Murió el periodista Pablo Calvo de coronavirus
Pablo Calvo caminaba. En la redacción de Clarín, en donde trabajó como periodista por casi treinta años, daba pasos más bien cortitos y rápidos, aunque casi siempre con tiempo de frenar en algún escritorio a cambio de un mate o de una breve charla. En la calle, en los pueblos o en los países en los que buscaba -y encontraba- alguna historia para contar, también caminaba: para mirar, para anotar, para conocer a los protagonistas de esas historias y también a sus personajes secundarios. Este jueves, el día que cumplía 53 años, Calvo murió de coronavirus.
Llevaba 35 como periodista: había empezado en la agencia DyN al mismo tiempo en el que cumplía con el servicio militar, y después se sumó a Clarín. Era uno de los egresados de la primera camada de licenciados en Comunicación Social de la UBA y fue parte de la sección Política, del equipo de investigación y, en los últimos años, de la revista Viva de ese diario. Trabajaba, al momento de recibir el testeo positivo el 10 de abril, en una nota sobre el siglo que había transcurrido entre el esplendor aristocrático comercial y el vacío desesperante que aquejaba en estos meses pandémicos a la calle Florida. Para eso, para contar esa historia, Calvo caminaba el Microcentro.
“A Pablo le gustaba caminar, ver , descubrir los rincones laterales de eso que miraba. Era un tipo muy apasionado. Tenía ese fuego original al que no renunciaba. Era un gran buscador de cosas, el tipo miraba la realidad y buscaba: necesitaba la libertad para poder hacerlo”, dice a elDiarioAR Horacio Convertini, editor jefe de Viva, y suma: “En un periodismo que no valora la libertad, porque el periodismo que hacemos es con recursos reducidos en el que hay que estar disponible para que la rueda continúe andando, Pablo se corría de ese mecanismo, de la ruedita del hámster, para ver lo que quería ver”.
Por su trabajo, Calvo fue finalista del Premio de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano: el diploma se lo entregó Gabriel García Márquez. Fue también ganador de varios premios otorgados por ADEPA y FOPEA, e intercambió cartas con el Papa Francisco, a quien admiraba: hablaron de San Lorenzo, el club del que Calvo era fanático, socio refundador y propalador de sus historias -y las de su gente- cada vez que podía.
Sobre ese club, cuyo estadio ayudó a pintar, escribió dos de sus libros: Dios es Cuervo, publicado tras la consagración de Jorge Bergoglio como Sumo Pontífice, y Los tesoros del Gasómetro. Escribió otros más: La muerte de Favaloro, El arca del fútbol, y Los mendigos y el tirano, una crónica sobre el día que el gobierno de facto del tucumano Domingo Bussi emboscó a los vagabundos de esa provincia para llevarlos a Catamarca y que el dictador Jorge Rafael Videla no se los cruzara en su visita a la provincia. Fue también docente en la Maestría de Periodismo Clarín - San Andrés.
“Editar a Pablo era muy sencillo. Eran notas muy bien escritas, con un estilo muy personal y muy cálido. Podía pasar largas horas en el archivo de papel, revisando sobres, para encontrar datos muy laterales sobre el tema que estaba trabajando que lograba meter en su texto. Trabajaba muy bien las emociones, buscaba la empatía con el tema y las personas sobre las que estaba hablando. En sus textos había una cosa de proximidad, no de lejanía. No había el ejercicio de la distancia o la mirada ácida: él ejercía la cercanía”, suma Convertini.
Este viernes, con la noticia de la muerte de Calvo encima, Convertini se acuerda de cómo el periodista se metió en las entrañas de Buenos Aires junto al reportero gráfico Rubén Digilio para contar la ciudad a través de su entramado pluvial. Y de cuando se metió en la mina de Río Turbio para narrarla, y de la historia que contó sobre los 600 cuerpos de desaparecidos por la dictadura que permanecen como NN.
Hay una historia contada por Calvo que rebota especialmente en Twitter este viernes a la mañana, donde lo despiden muchos de sus compañeros y compañeras de redacción, los de otros medios que conoció a través del oficio, y aquellos a los que San Lorenzo le puso en el camino. En diciembre de 2005, el periodista contó en Clarín la historia de Juan Domingo Ledezma, cuya beba de diez meses había sido la víctima más joven de la tragedia de Cromañón. Calvo había conocido a Ledezma cuando, mientras preparaba una nota sobre la Campaña Nacional de Alfabetización, hizo el curso de capacitación de ese programa y, efectivamente, alfabetizó a un grupo de adultos entre los que estaba Juan Domingo.
En el texto que publicó Clarín, Ledezma pudo finalmente escribirle una carta a Lali, su hija, con la ayuda de Calvo. En ese artículo, el periodista describió la magnitud de su encuentro fortuito con Ledezma, con su historia y con su necesidad así: “En 18 años de periodismo, la mitad de mi vida, aprendí que el destino suele preparar emboscadas. Uno puede ir hacia un lugar seguro, pero de pronto, algo que nos empuja a cambiar de dirección”.
“Pablo le tenía mucho respeto al coronavirus. Tenía antecedentes de asma y eso lo hacía cuidarse muy especialmente. Durante muchos años sus propuestas eran el resultado de la búsqueda de cosas muy chiquitas para viajar a donde estuvieran las historias y poder narrarlas. Esas eran sus crónicas y eso se le cortó durante la pandemia. Tenía mucho miedo de contagiarse porque no sabía cómo podía responder su organismo”, describe Convertini.
Este viernes, apenas pasada la medianoche, León Calvo, el hijo de Pablo, tuiteó: “Papi no aguantó más. Se va un pedazo enorme de mi infancia pero queda todo lo que me enseñó. Te voy a extrañar siempre”. Y compartió una foto de los dos: sonríen juntos, vestidos de azulgrana.
JR
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