Frente a los ataques del Gobierno, el cine argentino encuentra refugio en el Festival de San Sebastián

El pase de factura para la insólita cruzada del gobierno de Javier Milei contra el cine argentino no se hizo esperar en la edición número 73º del Festival de San Sebastián. En la ceremonia de inauguración llevada a cabo en el imponente Auditorio Kursaal, Santiago Mitre, Daniel Hendler y la productora Agustina Llambí Campbell resaltaron las características de una crisis inédita: los recursos para producir que asegura una ley que costó mucho trabajo crear y aprobar (y que ha sido tomada como modelo en muchos otros países del mundo) existen. Y la articulación entre productores privados y el Estado venía funcionando muy bien. Pero en su afán por generarse enemigos imaginarios, Milei puso al frente del INCAA a un economista sin ningún contacto previo con el mundo del cine solo para paralizarlo y, lo que es más extravagante aún, jactarse de ello.
José Luis Rebordinos, el director de este festival donde el cine argentino viene ocupando un lugar muy destacado en los últimos años, advirtió más de una vez sobre la insensatez de esa “política”, si es que se la puede definir de ese modo. En ese sentido, la actitud de Rebordinos ha sido ejemplar: apoyar a una cinematografía con mucha tradición que está siendo despreciada, dándole ese espacio significativo, es de verdad una política activa que valoriza su gestión.
Consciente del alcance que puede darle a su rol, Rebordinos también habló sobre un tema de agenda internacional sobre el que tiene sentido que se haya pronunciado porque, como él mismo remarcó, un festival de cine de esta magnitud “es un altavoz”: el desastre humanitario que está provocando el salvaje asedio militar del gobierno de Benjamin Netanyahu a Gaza. En San Sebastián el tema está muy presente: hay banderas palestinas colgadas en muchos balcones de los edificios de la ciudad y varios puestos callejeros que recaudan fondos para ayudar a los civiles palestinos, víctimas de una agresión brutal.

En la ceremonia inaugural estuvieron también Pedro y Agustín Almodóvar, la productora española Esther García, homenajeada con justicia por su vasta trayectoria, la famosa actriz francesa Juliette Binoche, que presenta en esta edición su primer largo documental como directora, y el brasileño Walter Salles, premiado por Fipresci, asociación que nuclea a críticos de todo el mundo.
Terminado el acto, se proyectó 27 noches, película argentina dirigida por Daniel Hendler elegida para la apertura de la competencia oficial por la Concha de Oro, el premio más relevante del festival. El film producido por La Unión de los Ríos (la sociedad que encabezan Mitre y Llambí Campbell) es una adaptación de una novela de la escritora y psicoanalista argentina Natalia Zito basada en el caso real de Natalia Kohen, también escritora, artista plástica y mecenas argentina que en 2005, cuando tenía 88 años y estaba indiscutiblemente lúcida, fue internada en un hospital psiquiátrico con el consentimiento de sus hijas. Sara logró romper ese cerco médico y judicial, vivió hasta los 103 años y sentó jurisprudencia porque logró demostrar que era falso aquello que daba por cierto un certificado médico firmado por un neurólogo que hoy es más conocido por su ingreso al mundo de la política, Facundo Manes.

La película de Hendler aborda el caso desde la comedia, el género en el que se mueve con más pericia este gran actor y director uruguayo. La adaptación que llevó adelante Mariano Llinás al frente de un equipo de guionistas que también integraron Martín Mauregui, Agustina Liendo y el propio Hendler está cargada de humor y melancolía. Y puede leerse perfectamente como un justísimo homenaje a su protagonista, Marilú Marini, una de las actrices más extraordinarias que ha dado la Argentina. Marilú se entrega al juego con mucha sabiduría e ilumina cada escena en la que aparece con un derroche de talento y vitalidad. El plano final de 27 noches simboliza muy bien ese espíritu celebratorio y va a llegar al corazón de todos los espectadores sensibles.

El dilema de las plataformas
En la siguiente jornada, la de un sábado húmedo e inusualmente caluroso para la época en San Sebastián, tuvo lugar la primera exhibición de Limpia, otra película que, igual que la de Hendler, está basada en una novela exitosa y fue producida por Netflix. El dato es importante porque la presencia de las plataformas de streaming en el mundo del cine es cada vez más notoria, con todo lo que eso implica. El aporte económico de estas empresas es muy útil, de eso no hay dudas. Pero también es cierto que la lógica con la que se manejan es determinante. Trabajan para audiencias masivas y confían sin reservas en las fórmulas. Dirigir para una plataforma es un desafío que obliga a los directores a adaptarse a sus exigencias. No es novedoso ni problemático, siempre y cuando existan otras vías de financiamiento que permitan que no veamos siempre la misma película, por decirlo gruesamente. Es ahí donde el rol del financiamiento público juega un rol decisivo. El cine es un lenguaje en constante progreso gracias a la prueba, a la experimentación, más que a las recetas prefabricadas. Y la masividad no debería ser su non plus ultra.

