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OPINIÓN

Hay algo más lindo que ganar un Superclásico: ¡Volver a la cancha!

El festejo de River, después del 2-1 ante Boca, en el Monumental.

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Lo que siempre fue lo más importante hoy no lo es: perdón River-Boca, pero este domingo va por otro lado. Un equipo de fútbol son relaciones humanas, a veces familiares -una forma de encastrar vínculos entre padres e hijos, por ejemplo- y otras con amigos. Después de un más año y medio, el regreso a la cancha tambien es volver al ritual de la previa. Los partidos no empiezan en el minuto 0 sino en el humo del asado, cinco horas antes del supeclasico, o en las primeras cervezas del día, en casa o en los chinos de alrededores de la cancha.

Hay barbijos, pero igual hay abrazos -ya no saludos con el puño- con los amigos de la cancha, ese subgrupo de la vida. Hacía rato que no ocurría. Pasó más de un año y medio de nuestra última visita al Monumental y este regreso es una forma, también -y muy poderosa-, de entender que lo peor ya pasó.

Los hinchas de River más tarde querremos que Julián Alvarez la rompa, pero horas antes del partido solo brindamos por este volver a ser. Perdonen la primera persona pero a veces -y no son pocas- prefiero esas cervezas, sentados en un cordón o al lado de una parrilla, hablando de River o de nuestras cosas, que el partido en sí. 

Ya camino a la cancha, algunas hinchas visten camisetas de River en cuyos dorsales no están inscriptos los nombres de los jugadores actuales ni del pasado, sino de los hinchas que eran sus compañeros de cancha y murieron en la pandemia. Ahí figuran “Carlos”, en homenaje a un jubilado de 67 años que todos los partidos concurría a la tribuna Belgrano alta, y también de Ricardo, un hombre de 55 años que se sentaba en la San Martín. Venían a la cancha con sus hijos, amigos y ocasionales compañeros. ¿A cuánta gente conocemos solo de la tribuna, de mirarnos antes de un partido, saludarnos a la distancia y cruzar a lo sumo- un par de palabras de ocasión, pero aunque no tengamos ningún contacto por fuera de la cancha sabemos que al siguiente partido nos volveremos a ver? ¿Cuántos de esos faltarán hoy? ¿Habrán eludido a la pandemia? ¿Cuántos de los 115.000 muertos que hubo en Argentina iban a la cancha, eran futboleros?

Los que caminamos hacia el Monumental -y los que el viernes fueron a la cancha de Belgrano, y ayer a las de Vélez y Huracán, y en un rato a la de Racing- en cierto modo somos sobrevivientes. En esas camisetas en las que figuran los nombres de Carlos y Ricardo hay una desgracia familiar dentro de una fiesta colectiva pero también hay una forma de recordarlos, de homenajearlos, de que sigan presentes, de que también estén hoy aquí, caminando junto a nosotros, trepando a las tribunas.

Al fin, después de los molinetes -con la aplicación Cuidar descargada pero no solicitada por las autoridades-, le sigue la subida final por los 115 escalones hasta el pasillo interno de la centenaria alta, el lugar que antes le correspondía a los hinchas visitantes. En un lugar habitual de bufidos de panzones y no tan panzones -“Esta cancha está cada vez más arriba”, “cada partido le ponen más escaleras” o “vendamos a un suplente y pongamos ascensores”-, esta vez sólo está la algarabía del regreso a casa.

Hasta extrañábamos las lagunas de orina en los baños. Aquí siguen, omnipresentes.

Tras pasar por la boca de acceso, aparece la inmensidad del estadio. Allá abajo -aún más abajo por las refacciones que se hicieron en la pandemia-, se despliega la enorme alfombra verde de césped, ya sin la pista de atletismo a su alrededor. Los jugadores acaban de salir a la cancha se mueven a la espera del comienzo del partido y los carteles de publicidad en el perímetro del campo de juego llaman la atención con su bombardeo de luces. Acá arriba es un ambulatorio de fanáticos, la explosión de colores, las banderas colgadas, los ruidos multiplicados y algunos papelitos que se sostienen en el aire como si desafiaran la ley de gravedad. 

Hay gente que se emociona, que llora, que se abraza. Es una forma de ponerle punto -aparte o final- a la pandemia. A los que no los jodió la salud los arruinó económica o socialmente. Lo que sigue será una exhibición de River, un padecimiento de Boca y un show de Álvarez pero, esta vez, será lo de menos. 

Hay algo más lindo que un superclásico: que los hinchas volvamos a la cancha.

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