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Desigualdad, educación y pandemia
Más de un mes para recibir la tarea corregida: historias de los que aprenden por WhatsApp

En la toma de Los Hornos, la más grande de la Provincia, los chicos están conectados con sus maestras a través de WhatsApp.

Julieta Roffo

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“Ya pasó un mes pero todavía no nos devolvieron los cuadernillos”. Verónica tiene cuatro hijos en edad escolar y un teléfono celular. “La tarea de los chicos es en cuadernillos que nos mandan por WhatsApp o que a veces nos dan cuando vamos a buscar la bolsa de alimentos a la escuela, cuando hay bolsa para ir a buscar. El mismo día que vas a retirar la mercadería y tal vez algún cuadernillo, llevás los que tengas con la tarea hecha, pero yo llevé los de los chicos hace varias semanas, por lo menos un mes, y todavía no volvieron corregidos”, describe.

Verónica vive, con los cuatro hijos en edad escolar y uno de 2 años que todavía no va al jardín, en una casilla de madera en la toma de tierras de Los Hornos, la más grande de la Provincia, en 160 hectáreas del predio del ex Club de Planeadores de La Plata. Llegó hasta la zona llamada Barrio Unidos en noviembre y participa de uno de los comedores comunitarios del lugar.

Las maestras intentan comunicarse mucho. Todos los días alguna de las cuatro habla por WhatsApp conmigo o con ellos, y tal vez manda la foto de algo que hay que imprimir para hacer la tarea. Son un poco más de 100 pesos por semana en la fotocopiadora. Pero a veces no tengo señal, mi teléfono no aguanta una aplicación como Zoom, y yo no sé cómo explicarles lo que no les explica la señorita”, suma Verónica. Sus hijos van a la escuela 35, a seis cuadras de la toma.

“Las maestras tienen buena voluntad pero para mí es imposible que los chicos aprendan así. No viene la tarea corregida y no hay ni un video ni un audio en el que les expliquen. Es todo por escrito, y a lo sumo una videollamada muy cortita pero los chicos no llegan a entender”, cuenta Verónica, que tiene un hijo en jardín, otra en 1° grado, una en 3° y otra más en 5°. “La más grande ya está aprendiendo a dividir por dos cifras y yo no me acuerdo de nada. Me ayudan a explicarle mis hermanas más chicas o algunas vecinas, acá en el barrio nos ayudamos entre todos, pero yo me vuelvo loca intentando que entiendan y si la tarea no vuelve rápido corregida es difícil que vayan aprendiendo cosas nuevas”, suma.

Stella también vive en la toma de Los Hornos: tres de sus hijos van a la escuela primaria, una, a la escuela secundaria. “La escuela es toda por WhatsApp: por ahí van y vienen las tareas con fotos de alguna actividad, y a veces hay lío porque tenemos un solo teléfono y llegan varias tareas a la vez y los chicos quieren ver”, cuenta. “Las maestras hacen alguna videollamada por semana, de cinco o diez minutos, para ver cómo están los chicos. Pero lo que aprenden es todo por escrito o por foto”.

“Se re complica que la escuela sea así porque hay que turnarse para usar el teléfono. Las maestras le ponen toda la onda para estar cerca pero no es lo mismo, hay que buscarle la vuelta. Les mandamos fotos cuando la tarea está hecha y van corrigiendo como pueden”, describe Stella, que es referente de una de las zonas de la toma bonaerense en la que se estima que viven unas 2.000 familias. Según se anunció ayer, ante la disminución de casos de Covid, las clases presenciales en la Provincia volverán el miércoles.

La responsabilidad es del Estado, que tiene la obligación de otorgar el servicio que concrete el derecho a la educación

Guillermina Tiramonti Investigadora de Educación de Flacso

María vive en San Isidro y paga 10.000 pesos por mes por el jardín rodante al que asiste su hija de 4 años, alumna de un colegio privado alemán de esa zona. “Es más del 15% de descuento que nos hace el colegio en este contexto del pandemia, y sabemos que estamos en una situación de privilegio, pero el costo de los chicos de que empiecen las clases presenciales y se interrumpan es altísimo”, describe. Su hija y otros cuatro chicos son burbuja: “La maestra nos dio un mínimo de 5 alumnos y un máximo de 8. Tienen tres horas y media de clase por mañana, las madres les pedimos que se ocupe de contenidos similares a los que están viendo en el jardín. Tenemos que estar escondidos para que los chicos tengan alguna presencialidad posible”, cuenta.

“Sé que tenemos un privilegio por poder pagar esto y también sé que esto agranda la brecha entre los chicos que tienen alguna oportunidad y los que no tienen ninguna. El año pasado nos habíamos sumado a un jardín rodante y con la vuelta de la presencialidad lo dimos de baja. Pero cuando se extendió la interrupción de las clases en la escuela, decidimos mantenerlo hasta fin de año, porque el ida y vuelta es muy dañino para los chicos”, cuenta María, y agrega: “Mantenemos los mismos protocolos que la escuela. La maestra y los adultos usamos barbijo, y hacemos las actividades al aire libre, en los jardines o galerías de las casas”.

