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ENTREVISTA

Carlos Manuel Álvarez, periodista cubano: “Las protestas tienen una potencia que no se ha visto en 60 años”

Foto de archivo del escritor cubano Carlos Manuel Álvarez.

Javier Biosca Azcoiti

elDiario.es —

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El escritor y periodista cubano Carlos Manuel Álvarez (Matanzas, 1989), cofundador de la revista El Estornudo, atiende a elDiario.es desde Nueva York. Está en contacto con colegas y amigos y sigue muy de cerca las últimas movilizaciones contra el Gobierno en la isla, de la que salió en 2015.

Hace unos meses, en otro periodo convulso protagonizado por la agitación disidente del Movimiento San Isidro, Álvarez volvió a su país natal para informar y apoyar a los activistas, pero fue detenido en dos ocasiones –y posteriormente puesto en libertad–. Su agudeza intelectual y capacidad crítica alejan al escritor de la polarización y dogmatismo que regularmente acompañan el debate en torno a Cuba.

Sus novelas suelen tener un toque autobiográfico y las dos sirven para repensar Cuba. La primera, 'Los Caídos', es un retrato sentimental de la Cuba actual a través de la voz de las diferentes generaciones de una misma familia: un padre convencido y un hijo desencantado con una revolución que no conoció. La segunda, 'Falsa Guerra' (publicada en abril de este año), es una historia del exilio como protagonista a través de diferentes personajes y visiones.

¿Qué piden los manifestantes que salieron el domingo a la calle?

Están pidiendo todo, aunque pareciera que no piden nada. Las consignas son libertad, abajo la dictadura… Básicamente eso supone un paquete completo de reforma social.

En cualquier caso, lo que se está pidiendo es el cambio radical de un sistema político que ha caducado. La estructura administrativa de la vida social en Cuba es un cadáver que se mantiene forzosamente en pie.

En los últimos meses el ambiente está especialmente candente, primero con el Movimiento San Isidro y ahora esto. ¿Qué ha cambiado?

Lo que ha cambiado es el hartazgo ante ciertas fuerzas históricas que se mantienen de manera artificial. Hay una acumulación de causas muy profundas y elementos coyunturales que hacen de catalizador, como cuando mezclas dos elementos químicos y sale una combustión. En este caso, dentro de un aparato gubernamental obsoleto, desfasado y desconectado de la vida de la gente, se han sumado ingredientes como un sistema de salud colapsado, las muertes del coronavirus, una crisis económica muy aguda y la pérdida del valor del salario, entre otros.

Es verdad que somos un país que no conocemos la protesta como forma de expresión política que nos asiste. Mi mejor amigo me decía este martes que viendo los vídeos es como que un jugador debute en primera y haga un hat trick. Es sorprendente que un país que debuta en esta forma de libertad, lo haga de manera tan convincente, lo cual me llena de satisfacción.

Cuando se trata de conciencia política en Cuba, a menudo se utilizan conceptos como letargo y resignación. ¿Es justa esta descripción? ¿Por qué son tan excepcionales las movilizaciones populares en el país? 

Si algo ha sabido hacer bien la lógica totalitaria es metabolizar ese hartazgo y ese cansancio para que no desborde el cuerpo gubernamental y no colapse. Eso ha incluido distintas válvulas migratorias y una distribución de los ingresos al mínimo en la que no caes en la miseria absoluta, pero que te mantiene en un estado de pobreza permanente. Ello te mantiene en un círculo vicioso regido por la lógica de la supervivencia que te impide, además, ganar conciencia de tus derechos y convertirte en un sujeto político. Estás más cerca de una relación animal con el ambiente en el sentido de que tienes que sobrevivir y salir a buscar la comida. Lo que se hace en Cuba es básicamente cazar en el asfalto.

Esas cosas se desbordan por las razones que decía anteriormente. El modelo que proponía, que era un modelo autoritario, se ha agotado. Ni siquiera es un país consistente ideológicamente, que sí es algo que podíamos decir de Cuba hace 30 años, cuando estaba al mando Fidel Castro, por ejemplo. Ahora es un país en el que sus gobernantes y dirigentes están haciendo justamente lo que hacen el resto de los cubanos: intentar sobrevivir y aguantar un día más.

