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El futuro a partir de la pandemia
Futurofobia, entre la autocomplacencia y el victimismo para justificar el inmovilismo político o sentimental

'La carretera' es una película apocalíptica de John Hillcoat basado en el libro de Cormac McCarthy

Ángeles Oliva

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Vivir pensando que en cualquier momento va a ocurrir una tragedia, un accidente grave, la destrucción del mundo tal como lo conoces. Mantener una ansiedad constante por el miedo a un futuro que, siempre, va a ser peor. Eso es la futurofobia, un concepto sobre el que Héctor García Barnés planea en su ensayo (publicado por Plaza & Janés) para contar la decepción y el inmovilismo de una generación que se vió atropellada por lo que creía que era el futuro deseado, y ahora oscila entre entregarse a la nostalgia o abrazar al apocalipsis.

“Somos la generación que se ha refugiado en su propia autocomplacencia y su victimismo. Nos hemos creído demasiado esa teoría de que vivimos saltando de una crisis a otra, pero en el fondo todas lo han sido. Hemos encontrado en eso una justificación para el inmovilismo político, cultural, social o sentimental”, señala García Barnés. El pesimismo y la resignación han creado montañas de cinismo: “Hay un descreimiento hacia la gente que intenta cambiar las cosas, se les ve con desconfianza, como si detrás de eso hubiese un provecho posterior. Es muy fácil ridiculizar a Greta Thunberg u otros activistas y también es muy cómodo, porque te permite lavarte las manos y no asumir tu parte de responsabilidad ante la sociedad. Ese cinismo es muy peligroso y creo que se va acentuando a medida que pasan las generaciones”, explica el autor.

La vida es una boda roja

La cultura popular homenajea a la infancia de quienes nacieron en los ochenta: las camisetas Dragon Ball o la reivindicación del grupo Estopa en España. “Basta con echar un vistazo a un cartel de un festival, la parrilla de televisión o las carteleras de cine, para ver que vivimos en el mundo de la nostalgia, que nos atenaza ante la posibilidad de imaginar un futuro distinto. Se nos dice que el futuro va a ser terrible y que todo intento de cambiar las cosas va a provocar algo peor”, señala.

Las series House of Cards o Breaking Bad, las películas de Michael Haneke o Joker, muestran un mundo de competencia extrema, donde solo los manipuladores o los genios sobreviven. O la narrativa grim, donde la vida es una pesadilla terrible sin lugar para la esperanza. “El capítulo La boda roja de Game of Thrones habla de esa sensación que tengo desde hace años, y también muchos de mis amigos, de que algo va a ir mal de un momento a otro. En un ambiente celebratorio, puede ocurrir una tragedia en la que se va a pasar a cuchillo a todo el mundo. Refleja esa ansiedad que tenemos todos ante el mañana: que va a venir una crisis, que te van a echar, que a tu familia le va a pasar algo, que va a ocurrir un accidente terrible. El mañana que en otros momentos de la historia era un horizonte de posibilidad, ahora es un horizonte de destrucción”, analiza el autor.

A la serie Black Mirror, que en un principio se vio como “visionaria” y que anticipaba “los males de la sociedad”, poco a poco “se le fue viendo la trampa”: “La visión que ofrece del mundo es totalmente futurofóbica, los episodios parten de la idea de que hay algo oscuro en el ser humano, que va a hacer el peor uso de las tecnologías. Nos recuerda continuamente lo malos que somos como especie, y ha terminado cansando a la gente porque es muy monolítica”.

Qué hay peor que el 11S

García Barnés empezó a pensar el libro durante el confinamiento, cuando pasear era un lujo y lo más seguro se tambaleaba. Se dió cuenta de la naturalidad con la que se había aceptado lo excepcional: “Vi que la gente decía que algo así tenía que ocurrir, que no podíamos seguir como estábamos, que lo lógico es que hubiera más apocalipsis, uno detrás de otro”.

A partir de ahí, echa la vista atrás y repasa los eventos que han marcado su percepción de un mundo demasiado complejo sobre el que resulta muy difícil actuar. “El 11 de septiembre yo tenía 16 años, hasta entonces tenía la sensación de que no pasaba nada, ni siquiera el efecto 2000 había supuesto el apocalipsis que nos decían. De pronto, el propio carácter espectacular que tenía ver el atentado por televisión, hacía que tuvieras la sensación de estar viendo la historia en directo”, recuerda. Después, “la crisis económica de 2008 supuso un cambio que hizo replantear la propia estructura de la sociedad y la política. Hizo crac el falso relato optimista que se venía gestando desde los 90, que estaba inscrito en la burbuja inmobiliaria. Se vino abajo esa especie de euforia irracional. Se produjo un reajuste de expectativas, una decepción, que sigue siendo el marco en el que entendemos la realidad hoy en día”, explica el periodista.

La crisis económica, una pandemia, la explosión de un volcán o una guerra en Europa suponen vivir en una situación excepcional continua, como desarrollaba Naomi Klein en La doctrina del shock. El sistema aprovecha los momentos de trauma para ir recortando derechos sin que la sociedad civil reaccione. “Klein cuenta los shocks que sirven para introducir el sistema neoliberal como la única alternativa posible. Lo que yo cuento es que estos shocks continuos sirven para reforzar el statu quo. Estos períodos críticos en los que parece que todo puede cambiar, terminan provocando en gran parte de los casos que nada cambie. Porque la gente se aferra a lo que conoce, a su estabilidad material y psicológica, y solo quiere recuperar cómo estaban las cosas. Esas crisis que podrían ser momentos de avance, terminan provocando que las diferencias sociales se agudicen: ya sabemos que con la pandemia la gente más rica del planeta se ha hecho más rica y los pobres, más pobres”, recuerda García Barnés.

Romper el ombliguismo

La sociedad ha aceptado que la vida es una competición, como vivir en la película La carretera, de John Hillcoat. “Creo que la consecuencia última de la futurofobia y del sistema neoliberal es el individualismo”, analiza. “Es la sensación de que si quieres trabajar en lo que te gusta, vas a tener que competir con el de al lado. Que si no me reciclo, y no cambio constantemente de trabajo, me voy a quedar atrás”.

Y advierte del peligro de que ese estado de crisis continua neutralice los cambios sociales. “En ese estado de crisis permanente postergamos muchas decisiones y tenemos la sensación de estar viviendo en un estado de pausa. Por ejemplo, cuando se propone una política feminista, enseguida aparece alguien diciendo, 'con la que está cayendo, esto no se puede hacer'. Todos los cambios de progreso se quieren posponer. Mi lógica es la contraria: es precisamente con lo que tenemos encima, cuando hay que poner en marcha ese tipo de políticas para terminar creando un mundo más justo para todos”. Hay que abandonar ese marco futurofóbico, ese miedo al futuro, reflexiona García Barnés, que reconoce no tener fórmulas, pero sí una brújula para provocar el cambio: “Ser más conscientes de por qué creemos lo que creemos, y por qué pensamos lo que pensamos, empezar a pensar por qué tenemos esas ideas preconcebidas, de dónde vienen y a quién sirven es un buen paso para deshacernos de ese inmovilismo, ombliguismo, cinismo e individualismo”.

AO

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