El jardín es rodante porque de lunes a viernes rota por la casa de cada uno de los cinco chicos que componen la burbuja. María había empezado a implementar esa vía el año pasado, tras varios meses sin clases presenciales: pagaba 5.000 pesos mensuales que incluían la ART de la maestra jardinera que giraba por las casas de los chicos. “Una de las maestras armó una especie de PyME y subcontrata a otras maestras para armar varias ‘salitas’”, describe.

“Cuando no hay presencialidad, la pérdida de contacto total o casi total con la escuela hace que esos chicos vuelvan a una situación pre-moderna, previa a la construcción de los sistemas educativos nacionales. Los sectores más pudientes, con mayor capacidad económica y mayores recursos culturales, desarrollan estrategias por sí mismos para proveerse de aquellos servicios educativos que se requieren. Si no están el Estado o las escuelas privadas, va a haber una serie de alternativas blue a la escolarización para contrarrestar la debilidad de la presencialidad actual”, describe Guillermina Tiramonti, investigadora del área de Educación de Flacso.

“Según Unicef, entre marzo de 2020 y febrero de 2021 el promedio de días de cierre de las escuelas del mundo fue de 95 días, pero en Latinoamérica ese promedio subió a los 158 días. A la vez, ese escenario se monta sobre una escena de muchísima desigualdad. Antes de la pandemia, en 20 países de la región la Unesco había determinado que el 63% de los jóvenes terminaban la secundaria, pero si estabas en el segmento más rico de la población tenías 5 veces más posibilidades de terminarla que si eras pobre, y eso puede seguir profundizándose”, explica Alejandra Cardini, directora de Educación de Cippec.

“Después de todo este proceso la brecha entre quienes terminan la secundaria y quienes no va a ser mucho más alta. Esto genera efectos muy tremendos en las posibilidades de elegir de las personas, de definir sus trayectorias de vida. Está aumentando ahora mismo la cantidad de chicos y chicas adolescentes que trabajan, que en el futuro no van a tener buenos empleos y van a tener bajos ingresos”, dice Cardini, y suma: “La escuela era una posibilidad de no reproducir la desigualdad sociales, y si no se construyen las políticas adecuadas no va a poder movilizar el desarrollo social. Ahora mismo no tenemos ni idea de la dimensión que va a tener este proceso que amplía las desigualdades, pero será una tragedia educativa y generacional”.

“Hay sectores que pueden acudir al mercado para satisfacer las necesidades de sus hijos y otros que están abandonados. La responsabilidad es del Estado, que tiene la obligación de otorgar el servicio que concrete el derecho a la educación”, describe la especialista de Flacso.

La escuela era una posibilidad de no reproducir la desigualdad sociales, y si no se construyen las políticas adecuadas no va a poder movilizar el desarrollo social

Alejandra Cardini Directora de Educación de Cippec

Raquel, que también vive en San Isidro, se organizó con otras madres: no contrataron maestra pero organizaron una burbuja de diez chicos -los mismos diez chicos que son burbuja en un colegio privado de esa zona- de prescolar que rota por los jardines de las casas del grupo. “Juntamos a los chicos al aire libre y si llueve se suspende. Además de la mamá de la casa, se suman entre una y dos mamás que ayudan con las actividades. Para nosotras es imposible mantener una agenda de contenidos como la que organizan en el colegio o incluso una maestra, pero se decidió en el grupo que fuera así para que no se sumara tanto gasto”, explica.

“Por momentos seguimos los temas que los chicos ven en los Zooms con la maestra, y por momentos hacemos algo un poco más alejado. Necesitamos la presencialidad pero mientras no esté asegurada, organizamos esto porque no queremos dejar a los chicos sin su vínculo social y sin una rutina”, explica Raquel. Dos veces por semana, una profesora de alemán ayuda a su hija Sofía a cumplir con las tareas que le dan en la escuela de forma virtual. “Sé que tenemos el privilegio de poder pagar este sostenimiento y que esto va a hacer que todo sea más desigual, pero mientras podamos mantenerlo decidimos hacerlo”, cuenta.

“La falta de escolarización no sólo es dramática sino que genera en toda la población la sensación de que todo está desarmado. No sólo se compromete el futuro de los chicos, sino que se genera una sensación de decadencia muy fuerte”, sostiene Tiramonti. Desde Los Hornos, Verónica reflexiona: “Esto que está pasando impacta un montón en lo que los chicos vayan a aprender. A mí a veces cuando les digo a las maestras que las nenas no entendieron me responden que les explique algún hermano mayor, pero no puede ser así”. Y remata: “¿Para qué los anoté en la escuela, si no?”.

JR

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