Las venas abiertas de Manu Chao
Vuelvo a mi casa en bicicleta por la noche y desde una ventana sale un trozo de canción que me es familiar. La melodía crece en mi cabeza pero no puedo recordar cuál es, quién la canta. Pero de golpe, por el ritmo de los pedaleos, como si fuera un Proust sobre ruedas, recuerdo una tarde de calor en un departamento de una amiga: es, si se quiere, septiembre del 98, no, octubre mejor, sí: octubre del 98 y el disco que suena durante todo el día en esa casa es Clandestino de Manu Chao.
A Manu Chao le pasó lo mismo que a Carlos Castaneda, primero se lo escuchó a granel con fervor, y después se lo condenó por no ser consecuente. En el caso de Carlos la intelectualidad universitaria repudiaba sus libros porque no eran “auténticos”, porque no existía Don Juan y todo era pura ficción. En mi primera clase teórica de introducción a la antropología, cuando cursaba la carrera de filosofía, el profesor Carlos Herrán dijo ante un auditorio colmado: “Antes que nada quiero decir que no voy a contestar ninguna pregunta sobre Carlos Castaneda”. Me impactó esa frase porque yo no sabía quién era Castaneda así que anoté el nombre en la libreta y ni bien pude salir de ahí me puse a buscar sus libros.
Una noche en un cierre del diario, cuando todavía se podía fumar en las redacciones, el jefe de sección le pidió a la asistente de fotografía que buscara una foto del Subcomandante Marcos para ilustrar una nota que estaba escribiendo Alejandro Caravario. Yo había entrado al diario porque me gustaban las notas de Caravario y quería escribir como él. Caravario fumaba un cigarrillo atrás de otro mientras escribía la nota, pero la foto del Subcomandante Marcos no llegaba nunca. Así que me pidió que fuera a Fotografía para saber qué pasaba. La chica estaba frente a una computadora. Me dijo: “Hace horas que estoy y no encuentro ninguna en la que esté sin el pasamontañas”. Si tenemos una sin el pasamontañas, conseguimos el Pulitzer, le dije.
Lo cierto es que al final, cuando Marcos se sacó el pasamontañas, lo que vimos fue la cara de Manu Chao. Un francés que hablaba español, mestizo, y que había estado liderando una banda que se llamaba Mano Negra, que hacía conciertos en barcos y en trenes, con los que recorría el continente americano. Es decir que tenían guita para moverse.
En el 86 me fui dos años de viaje por América. Recorrí el norte argentino y Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia y me quedé viviendo seis meses en la Amazonia brasileña. Viví en la calle, en ranchos, en carpas. Vendía aritos y pulseras que armaba y fui muy feliz. Me vestía como aparece Manu Chao en la tapa de Clandestino: una camisa rayada peruana, un pantalón de los que usaban los cholitos en Bolivia, un gorro peruano: la imagen perfecta de un psicobolche contra una pared desgastada. Si a esto le sumás los libros de Castaneda, algo de Kerouac y Las venas abiertas de América Latina, el combo es perfecto.
Lo raro es que yo pensaba que Clandestino estaba fechado (hay discos y libros que tienen fecha de vencimiento, pero a algunos aún así los podés seguir comiendo, como Rayuela) , que no iba a poder resistir el paso del tiempo. Pero cuando volví a casa y lo busqué entre mis discos (estaba!) y lo puse, todo empezó de nuevo a reverdecer. El loop eléctrico de esas canciones hermosas, de pocos acordes, sencillas y potentes, la idea de bastardear la originalidad, de no preocuparse si eran canciones suyas o si se las había robado a la gente que escuchó cantar en sus viajes por América, era liberador. A Gurdjieff le pasaba lo mismo con los himnos sagrados que tocaba en su pequeño pianito. Thomas de Hartmann, cuando lo escuchó, le preguntó dónde había compuesto esa música tan hermosa y Gurdjieff le dijo que la había escuchado en sus viajes por Asia en busca del conocimiento oculto. Hartmann las pasó a partituras para que no se perdieran cuando muriera Gurdjieff . Y gracias a eso hoy las toca Keith Jarrett en un disco hipnótico: Sacred Hymns.
La obra de Manu Chao y la de Carlos Castaneda son pura ficción sincrética de diferentes conocimientos que ellos canalizan en sus libros y canciones. Castaneda trabaja sobre el Nahual, y Manu Chao sobre el Tonal. Castaneda hace una extraordinaria ficción con lo que recolectó estudiando antropología y escuchando informantes en el desierto de Sonora. Que sea ficción, hace más grande a su obra.
El disco también tiene una melancolía hermosa, la sensación de que el mundo está llegando a su fin pero que valió la pena vivirlo.
Escuchando Clandestino, uno concuerda con esa frase de T.S. Eliot: la poesía tiene que haber surgido con un salvaje tocando su tambor ritual. En Clandestino hay samplers del Subcomandante Marcos, voces de noticieros con alertas sobre el cambio climático, y grabaciones del contestador del cantante que, como estaba de viaje siempre, se rebalsaba. Me acuerdo de ese poema de Roberto Piva: “Miserable es el que tiene un contestador automático /, porque no quiere perderse nada”.
Clandestino es un disco reivindicativo. Se habla de la tragedia de los ilegales, los refugiados, se pide por la liberación de la marihuana y uno se pregunta si Manu Chao sabe que si el Comandante Guevara te agarraba fumando porro te fusilaba. El disco también tiene una melancolía hermosa, la sensación de que el mundo está llegando a su fin pero que valió la pena vivirlo. Acusar a Manu Chao de no ser consecuente, de no tomar el fusil y asaltar la Bastilla y de haber provocado muchos spams en torno a Clandestino (el cantante de Calle 13 es el más patético. “Yo uso Adidas/ Adidas no me usa”) es injusto.
La lírica de Clandestino es contradictoria, se pisa los pies (“Todo es mentira en este mundo/ todo es mentira la verdad”. O se puede poner a decir que logró olvidarse de un amor con una convicción absoluta que hace que el que escucha también se sienta liberado de esos apegos tóxicos, para después, de inmediato, decir “te espero siempre mi amor/cada día cada hora…”). Nos habla de una zona mestiza donde gente muy diferente se cruza para tomar algo y bailar y llorar. Es decir: todo lo contrario del fascismo. Y tiene algo en su experimentación de cruce parecido a lo que antes hizo Sumo acá y también The Clash con el extraordinario Sandinista!. Es decir, Manu Chao no es un soldado, es un soldador.
Ya pasó la primera ola y ahora viene la segunda. Manu Chao desde el 98 está esperando la última ola, esa que llega, según Bhodi, el líder de los expresidentes, cada cincuenta años y enloquece a los surfers. Es mejor que empecemos a saber usar la tabla.
FC
0