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Un pragmatismo desesperado y sin barbijo

Juan Manzur y Carla Vizzotti.

Walter Curia

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En mayo de 2018, cuando se le cerraron los mercados internacionales de crédito con los que venía financiando el gasto pensando en la reelección, el entonces presidente Mauricio Macri recurrió al Fondo Monetario Internacional para un programa de salvataje, inició un demorado ajuste fiscal e impulsó un profundo apretón monetario. Nunca pudo sacar a la economía del pantano en el que había ingresado un mes antes, cuando su gobierno estuvo a punto de desmoronarse con el inicio de una mega devaluación.

El derrumbe que siguió al inesperado -no sólo para aquel gobierno- resultado de las primarias de agosto de 2019 llevó a Macri un dramático giro dirigista, con medidas urgentes de contención social ante una nueva depreciación de la moneda, la postergación de vencimientos de la deuda de corto plazo, el envío de un proyecto al Congreso para una renegociación con los bonistas y emisión monetaria. Debió rendirse finalmente a una reimplantación del cepo cambiario, dando una vuelta de campana a la que acaso haya sido su primera medida de gobierno. 

Tras su propia derrota y junto con una lluvia incesante de iniciativas de alivio económico, el gobierno del presidente Alberto Fernández acaba de anunciar la virtual eliminación de las medidas de distanciamiento por el covid ante la sostenida baja en el nivel de contagios. Ni los tapabocas quedan. Se apoya, dice, en evidencia científica, tanto que la oficina de prensa de Presidencia envió a los periodistas una agenda con los celulares de expertos para certificar que lo que está haciendo el Gobierno es lo correcto.

Que hablen los que saben, entonces. Pero es inevitable asociar la decisión del Gobierno al resultado en las primarias. Así como Macri hace dos años quemó sus papeles sobre la libertad económica, en su urgencia electoral el peronismo parece haber decretado el fin de la pandemia. 

Es curioso cómo en una sociedad sobrepolitizada, a la que se ha echado encima una innecesaria carga ideológica que obtura cualquier solución de los problemas estructurales de la Argentina, las dos fuerzas que hegemonizan la política no dudan en recurrir al libreto de su antagonista cuando se les escurren los votos. 

“El liderazgo se ve en la derrota. Las operaciones y los cambios se hacen en la victoria, no en la derrota. La adversidad es el momento de la observación de las cosas”, dijo Marcelo Bielsa, el argentino idolatrado en el Leeds inglés.

La lucha por el poder es la asignatura número uno de la política. Lo entendemos. Pero esta plasticidad, este pragmatismo desesperado podría ser empleado, más que en evitar otro naufragio, en una negociación política que contribuya a sacar a la Argentina de su inveterado estancamiento y de la obscenidad de la pobreza. Es el reclamo de una sociedad exhausta.

WC

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