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Opinión

El cementerio de las ambiciones hegemónicas

Esta semana, en el coloquio de IDEA en Costa Salguero, el empresariado argentino dejó en claro su agenda económica y social.

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“Creo que esta tentación frecuente en la vida pública es una patología porque en los hechos termina despertando esa formidable capacidad de veto que anida en la sociedad argentina. Visto en perspectiva histórica, el país es un verdadero cementerio de ambiciones hegemónicas”, sentenció el sociólogo Juan Carlos Torre en una entrevista reciente, a propósito de la salida de su libro Diario de una temporada en el Quinto Piso. Episodios de política económica en los años de Alfonsín (Edhasa).

El empate catastrófico que condicionó los cuatro años de gobierno Mauricio Macri sigue vigente y determina también las coordenadas sobre las que transita la experiencia frentetodista. Coaliciones con la fuerza suficiente para vetar los proyectos de los otros, pero sin la capacidad para imponer el propio, con el género próximo y las diferencias específicas que cada uno contiene.

La crisis que experimenta la Argentina tiene una lectura doble: los pesimistas del vaso medio vacío pueden asegurar que es una demostración de la imposibilidad “ontológica” de este país inviable que nunca encuentra los caminos  para salir del estancamiento perpetuo; los optimistas del vaso medio lleno pueden afirmar que es una constatación de la vitalidad que aún mantiene la “sociedad civil”, el movimiento obrero sindicalizado y las organizaciones que agrupan a trabajadores desocupados o informales y que vetan cualquier solución drástica por derecha. Justamente, la que se busca con las reformas laborales, el ajuste impulsado por el Fondo Monetario Internacional que ahora vuelve a hablar de “gradualismo” y el empresariado que siente que el renovado “volumen político” del Gobierno más que una crisis es una oportunidad. O una oportuncrisis.

Las dos perspectivas contienen un núcleo de verdad: las organizaciones sindicales o “sociales” son a la vez expresión histórica de una relación de fuerzas que ni la dictadura militar o el menemismo pudieron transformar de raíz o en los términos a los que aspiraban los dueños del país y, a la vez, son garantes de cierta paz social que habilita avances en los ajustes.  

Sin embargo, el empate no es eterno y no es un equilibrio rígido o congelado. Tiene fronteras porosas y móviles. El ajuste avanzó o se profundizó todo lo necesario como para provocar el subterráneo malestar que se manifestó de manera elocuente en las PASO, pero no lo suficiente como para abrir un nuevo ciclo de crecimiento para el que, además, no ayudan las condiciones internacionales.

Ese es el debate de fondo que atraviesa la coyuntura: ¿quién le pone el cascabel al gato o doma a una sociedad históricamente intratable?

La crisis potenciada por la pandemia operó como una anestesia apaciguadora, pero no como un factor disciplinador que estimule la resignación popular a cualquier programa u hoja de ruta. No alcanzó el nivel y profundidad del desorden desquiciado de la hiperinflación del 89’ ni el quiebre económico-financiero que culminó en el 2001. Precisamente, las crisis que —encerradas sin salida— habilitaron la estabilización menemista por la vía neoliberal en un caso o la salida devaluadora, en el otro. Precondiciones que posibilitaron —junto a determinados contextos internacionales— algo parecido a una hegemonía.

La sombra terrible de Guernica como expresión de un proceso de tomas de tierras en la lucha por la vivienda, obturado por el garrote de Sergio Berni; la masiva lucha de los autoconvocados de la salud en Neuquén o las batallas ambientalistas de varias provincias fueron síntomas, en plena pandemia, de un malestar que habita en el corazón de una sociedad que comienza a salir del encierro con mucha bronca masticada y problemas potenciados.

Para superar esa contradicción —con diferentes ritmos, pero en el mismo sentido— se pusieron a circular las nuevas narrativas sobre los presuntos problemas argentinos. Si el relato macrista afirmó abiertamente y sin eufemismos que nos habíamos acostumbrado a “vivir por encima de nuestras posibilidades”, los discursos actuales ponen el eje en el famoso “conflicto distributivo” como piedra basal de todas las contradicciones del país. Un conflicto en el que se le cuentan detalladamente las costillas a los haberes jubilatorios, al salario mínimo, a la Asignación Universal por Hijo o a los “planes sociales” y no tanto a las ganancias empresarias, a los fugadores seriales o a la patria sojera. Con una falacia desmentida por toda la historia económica del país (y de muchos otros países) se responsabiliza a las “rígidas” leyes laborales por la falta de competitividad de la economía nacional. Los salarios son la causa de la inflación y “los planes”, lo contrario al trabajo. A los trabajadores y trabajadoras formales le sobran derechos y esa es la razón última de la falta empleo de los informales. Esta mirada siempre acentúa que a la Argentina le sobran sindicalizados u organizados. 

Por eso los más radicales (en los varios sentidos del término) agitan la necesidad de acabar con las indemnizaciones, una propuesta maximalista que es rechazada del otro lado de la “grieta” por quienes avanzan en los hechos con la nuevas normativas de la reforma laboral y que ponen como ejemplo el “acuerdo” flexibilizador de la fábrica Toyota. La imposición de esta agenda llevó a uno de los moderadores del Coloquio de IDEA (el foro anual que reúne a la crema del empresariado y que tuvo lugar por estos días) a afirmar que era saludable que, pese a estar en un año y una coyuntura electoral, se pueda discutir a cielo abierto sobre la necesidad de reformas laborales y ajustes fiscales. Los patrones reunidos este año en Costa Salguero tienen más conciencia de clase sobre las batallas culturales en las que van conquistando nuevas posiciones.

Sobre estos temas de fondo tienen lugar las escenas más o menos obscenas que protagoniza el personal político o empresarial: la foto y la fiestita de Olivos; el cumpleaños de Elisa Carrió; Martin Tetaz revoleando billetes en una mesa de ricos y famosos; Aníbal Fernández bravuconeando a un dibujante amigo de las creatividad ajena o el país tope de gama en el ranking de naciones con mayor fuga de capitales y cuentas offshore

En un escenario en el que todavía queda por definirse el tema más sustancial: la deuda eterna. En una entrada de su diario de abril de 1984 (hace casi cuarenta años), Juan Carlos Torre anotaba: “Se ha decidido ir al Fondo Monetario para solicitar ayuda financiera y se sabe que los que van a golpear esa puerta suelen regresar con un programa de ajuste bajo el brazo”. Habrá que estar atentos a la vuelta de Martin Guzmán y Juan Manzur al país del empate porque —después de todo— cuarenta años no es nada.

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