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GUERRA EN UCRANIA
Seis meses de infierno en Ucrania: cómo la guerra de Putin llegó a punto muerto

Una mujer pasa con su bicicleta por delante de un edificio destruido por los bombardeos rusos, en Bajmut, Donetsk, Ucrania, el 18 de agosto.

Shaun Walker

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Fue a primera hora de la tarde del 21 de febrero cuando se hizo imposible ignorar que Vladímir Putin estaba planeando algo realmente terrible para Ucrania.

Hasta ese momento, hace seis meses, muchas voces instaban a la calma ante las cada vez más insistentes advertencias de Estados Unidos y Reino Unido sobre una invasión a gran escala. Los gobiernos francés y alemán, funcionarios rusos e incluso el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, sugirieron que el aumento de tropas de Putin era un farol y que las advertencias provenientes de Washington eran una exageración.

Entonces, Putin apareció en televisión presidiendo una reunión de su Consejo de Seguridad en el Kremlin. Ordenando a sus cortesanos, uno por uno, que se acercaran al micrófono, Putin jugó a escuchar sus sugerencias, humillando a los pocos que dudaron en dar las respuestas que él quería.

Aparentemente, el tema en discusión era si Rusia debía reconocer la “independencia” de las llamadas “repúblicas populares” de Donetsk y Lugansk. Pero aquello era solo un pretexto. A continuación, la televisión rusa emitió un extenso y farragoso discurso de Putin en el que menospreciaba la historia y la categoría de Estado de Ucrania.

Tres días después, en la madrugada del 24 de febrero, comenzó la invasión rusa con una lluvia de misiles cayendo sobre objetivos en toda Ucrania y tropas terrestres entrando en el país desde tres direcciones distintas.

Una nueva realidad

Esa fatídica decisión ha cambiado irremediablemente a Ucrania, a Rusia y al mundo en los seis meses transcurridos desde entonces. Miles de ucranianos han muerto y millones se han visto desplazados. En cada uno de los casos, se trata de una tragedia para la que el impresionante espíritu de guerra y la unidad del país son una pobre compensación.

Rusia también ha cambiado: el régimen ha abandonado los últimos vestigios de democracia y ha abrazado el militarismo en toda regla. Por su parte, Occidente ha recalibrado sus relaciones con Rusia y el dinero ruso, y muchos países han iniciado un programa de ayuda militar a Ucrania sin precedentes.

La conmoción de aquellas primeras horas de la guerra, cuando lo impensable se hizo realidad, es un momento que probablemente permanecerá en el recuerdo de los ucranianos durante el resto de sus vidas.

En los caóticos primeros días, los acontecimientos se sucedieron con increíble rapidez. Al final de la primera semana, en el país ya se había asentado una nueva realidad en la que las carreteras estaban salpicadas de puestos de control dirigidos por lugareños que llevaban el primer arma que podían conseguir, los alcaldes se pavoneaban por sus ciudades con chalecos antibalas organizando la defensa y las familias soportaban la separación de sus seres queridos, mientras millones de mujeres y niños corrían a ponerse a salvo en el extranjero.

Decisiones tomadas en una fracción de segundo podían significar la vida o la muerte. Las personas de las que sus amigos se habían burlado en las semanas previas por acumular alimentos o hacer planes de huida eran ahora aclamadas como profetas. Innumerables familias decidieron abandonar Kiev y dirigirse a las pacíficas ciudades de la zona oeste, con la esperanza de esquivar el previsible ataque a la capital, para acabar finalmente sometidos a un mes de terror por parte de las fuerzas de ocupación mientras el centro de Kiev permanecía relativamente indemne.

En la ciudad sureña de Mariúpol, aquellos que decidieron salir en los primeros días, cuando aún era posible, pudieron encontrar seguridad en otras partes de Ucrania o en el extranjero. Los que decidieron esperar y ver qué sucedía terminaron atrapados y obligados a soportar semanas de bombardeos durante la larga y violenta operación rusa para tomar el control de la ciudad.

Sus historias —de enterrar cuerpos en tumbas poco profundas cavadas en los jardines; de refugiarse en sótanos húmedos y helados; de enfermedades, abortos, hambre y privaciones— recuerdan a la Segunda Guerra Mundial.

