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Francia y Qatar: historia de una larga e incómoda amistad

El expresidente francés Nicolas Sarkozy, en una fotografía de archivo.

Amado Herrero

París —

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En las semanas previas al Mundial la idea del boicot se planteó a menudo en los medios de comunicación franceses. Desde Éric Cantona a Virginie Despentes, diferentes figuras públicas criticaron “la aberración ecológica” y “la muerte de miles de personas” derivadas del evento deportivo. Varias ciudades, París incluida, anunciaron que este año no instalarían pantallas para proyectar los partidos. Sin embargo, una vez que el balón comenzó a rodar se disipó cualquier sombra de boicot y las audiencias que siguieron el avance del equipo francés hacia la final superaron las de 2018.

“Es verdad que hubo elementos negativos para la imagen de Qatar, se vio la situación de los Derechos Humanos, los trabajadores que murieron en las obras o la prohibición de la bandera arcoíris”, analiza David Rigoulet-Roze, investigador asociado del Institut de Relations Internationales et Stratégiques, especializado en Oriente Medio. “Pero, como organizador del Mundial, el balance en términos de soft power para ellos va a ser globalmente positivo, porque el evento transcurrió sin incidentes y porque además se está aportando una imagen de solidaridad panárabe, por el apoyo que recibió Marruecos y por la presencia de banderas palestinas, sabiendo además que Qatar financia Hamas”.

La Copa del Mundo sirvió también para que la imagen del emirato vuelva a estar en el centro de los debates en la opinión pública francesa, entre nuevas revelaciones, viejas polémicas y críticas a Emmanuel Macron por desplazarse a Doha. En realidad, la amistad franco-qatarí se remonta a más de medio siglo. En diciembre de 1971, con el final del protectorado británico, Abu Dhabi y otras seis pequeñas monarquías crearon la Federación de Emiratos Árabes Unidos, a la que Qatar no quiso sumarse.

Desde entonces el pequeño estado nunca dejó de buscar aliados para escapar a las limitaciones que le impone la geografía, y a la influencia de sus vecinos de Arabia Saudí e Irán. También se esforzaba por evitar la dependencia de Londres (tradicionalmente cercano a su rival, Bahrein) o Washington (próximo a Arabia Saudí). Para el emirato, apenas más grande que Córcega y lleno de recursos energéticos, Francia se perfiló desde un principio como un candidato ideal para aumentar su círculo de aliados.

La primera piedra de la relación París-Doha se firmó tres años después de la independencia, en 1974, con un primer acuerdo de cooperación económica que permitió a la empresa francesa Total consolidar sus posiciones en la región y a Qatar asociar una potencia occidental a sus proyectos de desarrollo petroquímico. Tres años antes las prospecciones habían descubierto un inmenso yacimiento submarino de gas natural, el North Field, en las aguas del golfo Pérsico que comparten Irán y Qatar.

Energía y defensa

En los años 80 y 90 continuaron tejiéndose lazos en los sectores de hidrocarburos, aviación (Airbus será proveedor privilegiado de Qatar Airways) y Defensa. Se estima que en 1985 las fuerzas armadas qataríes estaban equipadas en un 80% con material francés. El emir Jalifa bin Hamad al Thani pasaba cada vez más tiempo en Suiza o en sus apartamentos del Hôtel Crillon de París, bajo la protección del francés Paul Barril, exmiembro de la unidad antiterrorista del Elíseo, reconvertido en la seguridad privada.

En junio de 1995, el príncipe heredero Hamad aprovechó una estancia en Ginebra de su padre para deponerlo y proclamarse emir en su lugar. El golpe de estado provocará algunas turbulencias en las relaciones entre los dos países. El nuevo emir afirmó su intención de convertir Qatar en una potencia gasística, explotando North Field con Irán, inquietando a Riad y Abu Dhabi.

La presencia de Barril, experto en operaciones encubiertas, en Abu Dhabi, complicó aún más la situación: el nuevo poder temía el regreso del viejo emir mediante un golpe de estado apoyado por Arabia Saudí y los EAU. En 2018, en una entrevista concedida a Al-Jazeera, Barril afirmaba haber recibido una llamada telefónica de Jacques Chirac, entonces presidente de la República, pidiéndole que se “dejase de tonterías” que “pudieran avergonzar a Francia”.

El episodio empañará durante varios años las relaciones entre ambos países. Chirac y su ministro de Exteriores, Hubert Védrine, se esforzaron en recuperar la confianza del emir Hamad. Ese trabajo permitió mantener a Total en las operaciones de extracción en North Field. En 2003, la oposición de París a la invasión de Irak consiguió acercar aún más a París y Doha: el discurso ante el Consejo de Seguridad de la ONU de Dominique de Villepin fue aplaudido y ampliamente difundido por Al Jazeera.

