“Belén” en San Sebastián: una sala repleta, pañuelos verdes, lágrimas y una ovación inolvidable para la película de Dolores Fonzi

La esperada premiere de Belén en la edición número 73 del festival de San Sebastián no podía haber salido mejor. El film argentino de Dolores Fonzi, que acaba de estrenarse en salas de todo el país, fue saludado en su primer pase importante en este evento con un aplauso cerrado y muy prolongado del público que colmó el Auditorio del Kursaal, una sala con capacidad para 1.800 personas. Ahora habrá que esperar la decisión del jurado, que se conocerá el próximo viernes 26. Compiten por la Concha de Oro, el premio que otorga la competencia oficial, otros 16 largometrajes, entre ellos dos más de Argentina, Las corrientes, de Milagros Mumenthaler, y 27 noches, de Daniel Hendler.
Belén cuenta la historia de la valiente lucha de un colectivo social –el feminismo argentino– que tuvo fe y convicción para lograr un resultado muy concreto. Llegó a este festival en un momento muy especial para el cine argentino, que hoy no puede usar fondos que le pertenecen por decisión del actual gobierno.
Es mucho más largo y se ha contado muchas veces, pero en pocas palabras: la plata para producir cine que llega a la caja del INCAA proviene de un impuesto que se aplica a las entradas de las salas y a la exhibición de películas en otros soportes. Hay un ley vigente que le asegura esa recaudación a este organismo público, que debe utilizarla para fomentar el desarrollo de una industria que cuenta con una larga y riquísima tradición, tiene excelentes profesionales y es valorada en todo el mundo. Pero hasta ahora la única política sistematizada de la gestión del economista Carlos Pirovano al frente del INCAA fue la de retener el dinero, en lugar de hacerlo circular.

Es relevante resaltar que el sector estaba generando cerca de 600 mil puestos de trabajo hasta el inicio de esta crisis provocada por el gobierno de Milei sin ninguna motivación sensata. Y es en ese contexto que un premio internacional para una película argentina con una línea argumental relacionada con una dramática historia real que marcó a fuego al feminismo argentino y dirigida por una artista popular que más de una vez ha criticado públicamente al Presidente sería una noticia de alto impacto.
En la raquítica disputa simbólica que proponen los libertarios, Fonzi es simplemente “una kuka abortera”. Cualquier triunfo que la tenga como protagonista será leído y vivido como una derrota propia. Dado que en estas últimas semanas las derrotas se fueron acumulando, otro trago amargo provocaría más inquietud en un gobierno con muchos frentes abiertos y pocas respuestas eficaces a la vista. La recepción que tuvo la película la noche del martes invita a soñar.

