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Ensayo general Opinión

Las intimidades del saber

Tamara Tenenbaum Ensayo general rojo

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Empecé a leer Egreso: sobre comunidad, duelo y Mark Fisher de Matt Colquhoun con la actitud con la que suelo acercarme, desde chica, a los libros de teoría: el lápiz en la mano, la posición vertical, la cabeza fría. Es verdad que el título ya hablaba del duelo, pero pensé que lo haría con cierta distancia: utilizando como punto de partida el duelo por la muerte de Mark Fisher (amigo y maestro de Colquhoun) para hablar de un duelo genérico, conceptual, de la muerte del otro como un lugar que nos conecta con una cosa o con otra, que nos sirve para pensar una cosa u otra. Colquhoun habla, en efecto, de la muerte del otro, y se vale de su experiencia con la muerte de Fisher para pensar, pero no para ir más allá, o como punto de partida. En Egreso no parece haber un más allá de la muerte de Fisher, y esa muerte no puede ser un punto de partida porque un punto de partida es algo que se abandona para llegar a otra parte. Egreso tiene la emotividad de los mejores textos de Levinas y Derrida sobre la muerte, y tiene algo más quizás: una valentía inusual para sumergirse en la pregunta por el sentido del suicidio Y, más aún, del suicidio de un pensador cuya obra estaba surcada por la relación entre el capitalismo y las emociones, un autor que abrazó en su pensamiento la negatividad que el capitalismo quería negar y esconder. ¿Cómo se lee la obra de Fisher hoy a la luz de su muerte? No hay respuestas definitivas, pero decir que autor y obra son asuntos separados sería un atajo que Colquhoun elige no tomar.

Decía que empecé a leer el libro como, en general, me siento a leer la teoría, en mi silla, con hábito corporal de estudiante, pero a medida que fui avanzando mi cuerpo se fue relajando en la actitud de la novela. Me empecé a interesar, entonces, antes que por los conceptos o a la vez que por los conceptos, en lo concreto de esa muerte y de la comunidad fundada o recordada por esa muerte: una comunidad de amigos pero ante todo una comunidad académica. En la escena que abre el libro, un grupo de estudiantes de posgrado en Goldsmiths estaba en la biblioteca escribiendo unos trabajos que debían entregar el martes siguiente cuando se enteran, vía twitter, de la muerte de Fisher. Intentan seguir con sus textos, hasta que sencillamente se ahogan en la pregunta: ¿qué sentido tiene ahora?

Recordé a mis compañeros de estudio, gente con la que no compartíamos salidas por fuera de la facultad pero que ahí adentro eran tu familia: gente con la que me he gritado más enfurecidamente que con cualquier pareja por cuestiones tan estrambóticas como la imposibilidad lógica del relativismo cultural o la sustentabilidad de un socialismo democrático. No soy de gritarme con los novios ni con los amigos, a mí me gusta gritarme nada más para hablar de ideas, a todo el resto de la gente prefiero decirle que sí a todo. Imaginé a mi grupo de filosofía política, los cinco o seis que nos juntábamos sábado a la mañana por medio en Puan, con resaca o sin dormir, a discutir papers que habíamos elegido nosotros sin plata y sin objetivos; nos imaginé ante la noticia de la muerte de uno de nosotros, que duele porque es la muerte de un amigo, pero también duele de una manera particular, por las discusiones que ya no serán, los argumentos que ya nadie podrá esgrimir porque solo se le iban a ocurrir a él. Es poco importante que ninguno de mis compañeros de grupo fuera, como lo fue Fisher, uno de los pensadores más importantes de su época. En las comunidades académicas, todos somos lo más importante de la época de alguien.

Y justo cuando me estoy por enamorar de esta historia me acuerdo del libro que estoy traduciendo, Complain!, el que escribió la filósofa Sara Ahmed a partir de su decisión de renunciar a su cargo en Goldsmiths (además de ser la universidad en la que trabajaba Fisher, es uno de los centros de pensamiento progresista más prestigiosos de los últimos años) luego de que la universidad manejara mal, según ella y un grupo de estudiantes, una serie de denuncias por acoso sexual. Pienso muchas cosas: primero, que todas las comunidades son amor y conflicto, reunión y guerra. Segundo, que a veces en el libro de Ahmed puedo leer, en algunos testimonios sobre todo, la sensación de que todo sería más fácil si los ámbitos académicos pudieran volverse limpios, si lo laboral pudiera evitar mezclarse con lo personal, si nunca termináramos hablando de conceptos en el bar o de sexo en la biblioteca. Y yo creo que eso no es deseable ni posible: la vida que tenemos que aprender a administrar es esa en la que el saber siempre es necesariamente intimidad, esa vida en la que todo está mezclado, el afecto y el debate, las ideas y los cuerpos.    

 

TT

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