas a los más desvalidos. No es poner el dólar en el altar que ocupaba dios. Y, ni mucho menos, presentarse a una elección presidencial. Tocayo, eres un demagogo y un populista de manual. De ultraderecha, por más señas.

“El bien más preciado es la libertad”, dice, con resonancias cervantinas, un viejo himno anarquista español. Los libertarios –hablo de los inspirados por la crítica de Bakunin al autoritarismo de Marx, por los desiguales combates librados por la CNT, por el imperativo ético de Camus frente al fin justifica los medios de Sartre– soñaban, sí, con la desaparición del Estado, con una humanidad construida desde abajo hacia arriba y no al revés. Pero no podían concebir la libertad sin justicia social, ya lo dije al principio. Precisamente por ello, muchos de los de ahora, como Chomsky, aun deseando la reducción del Estado al mínimo, piensan que si hay algo estatal digno de mantener son las pensiones, la sanidad y la educación públicas, accesibles a todos. 

Milei también se hace llamar “anarco-capitalista”. La verdad es que le veo poco o nada de lo primero y muchísimo de lo segundo. Lo suyo es el capitalismo salvaje de las novelas de Dickens. Quizá por eso luce patillas decimonónicas a lo Ebenezer Scrooge.

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