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3 de febrero de 2024 00:02 h

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Cuando Fátima Florez escuche la última pregunta de la brevísima entrevista que haremos, de pie y en un pasillo de la sala, romperá en llanto. Pero para eso falta. Ahora son las nueve de la noche y la fila para entrar en el teatro a ver Fátima 100% pega la vuelta de una de las cuadras más populares del Mar del Plata. Vamos vestidos de verano. Los sweaters sobre los hombros, anudados al cuello. Los pelos mojados, el perfume de la crema de enjuague. Por una platea hemos pagado 12 mil pesos, un poco menos que lo que le costaría a una persona sentarse a cenar en los alrededores de la Peatonal.

María Eugenia Florez en el DNI. Fátima Florez en las marquesinas. Fati para los suyos. Nacida en Olivos, ahí no más de la Quinta Presidencial, hoy cumple 43 años y los festejará con su novio, el presidente Javier Milei, que viajará a verla. Fátima Florez salió al balcón de Casa Rosada a saludar a quienes pasaban por la Plaza de Mayo el día de la asunción y sale a escena cada noche con localidades agotadas desde el estreno, el 26 de diciembre. Fátima 100% es el éxito de la temporada de verano. 

¿Qué esperamos ver los que hacemos fila? Acaso el despliegue físico de una mujer capaz de interpretar 16 personajes en dos horas, algo que repite hace más de una década. Acaso queremos ver el escenario donde ella y el novio se prendieron en un beso público, cargado de erotismo. Acaso queremos ver de cerca a esta Primera Dama diferente, la que no dejó su carrera ni su departamento por mandato ni por amor

Ya estamos acá, cada uno en su butaca, haciendo palmas arriba de un tema de María Becerra. Estoy sentada en la primera fila, con una estatuilla de San Benito apretada entre las piernas. Supe que Fátima había perdido su medalla, la de vade retro Satanás. Pero para la medalla no me alcanzó así que viajé con un San Benito de yeso. Es un cumplido, claro, a cambio del tiempo que prometió darme después de la función para un mano a mano que terminará mal.

Del carrito y el megáfono a la soledad de la custodia presidencial

Hace cinco años, la última vez que se presentó en Villa Carlos Paz con la obra Fátima es mágica, Fátima Florez salía en un carrito de caddy y con un megáfono a invitar a la gente a verla. Una forma de promoción sencilla y efectiva. Pero este verano Fátima ocupa una habitación “tipo departamento” en el Hotel Provincial con sus dos gatos bengala, Harry y Mike, y solo sale con custodia y en un auto especial. Ahora, a minutos del arranque del show, dos personas de seguridad están estratégicamente ubicadas en los extremos del escenario. No mirarán la obra, nos vigilarán a nosotros. 

Bajan las luces. Se abre el telón. Los logos de las marcas (pueden ser diez o doce o quince, un montón) que auspician el show desaparecen de las pantallas. Toca la banda en vivo, tres músicos en escena. Sale la troupe de bailarines, son seis con la sonrisa siempre puesta. Y entonces sí, ahí está… ¡Taylor Swift! Es el primer personaje que interpreta Fátima. Después de Taylor viene un cambio radical de vestuario y de tono de labial, y ahora Fátima es Tina Turner. Esta primera aparición es confirmatoria: Fátima es una médium, un cover de otros, una cosplayer. Es alguien que tiene el don de jugar a ser otras personas, otras voces. ¿Cuál será la suya, cuál será la voz propia?

Las pasadas son extenuantes. Cuando Fátima necesite respirar o hacer un cambio brusco de vestuario, dos laderos harán lo suyo. Uno es Julián La Bruna, exmovilero de Viviana Canosa, que propone al público una serie de tópicos: “Pis en el mar, ¿sí o no?”; “Si en la playa te clavan una sombrilla al lado, ¿se activa el protocolo?”, “Los que hacen RKT, ¿van a escuela bilingüe y aprenden dominicano?”. El otro es Marcelo Polino. Polino: respeto. Condujo Zap, lo más trash que ha dado la televisión abierta nacional. Como dice él “casaba enanos en televisión”.

