Si Piñera es Macri, Duque es Pinochet (pero Pamela es Allende)
Las comparaciones que empiezan más gratificantes pueden acabar decepcionantes: tristes. Sin embargo, el desenlace no querido de una comparación renga puede resultar desintoxicante. Bajo la iluminación cruel del desengaño, ese patrón esquemático que habíamos descubierto con facilidad y felicidad se ve como un juguete roto. El ejercicio de comparar no fue, al fin, un desperdicio si identificamos qué era irreductible, qué incomparable en cada término. Sólo mirando los parecidos vemos las siete diferencias.
A primera vista, es difícil sustraernos a poner en paralelo la protesta social que desde hace diez días crece en Colombia con la que desde hace más de dos años sigue determinando el destino de Chile. A las dos se les asigna un origen comparable, repudio popular a más impuestos y a transporte más caro. Una narrativa pareja de protesta, represión, movilización, nuevas demandas. Un escenario equiparable, dos países andinos, de derecha alineada con Washington, de economías liberales ordenadas, que pagan sus deudas, dos presidentes derechistas en ejercicio.
El esqueleto emerge a flor de piel, y parece ser el mismo esqueleto: no son dos historias singulares, son dos versiones de un mismo relato, con parejos protagonistas y antagonistas. Sólo varían las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios. Hay la súbita, inconsulta, flagrante decisión administrativa de recaudar más, y ahora. Hay la decisión sádica, cínica, o tan deliberada y calibrada que así luce, de hacerlo por una vía expedita, la de cobrarle ese dinero a quienes no pueden evadir el pago, porque les será imposible abstenerse del uso de aquellos servicios cuya tarifa les han aumentado, o porque cuando toquen sus salarios ya les habrán recortado de ellos, y el recorte será más grande que la última vez.
El juego de las siete diferencias
Aquí ya empiezan las diferencias insalvables entre Sebastián Piñera e Iván Duque, entre Chile y Colombia. A pesar de la represión a sangre y fuego de la protesta social en 2019, que lo ha vuelto reo de delitos de lesa humanidad a los ojos internacionales, Piñera advirtió antes que su supervivencia y la del estado de derecho dependían de un reconocimiento de la legitimidad de las nuevas demandas, y de colocarse en el lugar de quien las comparte y hace suyas, y no en el de quien dialoga, las discuta, eventualmente las concede. Duque llamó a una mesa de diálogo en 2019 y a otra ahora.
En Chile, la protesta social urbana había signado la dictadura de Augusto Pinochet, y el control policial de las calles era un arte depurado o erosionado de sus aristas más cortantes de todas en democracia. En Colombia, la movilización social total, como la del Paro Nacional del 28 de abril, es una novedad en país cuyo Estado combatió y convivió por décadas, y aún lo hace, con la violencia extrema de guerrillas, narcos, y paramilitares. Duque militarizó las ciudades en las que “el vandalismo y el terrorismo” (sus palabras) causaron destrozos. Hizo marchar tanques con proyectiles y alta capacidad de fuego, no tanques hidrantes. Al fin se parecía más él en Bogotá a la imagen terrible de Pinochet que su colega derechista en Santiago. Por otros momentos, Duque -que habla inglés con tan buen acento americano, a diferencia de Piñera- recuerda a González Sánchez de Losada, el presidente boliviano que en 2003 reprimió a los manifestantes de la llamada guerra del gas después de haber sido derrotado en la del agua.
Si un rasgo caracterizó, a la vez misteriosa y famosamente, al ‘Estallido’ chileno fue la ausencia de cabecillas, líderes, interlocución, que Piñera convocó y buscó en vano. Duque no tardó, ni dudó, en denunciar quiénes están detrás, al costado, por detrás y por delante de la protesta: las guerrillas (desafectas de las FARC, o del ELN), narcos, Venezuela, Cuba.
Si fueran guerrillas, como dicen Duque y su mentor ahora un tanto distante Álvaro Uribe, las que están detrás de la protesta social colombiana, sería de veras peligrosísimo para el gobierno colombiano. Nunca jamás tuvieron ni FARC ni ELN tamaño apoyo masivo, si de verdad lo tuvieran esta vez, estarían a punto de tomar el poder.
