Cuando la primera economía mundial se quedó sin leche para bebés
No imaginarse que algo pueda faltar delata falta de imaginación. En una de las primeras escenas de Golpe de Estado (1978) leemos el frenesí de un cooperante blanco en el paroxismo de la frustración, desgañitándose porque gobernante negro de una nación africana famélica se rehúsa limpiamente a firmarle un recibo por la donación USAID que descargó en un aeródromo tropical. Cajas y cajas selladas, quintales y quintales del mismo alimento deshidratado, grano seco y áspero, poco servicial en un desertificado país subsahariano que se muere de hambre porque lo que falta es el agua. En esta novela inesperada, gratificantemente tercermundista, el siempre tan republicano y episcopal John Updike detalla sin reticencia ni remilgo las crueldades que la imaginación cristiana inoperante inflige a granel a un prójimo hipócrita al que dice amar como a su semejante, su hermano.
El prejuicio racial, la distraída ignorancia, son un lugar común en las representaciones de los vínculos de EEUU con sus patios traseros. Pero cuando la falta de imaginación, de previsión, crea una crisis doméstica, ¿qué inferir?
¿De qué le sirve a EEUU ser la primera potencia económica del mundo, la hiperpotencia militar única, cuando no supo prever que se iba a quedar sin leche para los bebés?
En el caso del aborto se han dibujado prolijos horizontes que nada dejan a la imaginación sobre cuánto más miserable será la vida de las mujeres cuando 26 estados de EEUU penalicen, en un futuro cercano pero no inmediato, la interrupción voluntaria del embarazo. En cambio, la carencia de leche no es un pronóstico derivado de un meticuloso dominó; ya es un hecho consumado. Falta en los supermercados, en las farmacias, en los hospitales, en los dispensarios: falta ahora. Para padres y madres que planearon la crianza porque descontaban la disponibilidad de nutrientes especiales de algunas fórmulas determinadas del producto básico, es grave.
¿De qué le sirve a EEUU ser la primera potencia económica del mundo, la hiperpotencia militar única, cuando no supo prever que se iba a quedar sin leche para los bebés?
Para Joe Biden y para el partido Demócrata, es una pesadilla, pero a la vez una profecía autorrealizada. En 2020, Biden ganó la presidencia gracias a que la elección fue un referéndum sobre Donald Trump. En las elecciones legislativas de noviembre, todos los sondeos prenuncian que el oficialismo perderá las mayorías en el Congreso. Lo único que podría salvarlo, o limitar las pérdidas, es que la elección se volviera referéndum. Cuando su discurso del Estado de la Unión, que dedicó a las operaciones militares invernales rusas en Ucrania, que pronunció en el Capitolio de Washington mientras en tiempo real caían bombas sobre Kiev, reunió ese envión de los apoyos que converge sobre un presidente de guerra. Estableció un terreno común con la oposición, y eludió que en la campaña lo acusaran de debilidad con Rusia o China.
Electoralmente, la guerra blinda determinados flancos de la administración al ataque opositor, pero no gana votos. Pero ahora, puede perdérselos. Porque una de las razones inmediatas para que falte la leche es la guerra en Ucrania, explica el Wall Street Journal. Una razón mediata es la crisis del covid, que por lo tanto no ha sido relegada al pasado por Biden, si no ha neutralizado sus efectos perniciosos para la salud, aunque indirectos.
Aunque es la regulación del mercado de baby formula por los demócratas lo que ha vuelto tan vulnerable a su producción a estas contingencias. Sólo cuatro industrias producen baby formula en EEUU; la más productivo, Abbot, que tiene el 42% del mercado, cerró su planta mayor, en Michigan, después de cuatro casos de menores que enfermaron (dos murieron) por consumir su baby formula, aparentemente por fallas en la profilaxis productiva, y contaminación del producto con una bacteria. Los otros tres, Perrigo, Nestle y Mead Johnson, no pueden aumentar la producción a un ritmo que alcance a satisfacer la demanda: entre otros motivos, porque es un proceso sometido a requisitos y controles de calidad. Hay altos aranceles para la importación de leche para bebés; el proteccionismo ha desalentado la exportación, y por lo tanto no hay exámenes de la FDA (Food and Drug Administration) para todos los potenciales exportadores. De urgencia, el Congreso votó un fondo de 28 millones de dólares extras para que inspectores vuelen al extranjero a evaluar otros oferentes.
El presidente Biden advierte el peligro de la situación, ha invocado por segunda vez en su mandato una ley que no se usaba desde la Guerra de Corea, la Ley de Defensa de la Producción, que permite al Estado dirigir a la industria privada a los fines que considere prioritarios, y designar destinatarios privilegiados de la producción. La flota de aviones del Estado volará para traer materia prima para la producción. Pero ni la FDA padece penuria de recursos, ni las fábricas de insumos: es la productividad industrial la que no puede acelerar al ritmo necesario. Y edificar nuevas fábricas en el corto plazo es un plan todavía menos viable, más oneroso y más ineficaz.
Entre los países de los que se decidió importar masivamente leche para bebés está Irlanda. Pero en Irlanda empezó a escasear a su vez la leche. No, como en EEUU, porque la oferta empezara a ser insuficiente, sino porque padres y madres no quieren sufrir la carencia que sufren del otro lado del Atlántico, y se lanzaron a comprar y stockear la leche disponible. Una iniciativa casi infalible para asegurar el desabastecimiento del producto escogido.
