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PURA ESPUMA

Si hay foto, hay video

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La fotografía tiene doscientos años. En su historia hay pioneros y hay hitos, como lo tiene la historia de las armas, o la del lenguaje (cualquier historia los tiene). Pero acá no vamos a andar divulgando pormenores al alcance de la mano. Tampoco detalles de la evolución tecnológica que la hace posible. Con resumir su principio de existencia como una luz que entra a la oscuridad, un mini Big Bang que se hizo famoso y necesario cazando ese bicho resbaloso llamado instante, estamos más que bien.

Fotos, fotos, fotos. Han de haberse tomado miles de millones. Las hay de propósitos científicos hechas por microscopios atómicos; y de animales, revoluciones, partos, morgues, alunizajes, goles y accidentes. Las hay de Marilyn Monroe y de Jorge Luis Borges, y de Manuel Adorni también hay unas cuantas. Cada partícula del mundo fue y será retratada, y nosotros mismos (ya que hablamos de partículas) ¿en cuántas fotos estaremos detenidos en primero, segundo o tercer plano en este mismo momento?

Hoy vamos a observar las que hace unos días mostró a unos narcos rosarinos en el penal de Piñero, provincia de Santa Fe. Son imágenes de sumisión, donde los narcos, sentados en el piso, agachan la cabeza con las muñecas precintadas en la espalda. El outfit: bermudas o jean, sin calzado ni ropa de la cintura al cuello. Si no existiera Nayib Bukele, ni el bukelismo, ni los bukelistas ni el bukelaje (un tipo de modelaje que muestra a los narcos semidesnudos como blasones de gestión), diríamos que esa escena montada para impresionar a la prensa es un homenaje al modelo carcelario de Guantánamo y su tradición, en la que los presos son freaks del circo del poder de vigilancia y control. De repente, el convicto es extraído de las sombras en las que languidece y exhibido como el artista del hambre de Franz Kafka. ¿Está bien? ¿Está mal? Por lo pronto, es un castigo que en la Argentina no está tipificado.  

Las fotos fueron publicadas en IG por el Ministro de Justicia y Seguridad (y Fotografía) de la provincia de Santa Fe, Pablo Cococcioni, con un texto farolero: “Tenemos un plan”, “estamos trabajando”, “se terminó el tiempo del home office liberado” para los narcos, “no vamos a retroceder ante las amenazas”, “no vamos a aceptar ninguna extorsión”, “la van a pasar cada vez peor”. Las postearon el gobernador de Santa Fe, Maximiliano Pullaro, y la Ministra de Seguridad y Aspavientos de Estado, Señora Patricia Bullrich, quien debe ser reconocida como la primera cosplayer de la política nacional.

27 de diciembre de 2015, 50°C a la sombra. En un punto olvidado del Sur llamado República Argentina, la población cursa una catatonia de resaca. Es un monstruo de millones de cabezas metabolizando toneladas de vitel toné, turrones duros derretidos, mayonesas de gallinas y peces, alcohol con y sin gas, panes dulces. O sea: procesan muerte, pero una muerte que da vida. De repente, tres delincuentes se fugan de una cárcel de máxima seguridad de General Alvear. Las estrellas se llaman Martín y Cristian Lanatta, y Víctor Schillaci. Se fueron en un Fiat 128, un cascajo pistero que se dejó de fabricar en 1990. Luego siguieron en una camioneta que Cristian Lanatta le robó a la suegra (salir de la cárcel y ver a la suegra: tiene que haber cosas mejores), a la que le plotearon la palabra “Gendarmería” con letras de cinta aisladora, y cruzaron toda la provincia de Buenos Aires y entraron a Santa Fe, donde el Ministro de Seguridad era... Maximiliano Pullaro.

La non fiction de los noticieros habló de “cacería humana”; y durante los quince días que duró la persecución entre arroyos, camalotes, bosques, caminos de tierra y arrozales (quince días en los que cada uno las fuerzas de seguridad anunciaron: “Los tenemos rodeados”), ¿quién creen que encabezó este operativo de comedia lleno de fakes new estatales que no le habría salido peor el comisario de Trulalá? Patricia Bullrich, cosplayera de la primera hora, que se hacía ver aquí y allá con borceguíes, traje de fajina y anteojos negros de desierto.

¿En qué cabeza cabe que, en una situación de debilidad, se puede competir en violencia con un principado narco, consolidado en el vértice más alto del poder santafesino?

Así empezó la moda de dramatizar las crisis de la seguridad pública, sobre todo aquellas que no se controlan. Escenografía, vestuario, make up y un ensalzamiento de los efectos totalmente desconectado de las causas, es decir: la imagen política sin el hecho político. Política del aire. Ansiedad, precocidad: la antipolítica en estado de gestión. Esa es la corriente que desafortunadamente siguió el gobierno de Santa Fe para impresionar ¿a quiénes? ¿A sí mismo? ¿A la incontinencia presidencial y sus derivados? Evidentemente, a los narcos no. Puro bullrichismo que, a diferencia del bukelismo, se cuida muy bien de no poner el carro adelante del caballo.

A las fotitos de influencer boludo (valga la redundancia) divulgadas por la plana mayor de la seguridad de Santa Fe y del gobierno nacional, le siguieron cuatro muertes al voleo en las calles de Rosario. ¿En qué cabeza cabe que, en una situación de debilidad, se puede competir en violencia con un principado narco, consolidado en el vértice más alto del poder santafesino? ¿Quién se animó a imaginar que las cosas podían revertirse de un día para el otro con… una foto?

Los narcos contestaron con un video escalofriante tomado por sus filmakers preferidos: las cámaras de seguridad, en las que se cagan. Es para ellas que actúan. El sicario se acercó chancleteando en Adilettes a la estación de servicio y liquidó al playero Bruno Bussanich. La víctima aleatoria fue él. Podría haber sido otro, por lo que de algún modo se introduce en esta guerra la universalización de la víctima. Lo cierto es que alguien iba a pagar las fotos de la cárcel de Piñero. El “costo” es ese video surgido de las profundidades del Mal.

En Con la muerte en el bolsillo (Seix Barral, 2005), de María Gómez y Darío Fritz, se cuenta con detalles escalofriantes el reemplazo de rostro al que se sometió en 1997 Amado Carrillo, El Señor de los Cielos, líder del Cartel de Juárez. Si se deja de lado el despliegue de poder, que dispuso el bloqueo de un piso en la clínica Médica Sur del barrio de Polanco en México DF, y la causa sentimental que lo llevó al quirófano (no podía salir a comer con su hijo sin ser reconocido), el verdadero asunto es la asunción estoica del dolor físico si lo que está en juego es cumplir una misión.  

Cerrillo murió en el posoperatorio y, luego, cosa lógica, el cartel boleteó a todo el cuerpo médico, uno por uno (por algo el cirujano se puso a llorar cuando la operación se complicó). Digamos que a los herederos de Cerrillo no los satisfizo el trabajo. Así que no es con unas fotitos de semi nudes que se pueda enfrentar una cultura en la que el dolor, el sacrificio y la muerte son una naturaleza. 

JJB/MF

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