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Análisis

¿Jugando con fuego?

Alberto Fernández y Máximo Kirchner en el acto de asunción del diputado como titular del PJ bonaerense. Diciembre de 2021

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La asignatura número 1 de la política es la lucha por el poder. Para Weber la pelea por el poder es la política misma, o dicho de manera más fiel, es toda la política. Estamos asistiendo a una encarnizada batalla por el poder en los dos polos del espectro político y también, aunque de manera algo más inadvertida, en la fuerza que busca romper la polarización.

Lo que refleja esta pelea es un evidente estado de fragmentación en las dos alianzas que han venido dominado el escenario político desde 2015 y alternándose en el poder. La lucha muestra también la debilidad, sino ausencia, de liderazgos, una cuestión sensible para la política que va más allá de nuestras fronteras, como advirtió no hace mucho Fernando Henrique Cardoso en una visita al país. A propósito, hemos visto una retórica despiadada en la campaña brasileña. ¿Lula ha reconstruido su liderazgo tras su victoria del 30 de octubre? Su candidatura representa esta vez mucho más que lo que expresaba el PT en los primeros años del siglo, durante sus dos gobiernos. Es también una coalición cuyo centro de gravedad se ha corrido de la izquierda al centro, por decir lo menos. ¿Bolsonaro a su vez lidera la otra mitad derrotada en el balotaje brasileño? Es motivo de controversia entre los analistas.  

Nos importa ahora lo que pasa aquí. Lo singular de esta pelea por el poder reside en que se da por el momento hacia el interior de las coaliciones más que hacia afuera. Las alusiones a los adversarios de otras fuerzas sirven más de apalancamiento de las posiciones en la propia pelea interna que para definir un adversario, un otro que necesariamente está afuera.

La retórica elevada de estos días agrega sin embargo una cuota de incertidumbre a la mencionada fragmentación. ¿Se están poniendo a prueba las coaliciones? ¿Son como parecía hasta hace no mucho irrompibles? ¿Cuáles son las posibilidades de una reconfiguración de esas alianzas y de que la fragmentación se traslade a todo el sistema?

Hemos tenido ejemplo de esto en 2003 –la dispersión contribuyó a la llegada de Néstor Kirchner a la presidencia- y en 2011, cuando la oposición se atomizó y favoreció la consolidación de la hegemonía kirchnerista. Aunque 2003 tuvo un desenlace incierto (Menem-Kirchner llegaron al balotaje con lo justo), en ambos casos, el no peronismo fue el principal perjudicado por la fragmentación. La dispersión del peronsimo, con todo, contribuyó al triunfo de Cambiemos en la elección de medio término de 2017.

Otra de las características de la confrontación es que revela, simétricamente, un blanco semejante: el de la principal figura institucional que exhiben ambas alianzas.

En el caso de la oposición, la tensión se dirige hacia el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, que ha sido el precandidato presidencial con mayores expectativas en la alianza hasta la reaparición definitiva en escenario del expresidente Mauricio Macri y el reposicionamiento de la ex ministra Patricia Bullrich. Bullrich expresa el ala más radical de Juntos por el Cambio, se ha plantado como principal adversario de Larreta y es funcional, lo haya buscado o no, a los deseos de Macri. ¿Hay un grado de sobreactuación en las apariciones de Bullrich? ¿El video que circuló en estos días con su amenaza a un hombre de Larreta estaba dirigido a perjudicarla o tuvo su consentimiento? Por lo menos desde Hobbes que a la política se emparenta con la representación y el arte dramático.      

En el oficialismo vemos que el blanco es el presidente de la Nación. Esto no es nuevo, pero la embestida ha alcanzado otros niveles. Fernández, puede decirse, recibió condicionamientos de su socia y creadora, Cristina Fernández de Kirchner, desde el comienzo mismo de su gestión. Es la anomalía original. Le costó al Presidente varias reformulaciones de gabinete hasta el diseño que conocemos hoy y veremos por cuánto. Un sector de la coalición se opuso incluso en el Congreso a la aprobación del acuerdo para el refinanciamiento de la deuda con el Fondo Monetario Internacional, ya en la etapa final de la pandemia y sobre el que Fernández apuntó a la recuperación de la economía y la salvación de su gestión. En las últimas horas hemos visto un acto en el que la vicepresidenta virtualmente ignoró la figura del Presidente, aunque elevó la de su (de ambos) ministro de Economía Sergio Massa. Y un segundo acto en el que el hijo de la expresidenta, el diputado y jefe del PJ bonaerense Máximo Kirchner, buscó sacar de la cancha a un presidente vaciado de poder, al acusarlo de querer “iniciar una aventura personal” detrás de su velado proyecto reeleccionista.

Así como no puede descartarse que la fragmentación en ambos frentes se traslade al sistema, es oportuno preguntarse sobre el impacto de este fenómeno en la economía.  El último Relevamiento de Expectativas del Mercado (REM) del Banco Central, conocido el viernes, prevé una suba de precios de 6,2% para noviembre y de 6,4% para diciembre, confirmando su pronóstico superior al 101% para el año y de 96% para 2023, 5,5 puntos por encima de la última medición.

Pelear por el poder es lo específico de la política. Pedir lo contrario es además de una ingenuidad, algo inútil. Aquí y en todas partes. Ahora: sin plan antinflacionario, sin reservas, y con una economía desacelerando por el cepo a las importaciones; como en el tango de Cadícamo, sin ilusión, sin fe, ¿se está jugando con fuego?  

WC   

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