Los otros grandes robos del Louvre de París: de la Mona Lisa escondida en una bata a los saqueos nazis

El Museo del Louvre mantiene un sistema de seguridad considerado entre los más sofisticados de Europa, con sensores, cámaras térmicas y guardias en todas las salas. Aun así, este octubre un grupo de ladrones burló cada uno de esos controles y se llevó varias joyas históricas pertenecientes a la antigua monarquía francesa. La sustracción, ocurrida a plena luz del día en la Galerie d’Apollon, se ha convertido en un golpe que ha alterado la rutina del museo y ha obligado a cerrar temporalmente algunas de sus salas más visitadas. La investigación se desarrolla mientras las autoridades francesas tratan de determinar cómo los asaltantes lograron entrar y salir en apenas unos minutos con piezas de valor incalculable.
El robo, producido el domingo 19 de octubre, afectó a ocho joyas de gran relevancia histórica, entre ellas un collar y unos pendientes de esmeraldas que Napoleón Bonaparte regaló a María Luisa el día de su boda. Según informó la agencia Associated Press, solo una tiara de diamantes y esmeraldas ha sido recuperada, aunque dañada. Las autoridades describieron la operación como “profesional y meticulosamente planificada”, una definición que recuerda otros episodios similares ocurridos en el pasado dentro del propio museo.
La desaparición de la Mona Lisa cambió para siempre la fama del museo
A comienzos del siglo XX, el Louvre ya había sufrido el robo que lo haría mundialmente conocido. El 21 de agosto de 1911, Vincenzo Peruggia, antiguo empleado del museo, sustrajo la Mona Lisa de Leonardo da Vinci. Guardó la pintura bajo su bata y abandonó el edificio sin ser detectado. Dos años después fue detenido en Florencia cuando intentó vender la obra. Aquella desaparición convirtió el retrato en el cuadro más famoso del planeta y marcó un antes y un después en la percepción pública del museo.
Décadas más tarde, la Segunda Guerra Mundial puso a prueba la capacidad del Louvre para proteger su colección. Jacques Jaujard, entonces director, organizó el traslado de miles de piezas a distintas localizaciones del interior de Francia para evitar su captura por las tropas nazis. La operación permitió conservar la mayor parte del patrimonio del museo, aunque algunas obras acabaron en manos del ejército alemán y fueron recuperadas tras la contienda.

En los años 70 desapareció el cuadro La ola, de Gustave Courbet, una pérdida que nunca se resolvió. La obra fue robada de una sala secundaria sin dejar rastro. Poco después, en 1983, se descubrió la falta de dos armaduras del siglo XVI pertenecientes a la colección de artes decorativas. Décadas más tarde se encontraron en Alemania, lo que confirmó la dimensión internacional de los robos de patrimonio francés. Ya en 1998, el lienzo Le Chemin de Sèvres, de Camille Corot, fue sustraído y jamás recuperado. Ese suceso motivó una revisión completa de los protocolos de seguridad internos del museo.
El historial del Louvre incluye también robos ocurridos fuera de sus salas y otros con intrusiones desde el exterior, como el más reciente. En 1966, un conjunto de joyas antiguas fue sustraído durante su traslado de regreso a Francia tras una exposición en Virginia y apareció en una bolsa en Nueva York. Años después, en 1976, unos ladrones accedieron al museo por un andamio y robaron una espada de Carlos X. Ambos episodios revelaron que la vulnerabilidad del patrimonio no dependía solo de la seguridad interior, sino también de la logística y el control perimetral
La oleada reciente de asaltos confirma un patrón cada vez más preciso en los robos de arte
Mientras tanto, otros museos franceses también han padecido robos similares. En 2024 desaparecieron siete objetos históricos del Museo Cognacq-Jay, en París, y semanas antes el Museo Adrien Dubouché, en Limoges, perdió varias piezas de porcelana valoradas en más de nueve millones de euros. Estos casos reflejan un patrón cada vez más sofisticado en los métodos de robo, en el que los asaltantes conocen con exactitud los puntos débiles de los edificios patrimoniales.
El último incidente del Louvre ha reavivado el debate sobre la eficacia de los sistemas de vigilancia y la necesidad de reforzar la cooperación internacional en la recuperación de obras de arte. En 2021, una armadura del Renacimiento italiano robada en 1983 reapareció en una colección privada del oeste de Francia, lo que alimenta la esperanza de que las joyas napoleónicas puedan regresar algún día a su lugar original. La historia del museo demuestra que, pese a los avances tecnológicos, la protección del arte sigue siendo una tarea inacabada.
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