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Opinión El informe atribuido al Mossad publicado por el NYT

AMIA: una versión intolerable para una verdad oficial con pies de barro

Sede de la AMIA en la calle Pasteur

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A horas del atentado a la AMIA cometido en 1994 (85 muertos), las versiones de Inteligencia reinaron en las investigaciones judiciales y los títulos periodísticos. Hubo podredumbres de todo tipo, que cada cual validó o rechazó en función de sus intereses y creencias. La hipótesis estelar y más duradera, portada por los gobiernos de Israel, Estados Unidos y Argentina, indica que los atentados habrían sido obra del régimen iraní, que habría planificado y ejecutado la acción de propia mano, junto a colaboradores instrumentales.

Esa especie, así planteada, acaba de ser atravesada por otro relato de Inteligencia que la dejaría al desnudo con toda su endeblez.

El corresponsal del New York Times en Tel Aviv, Ronen Bergman, publicó el viernes el contenido de un informe atribuido al servicio secreto israelí, Mossad, que concluye que los atentados contra la Embajada de Israel, en 1992, y contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), en 1994, fueron obra de una célula del movimiento chiita libanés Hizbolá, sin participación de elementos argentinos ni iraníes en la organización ni en la ejecución.

El texto afirma que la teocracia iraní, cuyo vínculo con Hizbolá es fundacional, “aprobó y financió” las operaciones, pero la prueba que la Inteligencia israelí dice tener al respecto son las pesquisas del fiscal Alberto Nisman, “sin agregar detalles”.

Aun si se otorga algún grado de validez a las elucubraciones de Nisman —lo que requeriría altas dosis de abnegación y audacia—, el “detallado relato” sobre la operatoria de los atentados del que da cuenta el Times echa por tierra la tesis oficial sostenida a capa y espada en Washington, Tel Aviv y Buenos Aires, a la que se adosaron las instituciones comunitarias judías, los tribunales federales, los medios dominantes y buena parte del arco político, con el macrismo en versión ultra.

Las famosas alertas rojas solicitadas por el Estado argentino contra altos funcionarios iraníes —siguen vigentes cinco, incluido el actual ministro de Defensa, Ahmad Vahidi— se basan sobre las presuntas planificación y ejecución por parte del régimen de los ayatolas, con actores propios en Buenos Aires.

Así las cosas, la alegada aprobación política y financiamiento, sin más datos, sabe a poco para los acusadores, y las primeras en darse cuenta fueron las dirigencias de la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) y de AMIA. Apenas conocida la versión, la desmerecieron. “La nota del New York Times no parece un trabajo periodístico serio, está plagado de errores y de afirmaciones directamente absurdas”, ninguneó un representante de AMIA citado por Infobae. Lo mismo hicieron medios que cargan con la cruz de haber reproducido durante años cuanta versión anónima de inteligencia que ratificara el relato oficial.

Lo publicado por el Times no es una prueba. Una nota con firma en el principal diario estadounidense, basada sobre un informe y fuentes del servicio de Inteligencia de Israel —país atravesado, como todos, por intereses y corrientes políticas— puede despertar dudas, pero no tantas como los arrebatos de las acusaciones de Nisman, declaraciones del senador republicano estadounidense Marco Rubio, fuentes sin ninguna entidad citadas por tuiteros y ráfagas en la mesa de Animales Sueltos.

Otra cuestión es que la supuesta investigación reproducida por el diario norteamericano no es algo elaborado en las últimas semanas, sino que habría sido construida durante años mediante testimonios, escuchas, interrogatorios e infiltrados. Ciertas o no, las conclusiones obrarían en poder del Estado israelí hace tiempo, y chocan de plano con las declaraciones de sus gobernantes e influyentes que se dedicaron a azuzar las hipótesis belicistas, tan bien recibidas por sus aliados argentinos, montados sobre uno de los mayores traumas de la historia nacional.

Intereses y teorías conspirativas

Un eje que une a las dirigencias políticas de Israel y Estados Unidos (principalmente del Likud, sus vertientes y el Partido Republicano, pero no sólo ellos) es su aversión a cualquier tipo de acuerdo con la teocracia iraní. Su apuesta exclusiva es a la sanción económica y la amenaza militar, y ese abordaje entra en tensión cada vez que hay un intento de avanzar en algún tipo de control multilateral del programa nuclear iraní, fuera con Barack Obama o con Joseph Biden. Algunas maniobras que intoxicaron la investigación sobre la AMIA en todos estos años encuentran reflejo en ese forcejeo.

La intención del presidente demócrata de retomar el acuerdo de 2015, abandonado por Donald Trump en 2018, extrema la disputa. Semanas atrás, Biden visitó Jerusalén, se juramentaron lealtad eterna con el primer ministro interino israelí, Yair Lapid, pero éste, como suelen hacer los gobernantes de Tel Aviv, habló claro: “La única cosa que parará a Irán es poner una amenaza militar creíble sobre la mesa”. Biden, a su derecha, perdió la mirada en el auditorio.

En ese punto, si se trata de interpretar intereses y aventurar conspiraciones, la versión que exculpa del grueso de la acusación a Irán pisa en falso con respecto a los intereses de Tel Aviv. Si algo no debería buscar Israel para bloquear cualquier atisbo de negociación entre Washington y Teherán, es derribar la sospecha central sobre los funcionarios iraníes por los atentados en Buenos Aires. Por el contrario, lo esperable sería una nueva versión de inteligencia que confirmara la hipótesis oficial, para demostrar que no hay nada que dialogar con Irán.

También se puede teorizar sobre la necesidad de aflojar las sanciones a una gran potencia petrolera en tiempos en que el precio de los hidrocarburos y la energía desquician la economía global. Biden y sus pares europeos estarían más que interesados en contener la inflación, pero ése no es un objetivo primario en Israel, donde no hay ningún líder con posibilidades de convertirse en primer ministro demasiado interesado en esa vía diplomática.

La piedra en el zapato de la teoría de que el drástico giro en el relato obedece a intenciones geopolíticas de Estados Unidos y Europa para acercarse a Irán es que el origen del informe publicado en New York Times no es una fuente anónima de Washington ni de Bruselas, sino el Mossad israelí. 

Queda mucho por dilucidar. Por lo pronto, la eventual demostración de que la investigación de los atentados más graves de la historia argentina tiene pies de barro sería intolerable para los poderes que la sostuvieron. Sobre lo que es capaz su temeridad, no quedan dudas.

SL

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