La historia de Belén y la palabra de Dolores Fonzi
En 2014, una joven tucumana de 25 años llegó al Hospital Avellaneda de San Miguel de Tucumán con fuertes dolores abdominales y sangrado. Fue atendida por una emergencia obstétrica y sufrió, según los informes médicos, un aborto esppontaneo. Pero fue denunciada por el personal de salud del hospital y terminó acusada por la justicia provincial de homicidio agravado. Le dieron ocho años de prisión después de un proceso cargado de irregularidades.
Fue la reacción de organizaciones feministas y de derechos humanos en Argentina y en el exterior las que denunciaron esa aberración y empezaron movilizaciones y campañas en redes sociales bajo el lema/hashtag “#LiberenaBelén”. La presión dio resultado y en 2017, tras estar casi tres años presa, Belén fue liberada y absuelta.
El caso marcó un antes y un después en la discusión sobre la criminalización del aborto y los derechos reproductivos en Argentina. Funcionó como un punto de inflexión que visibilizó la vulnerabilidad de las mujeres de escasos recursos frente al sistema judicial y sanitario. Y se convirtió en una bandera del movimiento feminista argentino, impulsor central de la aprobación de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) en 2020.
Hay un valioso libro de la abogada y periodista Ana Correa que cuenta el caso al detalle. Se llama Somos Belén, tiene prólogo de la famosa escritora canadiense Margaret Atwood y fue la base del guión de la película que Fonzi acaba de estrenar en cines de toda Argentina y que este lunes 22 de septiembre tuvo su esperada premiere en San Sebastián en un momento en el que “filmar en Argentina es un milagro”, como bien dice ella.
Dolores llegó a San Sebastián el mismo día del estreno de su película en el festival. El lanzamiento en cines de Argentina le exigió estar ahí, acompañando palmo a palmo, para potenciar la llegada al público. Sirvió, porque Belén arrancó bien en su primera semana en salas: vendió 16.700 entradas en 136 cines de todo el país y ya está claro que será una de las películas argentinas más vistas de este 2025 en el país.
En un escenario de notable depresión en la convocatoria por la crisis económica, eso sí. Llegar a los 4 millones de espectadores de Relatos salvajes o a los 2.600.000 de El clan es hoy un sueño imposible. Así que después de trabajar en la promoción en Argentina, donde pronto también se podrá ver en Amazon, lo que también conspira contra su rendimiento en cines, Fonzi voló a España para defender su segundo largo asumiendo una tarea que por momentos la agota. “Si pudiera evitar todo lo que implica un estreno, lo evitaría. Pero la película lo necesita. Preferiría ser el Indio Solari del cine (risas). Alguien que hace su obra y no tiene que hablar con nadie porque la obra habla por sí misma. Pero también es verdad que la película finalmente termina siendo lo que es gracias a las reflexiones, a las opiniones de los demás, a las conversaciones que genera. Uno va comprendiendo su propia obra a través de los demás”.
Fonzi dice que “el gran gesto de Soledad en la película es el de la responsabilidad”. La abogada Soledad Deza, interpretada por la actriz y directora, es el eje del relato porque su actitud revela el verdadero espíritu del proyecto: “Ella fue capaz de exponerse, de poner cuerpo, de pensar mucho en algo y de hacerlo de la mejor manera posible, con las mejores personas posibles, con sentido común y con autocrítica. Por eso es un lindo ejemplo para estos tiempos en los que es muy necesario reconstruir un entramado social responsable”.
–Hablás de reconstruir porque pensás que había algo antes. Quizás no mucho, pero algo.
–Yo no estoy identificada con ningún partido político, pero siento que la experiencia de Alberto Fernández fue una oportunidad desaprovechada. Durante su gobierno se aprobó la ley de interrupción voluntaria del embarazo, pero fue de lo poco bueno que pasó. Había una esperanza de cambio en muchos sentidos y al final no gobernó para nadie.
–¿Y este presente de Argentina cómo lo ves?
–Es la época del divide y reinarás. La norma es el odio desparramado sin ninguna prurito contra cualquier persona que se atreva a exigir, a quejarse, a pedir, incluso apenas a decir algo. Si a alguien no le gusta lo que decís, su objetivo es callarte, bombardearte con agresiones para que no lo digas más. Y creo que ya son muchas las veces que nos estamos callando. Eso lo veo como un gran retroceso. Las agresiones de los haters son un mecanismo de censura. Es una manera de desvirtuar al otro, de ningunearlo.
–¿Por qué creés que pasa?
–Vapulean a los movimientos colectivos organizados porque les tienen miedo. La organización les molesta, los inquieta. Y los mecanismos que usan son de terror. Se señala individualmente a quién hay que odiar y se odia a esa persona hasta que queda completamente anulada. Belén es una película que intenta recordarnos que hace muy poco tiempo tiempo la acción colectiva pudo cambiar algo importante. Pasaron apenas cuatro años de la aprobación de la ley. No podemos permitir que nos convenzan de que ese espíritu desapareció. O que no nos pertenece. Sí que nos pertenece, es nuestro patrimonio como pueblo. Y no estoy hablando solo de las conquistas del feminismo. Organizarnos para hacernos oír siempre es fundamental.
–¿Notás que ahora hay una reacción de la sociedad?
–El resultado de las últimas elecciones me alivió un poco. Yo digo que no nos olvidemos de que podemos. Eso es clave. No estoy diciendo que todo el mundo deba salir todos los días a la calle a protestar por algo. Es lógico ser precavido si por decir algo te podés comer palazos de la Policía o una ola de insultos en las redes sociales. Pero también conseguimos cosas poniendo el cuerpo. Tenemos que recordarles a los que quieren amedrentarnos que si hace falta lo vamos a volver a hacer.
AL/MG
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