2023, el filo de la navaja desafilado
Orientarse al futuro cuando está vedado cortar con el pasado es el freno, desafiante o paralizador, del impulso al cambio político de los nuevos Ejecutivos americanos. A partir de la asunción de Lula en Brasilia el 1° de enero como sucesor de Bolsonaro, el progresismo de izquierda gobernará desde todos los Ejecutivos del hemisferio. En términos seguramente tan latos y permisivos como para limar las aristas y erosionar el significado o contenido sustantivo de 'izquierda'. Pero esto es otro tema y problema. Desde Ottawa a Buenos Aires los gobiernos reclaman como suya una orientación progresista. Con las excepciones más importantes en los estados tapón de Sudamérica, sobre el Atlántico y el Pacífico. La centro derecha que gobierna en la capital más austral de América y del mundo, Montevideo, y la que gobierna desde la linea media del mundo, en Quito.
Lula, más que el PT pero ¿menos que Lula?
El último domingo del mes de octubre de 2022, Luiz Inácio Lula da Silva, ex obrero y ex sindicalista, fundador del Partido de los Trabajadores (PT), había ganado la séptima elección a la que había querido presentarse en su vida, y el tercer balotaje. Lula nunca fue presidente en primera vuelta. A diferencia de su antecesor Fernando Henrique Cardoso, fue recién en segunda vuelta que Lula ganó las tres últimas elecciones a las que pudo presentarse.
En 1984, primera vez candidato presidencial del PT, en la ideología de un partido entonces novísimo, que debuta en su aspiración a convertirse en dueño del poder brasileño, una consigna y un reclamo se alojaba en su centro vital.Direitas Já! era la contestación a la dictadura militar. La superioridad democrática de un sistema donde el presidente es elegido por el voto popular. Por la suma de todos los votos brasileños, contados uno a uno. Tal como enfatizaba la doctrina del PT. Pero también la confianza personal del candidato Lula, que veía en esa relación cara a cara con cada voto del electorado una vía para superar rivales en la competencia final por la presidencia federal. Este 30 de octubre, Lula fue elegido así: en elección directa, y no por un colegio electoral.
La victoria en segunda vuelta de Lula se debió al más estrecho margen entre dos finalistas conocido por la historia democrática brasileña. Apenas 1,8 puntos porcentuales elevaron al candidato petista por encima de Jair Messias Bolsonaro. El derechista, frustrado en su ambición de ser reelegido para un nuevo mandato presidencial consecutivo, no le pasará al 'bandido' Lula la banda de la primera magistratura. En la fecha, el eclipse del presidente saliente será total. Estará en EEUU. En los pagos de otro ex presidente derechista que fracasó en obtener su reelección, el republicano Donald Trump. Diez días después del balotaje brasileño, Joe Biden, el presidente que venció a Trump en 2020, sobrevivió, por un margen también angosto, a las elecciones legislativas de renovación de medio término que prometían infligirle una derrota avasalladora y paralizadora. El demócrata octogenario acaba de superar la mitad exacta de su mandato.
El presidente norteamericano se entiende con el presidente brasileño electo. Los dos son católicos, los dos se fotografiaron, como vicepresidente Biden, como presidente Lula, con el Papa emérito que murió el último día de 2022, antes de que Benedicto XVI abdicara. El demócrata y el petista son íntimamente estatistas. Y cargan con el mismo peso, arrastran la gravosa cruz de un Congreso opositor de cuyas aquiescencias, pocas veces espontáneas, generalmente efímeras, y jamás desinteresadas, dependerán sus oportunidades ocasionales de hacer avanzar iniciativas que no sean ya las de esa mayoría legislativa ajena. El Congreso de Brasilia y el Capitolio de Washington son los que pueden hacer ver un Joe o un Lula reducidos en escala.
Chile, año nuevo de izquierda inerme y Constitución deshidratada
Acaso la situación actual y la perspectiva inmediata de la presidencia del chileno Gabriel Boric sea el ejemplo más nítido, y cruel, del fracaso de un gobierno de izquierda que propone a la sociedad cambios orientados a un futuro hacia el cual no se puede avanzar sin cortar con el pasado. El 4 de septiembre, el electorado repudió con un abrumador 62% del voto y récord de asistencia masiva a las urnas un proyecto de nueva Constitución que buscaba sustituir a la Ley Suprema pinochetista de 1980 aún en vigencia. El texto rechazado en el plebiscito había sido redactado durante un año por una Convención Constitucional. Se habían votado convencionales a partir de una iniciativa pactada por los partidos políticos y el entonces presidente centroderechista Sebastián Piñera. La asamblea constituyente era una respuesta institucional a las demandas del 'estallido social' de octubre de 2019.
Al “Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución” que había buscado Piñera, antecesor de Boric, se llegó el 15 de noviembre de 2019. La apertura del primer itinerario constitucional, cancelado por el NO plebiscitario, había invocado “la grave crisis política y social del país atendiendo la movilización de la ciudadanía”. Surgía del 'estallido social' de octubre de 2019, pero sin que dentro del Acuerdo la voz de la protesta se hubiera oído, graficado, consignado, rubricado con alguno de sus propios nombres propios. El “Acuerdo por Chile” del 12 de diciembre de 2022 invoca el “indispensable habilitar de un proceso constituyente que lleve a una nueva Constitución para Chile”. Este Acuerdo surge de la derrota del anterior, y esta vez es la voz de los derrotados, la voz de aquella izquierda de la izquierda, la que no se oye, ni lee, ni convoca.
El Acuerdo de 2019 alentaba la escritura de una nueva Constitución “a través de un procedimiento inobjetablemente democrático”. El Acuerdo de 2022, en su formulación, nada promueve de similar. En su pragmática flexibilidad, en su realismo, el de la centroizquierda de los Amarillos por Chile, el de la centroderecha de Renovación Nacional (el partido de Piñera), prescinde de la palabra democracia, del adjetivo democrático. Van de suyo, dicen. Boric dijo al periodismo en una conferencia de prensa que el Acuerdo por Chile reafirma el valor de la democracia. En todo caso, la palabra democracia no figura en el Acuerdo, aunque, invisible a los ojos, el espíritu democrático pueda habitarlo.
Según el Acuerdo, Chile redactará su nuevo proyecto de Constitución a través de un consejo electo por voto popular que aceptará o rechazará borradores propuestos por una comisión de expertos designados por el Congreso. El proyecto aceptado por la representación popular como corolario de este nuevo proceso constituyente, será después votado por SÍ o por NO por el electorado nacional. Según Boric, “mediante un plebiscito de salida, la ciudadanía tendrá la última palabra”. Aunque ya nunca más la primera.
AGB
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