El Caputismo
Imaginemos que un ministro de Economía argentino se interna en una cueva de alta montaña a diseñar un plan para salvar al país del monstruo de dos cabezas llamado Desequilibrio Fiscal y Casta Política, y alguien (un discípulo que busca maestros en la montaña) lo llama a los gritos para que le revele la sabiduría y la justicia que exuda ese plan.
Por cuestiones inherentes a la existencia de cualquier espacio con obstáculos, en la cueva hay rebotes de sonido, conocidos como ecos; del mismo modo que en el mar puede haberlos de luz, conocidos como reflejos. Entonces, este discípulo va a la montaña y grita el nombre del maestro. Si el maestro se llamara, por decir cualquier cosa, Dujovne, el grito produciría este eco, típico de las palabras de tres sílabas: “Dujovne, jovne, jovne, jovne…”. Y si el maestro se llamara Cavallo, el nombre hecho sonido entre las piedras rebotaría así: “Cavallo, vallo, vallo, vallo…”.
Ahora supongamos que este maestro, el de la solución final que acabará con aquel monstruo de dos cabezas, se llamara Caputo. El discípulo gritará su nombre: “¡Caputo!”, y el eco de las dos últimas sílabas correrá como una bestia de aire por cada rincón de la cueva. La primera sílaba se perderá, como es ley en las carambolas del sonido, y quedarán girando al infinito las dos últimas. Al cabo, el maestro Caputo saldrá de su retiro con las ideas frescas y transparentes como agua de manantial de cueva, y explicará su fórmula infalible para doblegar al monstruo.
Debido quizás a que fue concebida por una imaginación argentina, esta fábula se hizo realidad. Hay, en efecto, un ministro de Economía llamado Caputo que ha salido de su cueva con una solución final a los problemas de siempre, y la está anunciando por cadena nacional luego de varias pruebas fallidas en las que los cineastas que lo acompañan no le encuentran “el tono” a la divulgación de la... solución final. El esfuerzo será innecesario porque, al cabo, el periodista Eduardo “Chiquito” Feinmann dirá desde el Salón del Periodismo Libre de LN+, después de que Caputo anuncie un ajuste Guinness: “Me gustó el tono”. Comentario delicadísimo, como hecho por un juez de la moda, comparable al que podría hacer alguien que va al velorio de un acribillado y dice: “Me gustó la mortaja”.
En la grabación del anuncio hay nervios, el lenguaje corre a los saltos como un vehículo que tuviera las ruedas cuadradas y Caputo tiene dificultades para sostener la mirada del espectador soberano que se filtra por el objetivo en ondas de dolor. Como vino sucediendo en los últimos días, tiene el aspecto de alguien que quiere que se lo trague la tierra. Está en un inquietante estado de arrepentimiento. Es, lo que se dice. un reincidente al que le han vuelto a convidar la falopa prohibida. Por algo se dice en el mundo de las finanzas que las deudas se “toman”.
Háganle un seguimiento atento al modo que tiene de colocar su imagen en los distintos escenarios en los que actúa, y se verá su carácter escurridizo. En las fotos del funcionariado que acompaña al flamante presidente Milei antes de su asunción, aparece siempre en los extremos, como con un pie afuera, digamos en situación de fuga. Durante la caminata que llevó a Milei, su hermana y sus ministros a la misa interreligiosa más pesada del mundo a la Catedral de Buenos Aires, se lo ve escapando por el andarivel izquierdo con chispas de pavor en su rostro. Son imágenes extrañas de un ministro que ingresa en retirada, para decirlo en los términos enloquecedores propio del fenómeno que observamos.
Caputo se inspira en el lenguaje de Macri, su poeta de cabecera. Se trata de un lenguaje de cepa patafísica, carrolliana, que trabaja muy bien la dinámica verbal de la inversión
Si fuese por él, cumpliría sus funciones con careta. Como una de látex no sería un accesorio acorde a su investidura, empezó a utilizar la careta del lenguaje, inspirado en una lírica modelo 2015 cuyo formador es Mauricio Macri.
¿Quién es Mauricio Macri? Es una excelente persona, ese tipo de personas que se reconocen por la pureza de sus almas, con un profundo sentido de comunidad y generoso hasta el desprendimiento, amado hasta el llanto por sus familiares, al que lo revelan las injusticias de este mundo horrible en el que vivimos. ¿Su hobby? Hacer el Bien, sin mirar a quién. ¿Su compromiso con las instituciones? De vida o muerte, tal como lo demostró su esfuerzo monstruoso para que hoy se vote sin agachadas ni miserias judiciales en el Club Atlético Boca Juniors, donde no se siente más que nadie.