Resistencia “inesperada”

En medio de todo el horror y el trauma, surgió una historia de inspiración: una sobre un país recientemente unido, en el que las divisiones anteriores se habían evaporado frente a la amenaza existencial que provenía del este. La resistencia comenzó con Zelenski y su equipo, que se quedaron en Kiev en lugar de huir, y eso se replicó en muchos niveles de la sociedad.

“El Kremlin realmente esperaba que estuviéramos desorientados y huyéramos”, dice la viceprimera ministra Iryna Vereshchuk, a quien el embajador británico llamó varios días antes de la invasión y le aconsejó que huyera de la capital. En lugar de ello, se quedó y trabajó dentro del recinto fortificado de Zelenski en el centro de Kiev, durmiendo en una cama de campaña.

“¿Te imaginas que la gente se enterara de que el presidente, su equipo y el Gobierno habían huido? Por supuesto, eso habría desmoralizado a todo el mundo”, dice.

En la mayoría de los pueblos y ciudades, los alcaldes locales también permanecieron en el lugar y ayudaron a organizar la resistencia.

“No se lo esperaban”, dijo Gennadiy Trukhanov, alcalde de Odesa, en una entrevista durante las primeras semanas de la guerra. Trukhanov es un ejemplo del cambio producido entre muchos funcionarios ucranianos del sur y el este, que antes eran percibidos como prorrusos, pero que ahora se han posicionado firmemente del lado de Kiev.

“No esperaban que hubiera barricadas en Odesa, que la gente no les recibiera con pan y sal [en Rusia, es costumbre recibir a un invitado importante con pan y sal, inclusive en recepciones oficiales] y que ciudades como Járkov y Chernígov lucharan”, añadió.

En la cercana región de Jersón, donde el Ejército ruso pudo entrar sin mucha resistencia militar durante los primeros días de la guerra, está claro que algunos funcionarios de seguridad colaboraron con los rusos, y varios políticos han aceptado trabajar para las administraciones que obedecen al Kremlin.

Sin embargo, los habitantes de la zona informan de que los rusos tienen ahora dificultades para cubrir los puestos de nivel medio y se enfrentan a una fuerte oposición clandestina entre la mayoría de los habitantes de la zona que siguen siendo leales a Ucrania.

En febrero, el objetivo declarado de la “operación militar especial”, como la denomina el Kremlin, era proteger a las poblaciones de habla rusa de las regiones de Donetsk y Lugansk, así como el sinsentido de “desnazificar” el país.

“Dijeron que nos iban a liberar de los nazis, dije que muy bien, pero durante 33 años de vida en Melitópol nunca conocí a ninguno”, dice Ivan Fedorov, alcalde de Melitópol, que fue secuestrado e interrogado durante varios días antes de ser liberado en un intercambio de prisioneros y enviado a territorio bajo control de Kiev.

En otras ocasiones, los defensores del Kremlin dijeron que el conflicto tiene que ver con la OTAN y la expansión de la alianza militar hacia las fronteras de Rusia.

Cambio de discurso

A medida que el avance ruso sobre Kiev se estancaba, resultaba evidente que las expectativas de Putin sobre una rápida operación que instalara un nuevo gobierno prorruso en Kiev y mantuviera a Ucrania como un Estado bajo la órbita de Moscú estaban basadas en una incomprensión absoluta respecto a cómo ha cambiado Ucrania a lo largo de los últimos años.

Eso llevó a un cambio en los discursos. Ahora, los políticos rusos refieren a una simple apropiación de tierras y crear una especia de zona neutral en Ucrania entre Moscú y Occidente. El desprecio por el pueblo, la lengua y la cultura ucranianas, que siempre ha estado al acecho, ha pasado a primer plano.

Esta contradicción en el mensaje puede verse en una escuela en Novyi Bykiv, al este de Kiev, donde un batallón de misiles Buk rusos instaló su base durante un mes al principio de la guerra. Tras la retirada, los mensajes garabateados en tiza por los soldados rusos sobre las pizarras mostraban la confusión de sentimientos que habían experimentado: algunos eran de disculpa; otros, abusivos. En las aulas, habían pintado sobre los rostros de figuras históricas y literarias ucranianas: una manifestación literal del deseo de borrar la cultura ucraniana.

Algunos de los soldados parecían confundidos y atormentados por su papel de ocupantes. “Escucha, lo siento. No sabíamos que iba a ser así”, dijo un soldado lloroso a una mujer cuyo salón de belleza en la ciudad de Trostianets utilizaba como base.