La era Sarkozy

Francia vuelve a establecer vínculos personales con la familia real y se establecen las bases para que durante todo el mandato de Nicolas Sarkozy la relación alcance una nueva dimensión. Uno de los hijos de Hamad, Joaan, es enviado a estudiar a la Academia de Saint-Cyr en lugar de a Sandhurst, tradicional destino de las élites del golfo.

En mayo de 2007, el emir fue el primer jefe de Estado extranjero recibido por el nuevo presidente francés. En ese desplazamiento el Elíseo confirmó la venta de ochenta aviones A350, valorados en 16.000 millones de dólares. Unas semanas después, Qatar colaboró en la mediación del presidente francés en la liberación de las enfermeras búlgaras detenidas por el régimen de Gadafi.

En enero de 2008, Nicolas Sarkozy realizó su primer viaje a Doha y anunció una modificación del artículo 17 del tratado fiscal entre ambos países. Esas nuevas disposiciones eximen a los qataríes del impuesto sobre dividendos y plusvalías inmobiliarias obtenidas en Francia. El acuerdo pasó relativamente desapercibido, pero marcaba la entrada de Qatar en el corazón del capitalismo francés.

Bajo el mandato de Sarkozy la presencia en la sociedad francesa del aliado del golfo se multiplicó, con la compra del PSG, del Prix de l'Arc de Triomphe de caballos, la adquisición de hoteles de lujo (como el Royal Monceau o el Carlton de Cannes) o la entrada en el sector audiovisual con el lanzamiento del canal Al Jazeera Sport, rebautizado BeIN Sports. Además, a través de grupos de inversiones, Qatar entró en el accionariado de los grupos Lagardère y Accor, así como en LVMH, Total Veolia o las galerías Printemps, entre otros.

“En plena crisis financiera de 2007-2008 Qatar, con sus miles de millones, se convirtió en un actor interesante”, explicaba recientemente Christian Chesnot, autor de varias investigaciones sobre Qatar, en los micrófonos de la emisora RFI. “Los qataríes han invertido 25.000 millones de euros en territorio francés. En realidad, es menos que en el Reino Unido (45.000 millones), sin embargo no tienen la misma relación estrecha con Londres que con París”.

En los años de Sarkozy, las recepciones del embajador qatarí en Francia, Mohamed Jaham Al-Kuwari reunían a la flor y nata de los dos grandes partidos de entonces, socialistas y derecha gaullista. Una relación que hoy encuentra muchos ecos en la actualidad, con el llamado Qatargate. En el libro de 2016 Nos très chers émirs, Chesnot y Georges Malbrunot se hacen eco de un enfado de Al-Kuwari ante la codicia de sus invitados. “Pero estos políticos franceses, ¿se creen que mi despacho es una máquina de billetes de 500 euros o qué?”.

Hollande y Macron

“En realidad es una cuestión que va más allá de Qatar, son muchas las petromonarquías que operan así”, explica Rigoulet-Roze. “Cuando al mismo tiempo existen intereses poderosos y mucho dinero eso provoca situaciones como la que ha ocurrido en el Parlamento Europeo. Porque esos países están convencidos de que todo está en venta, de que todo se puede comprar; de hecho, no entienden cuando la gente rechaza la oferta, simplemente creen que no han propuesto la cantidad suficiente”.

En 2012, elegido con un discurso antiélites económicas, François Hollande intentó distanciarse de los excesos de la era Sarkozy, sin renunciar a la amistad qatarí. El nuevo presidente no tocará el famoso artículo 17 del convenio fiscal (como tampoco lo hará Emmanuel Macron). Y la ascensión de Tamir a la jefatura de Estado en Qatar en 2013 no cambiará excesivamente la dinámica. No obstante, Macron y Hollande han marcado -hasta cierto punto- las distancias con Doha y han buscado nuevos apoyos en la región.

“Hollande se centró menos en Qatar y hubo una mayor orientación hacia Arabia Saudí, lo que al final fue menos fructífero en lo relativo a grandes contratos, como el del metro de Riad que finalmente fue para una empresa española [FCC]”, dice Rigoulet-Roze. “Y en cuanto a Macron es más cercano a los EAU; en líneas generales se puede decir que Macron es más próximo a MBZ [Mohammed ben Zayed] que a Qatar o Arabia Saudí”.

Algunos aliados de Qatar también complican la relación con París -y Washington- en relación a su apoyo a grupos como Hamas o los Hermanos Musulmanes. Hasta el punto de que Macron señaló tanto a Qatar y a Arabia Saudí como “estados que habían financiado indirectamente el terrorismo” en una entrevista a la revista Le Point.

AH

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