En la presentación de la película, ante una sala llena y muy bien predispuesta por sus sólidos antecedentes como directora, la chilena Dominga Sotomayor citó a un prócer del cine de su país, Raúl Ruiz, quien desarrolló casi toda su carrera en Francia tras exiliarse después del sangriento golpe de Estado del dictador Augusto Pinochet: “Más que una adaptación es una adopción”, explicó la cineasta, que eligió ser más elusiva que el libro en cuanto a la tragedia que narra, planteada en la novela como un dato que lector ya conoce desde el inicio.
El foco de la historia es la relación entre una niña de una familia de clase acomodada de Santiago y su empleada doméstica, interpretada por María Paz Grandjean, una muy buena actriz chilena que sufrió el violento impacto de un proyectil de Carabineros en el rostro durante las agitadas jornadas del estallido social producido en su país en 2019. Aunque ese hecho no tiene relación directa con el relato de la película, no deja de tener una resonancia especial en el marco de un film que trabaja, entre otros temas, sobre los efectos nocivos de la desigualdad social.
Sotomayor no cede al binarismo de héroes y villanos. Más bien pinta un contexto general que influye en los comportamientos de los personajes. Todos terminan siendo víctimas de un sistema que oprime a unos e insensibiliza a los otros. Y su personalidad como cineasta aparece muchas veces en la película a través de su innegable talento para la puesta en escena, aunque en algunos pasajes se respire la tensión entre sus convicciones y su estilo y las palpables demandas de una producción que impone reglas para responder al rígido programa de “llegar a todos los públicos” que las plataformas tienen como objetivo central.

El proyecto llegó a la directora de la mano de Fábula, la productora audiovisual más importante de Chile, fundada en 2004 por los hermanos Pablo y Juan de Dios Larraín. Y ella estuvo involucrada en el armado del guión, coescrito por la argentina Gabriela Larralde. “Me convocaron para hacer una película que va a llegar a unos 190 países, con la necesidad de tener un ritmo, de llegar a una audiencia lo más amplia posible, de generar una tensión -nos explicó tras la primera proyección de Limpia en San Sebastián, coronada por un cálido y prolongado aplauso de una sala abarrotada-. Sabía que no era como De jueves a domingo, mi primera película. El encargo fue otro. En ese contexto, es una película que me movilizó internamente y que salió muy bien, dentro de lo que yo siento que soy capaz de hacer. Por eso mismo me sentí libre. Porque sabía a lo que tenía que responder. No intenté hacer mi película más radical. Eso también lo quiero seguir haciendo, pero yo sabía muy bien que esta vez no debía hacer algo tan demandante para el espectador”.

Lo dicho: el mix entre este tipo de producciones y las obras más personales de los directores que quieran desarrollar su propia voz es quizás el escenario ideal. Una industria que se sostenga gracias a los ingresos de productos más comerciales y que también tenga espacio para propuestas con menos prerrogativas y apuestas más riesgosas. Milei y sus trolls dirían que “quieren hacerse los artistas con la nuestra”, pero lo cierto es que el cine no debería depender solamente de un excel, como su riquísima historia nos enseña.
Asegurarse la mayor diversidad posible es lo que justamente permite que exista una obra tan osada y provocadora como la de Albertina Carri, que llegó a San Sebastián con ¡Caigan las rosas blancas!, de la que se pueden decir muchas cosas pero no que responde a algún mandato. El porno lésbico con su variable sadomasoquista como condimento importante y las fantasías visuales más afiebradas caracterizan a una película que la directora argentina define como “mutante”. Y no le falta razón: Carri hace cine político echando mano tanto a los mensajes explícitos como a los más intrincados. Antes de la proyección, Carolina Alamino, guionista y una de las protagonistas de una historia completamente desmelenada, advirtió que aquello que iba a empezar en breves instantes era un viaje al que había que entregarse sin prejuicios como condición irrenunciable para disfrutarlo. Es un gran acierto del Festival de San Sebastián, cuyo perfil general es bastante más convencional que el de esta coproducción entre Argentina, España y Brasil, haberla incluido en su programación. Un gesto de apertura que merece ser celebrado.
También tuvo su primera proyección Le Cri des Gardes, nuevo film de Claire Denis que forma parte de la competencia oficial. No es la película más elogiada por la crítica de esta muy buena directora francesa que cumplió en abril pasado 79 años porque no está entre las mejores de su carrera, que incluye films muy valorados como Beau Travail (1999), L'Intrus (2004), High Life (2018) y White Material (2009), esta última ambientada en África y dedicada, igual que Le Cri des Gardes, a explorar los persistentes ecos del colonialismo europeo en ese continente.

También es cierto que la película conserva cierta rémora teatral relacionada con su origen (está inspirada en Combat de nègre et de chiens, una exitosa pieza del dramaturgo francés Bernard-Marie Koltès, fallecido en 1989). Pero Denis es una directora muy sólida y consigue crear más de un momento inquietante apoyado en muy buenas performances de un actor fabuloso como Matt Dillon, dos jóvenes talentos ingleses, Tom Blyth (famoso por Los juegos del hambre: la balada de pájaros cantores y serpientes) y Mia McKenna-Bruce (la misma que ha brillado en Cómo tener sexo) y el marfileño Isaach de Bankolé (Black Panther). Le Cri des Gardes es una película con desniveles, sí, pero por momentos hace sentir en la piel su aspereza y nos recuerda la deuda pendiente con un continente al que se le ha prestado atención casi siempre para instrumentar algún tipo de saqueo.
AL/MG
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