Pero esta confusión se convirtió rápidamente en ira y odio cuando los rusos se enfrentaron a un contraataque ucraniano sorprendentemente feroz y sintieron la ira de las poblaciones locales, en lugar de la gratitud que se les había dicho que habrían de recibir.

En todas las zonas ocupadas alrededor de Kiev, los soldados rusos cometieron asesinatos y otros crímenes de guerra. Hubo saqueos generalizados. Las noticias sobre los horrores de Bucha y otros lugares, que empezaron a conocerse a finales de marzo, no hicieron más que fortalecer la determinación ucraniana, aunque han dejado heridas psicológicas que probablemente supuren durante generaciones.

Abandonar Rusia

En Rusia, el horror inicial ante la invasión entre las élites políticas y empresariales fue seguido por el reconocimiento de que la guerra había cambiado la dinámica entre Rusia y Occidente. Enfrentados a una dura elección, la mayoría ha optado por permanecer en silencio o calificarse a sí mismos como patriotas.

“Con las sanciones, se han dado cuenta de que ya no tienen ninguna posibilidad de vivir en Occidente, así que se reúnen en torno a la bandera”, dice una fuente vinculada al Kremlin.

Más abajo en la cadena, muchos rusos han abandonado el país, ya sea por razones políticas o porque las sanciones han hecho imposible la supervivencia de sus negocios. Al igual que después de la Revolución Rusa bolchevique un siglo atrás, las ciudades cercanas a las fronteras de Rusia se han colmado de decenas de miles de exiliados rusos.

Riga, la capital de Letonia, hoy reúne a los periodistas independientes que han sido criminalizados y a los que se les ha prohibido trabajar en Rusia. Ereván, en Armenia, ha sido el destino para miles de profesionales de la tecnología, al que ahora llaman hogar. Tiflis, en Georgia; Estambul; Belgrado; y Berlín cuentan con nuevas comunidades de exiliados rusos. En ocasiones, la insistencia de los exiliados rusos en que ellos también son víctimas ha provocado roces con las comunidades más amplias de refugiados ucranianos que se vieron obligados a huir de la invasión.

Sin final a la vista

Seis meses después, el final de todo esto es una pregunta que resulta más difícil de responder que nunca. En las primeras semanas de la guerra, el multimillonario ruso Roman Abramovich viajó a Kiev en una misión autorizada por el Kremlin para mediar en las conversaciones de paz entre Zelenski y Putin.

En marzo, Abramovich pensó que podría estar cerca de lograr algo que sirviera como base para las conversaciones entre los dos líderes, según personas al tanto de las discusiones, pero no se llegó a nada. Desde que el mundo se enteró de los crímenes cometidos en Bucha y otros lugares, casi no se han producido discusiones sustanciales.

Moscú continúa con su lenta ofensiva en el Donbás, pero cualquier plan para reagruparse y lanzar un nuevo ataque contra Kiev parece poco realista en el medio plazo. Incluso los referéndums que Moscú tiene planeados para los territorios ocupados, con el fin de dar la más mínima cobertura a la anexión, parecen inciertos, ya que la situación allí sigue siendo demasiado inestable. Ucrania ha prometido repetidamente un contraataque, aunque también estaría plagado de dificultades. “A estas alturas, no estoy seguro de que alguien sepa cuál será el final de la partida”, dice la fuente vinculada al Kremlin.

Este miércoles, justo medio año después del inicio de la invasión, Ucrania celebrará su Día de la Independencia. En una vuelta de tuerca al tradicional desfile militar, decenas de piezas de material militar ruso destruido y deformado han sido llevadas a Jreshchátyk, la calle principal de Kiev.

Es tanto un reconocimiento de que se necesita a los militares ucranianos en el frente, como un guiño humorístico a los informes de que Putin esperaba celebrar un desfile festejando la victoria en aquella avenida después de haber conquistado rápidamente la ciudad. Entonces se publicaron informaciones de que algunos de sus soldados incluso habían llevado en la maleta uniformes de desfile.

“A los seis meses de iniciada la guerra a gran escala, la vergonzosa exhibición del oxidado metal ruso es un recordatorio para todos los dictadores de cómo sus planes pueden ser arruinados por una nación libre y valiente”, dijo el Ministerio de Defensa ucraniano.

Traducción de Julián Cnochaert.

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