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Qué ver en Netflix Crítica
Lady Chatterley vuelve a erotizarse en un film envuelto para regalo de la mirada

Emma Corrin y Jack O'Connell, en la versión de Netflix

Moira Soto

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DH (David Herbert) Lawrence -talentoso novelista, pensador visionario, poeta, también pintor- conoció la censura y el rechazo a lo largo de su corta (1885-1930) pero frutífera vida, signada por su pasión de viajero curioso de otras culturas. De Australia a México, visitó y permaneció en territorios dispares a pesar de la frágil salud que sufrió desde niño en Eastwood, Inglaterra, hijo de un minero jaranero y bebedor, y de una madre cariñosa, maestra de escuela que lo alentó a seguir estudios en la universidad de Nottingham.

Muy pronto, a los 20 empieza a escribir su primera novela, que terminaría a los 26, El pavo real blanco (editada localmente por Adriana Hidalgo), a la que seguirían -entre otras ficciones- Hijos y amantes (1913), El arcoíris (1915), El zorro (1922), Mujeres enamoradas (1920). Y obviamente, El amante de Lady Chatterley,  escrita entre 1925 y 1928, en tres versiones: la segunda suele ser la más apreciada entre los especialistas; la última y definitiva publicada primeramente en Florencia, 1928, la compuso mientras pintaba en la Toscana cuadros que incluían desnudos de hombres y mujeres triscando felices. Tanto la novela como las pinturas fueron prohibidas por obscenidad, amargando los dos últimos años de DHL, enfermo de tuberculosis que, igualmente, tuvo ánimos para preparar una autodefensa.

Aparte de la archifamosa El amante… -varias veces llevada al cine y a series de tevé, generadora de ensayos como Amar a Lawrence (Anagrama) de la polémica escritora francesa Catherine Millet- otras novelas del autor inglés fueron adaptadas a la pantalla con variada suerte: entre las más logradas, El zorro (1967) y Mujeres apasionadas (1969). En cuanto a la más conocida de sus obras, acaso la reescritura cinematográfica con mayores aciertos sea la que hizo en Francia la directora Pascale Ferran en 2006, basándose en la segunda versión titulada en el original John Thomas and Lady Jane, nombres que en la intimidad reciben, respectivamente, los genitales del guardabosques Parkin y la señora Chatterley. Versión esta publicada por vez primera en Italia, 1954, por Mondadori. Vale mencionar que, en primera instancia, Lawrence pensaba titular su libro Tenderness…

Reconciliando cuerpo y espíritu

Lady Chatterley, tout court, tituló Ferran su hermosa película hecha con ternura y fineza, que ganó varios premios César (el equivalente francés del Oscar, pero siempre más exigente). El protagónico es de ella, la joven Lady Constance que va despertando progresivamente al placer sexual y a la pasión amorosa junto al guardabosques de la enorme propiedad de Sir Clifford -el marido incapacitado por heridas de guerra-acompañada la pareja por la naturaleza. Desde la primera escena, cuando Connie contempla desde una ventana del castillo el paisaje exterior mientras que su marido la ignora conversando con sus amigos, se percibe la soledad y la opresión de la mujer, que languidece atendiendo a ese hombre petulante. 

Pero alguna ficha le cae a Connie cuando va a llevarle un mensaje a Parkin (Mellors, en la tercera versión) y al abrirse camino entre las plantas para llegar a su cabaña, ve la espalda, solo la espalda desnuda del hombre que se está lavando. Ella intercambia breves palabras con el hosco guardabosques. Por la noche, antes de ponerse el camisón se mira desnuda en el espejo, comienza a redescubrir su cuerpo. 

Los encuentros con Parkin se suceden pautados por las estaciones. En el invierno, Clifford ya tiene una asistente que lo cuida tiempo completo. Connie abre la tranquera, va hacia el bosque en pos de junquillos, se acerca a la cabaña cansada, se queda dormida en un sillón.  Y empieza a volver a diario al territorio de Parkin, el ermitaño que de a poco se va ablandando: le muestra dónde anidan los pájaros, le enseña los pollitos recién nacidos y le alcanza uno que ella toma en sus manos sin poder contener las lágrimas, pensando en el hijo que desea y no puede tener. Él trata tímidamente de confortarla, ella no se resiste, él la invita a entrar. Vestidos, en el suelo donde Parkin extiende una manta, sin besarse, sin prolegómenos, tienen sexo por primera vez.

Seis encuentros sexuales van marcando el relato. Seis encuentros que van dando cuenta del entendimiento creciente de los cuerpos, de los primeros besos, del agradecimiento de ella, también de las sospechas de él de ser usado como un semental… Sin apuro, pero con una tensión narrativa que no decae, se asiste al aprendizaje de Connie que finalmente puede tantear, explorar el cuerpo masculino una primera noche completa de amor en la casa de él. Y al día siguiente, el juego gozoso en el bosque, bajo la lluvia de verano. Si hay una historia de dominación cruzada, declaró la directora a la hora de estrenar, social por parte de ella, de varón de la época sobre la mujer, en la desnudez y en lo lúdico ellos se igualan.

