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teatro

Lorca, el teatro bajo la arena

Lorca. El teatro bajo la arena, una obra que sigue reforzando el romance entre el poeta y la Argentina.

Moira Soto

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Devoción constante que ya cuenta con más de un siglo, Buenos Aires siempre tiene en cartel uno, dos, tres espectáculos que lo llevan -con mayor o menor acierto- a reencontrarse con este queridísimo autor, ya con versiones de sus obras, ya con recitales de sus poemas, ya -incluso- con alguna descarada tergiversación -sin embargo exitosa- en el circuito comercial. 

Este perenne romance explotó cuando el poeta y dramaturgo viajó a esta ciudad, donde su amiga Lola Membrives estaba presentando en el Maipo con resonante suceso Bodas de sangre, cuatro meses después de su estreno absoluto en Madrid. El marido empresario de la legendaria actriz lorquiana invitó a Federico -entonces director del teatro universitario La Barraca, que difundía obras del Siglo de Oro para públicos populares- a venirse a esta Buenos Aires que lo abrazaría con fervor entre octubre de 1933 y marzo de 1934 (con breves incursiones en Rosario y Montevideo). La gente teatrera amante de su literatura acudió en masa a conferencias y lecturas de poemas, en tanto Bodas… proseguía enamorando ahora en el Avenida, y se estrenaban obras anteriores del increíblemente talentoso escritor granadino, además pianista y dibujante. Sin duda, esa concurrencia respondía a “ese magnetismo al que nadie podía resistirse”, según escribió Luis Buñuel en su autobiografía Mi último suspiro (1982, reeditada por Taurus): “Él leía divinamente sus poesías. Podía leer cualquier cosa, y la belleza brotaba de sus labios (…). De todos los seres vivos que he conocido, Federico está primero. La obra maestra era él. Le debo más de todo cuanto podría expresar”. Palabras del cineasta creador de tantas obras maestras, que fue compañero de Lorca en la mítica Residencia de Estudiantes madrileña.  Palabras que reafirmaba la gran actriz María Onetto a esta cronista, cuando interpretó a Angustias en La casa de Bernarda Alba, en 2002, bajo la dirección de Vivi Tellas: “Lorca tenía algo muy moderno: la idea de convertir la propia vida en una obra de arte que es muy actual, muy foucaltiana”.

En el hermoso Hotel Castelar de la avenida de Mayo que lo albergó tanto tiempo, se conservaba intacta la habitación 704, que había ocupado, hasta que llegó la pandemia determinando el cierre de ese edificio sin que nadie, que se supiera, moviese un dedo para salvarlo como patrimonio cultural… Pero Lorca sigue presente pospandemia en los escenarios porteños, incluso a través de  obras menos conocidas (el año pasado, Carlos Di Lorenzo se atrevió con una adaptación de El público; y este 2023 continúa atrayendo una muy interesante versión de Bernarda Alba, firmada por Alfredo Martín, titulada Un mar de luto, con elenco masculino y descollantes actuaciones de Marcelo Bucossi y Oski Ferrero). Entre tantas bernardas que han pasado por la cartelera, merece ser citada la puesta de Alejandra Boero en el San Martín, 1977, plena dictadura, con María rosa Gallo encabezando. Graciela Araujo, integrante del elenco, declaraba hace pocos años a la revista digital Damiselas en apuros: “Ningún censor advirtió que estábamos haciendo un espectáculo contra la represión. Terminábamos todas en posición fetal y María Rosa daba ese grito terrible: ¡Silencio!”.

Bernarda, Mariana, Antoñito y otros personajes

Precisamente, La casa de Bernarda Alba es una de las piezas de FGL que se representan parcialmente en Lorca. El teatro bajo la arena, admirable espectáculo que se presentó en 2022 en el Cultural San Martín, en el ciclo Invocaciones durante una temporada acotada. Pasó luego a El Portón de Sánchez, siempre a sala llena, repuso en dicho espacio este año y bajará a fines de junio, para retomar en octubre y noviembre, por el momento. Puesto que el público no parece dispuesto a soltarla, y esta vez tiene toda la razón ya que se trata de un tributo sorprendente, rebosante de amor al poeta, de humor y emoción, elevada calidad en todos sus rubros y de una libertad tan zarpada que habría encantado a Federico, el poeta homosexual que tanto apreciaba a las mujeres.

Protagonistas casi absolutas de su producción teatral, en la vida real las mujeres fueron estimadas, comprendidas, defendidas por Lorca, que tenía clara conciencia de las diversas formas de opresión que sufrían en todas las clases sociales. Quiso mucho a sus hermanas Concha e Isabel, a sus primas, a Encarnación López, La Argentinita a quien acompañaba estupendamente al piano. Y algunos personajes femeninos execrables de sus obras deben ser leídos a la luz de su enfoque crítico, relacionado con la abusiva sujeción de la mujer, vistos como representantes del orden establecido, al tiempo victimarias y víctimas de la misoginia coercitiva, surgida en gran parte de la doctrina de la Iglesia Católica oficial que era rechazada por el gobierno de la República, con el que FGL se comprometió.

