Jean-Luc Mélenchon: “El caso palestino es, ante todo, un crimen, pero también es el fracaso de toda una época”

La conversación con Jean-Luc Mélenchon (Tánger, 1951) se centra en la situación política de una Francia que no estaba, hasta ahora, acostumbrada a la inestabilidad.
Apenas diez días después de que Emmanuel Macron haya tenido que nombrar un nuevo primer ministro, el líder de la France Insoumise (Francia Insumisa) exige la convocatoria de elecciones presidenciales para las que no ve sentido replicar el Nuevo Frente Popular que se impuso en las legislativas de 2024 y que ahora reconoce que está herido de muerte, aunque no descarta que haya un acuerdo de las fuerzas progresistas, entre ellas la izquierda que lidera.
—¿Cuál es su receta? Dice en el libro '¡Ahora el pueblo! Hacia la revolución ciudadana' que cada vez somos más millones de personas en el mundo y que “el capitalismo productivista es incompatible con la supervivencia de la especie humana”, ¿no es un poco pesimista?
—Sí, hay de que serlo… El capitalismo es una forma de organización con una larga historia, no siempre ha sido el mismo. En el momento que vivimos, lo que nos hace pesimistas es que es capaz de desarrollarse sobre los desastres que provoca. Por ejemplo, mata a las abejas y nos dice: “No se preocupen, tenemos una pequeña máquina que trabaja día y noche y hace el trabajo mejor que las abejas”. Y eso es lo más peligroso. Pero los seres humanos siempre somos capaces de abrir otros caminos, y eso es lo que vamos a hacer, como siempre. Pero para ello hay que cambiar el modo de producción, los objetivos y las formas de actuar.

—¿Y cómo se cambia ese sistema?
—No es lo más difícil. Su funcionamiento limitado al corto plazo es una caricatura. No da importancia al largo plazo. Nosotros debemos hacer lo contrario, darle la prioridad. Por ejemplo con “la regla verde”: nunca hay que tomar de la naturaleza más de lo que puede reconstituir. Hay que sincronizar los ciclos de la producción y los de la naturaleza. En el libro doy un ejemplo: hacen falta cuatro segundos para fabricar una bolsa de plástico y cuatro siglos para disolverla. Organizar la coincidencia de los ritmos entre lo vivo y la producción es nuestro gran asunto.
Y luego vemos surgir cuestiones graves. En la práctica política, por ejemplo, decimos que queremos relanzar la economía, aumentar el poder adquisitivo para que aumente el consumo… pero ¿consumir qué? ¿Y fabricar qué? Si es para fabricar como antes, nos volveríamos productivistas. Por tanto, no es posible reformar solo un segmento de la producción, hay que abordarla en su conjunto. Hay que planificar el cambio ecológico. Habrá que producir ciertas cosas en lugar de otras. Es un desafío muy movilizador. Creo que tenemos el deber de ser optimistas, de actuar.
—¿Es posible ese cambio con el actual orden mundial o con el nuevo que está emergiendo?
—Sí, hay que empezar, ahí está lo más difícil. Pero miren cómo nació la Revolución Francesa: el mundo entero estaba hecho de reyes y reinas, y no existía ni una sola república ciudadana. Ese pueblo lo hizo y luego, al proclamar principios universales, cada uno en el mundo se preocupó por cómo se podían aplicar en su propio país. Pienso que la próxima revolución que vamos a conocer será una revolución ciudadana, es decir, el poder del pueblo vigilando y controlando. Y lo segundo es que la vamos a hacer según un nuevo principio universal: el derecho de lo vivo, no solo de los seres humanos, de su ecosistema, sino también de todo lo que vive… Ese será el hilo conductor universalista.
Europa ya no es la referencia en materia de derechos humanos universales
—Es optimista con la posibilidad de que haya una revolución ciudadana mientras el mundo sigue mirando hacia otro lado con lo que está sucediendo en Gaza. ¿Lo considera un genocidio?
—El caso palestino es una terrible ilustración del fracaso del llamado “Occidente”, que da lecciones de derechos universales al mundo entero, salvo en el caso de Palestina, donde se puede cometer un genocidio sin límite. Por eso el papel de España es tan importante hoy. Puede parecer una actitud aislada, pero es un testigo del derecho universal. Los españoles dicen algo que habla a cada conciencia humana. El caso palestino es, ante todo, un crimen, pero también es el fracaso de toda una época. Europa ya no es la referencia en materia de derechos humanos universales. Es una situación terrible porque destruye un orden de creencias, un orden de referencias. Los seres humanos vivimos con referencias morales, culturales, a menudo universales, y cuando eso se destruye, la propia comunidad humana es la que se pone en cuestión.
La gente ordinaria se pregunta: “¿Por qué ayudan de esta manera a Netanyahu?”. Las movilizaciones de los pueblos en toda Europa en favor de los palestinos son importantes, porque la gente se identifica con los palestinos como a seres humanos sin ningún derecho.
