El acto de elegir
El acto de elegir se me impuso como tema, aun sabiendo que, en tiempo de elecciones, bastaría el título para despertar ecos diversos en distintas sensibilidades. No suelo rehuir tomar ciertos riesgos.
Cuando me senté a escribir esta nota, imaginé la diversidad de receptores anónimos, cuyo interés y sensibilidades no conozco. Llamamos a eso, confrontarse con el enigma del deseo del Otro. Eran las condiciones propicias para que se jugara lo que quiero comentarles sobre el acto de elegir desde una perspectiva psicoanalítica. ¿Opto por escribir una nota “sesuda” o una “accesible”? Por ahora, tomemos estos dos términos con independencia de su sentido.
Este “entre dos”, constituye lo que se impone al viviente en los momentos constitutivos de su subjetividad. Elección coercitiva, forzada: debes elegir. Y alienante, porque llegamos como meros vivientes y entramos al ruedo simbólico en total dependencia de los significantes que dispone el Otro.
En mi caso, en carrera desde hace rato, uno de los dos significantes de la opción –sesuda– se parece bastante al de cierta marca que me representa en la vida. Elegí “sesuda” y escribí un paper, de esos que se acostumbran en los debates de la “parroquia”, nada que a ustedes pudiera interesarles. De modo que, desmarcándome un poco, me encuentro aquí, reescribiendo la nota durante un fin de semana XL, tratando de ir descifrando el enigma de vuestro deseo múltiple, tarea que –no siendo forzada—, sólo puedo justificar en el deseo de trasmisión que me habita.
Pero volviendo al carácter forzado de la elección inicial, digamos que los términos se excluyen mutuamente. El ejemplo más ilustrativo es ¡La bolsa o la vida! Si elijo la bolsa pierdo ambas, si elijo la vida, me quedo sin la bolsa y una vida algo cercenada. Son las reglas del juego: para entrar en la partida y tener chances de ganar algo, la condición es aceptar la posibilidad de la pérdida. La pretensión del Todo, hace de la vida una tragedia. El lazo social sólo se instaura a condición de aceptar una elección fundante que ancla en lo simbólico.
Esta condición alienante, primera, se pondrá en juego a lo largo de nuestra existencia de sujetos. Término de moda, dice Lacan en 1954: “Hágase lo que se haga, siempre se está un poco más alienado, ya sea en lo económico, lo político, lo psicopatológico, lo estético y todo lo que venga”.
Si todo se redujera a este efecto alienante, no hubieran corrido ríos de tinta en tantos tratados filosóficos sobre el libre albedrío.
¿Dónde radica, para el psicoanálisis, el espacio de libertad del que gozamos?
Podríamos aproximarnos sustituyendo ese ladrón que nos conmina, por una escena familiar. Muchos sabrán lo duro que puede ser, a veces, enseñarle a un niño las reglas simbólicas de los juegos. Sus preguntas ponen a prueba al adulto. En el mejor de los casos, la respuesta falta a veces, o muestra un punto débil, una inconsistencia, ocasiones en que la falta recae sobre el adulto. Como el deseo se sostiene de algo que falta, anoticiarse de la del Otro conduce al sujeto a interrogar qué deseo habita en él, qué objeto lo colmaría. Esta segunda elección constitutiva, implica una separación que ilustra bien el juego de escondidas, tan común en la infancia: ¿soy eso que te falta?
Los seres humanos somos adictos a dar sentido a los enigmas. Antes que nada, al deseo de los otros. Por muy clara que se pretenda la respuesta, las palabras no guardan una relación unívoca con los significados, por lo que en nuestros intercambios siempre caben los malentendidos, las equivocidades. Hemos tomado del discurso familiar ciertas piezas, las seleccionamos y significamos -sin saberlo-, y con ellas armamos nuestro fantasma-defensa. Interpretación que, en adelante, colorea la visión de nuestro mundo y la relación que establecemos con el deseo y el amor.
Entonces, hay determinismo y hay elección. Está lo coercitivo primero y también lo activo, la forma en que cada uno selecciona y subjetiva ciertas marcas. Es por esto que tanto Freud como Lacan pueden plantear que hay “elección de neurosis”. Decir neurosis es una generalización, pues en alguna de estas dos elecciones constitutivas pueden intervenir azares –incluso rechazo a elegir– que conducen a problemáticas diferentes.
Esta libertad semántica es también la razón por la que el Otro –que encarna en cada época alguna forma de poder– machaca nuestros sentidos con sus significantes, tratando de limitar el espacio creativo conquistado durante la puesta en cuestión del Otro que, si se sostiene lo suficiente, da lugar a respuestas más creativas, atempera la alienación. “Batalla cultural” puede ser uno de sus nombres en lo social.
Llegando aquí, no extrañará que uno de los significantes históricamente privilegiado sea la libertad. Sólo que, cuando no es el sujeto sino el Otro quien se apropia y vocifera: ¡libertad! (para nombrar un estado de cosas donde imperaría la abolición de toda norma reguladora) la sustrae al sujeto, lo anonada. Paradójicamente, los sujetos pueden verse llevados a consentir “libremente” con formas regresivas de mayor alienación.
Se han hecho muchísimos elogios de la libertad desde distintas disciplinas. No cabe aquí comentarlas, sólo señalar que, desde la perspectiva del psicoanálisis, la libertad absoluta está más bien asociada a la locura y a ciertas formas de errancia subjetiva; seres sin lastre, que no pueden asirse a casi nada. O, quizá, a una forma de Otro de puro cálculo.
Recorto de Lacan: “Creo que con el desplazamiento de la causalidad de la locura hacia esa insondable decisión del ser en la que éste comprende o desconoce su liberación, hacia esa trampa del destino que lo engaña respecto de una libertad que no ha conquistado, no formulo nada más que la ley de nuestro devenir…”
LR
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