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PURA ESPUMA

Sadismo, sadismo

Dans le noir, el restaurante parisino que propone comer a oscuras.
3 de marzo de 2024 00:11 h

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The assembly experience es una modalidad nueva para relacionarse de un modo distinto con las asambleas legislativas en países gobernados por fuerzas destructivas mitad celestes, mitad terrestres, que responden al anarco capitalismo global en alza.

¿Se puede disfrutar de una asamblea legislativa como obra de arte? Sí. Bajo ciertas condiciones. Por ejemplo, hay que negarse a ver, para relacionarse con sólo alguna parte del todo institucional del que se compone el género.

Como en Dans le noir, ese restaurante de París (y sus estremecedoras copias) en el que se come a oscuras sin que uno sepa qué se mete en la boca, ni por dónde camina ni con quién está, al riesgo de comerle un dedo al mozo, clavarse el tenedor en un ojo o partir una copa con los dientes, The assembly experience estimula una conexión “disruptiva” con lo de siempre. Que sea en honor a la época que honra al Presidente, quien, como dice la máquina de a hacer choricitos de doxa llamada LN+, es un “disruptivo”.

A los preparativos de la asamblea hay que evitar siquiera rozarlos. Nada de ver el traslado del Presidente de Olivos la Rosada, y de la Rosada al Congreso; y nada de ver tanto el besamanos de ingreso como el escenario, la escenografía y el escenógrafo. Y a la hermana, ni verla. No tiene ninguna importancia comprobar si habla desde un atril o colgado de un arnés, o si ingresa al recinto caminando o cruzando el aire como un hombre bala. Hay que evitar todo contacto con la figura del Presidente, a tal punto de que es obligatorio disolverla en la memoria para que nada de ella contamine lo único que nos ha de llegar.

Entre las 15.00 del viernes 1° de marzo y las 19.00 del sábado 2 de marzo, esta columna entró en veda de imagen presidencial. Como columnista designado por este diario de pixeles para curtir la “experience”, me privé de acercarme a cualquier partícula vinculada a la existencia del Presidente Milei. O sea que por esas horas no existió él ni nada bajo su influencia, fuese a favor o en contra de su electrizante investidura. Fue más bien un espectro, una superstición, un ejemplar histórico de otra dimensión (la que todavía no estaba ocurriendo).

Cuando terminé la veda el sábado 2 de marzo a las 19.00, fin de la primera fase de este proceso de laboratorio del que fui la rata, no fue para salir despedido a recolectar opiniones, impresiones, descripciones, e interpretaciones sino para entrar como un caballo a la segunda fase de The assembly experience, la que de acuerdo a las reglas consistió en escuchar el discurso completo del Presidente Milei a través del sonido envolvente de unos AirPods 2 Pro, implantes de aislamiento que habitualmente utilizo para escuchar los conciertos de Brandeburgo de Bach y “Olvídala”, de Los Palmeras.

Allí estoy, yaciendo en el laboratorio, una cama King que elDiario.AR me concedió en el Four Seasson para la finalización de la “experience”. Acostado boca arriba con los brazos a los costados (las manos sobre el abdomen, no: da fiambre), con los ojos cerrados, extrayendo como con una sopapa del ambiente unos shots de oxígeno para iniciar el trance sin tensiones, pongo play al discurso de 70 minutos que el Presidente Milei dio en el Congreso de la Nación para recoger de sus palabras algunos sentimientos puros.

Al comienzo hay unos inconvenientes de la índole del seseo. Puede ser algo propio del Presidente Milei (tal vez una “aceleración”) o de la cercanía de su boca al micrófono, pero como no soy sonidista y, además, tengo prohibido ver, prefiero anular el juicio sobre este aspecto.

Sobre otros, es más fácil percibir con transparencia el propósito de su actividad. Por ejemplo, el empleo de las ovaciones que le dan al discurso un ritmo y un relieve único, sobre todo porque las ovaciones ocurren cuando no hay nada para ovacionar; y cuando hay algo para ovacionar, no ocurren. Digamos que le festejan como goles los saques laterales, incluyendo los mal hechos. Como si al director del coro se le hubieran traspapelado las partituras. A cambio, hay que reconocerle al conjunto la intensidad, similar a las explosiones que generan las batallas de gallo bancadas por Red Bull. Y la modestia retórica, como cuando le gritaron: “¡Pre-si-dente!”, como le habrían gritado “¡Fut-bo-lista!” a Messi.

La voz del Presidente no tiene lo que se dice una entonación dorada. No produce el relajamiento del ruido blanco. Tampoco los sobresaltos de un tiroteo. Su frecuencia es más bien la de la exaltación, ya sea exaltación contenido o exaltación exaltada. De una punta a otra se extiende el rango de su grano. No obstante su erizamiento promedio, me duermo y quedo como en un estado de ensoñación muy favorable para la “experience” porque el objetivo de cursarla consiste en recibir al nivel más sensible las expresiones del Presidente más allá del lenguaje para poder encontrarme con “el animal” al que “no estamos acostumbrados” (no dijo si a ver, a alimentar, a vacunar o a cazar).

Pero de repente suceden erupciones de una violencia que ya no puede ser contenida. Dice que va a cerrar la agencia de noticias Télam, y que si aquellos a los que les habla quieren conflicto tendrán conflicto; y que, ante un obstáculo, lejos de retroceder, acelera. Qué máxima tan extraña. Hay en ella una voluntad pueril de accidente, de pasar como David Copperfield a través de la Gran Muralla China, lo que sólo se logra por montaje (el viejo truco de cortar y pegar del mago Eisenstein). ¿Retroceder ante el obstáculo? Tal vez no, si lo que se quiere es avanzar. Pero, ¿acelerar contra el obstáculo? ¿No sería menos trágico esquivarlo, darle como quien dice un rodeo y seguir camino? 

Al cabo, sobre el último tramo del discurso, se fue asentando El Método, que tuvo la dinámica, el tempo, incluso el léxico que identifica el vaivén mental del golpeador. Después de despreciar con adjetivos “dados” a todos los actores a los que se había estado dirigiendo, los convocó a un acuerdo que sólo será posible si se acatan sus condiciones, que son todas.

De esa larga sesión de más de una hora se podría haber dicho que fue de sado-masoquismo si no fuese porque en los hechos fue de sadismo-sadismo. Extendido en el tiempo vemos el sadismo del presente, y el del futuro, como si el subtitulado profundo del discurso hubiese dicho con letras de neón: Te humillo, pero a partir de ahora te… humillaré. En ese desprecio se cifra por ahora la conservación de su poder popular.

The assembly experience ha llegado a su fin. La voz presidencial, nunca en la historia tan cercana al monólogo interior, se estaciona en el mantra publicitario “¡Viva la libertad, carajo!”, antimateria ingeniosa del “¡Viva Perón, carajo!” repetida hasta la robotización. Hasta la próxima. 

JJB/MF

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