Y entonces, Fátima aparece como Fátima por primera vez. Está envuelta en una bata. Intercambia con Polino. Ahí nos enteramos de que al término de la función, Fátima se subirá a un auto rumbo a Buenos Aires para ver a su novio. Es cuando me doy cuenta de que aquel mano a mano acordado corre peligro. Tiembla el San Benito que aprieto entre las piernas.

Fátima a Milei: “Vos no te vas a ningún lado”

Fátima Florez y Javier Milei se conocieron durante una cena en lo de Mirtha. Flechazo. Cuando se vieron por primera vez, en el departamento de ella, él era diputado y candidato a Presidente. Ella era lo que sigue siendo: actriz, humorista, conductora; dos Martín Fierro, cuatro Carlos, cinco Estrella de Mar. Una noche intercambiaron mensajes por WhastApp y se dieron cuenta de que no podían cortar el chat. A las 2 am, Milei dijo que iría a verla. Quince minutos después tocó timbre. “Vos no te vas a ningún lado”, lo apuró ella cuando él amagó con irse. De la vida amorosa del Presidente no se sabía nada hasta que en los festejos por el buen resultado obtenido en las PASO, él le agradeció a “540”, alguien le había hecho pegar “una vuelta y media”. Era Fátima Florez. Viva el amor, carajo. 

Promedia Fátima 100%, que durante el espectáculo ha cambiado levemente el nombre a “Ciento por ciento Fátima”. Es lógico: ese “100%” parece un índice de inflación. Acabamos de ver a Mirtha Legrand que estaba debajo de la bata que vestía Fátima. Mirtha, en la piel de Fátima, tuvo un orgasmo mientras se acariciaba la cara con una rosa al ritmo de Rosa María Rosa María. El orgasmo de Mirtha-Fátima es inolvidable y por “inolvidable” digo: imposible de olvidar. Me da vergüenza por San Benito y le cubro la carita con el papel de regalo. 

Debajo de Mirtha-Fátima está Susana Giménez, que sortea unos premios. Sofía, de Córdoba, acaba de ganar “50 mil pesos cash que tiene que pasar a buscar por una oficinita que está al lado de la boletería”, avisa Susana-Fátima. Cada personalidad de la farándula que interpreta termina intervenido por ella. Fátima rompe los remates con muecas o alteraciones en la voz que hacen pensar que Mirtha o Susana están en ácido, empepadas. Es cuando Fátima se deja ver. Por eso no es preciso definirla como mera “imitadora”. Sinceridad total: estoy ansiosa por ver a Javier Milei y al personaje que sigue, Cristina Fernández de Kirchner. Ahí vienen.

Fátima encarnada en el novio y en CFK

Una irrupción y una disrupción. Fátima alcanzó la popularidad con su interpretación de Cristina en el programa Periodismo para todos, conducido por Jorge Lanata, allá por 2013. Así irrumpió en las audiencias y nunca se fue. La disrupción es que en este espectáculo de verano estrenó un personaje: el de su novio, Javier Milei. Son las últimas dos personalidades en las que Fátima Florez se encarnará. Le descubro la cara al San Benito, quiero que vea todo.

Suena Panic Show y entonces sabemos. Un Milei enérgico aparece desde la bambalina a los saltos. Lo primero que dice al público Milei-Fátima es “viva la libertad carajo”, lema de campaña del Presidente. Lo grita tres veces. Es curioso: no toda la platea devuelve el “¡viva!” qué confirma esa prédica que ha introducido La Libertad Avanza. Milei-Fátima baja el mentón, mira fijo, pestañea y redunda. No pasa del “digamos, o sea”. Es la pasada más breve de todas. Un minuto, dos como mucho. Incómodo.