Otra medida anunciada por Biden es la de crear un fondo para facilitar la compra de baby formula. Pero es también inútil, si no hay qué comprar. Otra regulación previa también agrava la situación, especialmente entre familias pobres, electorado demócrata por default. La leche para bebés está subvencionada por un programa federal, WIC (Women, Infants and Children), administrado por los estados. La mitad de las madres de EEUU tienen derecho a la leche de bebé que facilita este programa. Ahora, cada estado, para proveer de baby formula al programa WIC, contrata con una sola empresa. Abbott tiene 49 contratos entre estados y territorios tribales; con Mead Johnson, proveen leche al 87% de bebés. Es decir, que al faltar Abbott, no hay alternativa disponible, y según la regulación vigente, la alternativa es ilegal, de momento, en el programa federal.
Elegir es odioso, plebiscitar es masivo
Terrible como ha sido, fértil en vidas segadas como fue -EEUU ya soprepasó el millón de víctimas-, la letalidad del covid fue sectorial y etaria, y ahorró a las pantallas y noticias el rasgo más trágico y gráfico de las pestes históricas: las muertes de niños. A las familias jóvenes les sumó fastidios, inconvenientes, rencillas, tedio y kilos, acaso duelo, ultraje, rencor, pero nunca terror, y después tampoco miedo. La carencia de baby formula podría invertir el eje etario de morbilidad o fatalidad del covid: no mueren los viejos, en terapias intensivas, fuera de la vista de todos, para alivio de sistemas previsionales saturados; sufren, enferman, aun mueren niños en las cunas, en brazos de madres y padres. Una crisis sanitaria producida por el descuido, el proteccionismo (de la industria farmacéutica y de la láctea), la desinversión, la regulación política, y el doble debliitamiento de las cadenas de suministros, el largo del covid, el más breve y nuevo de la guerra, convertirían a la elección de noviembre en un referéndum o voto repudio para Biden. Desde luego, no el que buscó.
Otro productor de baby formula frenada en la frontera sur, México, tiene esta semana a un presidente cimentando su apoyo plebiscitario, el más sostenidamente alto del hemisferio, y uno de los más encumbrados del mundo. Andrés Manuel López Obrador ha desafiado a Biden en defensa de una Cumbre de las Américas sin proscripciones. La ausencia mexicana en Los Ángeles en junio sería una derrota para la Casa Blanca; Trump, constructor de muros infamantes y pionero en severidades migratorias, puede jactarse de una tersa relación de cooperación con AMLO.
En Brasil, Bolsonaro y Lula, casi semanalmente, seleccionan, para pronto descartar y volver a hurgar, el tema decisivo para ese referéndum convocante que maximice el rating minuto a minuto de la campaña y haga del duelo del balotaje de octubre un superclásico con todas las entradas agotadas en la preventa. Es significativo que al candidato petista no le baste con la denigración del rival, mal gestor de la crisis sanitaria, pisoteador impenitente de todas las agendas de nuevos derechos, para invitar al electorado a decir que No (que moviliza más que el sí). Y tampoco le basta a Bolsonaro con el anatema de la corrupción o la descalificación del Lula bandido. Porque en la deserción de quienes dejaron de votar al Partido de los Trabajadores (PT) poco pesa la acusación o creencia de que el gobierno haya robado. Más determinante fue el constatar que había subejecutado sus promesas y buscado compensar esto reclamando respeto y admiración por su superioridad moral e intelectual. Pero tampoco Bolsonaro estaría libre del correlativo reproche, de haber hecho menos y haberse declarado campeón moral en todos los torneos.
En Colombia, Gustavo Petro dará a la izquierda su primer triunfo electoral. Porque las presidenciales del 29 de mayo ya están planteadas como un referéndum, Sí al estallido social, No al uribismo y al represivo gobierno del tan poco imaginativo Iván Duque.
El único presidente americano que tiene por delante, en el calendario electoral, un genuino referéndum es el chileno Gabriel Boric. La Convención Constitucional ha concluido en Santiago las tareas de redacción de la nueva Ley fundamental. Una vez votado su texto final revisado por este cuerpo constituyente, el 4 de septiembre un plebiscito con voto obligatorio (en un país donde es opcional) dirá Sí o No a que ésta sea la nueva Constitución que sustituya a la pinochestista plebiscitada en 1981 y aún vigente. Según las encuestas, el Sí no saldría airoso, o ni siquiera ajustadamente victorioso. También ha bajado la aprobación personal de Boric, y la de su administración. Por lo tanto, sería contraproducente para el presidente hacer campaña por el Sí, y no sería ventajoso tampoco para el Sí. No sin prudencia, el rival derrotado por Boric en el balotaje presidencial de diciembre, el ultraderechista José Antonio Kast, evita hacer campaña por el No, o criticar a la Convención, porque eso le ganaría votos al Sí. De los tres escenarios hipotéticamente posibles para el 'plebiscito de salida', un Sí amplio, un Sí estrecho, un No, acaso el más problemático sea un Sí ganado con un margen exiguo. A esta altura, el referéndum parece la bomba de tiempo que Sebastián Piñera cronometró para salvarse y dejó para que le estallara al gobierno brotado del estallido social de 2019.
AGB
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