Amén de las obras “irrepresentables” que se citan y recitan en Lorca. El teatro bajo la arena, vale anotar que el poeta, poco antes de ser asesinado por las fuerzas franquistas en 1936, a los 38, estaba trabajando en proyectos con fuertes personajes femeninos, figuras bíblicas de la talla de las hijas de Lot, Dalila y Judith. Antes de su trágica muerte, dejó listo el primer acto de Los sueños de mi prima Aurelia, homenaje a su adorada compañerita de infancia, tan amiga de recrear la realidad. Asimismo, en sus inabarcables planes figuraba un título: Las monjas de Granada, probablemente referido a las congojas de su madre Vicenta, internada en un convento donde los niños pobres eran humillados con ausencia de mínima caridad cristiana. “Porque las mujeres son más pasionales, racionalizan menos, son más humanas”, respondió cierta vez Federico en una entrevista, cuando se le preguntó por qué había tantos personajes femeninos importantes en sus obras. 

En Almería, en una plaza de toros desafectada…

Rara vez en una sala alternativa se puede valorar una escenografía total, estéticamente tan sugerente, estilizada, funcional -mérito grande de Rodrigo González Garillo-. Nada más entrar a la sala hay clima de plaza de toros con esa forma de anfiteatro que evoca el teatro griego: semicírculo, vallas curvas que dejan entrever las graderías, una puerta vaivén por donde entran los toros, luz cenital, música a todo volumen. Pero ya no hay fiesta taurina en este lugar de Almería, los antiguos empleados hacen mantenimiento y recitan “lo que gustéis” de Lorca en conferencias y otros eventos alusivos. Casi toda su obra porque ellos y el asistente de una catedrática petulante, tendrán una epifanía al leer unos de los textos menos llevados a escena, más osados y ambiciosos de Federico.  

Los empleados o monosabios -uno, Curro, andalú hasta el caracú; el otro, Mojamé, de sangre mora- limpian, repasan, acomodan casi en plan de comedia musical con sus ridículos uniformes color turquesa. El sentido de su trabajo actual es recitar con fruición a Lorca, cada uno con su acento. Pero llega el adjunto de la conferencista Elena, apocado, como cohibido (extraordinario Manuel Attwell en un papel muy difícil de sostener), y el panorama de los trabajadores -inefables Agustín Gagliardi y Nicolás Levin- empieza a ensombrecerse. Aparece Elena, camisa y pantalón austeros, un bastón porque camina con dificultad (soberbia Claudia Cantero en su exacerbado autoritarismo) y los pobres monosabios ven achicarse su ilusión de declamar a Lorca. Elena, aunque se lleva el mundo por delante -incluido su sumiso adjunto- les dora la píldora a Curro y Mojamé hablándoles de su gusto por los toros, del diestro Montoliu, cuyo corazón fue atravesado por los cuernos del toro, cuya efigie está en la entrada. Pero no cede en cuanto al recitado. Y de pronto irrumpe, airosa y contoneante (descacharrante actuación de María Inés Sancerni), de rojo y negro, altos tacones, una mujer que viene a reemplazar a un tal García Manzano. Furia de Elena que la increpa: “¡Mariana Pineda!”. Sí, la recién llegada se llama como una heroína un tanto desdibujada de Lorca, que se arriesga por las convicciones de su amado.

Obvio que hay cuentas pendientes entre la sabihonda intransigente y la improvisada sexy que hace un reemplazo y estudia a Joan Brossa. Una tensión que crecerá a lo largo de la obra, un duelo que desnudará un deseo subterráneo, donde se disputarán saberes sobre Lorca: Mariana exaltando las obras “irrepresentables” de Federico, sobre todo El público que ella, los monosabios y el adjunto leerán frente a los espectadores dejándose tomar por la audaz propuesta de la pieza (que en España fuera interpretada en 1987 por Alfredo Alcón, que también actuaría en Haciendo a Lorca, nada menos que con Nuria Espert, y luego andaría garbosamente años Por los caminos de Federico, para no mencionar aquel memorable Llanto recitado en el Luna Park, apenas con una capa negra y Julio Bocca que lo rondaba coreográficamente).

Así en esta obra tan hermosa de Laura Paredes y Mariano Linás, dirigida por la primera, donde se menciona, se recita o se actúa a Antoñito el Camborio, a Bernarda Alba, a Mariana Pineda, etcétera, pero no al Llanto por Ignacio Sánchez Mejía (que, claro, es aludido por el ámbito taurino), hacia el final, cuando el Lorca vanguardista ha hecho mella en los personajes masculinos, cuando se han tocado verdades íntimas y se han desenmascarado secretos profundos, emerge el traje de luces del torero Montoliu que estaba guardado; también la “cabeza de oscuro Minotauro” que vio Federico García en Ignacio muerto. Hay una asunción extrema de la propuesta lorquiana que conduce a una inmolación. Y una parte de Poeta en Nueva York se convierte en cante jondo frente a la sala trémula de emoción. A la salida, en sones de pasodobles propia de la fiesta brava, pueden resonar aquellos breves versos del poeta veinteañero, titulados Deseo

El corazón caliente,

Y nada más.

Lorca. El teatro bajo la arena, los jueves a las 21 en El Portón de Sánchez, Sanchez de Bustamante, hasta el jueves 29 de junio. Repone en los meses de octubre y noviembre

 

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