Pascale Ferran no intentó demostrar la tesis de que el amor es más fuerte que las barreras sociales: más bien prefirió concentrarse en el nacimiento y la afirmación de una pareja: “Del amor como posibilidad de acceso a una verdad íntima. De cómo a partir de la atracción de dos cuerpos -a la que todo se opone- algo puede ponerse en marcha. Y de qué modo este proceso de amar no es otra cosa que el aprendizaje de otras maneras de pensar. El encuentro de una lengua común. La invención de una forma de confianza, la aceptación de un abandono mutuo”.

El camino iniciático que hace Connie no se reduce a la ampliación de sus sentidos, de sus emociones: su inteligencia despierta y abierta la lleva a preocuparse por la situación de los trabajadores de la mina de su marido, a interesarse en el socialismo, a discutir con el pedante Clifford la idea de que unos seres han nacido para mandar y otros para obedecer. Por otro lado, valora la sensibilidad de Parkin cuando llora (“¿Por qué crees que es un defecto? Deberías estar orgulloso”), y así logra que él acepte el dinero que le ofrece para comprar una granja sintiéndose no humillado sino libre.

Hay que decir que Pascale Ferran encontró en Marina Hands a una intérprete soñada. Y lejos de buscar un galán apolíneo, eligió para el guardabosques a un actor teatral tardío, que nunca había filmado, Jean-Louis Coullo’ch, de aspecto algo tosco: “Necesitaba un cuerpo arcaico, terrestre. Como filmamos cronológicamente, se fue abriendo a medida que avanzaba el rodaje, a semejanza de lo que sucede con su personaje”.

Connie último modelo

Casi todo lo contrario de lo dicho sobre la realización de Pascale Ferran ocurre en el estreno de Netflix de este mes: El amante de Lady Chatterley, basado como quedó dicho en la última versión, con cambios respecto de la segunda hechos por el autor, y ahora con retoques que tergiversan por parte del guionista David Magee. En esta producción reluce un esteticismo clipero con rayos de sol que atraviesan los interiores y filtros vaporosos azulados en exteriores, profusión de desnudos frontales para desplegar el aerobismo sexual en el verde, con movimientos evidentemente coreografiados de los amantes a los sones pianísticos de Isabella Summers.

Una versión en cierto modo, aunque mejorada, de la que realizó en 1980 Just Jaeckin, el exitoso director softporno de los años ’70 (Emmanuelle, Historia de O), con la bonita pero inoperante actriz Sylvia Kristel. O sea, un erotismo posado, de fórmula claramente comercial, envuelto en celofán. Tan calculado, aunque no tan lamentable como las 50 sombras ya saben de quién.

No existe aquí despertar y expansión de los sentidos de Connie, muy despabilada desde el vamos (es verdad que la chica proviene de una familia escocesa algo bohemia y que ha tendido contactos culturales gracias a viajes y amistades). Entonces, en esta adaptación se excluye el recorrido transformador en lo sexual, lo amoroso, lo social (el guapo Jack O’Connell está a años luz de parecer un rústico guardabosques, por más que en la guerra -la Primera, claro- pudo ascender de categoría militar), y en lo político. Transformación paulatina en el original  que vuelve creíble, factible la propuesta de Lawrence de reconciliar cuerpo y espíritu.

Porque la Connie de DHL enfrenta el desprecio de su clase y también de la gente del pueblo, reniega de todas las ventajas de la riqueza, defiende la situación de los trabajadores, le disgusta la propuesta de su marido de tener tratos sexuales con alguien de su nivel para lograr heredero. Y es relativamente improbable que la nueva Connie esté leyendo en esta recreación El fin del viaje (aparecido en 1915) de Virginia Woolf, pero sin duda es francamente inverosímil que el guardabosques tenga a Joyce en un estante, por más que haya alcanzado el grado de oficial en la contienda que terminó hace poco.

Casualmente, también es francesa la directora de esta nueva entrega de El amante…: Laure de Clermont-Tonnerre (responsable del film Mustang, 2019, y de algunos capítulos de Mrs. América), que, un punto importante a favor, contó con la presencia de una actriz radiante de vitalidad y encanto, Emma Corrin (The Crown), actualmente haciendo en teatro, en Londres: una relectura del Orlando, de Woolf, muy elogiada por la crítica. Y en el rol de la comprensiva cuidadora del terrateniente voraz, la excelente Joely Richardson, que interpretara a la propia Lady en la miniserie de 1993 que dirigiera Ken Russell.

Para sumar a la filmografía que ha inspirado Lawrence, cabe mencionar Priest of Love (1982), film biográfico sobre el gran escritor que incluye sus pinturas prohibidas, con el magnífico Ian McKellen de protagonista, que ha sido relanzada en DVD en Gran Bretaña y los Estados Unidos.

MS

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