Sábado 6 de febrero, tres llamadas perdidas: 12.43, 12.45, 12.49. Y un último mensaje: “No me vas a atender???” . Ese día publicamos un reportaje a Claudio Belocopitt. El título de la nota era y sigue siendo “A mí no me da culpa ser millonario”. Es una declaración suya, algo que dijo durante la nota y no fue “al pasar”, sino la respuesta concreta a una pregunta concreta que fue puesta en contexto. En épocas de reflexiones pensadísimas, de media training y de narrativas prediseñadas, esa declaración de Belocopitt era valiosa, honesta e iba a contramano del discurso dominante.
El de las llamadas perdidas (y quien dio por hecho que no quería atenderlo) era la persona que organiza su agenda de entrevistas y con quien coordiné la cita. Sin atenderlo supe que estaba muy enojado. Lo cierto es que no lo atendí porque uso el teléfono en silencio y al momento de sus llamadas, yo estaba preparando el almuerzo.
Por supuesto le devolví el llamado. Por supuesto fue una conversación áspera y por supuesto no nos pusimos de acuerdo. Corté. A mí el asunto me dejó rumiando: él no había hablado con Belocopitt, pero daba por sentado que el título “no era necesario” y me trasladaba a mí un problema que él quizás tendría, pero que decididamente no era un problema que había tenido antes de insistir con el teléfono. Una dificultad de esta época, que excede al mundo empresarial: a veces hay demasiados intermediarios.
Entendí su molestia porque se trata de su trabajo. Lo que me cuesta es por qué la palabra “no”, seguida de “culpa” y “millonario” en un textual devenido en título le generaba ese enojo. Le había mencionado, en la charla al teléfono, que en la revista Forbes, las notas a Belecopitt aparecen agrupadas en una pestaña con el nombre “Millonarios”. No hubo caso: yo era “una mala leche”. Esa tarde recibí el mensaje de un empresario, amigo íntimo de Belocopitt, que nos felicitaba por dar esa nota. No supe bien qué responder. Este laburo, además de ingrato, puede ser confuso.
¿Querés leer la entrevista a Claudio Belocopitt? ¡Click acá!
El periodista Martín Caparrós escribió un artículo titulado El kiwi contrataca. Se publicó en el libro Cada mesa, un Vietnam. Sobre el oficio del periodismo (JDB, 2017). En un tramo del texto nos invita a ponernos en “modo esponja”. Copio y pego: “Nunca deja de maravillarme el privilegio de que personas me cuenten sus historias, sus vidas; nunca deja de sorprenderme la cantidad de cosas que tantas personas pueden contarte si te ven dispuesto a escucharlas. Hay pocas cosas que las personas quieran más que alguien que los escuche”. Y ahí estaba Belocopitt, un hombre que se hizo a sí mismo, siendo sincero. El privilegio es extensivo a los lectores y las lectoras.
Hace una semana, Claudio Belocopitt habló en La Inmensa Minoría, el programa conducido por Reynaldo Sietecase en Radio con Vos. La entrevista era pertinente: surfeamos la segunda ola de Covid-19 y Belocopitt, entre otras actividades, es dueño de una prepaga y de varios sanatorios, además de presidente de la Unión Argentina de Entidades de la Salud. Es, en resumen, la voz de la medicina privada en la Argentina.
Sietecase, entonces, le pregunta a Belocopitt como “le cae” el tratamiento que le da Viviana Canosa al tema salud en América TV, canal del que es, en parte, dueño. Y Belocopitt dice algo espectacular, algo que debería ser tomado en cuenta en las redacciones, los talleres y las escuelas de periodismo.
Transcribo la desgrabación: “Los invitados (al programa de Canosa) tienen que ser invitados que tengan algo que perder en su declaración. Porque si alguien no tiene qué perder y va para tener diez, quince minutos de fama… ahí entramos en un problema”, dice Belocopitt.
“Que el invitado tenga algo que perder en su declaración”: rumeo, me quedo ahí, permanezco.
El otro día me preparé unos fideos, que ya aprendí a hacer, y casi les pongo óleo en vez de tuco. La convivencia con la pintura es muy brava, sobre todo porque no sé quién va a ser transformada, si ella o yo.
Marta Minujín.
— De Tres inviernos en París. Diarios íntimos (1961-1964).
0