Hasta que llega Cristina y para Cristina las acusaciones: “chorra”, “devolvé la plata”, “vas a terminar en cana”. Hay insultos, también. “¿Me extrañaban?”, pregunta Cristina-Fátima. Respuesta: “Noooooooo….”. Es un “como si”: como si Cristina estuviese aquí “de verdad”. La cuestión es que la expresidenta quiere entrar en la casa de Gran Hermano porque sería como estar en “prisión domiciliaria”. Cristina-Fátima también dice que “está muy feliz con la era Milei”. Cristina es la única política con trayectoria que Fátima Florez interpreta en la obra. Y cada línea del guion es una intervención política. El cierre del show es aeróbico. Fátima hace piruetas vestida de dorado. Un bombón. Un meteoro. Algo que no termina de ser. Fin.

Una pregunta sobre los posibles recortes en Cultura

Como me indicaron, espero a Fátima Florez en la sala, al pie del escenario y al lado de alguien que dijo ser “de seguridad”, con el San Benito bajo el brazo. Marcelo Polino chequea su celular sentado en una butaca. Lo que iba a ser un mano a mano hubo que negociarlo. Lo único que quiere Fátima es subirse al auto y volver a Buenos Aires a ver al novio, algo absolutamente entendible. “Quince minutos es un montón”, me dijo una asistente. Negocié tres preguntas. Ahí viene Fátima. 

“No te hubieses molestado”, agradece cuando le doy el bendito San Benito de yeso. Al San Benito lo ataja el de Seguridad. Fátima accede a las preguntas, pero las dos sabemos que no tiene ganas. La asistente se queda demasiado cerca, como el de Seguridad y como Polino. Es como una entrevista “desnuda”. Arranco:

-Sé que tenés poco tiempo así que del cuestionario mental que traje, elegí tres preguntas.

-Bueno, dale.

-La primera: ¿Qué devolución te hizo Javier sobre el personaje? ¿Qué dijo Karina?

-Están felices con la interpretación mía, así que lo están disfrutando mucho. Yo a Javier lo hago con todo el amor del mundo y cada día le voy encontrando… ¿Viste que todas las interpretaciones a lo largo de los años las vas perfeccionando? Tal es así que… Como en el caso de Susana, de Mirtha, de todos los personajes que vengo haciendo hace años, me voy metiendo en la piel, los voy perfeccionando cada día más…

-La segunda. Desde el año 2013 hacés temporada como cabeza de compañía. Es una década a la que hay que sumarle la carrera que construiste antes. Como te reconozco dentro de la cultura popular, quería preguntarte qué opinas sobre los recortes… Los recortes que… que pretende hacer el Gobierno en Cultura…

Fátima Florez mirará el teléfono con el que grabo la entrevista, mirará a la asistente y al de Seguridad, mientras se aleja y se aleja como para tomar distancia o tomar carrera, no lo sé. Rompe en llanto. “Disculpame, ¿la pregunta a qué viene?”, interviene el de Seguridad, con el San Benito en la mano. La pregunta es pertinente pero no le explico. Polino también se mete porque está apurado, él sólo quiere volver a Buenos Aires. La asistente se me viene encima. Es un momento desagradable.

Yo no puedo dejar de mirar a Fátima. Fátima pasó de ser una espiritista capaz de interpretar a 16 personajes en dos horas a esta mujer que pucherea, que pregunta que por qué, por qué no hablamos de lo bien que baila, de cómo “se rompe el culo en el escenario”. A Fátima no la han instruido en el arte de responder con elegancia cuando la pregunta molesta. No podemos seguir, es irremontable. Detengo el grabador. No es Fátima Florez la que llora ni la que grita. No es Fati. Quizás sea María Eugenia, la mujer que elige no sucumbir al mandato que predestina a las parejas presidenciales.

VDM/DTC

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