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Segunda ola
Entre el aumento de la comida y el aislamiento, unos 10 millones de argentinos van a comedores

Un comedor de Barrrios de Pie.

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El encarecimiento de los alimentos en lo que va del año ha impedido que la asistencia de personas a los comedores populares retornase al nivel prepandémico. A principios de 2020, unos 8 millones de argentinos iban a los merenderos a buscar comida y en el peor momento de la cuarentena estricta del año pasado llegaron a ser 11 millones. A fines de 2020, con la reactivación económica, la cantidad bajó a 10 millones, pero se estabilizó en ese nivel porque los ingresos laborales resultan insuficiente para pagar productos cada vez más caros, según reconocen en el Ministerio de Desarrollo Social. En las últimas semanas, con el regreso de las restricciones, aun con los últimos días de confinamiento rígido, la demanda se mantuvo intensa, a pesar del aumento del monto y de la cobertura de la tarjeta Alimentar. Incluso en algunos comedores la asistencia aumentó.

En Desarrollo Social aún no tienen las cifras de cuántas personas fueron a los merenderos en esta semana de regreso al aislamiento. Sin embargo, no esperaban una afluencia mayor dado el pago de la tarjeta Alimentar el pasado día 21, el hecho de que el cierre total sólo duró tres días hábiles y porque muchos trabajadores informales igual salieron a changuear para subsistir en el día a día.

En el Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), que lidera Juan Grabois, mantienen 15 ollas populares en la sede de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP) en el barrio de Constitución. Allí, entregan entre 2.700 y 3.000 raciones los mediodías de los lunes, miércoles y viernes. Esta semana la asistencia “no cambió mucho, pero desde la pandemia se estancó en un piso complicado”, cuentan en el MTE.

En el Movimiento Evita admiten que “en las últimas semanas hubo aumento de la demanda” en sus comedores. “Tiene que ver con la época de frío y con la inflación. Cerca de las fechas de cobro de los programas sociales y la tarjeta Alimentar, hay menos demanda. A fin de mes, se complica más”, describen en el Evita, donde destacan además que la ciudad de Buenos Aires y Misiones comenzaron a vacunar a las trabajadoras que “paran la olla”, es decir, las que sostienen la actividad de los comedores.

Norma Morales, dirigente del oficialista Somos Barrios de Pie, le mandó a elDiarioAR un texto que ella tituló “Termómetro Barrios Populares”: “Nos preocupa ver nuevamente largas filas de familias enteras en las puertas de los centros comunitarios, retirando su recipiente de plástico de comida , sus botellas de chocolatadas calientes... Doña Clari, doña Elsa, también preocupadas de cómo llenar esas ollas. El otro día cocinaron guiso de lentejas para 300 raciones, pero en el registro diario decía que son 500 que tienen que entregar. Entregaron las 500 de ese riquísimo guiso de lentejas, pero con menos nutrientes, menos proteínas, menos verduras. En los barrios populares, donde no hay agua potable, no hay cloacas, no hay veredas, no hay un tendido de red eléctrica, no hay servicios básicos para vivir, se hace cada vez mas difícil sobrevivir en estas condiciones, y agregado a esto la pandemia. ¿Qué enseñanza nos dejó la pandemia en los barrios populares? Pudimos fortalecer una comunidad organizada. El presidente Fernández nos remarca siempre que nadie se salva solo y ese lema lo ponemos en práctica todos los días acompañando a nuestros adultxs mayores, garantizando lo alimentario. Nos preocupa mucho el incremento de los precios de los productos que consumimos a diario: leche, pan, pollo. Ya no compramos un kilo de carne picada o de pollo. Hoy estamos comprando $ 200 de carne picada, $ 300 de alitas de pollo. No podemos estar pagando un kilo de asado a $ 800. Somos un país donde las vacas son argentinas, pero hoy es un privilegio comerlas. Otro escenario que cada vez crece más son las ferias barriales y los nodos de trueque, donde se canjea azúcar por ropa”. Morales destaca la asignación universal por hijo (AUH) y la tarjeta Alimentar, pero reclama profundizar las políticas para que las cooperativas populares produzcan yerba mate, verduras o frutas. Ella alerta que las carencias se extienden a lo educativo en tiempos de clases virtuales: “Una de las demandas con prioridad en nuestros barrios es el tema de la conectividad y la falta de equipos, notebook, celular. A través de un relevamiento que hicimos desde el área educación pudimos sistematizar los datos de las encuestas: el 80% de los jóvenxs dejaron de participar de sus clases escolares”. Morales también señala la escalada de violencia de género en la pandemia.

En Barrios de Pie Libres del Sur, la rama opositora al Gobierno, su máxima referente, Silvia Saravia, sostiene que la demanda en los comedores fue “dispar” esta semana. “En el área metropolitana todavía no hay incremento generalizado, pero en La Plata sí hay un aumento evidente”, alerta Saravia.

En la Iglesia católica también detectan mayor asistencia a sus comedores. El sacerdote Rafael Velasco, provincial (jefe) de los jesuitas argentinos, cuenta que en el último mes y medio debieron reabrir un merendero en San Miguel para repartir 150 porciones diarias, mientras que en San Francisco Solano (Quilmes) aumentaron la cantidad de raciones de 150 a 200.

Analía Maciel, de la asociación comunitaria Donaciones Haedo, asiste a 46 comedores, a donde van 5.100 niños. “Existe una demanda elevada de polenta, carcaza de pollos o zapatillas. En los últimos tiempos se sumaron pedidos de leche, remedios o un lugar para vivir. En varios comedores cada mes llega un nuevo comensal: el que no puede ir a trabajar porque lo bajan del colectivo, el que tiene un mango y lo usa para pagar servicios y no le queda nada más. Hay hambre, ¿y dónde es el lugar a recurrir? La olla del barrio”, cuenta Maciel.

En la agrupación Los Andes Solidario, del club de Lomas de Zamora, Fernanda Aguirre explica que el censo de los comedores a los que ayudan se mantiene, “pero lo que se ve es más gente cirujeando”. “Cuando estaba todo abierto, la gente se iba arreglando. El tema es ahora que empiezan a cerrar (actividades) y empieza el frío”, advierte Aguirre.

En Campana, en el barrio San Cayetano, la vecina Karen Ramírez lleva adelante el comedor Rayito de Sol. “Más gente viene porque no se puede salir a hacer changas. Está más difícil conseguir cosas para sustentarse”, cuenta. Ella atiende a 96 personas. Tiene una lista de espera de 120, de los cuales 30 se sumaron en la última semana.

En Tigre, en el barrio Troncos del Talar, una enfermera, Mercedes Troyas, puso hace cuatro años en su casa un merendero y lo bautizó El Chabito, por su nieto fallecido. Esta semana se agregaron cinco familias asistidas y ya totalizan 48. “Se sumó gente que no puede salir a trabajar por la restricción”, cuenta Mercedes.

“La demanda es continua”, describe Manu Lozano, líder de la Fundación Sí, que asiste a 435 comedores, entre otras tareas solidarias. “Es imposible sentir la variación en estos días”, aclara. Lo que es evidente es que más millones de argentinos se han tenido que acostumbrar a llevar un recipiente de plástico al comedor del barrio para sobrevivir.

AR

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