Cuando las profecías fallan (y nadie las quiere autorrealizar por otro)
En esta leyenda, Chile empezó a estallar con el aumento de 30 pesos en los transportes públicos, el domingo 6 de octubre de 2019. Estudiantes empezaron a entrar en grupos sin pagar en el Metro de Santiago, la práctica se hizo más frecuente, más extendida, los números más grandes, los medios advirtieron más tarde algo que ya difundían las redes. El reclamo ciudadano santiaguino se convirtió en una ubicua rebelión nacional que creció para luchar, y finalmente conseguir, una reforma política integral que libraría para siempre al país de la Constitución vigente y de la democracia controlada diseñadas por el ex dictador militar Augusto Pinochet. Una Asamblea Constituyente elegida por el voto popular refundará a la República y redactará una nueva Constitución sobre bases incontaminadamente democráticas. En Colombia, el origen cercano de la protesta fue la presentación que el 15 de abril hizo Duque al Congreso de una propuesta de reforma tributaria que ampliaba la base poblacional imponible, y en la práctica hacía que la clase media le salvara la vida a las que estaban debajo de ellas.
La corrosión de una autoridad puede detenerse, pero nunca revertirse sus efectos. Las élites políticas perdieron cualquier confianza intelectual que pudiera restarles por la irrealidad del horizonte común que daban por sentado que siendo el suyo sería también el del resto. La expectativa de que tales iniciativas pudieran ser convincentes o aceptadas nomás con fastidio, para ser después seguidas y observadas a regañadientes o a medias, fue recibida con azorada incredulidad. La fuente de que la movilización no cese hay que buscarla en el desasosiego nacido de la súbita desconfianza en que los arrojó la imaginación de quienes gobernaban. No habían dedicado ni un intervalo a pensar que esa recaudación con la que contaban por el hecho de haberla legislado se frustraría a fuer de resultar patentemente auto-centrada en sus fines, y esa desatención de los intereses del sentir contribuyente era más reveladora y estremecedora que la atención egoísta que dirigían a proteger los suyos. El demonio de la analogía podría tentar otra comparación. Que en la República Argentina los tiempos de reflexión están simétricamente invertidos, y que la delicada solicitud de los poderes constitutivos está por completo absorbida por la comodidad de un electorado al que están dispuestos a auxiliarle a sortear las zozobras de la vida contribuyente.
Con la sola mención de que uno de los servicios para los que se incorporaba el IVA en la neutralizada reforma tributaria colombiana eran los de pompas fúnebres, despunta una diferencia mayor. La protesta social chilena se acalló con la pandemia, que para la popularidad de Piñera con su compra de vacunas y su campaña vacunación, resultó una bendición. En Colombia se movilizaron masas sin distancia social ni bioseguridad, en un país donde suben las muertes, los contagios, y faltan camas, hospitales, oxígeno y vacunas.
La riqueza (y la pobreza) de las naciones
Emerge el mayor obstáculo, al fin, para la comparación: es injusto comparar ricos y pobres. La reforma de Duque buscaba rapiñar para el gobierno recursos que le faltan. Más del 40% de la población es pobre, el peso colombiano es la moneda más depreciada en lo que va del año, ya no es más Colombia el país sin mayores recesiones, ni inflaciones, el que honraba sus deudas externas.
No ha llegado la hora para que Chile se quede sin recursos, su situación es única en el contexto latinoamericano. Crecerá cerca de un 2% su economía este año. En la encuesta CEP, publicada el 29 de abril, a quienes se pregunta cómo ven su situación económica en 12 meses, responden igual, casi igual, mejor, bastante mejor en un 75 por ciento. Chile está mejor que su vecindad hemisférica. De ningún modo se refleja esto en la popularidad o siquiera aceptación del Presidente, que es bajísima. Este millonario hombre de negocios parece parecerse al Presidente argentino que lo imitó (en la idea de crear un fideicomiso para dirigir sus empresas al entrar a la función ejecutiva): en la especulación ociosa de quienes los justifican, a la mismas personas, los números les darían mejor si en vez de ser derecha fueran de un partido con nombre de izquierda.
Además de vacunas, hubo otro remedio para la población. El retiro de los fondos de las jubilaciones privadas, las AFP. Se permitió retirar lo que se había aportado para las rentas vitalicias futuras. En los dos primeros retiros solamente, pasaron al público USD 37 mil millones. La misma encuesta CEP dio a conocer otro dato contundente y rico de consecuencias. La figura política con mayor aceptación en Chile es una diputada ex comunista hoy humanista pero en verdad independiente absoluta, Pamela Jiles.
Nacida en 1960, la llaman ‘la Abuela’. Las redes sociales la adoran: “Con la Abuela ¡habrá un cuarto retiro!”. Fue la impulsora de la apertura de los fondos de las AFP a cada aportante. Tiene el 54% de aprobación popular. El candidato presidencial de la derecha rival de Piñera para las elecciones presidenciales chilenas del 21 de noviembre, Joaquín Lavín, no tuvo más remedio que entusiasmarse él también con la idea del retiro de fondos (que acaba de aprobar, como en simulcop, el Congreso del Perú). Pero Lavín, a quien se consideraba ganador hasta hace poco, apenas supera el 10% de aprobación.
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