La revolución ciudadana es una idea que hemos tomado prestada de América Latina. Cuando el pueblo hace la revolución ciudadana, empieza diciendo: “El pueblo somos nosotros. ¿Y por qué no se ocupan de nosotros?”. Luego dice a quienes están en el poder: “Pero ustedes, ¿qué hacen ahí? No son capaces de ocuparse de lo mínimo para nosotros. Váyanse todos”. Y entran en una fase constituyente.
—¿Le preocupa que ese sentimiento de orfandad lleve a la ultraderecha a hacerse con la revolución ciudadana?
—Hay que comprometerse, ese es el principio mismo de un proceso revolucionario pacífico. Sí, puede pasar, que el proceso revolucionario disloque las instituciones y que gane la extrema derecha. Pero ¿cuál es la propuesta de la extrema derecha? El racismo. Punto final. No creo que existan hoy pueblos capaces de querer que su patria se identifique con una política semejante. ¿Pero qué hacer? ¿Quedarse en casa callados para que nadie tenga miedo? No, al contrario. Hay que ser más que nunca ciudadanos: intervenir, dar su punto de vista, explicar, demostrar. Necesitamos que las sociedades se movilicen o se comprometan, y al final, que pase lo que tenga que pasar.
La revuelta contra la situación de los palestinos y la identificación con ellos como pueblo oprimido ha sido un poderoso factor de movilización popular
—Pero ahora estamos viendo un auge de la extrema derecha en muchos países, ¿por qué la izquierda no atrae a esos votantes?
—Nuestros pueblos cambiaron y cada caso nacional es distinto. La izquierda tradicional es culpable porque gozaba de una ventaja extraordinaria en los años 70 y 80, con un gran poder de los partidos socialdemócratas. ¿Qué hicieron? ¿Cambiar la vida de la gente? No, al contrario. Estaban tan convencidos de que el socialismo democrático solo tenía posibilidades dentro de la dinámica del capitalismo que fueron los primeros en abrir los mercados, en hacer bajar el precio del trabajo, en ampliar el espacio para las empresas privadas, en desmantelar los servicios públicos… Por eso una gran masa de gente se apartó de ellos, sin saber qué hacer.
Las elecciones en Europa conocen un nivel muy alto de abstención. Y nosotros, los insumisos, si estamos delante toda la izquierda es por una sola razón: volvimos a movilizar a los sectores populares desmovilizados. Por eso trabajamos sin descanso para reactivar los barrios populares y la juventud. Para ser sincero, la revuelta contra la situación de los palestinos y la identificación con ellos como pueblo oprimido ha sido un poderoso factor de movilización popular.
—¿Cómo está la salud del Nuevo Frente Popular?
—No queda nada, porque los socialistas se fueron diciendo que el programa no era aplicable, que el acuerdo electoral tampoco, y que los insumisos son infranqueables. Los Verdes no querían antes la unidad para hacer una lista en las elecciones europeas y ahora dicen que, más que nada, lo que cuenta es la unidad. ¿Y con qué programa? No lo sabemos. El momento es realmente difícil porque estamos divididos. Pero ya vimos una vez un caso similar después de las elecciones europeas, en las que hubo una terrible pelea entre nosotros. Pero en un solo día, hicimos la unidad con un programa y un acuerdo electoral. Eso puede repetirse, pero también puede no ocurrir porque la confianza murió.
Siempre hicimos lo necesario para facilitar las cosas. Estoy convencido de que la energía popular nos permitirá encontrar la solución más adecuada. Ningún francés piensa que los insumisos son personas que cambian de opinión cada día. Lo demostramos. Entonces la gente se dice: “Al menos ellos saben adónde van”.

—¿Quiere ser candidato en las presidenciales? ¿Y se presentaría a unas primarias?
—A unas primarias, en ningún caso. ¿Con qué programa? Si voy a unas primarias y gano porque somos muy numerosos, con mi programa, ¿cree usted que los socialistas dirán: vamos adelante con Mélenchon y su programa? No. En 2017, el Partido Socialista organizó unas primarias. Todo el mundo se había comprometido a apoyar al vencedor. El domingo, uno de los siete candidatos salió vencedor. El lunes, dos de los perdedores apoyaron otra candidatura, la de Emmanuel Macron.
—Usted dice que la Francia Insumisa sería 100% fiel al programa, pero en una Asamblea fragmentada se necesitan otros votos para que las cosas salgan adelante, ¿tener ese planteamiento no es contraproducente para ustedes?
—Al contrario. Decir antes de empezar a gobernar que vamos a abandonar es contraproducente, porque la primera crisis de la democracia en nuestros países es una crisis de confianza. La gente ve a los políticos como mentirosos, que solo se ocupan de sí mismos y que, para ser ministros, matarían a su madre. Nosotros vamos con un gobierno ante la Asamblea y hacemos una propuesta: si la vota, muy bien; si no la vota, así es.
—Pero se puede dar una situación de bloqueo constante.