Cuba se mantenía alrededor de la fuerza del símbolo de la revolución, pero ahora mismo eso también está haciendo aguas. Es un colapso del consenso mínimo que habían logrado gestionar para mantenerse en pie. Es un consenso que hace mucho que no tienen, pero que ahora se ha expresado de manera formal.

¿Entonces cree que realmente existe una mayoría social contra el Gobierno? 

Más bien una mayoría social que no está con el Gobierno. Hay mucha gente que se mantiene en una franja donde todavía no ha adquirido la categoría de ciudadano. Pero cada vez más se acerca este grupo a manifestar una posición concreta y a exigir sus derechos.

¿Por qué se sigue viendo a Cuba desde el exterior en términos de Guerra Fría desde una autodenominada izquierda antimperialista y derecha anticomunista?

Por oportunismo, por complicidad y por pereza intelectual. Pero en cualquier caso, me parece que la responsabilidad recae sobre todo en la izquierda, que es justamente la que tiene que hacer una revisión de su altar sentimental y actualizarlo para proponer verdaderamente una posibilidad de futuro porque básicamente esa izquierda, cuando funciona en esos términos con Cuba, no hace más que oxigenar a la derecha que dice combatir y sigue manteniendo el statu quo.

Muchas veces, el tema de Cuba en otros países funciona como muletilla o pretexto para fijar posiciones y alianzas a nivel de política nacional en un contexto que no tiene nada que ver con el cubano. Y eso pasa mucho en España, por ejemplo. 

¿Ha cambiado algo la desaparición del apellido Castro en la cúpula política?

Sin duda. Alrededor de ese significado se podía articular el consenso. Un consenso que incluye también el miedo, la doctrina y otras prácticas no democráticas, pero que lograba mantener un equilibrio y la permanencia del castrismo en el poder.

¿El presidente Díaz-Canel no tiene la legitimidad de origen?

Ni remotamente. Es un funcionario. Un burócrata de tercer orden que ha llegado a presidente gracias a su obediencia. No tiene ninguna cualidad particular que lo haya puesto ahí, salvo quizá no haber sido demasiado relevante ni transgresor en ningún momento como para que no le arrancaran la cabeza. Y eso la gente lo sabe.

¿Qué futuro cree que tienen estas últimas protestas?

Pues mira, tienen todo por delante. Como siempre pasa en estas circunstancias, estamos en un momento en el que se pueden desaprovechar, pero tienen una potencia que no se ha visto en 60 años de régimen castrista. Es un elemento inédito y sería muy temerario de mi parte lanzar una idea que para mí es nueva, del mismo modo que para aquellos que salieron a la calle. Nunca un evento así me ha tocado tan de cerca.

Parte de esa potencia quizá radica en esa incertidumbre y eso hace que todavía el escenario se mantenga abierto y que tenga la posibilidad de convertirse en cualquier cosa. Eso sin duda es bueno, aunque también plantea riesgos.

Una vez más, su última novela está ambientada en Cuba y tiene algo de autobiográfico, aunque esta vez desde la perspectiva del exilio. ¿Qué es el exilio para Carlos Manuel Álvarez?

El exilio es la posibilidad de inventarse una patria personal.

Precisamente uno de los gritos de estas marchas es “patria y vida”. Por seguir con las definiciones, ¿qué es la patria?

La patria es un concepto muy casposo. Vamos a intentar actualizarlo y vamos a decir que la patria es esa cifra oculta que se esconde en la protesta del 11 de julio. Si tengo que fijar una patria, la fijo en un momento y en un estallido como ese.

A veces parece que tiene que estar ligado al sentimiento de orgullo que te une con ese lugar.

Absolutamente. Ese es uno de los sentimientos más reaccionarios que puede haber. Ser de un lugar es algo que pertenece a la contingencia y al azar. Uno no pertenece a un lugar si no inventa ese lugar, que es lo que hay que hacer con la patria. El concepto patria siempre se establece a partir de la exclusión del otro.

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