Ayacucho, 200 años: despertar la Memoria Histórica por un Destino Común
Entristece que no figure en la tapa de los diarios uno de los hitos más importantes de nuestra historia: la Batalla de Ayacucho. Entristece que no aparezca ni en las redes sociales de nuestros compañeros del campo nacional-popular-latinoamericanista. La batalla cultural empieza por nuestra memoria histórica.
La conmemoración del bicentenario de la Batalla de Ayacucho no es simplemente un momento para recordar el pasado, sino una oportunidad histórica para retomar el sueño que impulsó a nuestros próceres: la construcción de una Patria Grande, un Estado Plurinacional Latinoamericano que nos una desde México hasta la Antártida, capaz de plantarse frente a las potencias extranjeras como un bloque fuerte, soberano y justo. Este anhelo, compartido por gigantes como San Martín, Bolívar y Artigas, fue frustrado por las mismas fuerzas imperialistas que nos dividieron, y por las élites locales que, por mezquindad o complicidad, se prestaron al juego de la fragmentación. Pero hoy, cuando el mundo enfrenta una crisis de hegemonías y las grandes potencias compiten por el control de nuestros recursos, es más urgente que nunca retomar el camino de la unidad. Los gobernantes que no entienden esto, quienes subestiman la integración latinoamericana, no son otra cosa que idiotas o agentes extranjeros, o quizás ambas cosas al mismo tiempo.
Hace 200 años, en las llanuras de Ayacucho, se consolidó la independencia del continente. Sin embargo, esa victoria fue incompleta, porque mientras las armas derrotaban al colonialismo español, el Reino Unido y otras potencias comenzaban a intervenir para evitar la unidad de nuestras naciones. Las rivalidades internas, las fronteras artificiales y los conflictos entre caudillos fueron fomentados para asegurar que la región quedara dividida en pequeños estados débiles, fácilmente manipulables y dependientes de las metrópolis extranjeras. Los sueños de la Gran Colombia de Bolívar, del proyecto artiguista en el Río de la Plata o de una América federada bajo los ideales de San Martín fueron traicionados por las oligarquías criollas, que priorizaron sus intereses mezquinos sobre el bienestar común.
Hoy, el precio de esa división es evidente: 20 estados fragmentados en América Latina, con economías subordinadas, fuerzas militares incapaces de defender nuestra soberanía frente a la injerencia extranjera, y gobiernos que, muchas veces, se enfrentan entre sí en lugar de cooperar. Pero, ¿qué seríamos si estuviéramos unidos? La respuesta es tan impactante como inspiradora. Un Estado Plurinacional Latinoamericano tendría un territorio de más de 20 millones de kilómetros cuadrados, abarcando la mayor riqueza en biodiversidad del planeta y una de las mayores reservas de recursos naturales, incluyendo litio, petróleo, agua dulce y tierras cultivables. Su Producto Bruto Interno combinado superaría los 10 billones de dólares, ubicándolo entre las economías más grandes del mundo, con una población de más de 650 millones de personas, cuya diversidad cultural y lingüística sería una de sus principales fortalezas. Una fuerza militar unificada podría garantizar la defensa de nuestra soberanía, mientras que un mercado interno integrado permitiría la industrialización de la región y el desarrollo económico con justicia social.
La posibilidad de esta unidad no es solo un sueño romántico del pasado; es un objetivo estratégico del presente que debe retomarse desde abajo, concientizando a nuestra gente de nuestro destino común, de nuestra memoria histórica, de lo que podemos ser.
En ese sentido, el Colectivo por la Integración del que somos parte lanzó la iniciativa de un concurso regional para un Himno Latinoamericano https://himnolatinoamericano.org/. Esta propuesta de un himno para la Patria Grande, que celebra la hermandad de nuestros pueblos, es una invitación a imaginar un futuro en el que dejemos atrás las fronteras impuestas y abracemos un proyecto de integración que respete las particularidades de cada pueblo, pero que nos una en un objetivo común: la emancipación definitiva del continente. Recordemos la idea de Francisco sobre el poliedro y la misión que le dio a los movimientos populares en 2015 en Bolivia ¡unir la Patria Grande!
La unidad latinoamericana no es una opción, es una necesidad histórica. Cada vez que nos dividimos, ganan los de afuera. Cada vez que priorizamos las agendas locales por sobre las regionales, perpetuamos nuestra dependencia. Por eso, quienes se oponen a este proyecto no merecen otro calificativo que el de traidores: ya sea por ignorancia, incapacidad o intereses creados, trabajan en contra de los pueblos que deberían representar. El bicentenario de Ayacucho es el momento perfecto para recuperar este horizonte. Como dijo Bolívar, “la unidad de nuestros pueblos no es simplemente el sueño de los hombres, es el destino de América”. Ha llegado la hora de construirlo.
JG/MF
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