—¡Así es la vida! En nuestra vida privada muchas veces tenemos bloqueos. Mire, había un plan económico del primer ministro Bayrou, insoportable. Si entramos en ese juego, si discutimos con ellos pequeños detalles contables de sus medidas, los franceses pensarán que somos como los demás, que haríamos cualquier cosa por ser ministros. Por lo tanto, no queremos eso. Estamos en un callejón sin salida. Hay una forma de salir de este punto muerto: la democracia. Y no soporto que me digan que existe el riesgo de que gane la extrema derecha. Nosotros elegimos la democracia y asumimos, por tanto, su resultado.
—¿Qué pasaría en Francia si gana la ultraderecha?
—Estoy seguro de una cosa: al final, habrá que elegir entre ellos y nosotros. El bloque central no existe, es una representación política ficticia y se va a evaporar. Cada vez que van a una elección, pierden la mitad de sus diputados. Hoy, la derecha francesa está totalmente reorganizada en torno a las ideas de la extrema derecha. Entonces, las etiquetas, los Republicanos, el centro… ¡es la misma mercancía! Dicen lo mismo: que con los árabes es imposible, que la inmigración no la soportan, y la juventud tampoco… Sin embargo, en el fondo el pueblo francés es más que nunca favorable a las ideas de izquierda. Es esa contradicción la que vamos a resolver.
La última vez ganamos porque, de repente, la gente se dio cuenta de lo que representaría un gobierno de extrema derecha. Hoy, un francés de cada tres tiene una abuela o un abuelo extranjero. Eso significa que si tu hijo no es absolutamente blanco, corre un riesgo. La gente no quiere eso para sus hijos. Nuestras familias están mezcladas. La inmigración ya no es algo exterior a nosotros. Esa época terminó. Es como en España, la inmigración suscita todo tipo de protestas, pero ¿se puede mantener España sin inmigrantes? ¡Por supuesto que no! Francia, lo mismo. Lo sabemos, somos gente razonable. Entonces, ¿por qué creer que la mayoría de la gente no es razonable? Hay que tener confianza.
—Usted fue crítico con la pena de inhabilitación de Marine Le Pen. ¿Cómo explica esta posición?
—No, no fui crítico. Ella fue condenada por muchas razones y no tengo nada que decir al respecto. Pero se decidió que sería inelegible y que eso se aplicaba inmediatamente. Hay un principio de justicia, que es que toda pena tiene derecho a un recurso de apelación. No vamos a aceptar una justicia en la que no haya recurso. Porque mañana se aplicaría también a nosotros y permitiríamos así que hubiera un gobierno de jueces. Eso no es posible.
No podemos seguir a los gringos porque ellos en 249 años de vida hicieron 230 años de guerra y todavía vuelven con proyectos de guerra
—¿Qué opina de los liderazgos como el de Le Pen, Trump, Meloni, Milei? Cada vez son más. ¿Son inevitables?
—Por supuesto que no, porque nada es inevitable en política ni en la vida. Pero cuando quienes tenían que actuar no lo hicieron, lo pagamos. ¿Dónde estaba la izquierda frente a Trump? No estaba. Desde Europa se veía a Kamala Harris como una demócrata, pero no es de izquierda. No proponía nada a los obreros estadounidenses. ¿Milei, de dónde sale? Porque el gobierno peronista del señor Fernández fue un gobierno que no sirvió de nada. Nada cambió para la gente humilde. ¿Dónde está el Partido Comunista italiano? ¿Dónde está la izquierda italiana? ¿Qué propone? Nada. Es muy evitable, pero hoy hace falta una izquierda de izquierda, que proponga algo distinto de la derecha y de la extrema derecha.

—En el nuevo orden mundial que se está configurando, ¿qué papel va a tener Estados Unidos? ¿Le preocupa que el papel hegemónico que está perdiendo EEUU lo asuma China?
—Soy francés y el interés de mi patria es que sea no alineada. No podemos seguir a los gringos, porque en 249 años de existencia hicieron 230 años de guerra y vuelven otra vez con proyectos de guerra. Ahora quieren hacer la guerra contra China porque es lo que llaman “el enemigo sistémico”. Debemos tener en cuenta que China es el taller del mundo. Trabajamos con todos los que quieran trabajar con nosotros, sea cual sea la situación. El señor Trump vino a Europa a ordenarnos que diéramos el 5% de la riqueza de cada una de nuestras patrias para comprar armas a EEUU. ¡No es Xi Jinping quien nos convierte en vasallos! Trump decidió él solo aumentar los aranceles y nosotros, ¿qué hicimos? Nada.
Con China, ¡hay que ser realistas! Por favor: basta de tonterías como decir que nuestros países defienden la democracia frente al Partido Comunista chino. Eso no puede creerse ni un segundo: todos comercian con China. Y también lo hacen con países con los cuales no somos similares. Así que, por favor, que los supuestos occidentales cierren la boca cuando agitan los grandes principios que pretenden defender, ¡salvo en Gaza! Nosotros no somos chinos y no queremos, en nuestros países, el modelo de funcionamiento político de China. ¿Y qué? Ellos son mil millones de personas y nosotros, 69 millones. Lo que queremos es la posibilidad de trabajar juntos, libres cada uno de su destino. Y no creo que EEUU vaya a resolver ningún problema para un europeo con una guerra contra China. Eso terminaría demasiado mal.
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