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La tragedia sin fin del Covid-19 en Brasil

San Pablo, Brasil / Especial para elDiarioAR
Brasil

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La diseminación desenfrenada del Covid-19 impacta ya en en toda la extensión territorial de Brasil. La segunda ola llegó en enero liderada por una nueva cepa del virus: P1, conocida también como la variante de Manaos. Y desde inicios de marzo, 77% del sistema de salud del país entró en colapso, sus instalaciones hospitalarias se saturaron y los enfermos aguardan un lecho para recibir oxígeno. En San Pablo, la región más rica y tecnológicamente más avanzada, las autoridades reconocieron que atraviesan “la mayor crisis sanitaria de la historia”. Ya avanzada la noche del jueves, trascendió que 44 pacientes, internados en ciudades paulistas, perdieron la vida mientras se encontraban en “lista de espera” para acceder a una unidad de terapia intensiva (UTI).

Porto Alegre se vio literalmente sobrepasada: el nivel de ocupación de las UTI llega a 112%; el porcentaje es en verdad una especie de eufemismo que define la ausencia de la infraestructura necesaria para atender a los casos graves. Nadine Clausell, directora del Hospital de Clínicas de esa capital, confesó que debió tomar medidas por cierto drásticas para enfrentar la crisis. La médica decidió integrar un comité de profesionales de distintas especialidades, que deben decidir qué pacientes con Covid serán entubados y cuáles no. “Si tengo dos enfermos que precisan de aparatos de ventilación ¿cómo se elige quién sí y quién no? Esto se vio en el resto del mundo, pero jamás me imaginé que iba a suceder aquí, en Río Grande del Sur, que tiene una muy buena estructura sanitaria”. Según su relato se realizan “reuniones en tiempo real para que los equipos médicos puedan contar con apoyo en el momento de decidir entubaciones, retirada de los tubos y comunicación con los familiares de los enfermos. Es muy pesado para un médico elegir en soledad qué hacer ante la emergencia”. Su colega Alexandre Zavascki atestigua: “La dolencia se intensificó una manera que jamás vimos. Es un aumento exponencial, con un cambio completo en la capacidad de atención del hospital. Necesitamos una expansión rápida de camas y también reclutar nuevos equipos de profesionales”.

Nadie duda que se avecinan tiempos sobrecogedores. En las últimas 24 horas Brasil registró 2.207 muertes. Y todo indica que en la próxima semana se llegará a las 3.000 muertes que hace unos días pronosticó el propio ministro de Salud, general Eduardo Pazuello. Estos guarismos colocan al país en el tope del ranking mundial de muertes por coronavirus. Supera ampliamente a Estados Unidos, que hasta ahora había detentado la supremacía. Brasil ya perdió más de 269.000 vidas. Y el número de contagios está por encima de las 11,3 millones de personas.

La sensación de desastre inminente quedó plasmada en la carta que los gobernadores de los estados dirigieron al país. Con el título de “En defensa de la vida”, el mensaje enfatiza: “El coronavirus es hoy el mayor adversario de nuestra nación. Precisamos evitar el colapso total de los sistemas hospitalarios de todo Brasil y mejorar el combate a la pandemia. Solo así la patria podrá encontrar un camino de crecimiento y generación de empleo”. Afirman, también, que las medidas preventivas protegen las familias y salvan vidas, al tiempo que garanten la viabilidad de nuestros sistemas hospitalarios“.

La tragedia obligó a los gobiernos de los estados a decretar la “fase roja” de la pandemia. En función de esto, fueron dictadas medidas muy rigurosas que entrarán a regir a partir del lunes próximo: un toque de queda nocturno, entre las 20 horas y las 6 de la madrugada; el cierre de comercios, shoppings, bares, restaurantes; se autoriza apenas un funcionamiento de los delivery y se prohíbe cualquier actividad en las playas. Las escuelas públicas entran en receso y solo se abrirán para aquellos alumnos que precisen del desayuno y el almuerzo.

Sin embargo el escenario no conmueve al gobierno federal. Desde el Palacio del Planalto, el presidente Jair Bolsonaro se interrogaba anoche con indisimulada furia: “¿Hasta cuando vamos a aguantar la responsabilidad del lockdown?” interrogó furioso ante las cámaras. Aludía, desde luego, a la decisión de la mayoría de los estados provinciales (21 sobre un total de 27)  de permitir el funcionamiento apenas de las actividades esenciales. Indignado interpeló: “¿Hasta cuándo nuestra economía va a resistir? Si la economía colapsa va a ser una desgracia. Vamos a tener invasiones en los supermercados, fuego en los ómnibus, huelgas, piquetes, paralizaciones ¿Hasta dónde vamos a llegar?”.

En cuanto hablaba, el jefe de Estado tuvo que arreglarse el tapabocas que se le había subido hasta la frente ocultando incluso sus ojos. Su hijo dilecto, el diputado Eduardo Bolsonaro, titular de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara Baja, sostuvo en un lenguaje rayano con la grosería: “Es una pena que esa prensa mequetrefe, que tenemos en Brasil, solo hable del tapabocas. ¡Métanse el barbijo en el c…!”.

Hacia el anochecer, en su videoconferencia de los jueves, el presidente brasileño comparó con el “estado de sitio” las medidas de aislamiento social adoptada por los gobernadores. Y dijo: “¡Qué fácil es imponer una dictadura!”. Entonces recordó una frase que había dicho en abril del año pasado, en medio de una de las situaciones más conflictivas de su gobierno: “Voy a repetir: estamos viendo municipios con guardias municipales que llevan cachiporras para mantener a todo el mundo dentro de sus casas. Se imaginan las Fuerzas Armadas con fusiles… En nombre de la ciencia y de su vida, ustedes tienen que quedarse en sus casas. Si una parcela de la sociedad puede hacerlo, la gran mayoría no puede. No puede producir nada más: usan el virus para quebrar la economía”.

Desde luego, estas reacciones de Brasilia tuvieron eco en Río de Janeiro, donde gobierna un político de ultraderecha que tomó las riendas del estado después que fuera desplazado el gobernador elegido en 2018 Wison Witzel. Se trata de Cláudio Castro, uno de los pocos que no firmó la “Carta en defensa de la Vida” y que está enteramente alineado con el jefe de Estado brasileño. A última hora de anoche se decidió a batallar públicamente contra su colega paulista Joao Doria. Le dijo: “Le recomiendo que se tome un té de camomila” (de reconocido efecto calmante). Y agregó: “Usted cuide de San Pablo, que yo me ocupo de Río”. Consistente con su enfoque bolsonarista de la pandemia, Castro optó por la vía contraria a la de sus colegas: abrió playas, shoppings, comercios y bares, además de habilitar nuevamente a los quioscos playeros.

 EG

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