Machismo, Pinochet y un ejército de trolas se cruzan en el primer debate presidencial en Chile

En la noche de este miércoles se celebró el primer debate presidencial televisado con los ocho candidatos que competirán por llegar a La Moneda en noviembre. Chilevisión logró reunir en un mismo escenario a Jeannette Jara, José Antonio Kast, Evelyn Matthei, Franco Parisi, Johannes Kaiser, Marco Enríquez-Ominami, Eduardo Artés y Harold Mayne-Nicholls. Fue, sin duda, un encuentro de contrastes, de estilos, trayectorias y propuestas. Pero más allá de las frases duras, los emplazamientos cruzados y las apelaciones al pasado reciente, el debate terminó beneficiando a los que menos pesan en las encuestas, que lograron aprovechar cada segundo para venderse más ante una ciudadanía confundida y agotada con el maratón electoral que ha vivido Chile en los últimos cinco años.
El formato de un debate con ocho candidatos siempre juega en contra de quienes lideran en las encuestas. El derechista Kast y la comunista Jara –candidata del oficialismo– son quienes concentran las preferencias en las encuestas, seguidos por la otra aspirante de derecha Evelyn Matthei. Los tres se vieron forzados a defenderse de ataques o a responder preguntas sin poder desarrollar mensajes nítidos ni instalar un relato propio. La fragmentación del tiempo y la necesidad de contestar interpelaciones los transformó en meros receptores y no les dio mucho espacio para profundizar en sus propuestas, que se quedaron en grandes titulares, muy parecidos por lo demás.
Al revés, los candidatos que hoy tienen bajas preferencias aprovecharon la instancia para mejorar su visibilidad. Marco Enríquez-Ominami con su estilo eléctrico y sarcástico, Franco Parisi con su discurso de outsider indignado, y hasta Artés con sus golpes contra el “individualismo” y la defensa de la “organización popular”. En política, visibilidad no siempre es igual a votos, pero en esta fase de la campaña si puede ser muy útil.
La primera tensión del debate fue la confrontación entre Jara y Kast. La candidata oficialista acusó al republicano de operar con ejércitos de trolls y difundir fake news; Kast respondió exigiendo disculpas por acusaciones anteriores que lo tildaron de mentiroso y que fueron posteriormente desmentidas por los hechos, poniendo a Jara a la defensiva. Fue un intercambio duro y repetitivo, con un tono de denuncia, que no les permitió aterrizar propuestas novedosas y concretas. En términos comunicacionales, el cruce generó más ruido que otra cosa.
Ominami, por su parte, aprovechó cada espacio para emplazar a Jara, recordándole su ausencia en debates previos y responsabilizándola por el deterioro en salud. Enríquez-Ominami no necesita ganar simpatía —su capital está en la visibilidad—, y el debate le ofreció un escenario perfecto para eso.
Más adelante vino el round Parisi-Matthei. El líder del Partido de la Gente acusó a la exalcaldesa de “traicionar” a Piñera pero también a Augusto Pinochet, mostrándole una foto del fallecido dictador. Parisi hizo uso de su habitual retórica acusatoria que busca incomodar más que argumentar. Matthei, con un estilo mucho más sobrio, respondió apelando a la reconciliación con Piñera y acusando a Parisi de tener un trato particularmente agresivo hacia las mujeres. Fue probablemente el intercambio más comentado.
Salvo el cruce con Parisi, donde respondió con firmeza, pero sin perder compostura, Matthei optó, como en debates gremiales anteriores, por no enfrascarse en polémicas. Su estrategia proyectó seriedad y experiencia, evitando caer en las provocaciones. Esa moderación, sin embargo, corre el riesgo de pasar desapercibida en un formato donde el tiempo es corto y el ruido alto. La candidata de Chile Vamos, Demócratas y Amarillos por Chile parece estar apostando a que, en un escenario de polarización y confrontación, su tono sobrio termine siendo su mayor activo. Aunque al costo de perder presencia en el debate, quedó relegada a un segundo plano frente a voces más estridentes.
Si algo quedó claro es que, más allá de los contrastes ideológicos, hay un consenso transversal sobre los temas que realmente preocupan a los chilenos. Todos coincidieron en la importancia del crecimiento económico, empleo, seguridad y migración. El debate no inventó nada nuevo en este sentido; lo que hizo fue poner en vitrina cómo cada candidato interpreta esas prioridades.
Jara insistió en el empadronamiento de migrantes, incluso reivindicando medidas tomadas por Piñera. Kast volvió a su receta de endurecer las penas y convertir el ingreso ilegal en delito. Matthei habló de expulsiones masivas y tecnología para control de fronteras. El ultraderechista Kaiser empujó su tesis sobre intervención militar en Venezuela. Parisi y Ominami prefirieron explotar la crítica política, más que ofrecer medidas concretas. Artés fue coherente con su discurso de control popular de la seguridad, una propuesta más testimonial que viable. Y Mayne-Nicholls se mostró como un independiente pragmático, con un tono más conciliador. Es decir, un catálogo de posiciones, sin grandes sorpresas ni anuncios.
El gran ausente del debate fue un mensaje claro y ganador de parte de los que lideran las encuestas. Ni Jara ni Kast ni Matthei lograron instalar titulares propios. Por diseño del formato y por la dinámica de ocho candidatos, quedaron atrapados en un juego de defensa y réplica. Pero los que sí capitalizaron fueron los “segundos”: Ominami volvió a recordar que sigue vivo políticamente; Parisi generó el ruido mediático que tanto le sirve; Artés y Mayne-Nicholls tuvieron la oportunidad de presentarse ante un público más amplio. En comunicación política, esto es clave, ya que mientras algunos juegan a ganar la elección, otros simplemente buscan no desaparecer o tener una cuota de poder para negociar en el balotaje.
Si bien el debate no movió placas tectónicas del contexto político chileno, í mostró las vulnerabilidades de los punteros. Kast, agresivo pero poco propositivo. Jara, a la defensiva y atrapada en la narrativa de las redes y los bots. Matthei, prudente hasta el punto de diluirse.
En definitiva, fue un debate de contrastes, de acusaciones y frases rimbombantes, pero sin grandes anuncios ni definiciones. Una puesta en escena donde la forma pesó más que el fondo, y en la que los candidatos que corren desde atrás supieron aprovechar mejor la vitrina.
En un Chile marcado por la incertidumbre, la pregunta que queda abierta es si la ciudadanía terminará premiando la moderación silenciosa, la confrontación dura o la visibilidad mediática. Porque en la política, como en los debates, no siempre gana el que lidera las encuestas, a veces gana el que logra que lo escuchen.
ERM/MG
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