Su profesión es ingeniero civil de la UCA, graduado a una velocidad tan descollante que dejó atrás a su camada. No le quedó en pie un solo compañero de estudio. Sonic no lo habría alcanzado. Otra consecuencia negativa de esa performance académica es el Síndrome de las Pestañas Quemadas, que hace que el graduado prodigio no recuerde una palabra de la jerga específica de su profesión. En este caso: flexión de vigas, granulometría, embalse, resistencia, aglomerante, etcétera. El equivalente a que el Doctor Alberto Cormillot (lo que prueba que fue apenas un alumno normal) olvidara palabras como grasas, aspartamo, bulimia, colesterol o cereales.
Pues bien, volviendo a la cueva, Caputo se inspira en el lenguaje de Macri, su poeta de cabecera. Se trata de un lenguaje de cepa patafísica, carrolliana, que trabaja muy bien la dinámica verbal de la inversión. Son maniobras artísticas que hacen del lenguaje un arma de destrucción masiva. Su blanco es la inteligencia humana y su objetivo, anularla. Dejarla en estado de suspensión e inanidad, como atacada por una araña amazónica.
La suerte está echada en forma de bombas, muchas de ellas lanzadas de manera innecesaria por bombarderos hiroshimistas para que truene el escarmiento y se instale, ya veremos por cuántas temporadas, la marca Conservadurismo Shocking
Por ejemplo: Macri le dice “culo sucio” a Riquelme. Automáticamente, sentimos que el acusador acaba de levantarse del bidet, de lo contrario ¿cómo se animaría a decir eso? Nadie que hubiera hecho una pasada rasante por el bidet hace unas horas podría sostener semejante insulto “blanco”. Para decir eso, hay que decirlo desde el bidet, digamos on line con la flor de aguas verticales. No importa que esta excelente persona no esté en condiciones de decirle “culo sucio” a un bebé cuya madre hace doce horas que no le cambia el pañal, porque lo que queda en el aire es el efecto de que el que acusa de algo a alguien es porque nunca podría ser acusado de eso que le endilga a los demás. Es un mecanismo de limpieza de la suciedad propia digna de niños malos, cuyo ejemplo más extremo podría ser el de Hitler diciéndole a Alejandro Biondini: “Vos sos un nazi”.
Pues bien, Caputo dijo, en su primer anuncio oficial en el que soltó una lluvia de bombas racimo devaluatorias para cumplirle a Milei el sueño de la hiperinflación que viene pronosticando desde que nació a esta nueva vida, que la “herencia recibida” de la que el propio Caputo es un gran autor “de cujus”, es la peor de la historia, que la Argentina es adicta a endeudarse y que así, como vamos, en un año un litro de leche va a costar $60.000 y, por analogía (la analogía es mía), una mentita de Fel-Fort va a costar $20.000, un kilo de molleja $600.000 y un Jack Daniel’s Sinatra US$3.000.000.
Luego, el maestro de la cueva, seguido por el eco de su nombre, fue a TN a divagar en vivo con la dupla Bonelli-Alfano. Le preguntaron por las bombas racimo, de las que lo único que se pude decir de bueno es que todavía no tocaron el piso, y el maestro Caputo dijo (transcribo textual, no le voy a dar una mano gratis): “La gente estaba contenta porque entendió finalmente la génesis del problema. Para mucha gente fue un despertar en lo que fue durante mucho tiempo la incertidumbre, esa de que nunca terminaban de entender, por qué si nos esforzamos los argentinos todo el tiempo seguimos cayendo en crisis recurrentemente”.
Bien: “Despertar”. La palabrita más vende humo de la autoayuda, instalada por Gurdjieff y parasitada hasta el calambre por ese campeón mundial del plagio que es nuestro querido Jorge Bucay, no es lo más importante de ese fraseo en el que Caputo no puede evitar que se le abran las narinas (reflejo de vaya a saber uno qué tipo de sinceridad reprimida) ni rascarse el cuello con mano invertida (que tampoco sabemos a qué idioma corresponde pero, sospechamos, no es el de la preocupación por los bombardeados). Más la sonrisa, que florece en momentos en que ahonda en la descripción del daño.
Lo más importante es que imita a Macri. Lo imita en el repertorio gestual que sostiene su sanata de inversiones verbales y lógicas, en hablar con la cara para falsear conceptos, en abrir las manos sin coordinación como malabarista malo de semáforo y en introducir el latiguillo “Todo el tiempo”. También en el empleo de la palabra “argentinos”, como achicando la segunda mitad en favor (o en perjuicio) de un tono medio cheto, medio bobo. Pero, sobre todo, sabemos que lo imita porque no sabe hablar, en el sentido de que su desempeño depende de un vocabulario ajeno a cualquier cosa que no sea su propio interés (tanto a él como a su inspirador les cuesta incorporar el glosario del bien común).
La suerte está echada en forma de bombas, muchas de ellas lanzadas de manera innecesaria por bombarderos hiroshimistas para que truene el escarmiento y se instale, ya veremos por cuántas temporadas, la marca Conservadurismo Shocking. Pero no hay mal que por bien no venga. Nace el Caputismo, un idioma liviano destinado a describir escenas pesadas.
JJB
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