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“Soy latinoamericanista. Y también un gitano”. Fernando Calderón habla con una música particular en su voz que denota esa mezcla de territorios que lleva recorridos. Nació en Bolivia pero se graduó de sociólogo en el Chile de Salvador Allende, se exilió a la Argentina cuando el mandatario socialista fue derrocado, y partió a México cuando falleció Juan Perón. Luego volvió a Bolivia, estuvo en Francia y en 2016 fue elegido como titular de la Cátedra Simón Bolívar de la Universidad de Cambridge, Reino Unido. Hoy reside –nuevamente– en Buenos Aires, y está al frente del Programa de Innovación Multiculturalismo y Desarrollo de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), en cuyo extenso campus a la vera de las vías del tren Mitre-Suárez recibe a elDiarioAR.

“Somos la periferia, la semicolonia. América Latina no ha podido reconstituirse como actor protagónico”, analiza sobre la coyuntura regional en medio de la pospandemia y la guerra en Ucrania, y en las vísperas de una nueva Cumbre de las Américas, que comienza mañana en Los Ángeles. Allí no estará México –en rechazo a que la Casa Blanca no invitara a Venezuela, Cuba y Nicaragua–, pero sí Alberto Fernández, que atraviesa su propia crisis en el Frente de Todos. “Todo es más kamanchaka, apunta el investigador, haciendo referencia a esa metáfora andina de “una niebla espesa que cubre todo y no deja ver el horizonte”, como describe al detalle en su libro “La nueva América Latina”, publicado junto a Manuel Castells en 2019.

Y aunque parezcan lejanos, asegura que los problemas locales de los Estados no están desconectados de la realidad continental, que solo tiene una salida en la utópica unión entre los países, con México y Brasil a la cabeza, y donde Argentina tiene un rol secundario. “Si no nos convertimos en actor global o regional, no hay chances nacionales”, entiende. “Si no hay pacto en la Argentina, no hay salida. Me vale madre quién gobierne”, profundiza metiéndose en la propia coyuntura argenta, y asegura: “Macri en estas condiciones era el 2001”.

–En “La Nueva América Latina” marcan junto a Manuel Castells una serie de problemáticas de la región: desigualdad, aumento de la pobreza, criminalización, individualización, disputa entre modelos irreconciliables y la polarización amigo-enemigo. Después de la publicación, vino la pandemia y este año la guerra en Ucrania. ¿Cómo se puede entender hoy a la región? 

–Nuestra investigación tiene tres conclusiones simples: después de casi 30 años de regímenes neoliberales y neodesarrollistas con distintas facetas y en las distintas diversidades y complejidades de cada país latinoamericano, hubo consecuencias políticas de fracaso. Cambió la economía, la sociedad y la cultura en América Latina. Por eso lo llamamos la Nueva América Latina. Es otra sociedad. Y el problema es que no hay capacidad de la política, y en parte de las ciencias sociales, de gestionar esa nueva sociedad. Además esto se expresaba en la crisis del sistema político y del Estado que hemos llamado “la corrupción del Estado” y en buena medida el colapso de la democracia. Todo esto aún es incomprensible si no es en un contexto global. Hay una crisis multidimensional global que se inicia con la crisis del capitalismo financiero inmobiliario en Estados Unidos y que se vuelve después una crisis de la economía real. Se acabó el modelo de convivencia multicultural entre Occidente y el Oriente. Se agotó sobre todo con los países árabes, pero también internamente. Entonces, es un panorama global de crisis institucional que al final afecta a la política y también afecta a la sociedad. 

–¿La crisis es tal que hasta es difícil comprenderla?

–El modelo de comprensión de más alto nivel de la modernidad se agotó y la posmodernidad no pudo resolver nada. Hay una crisis del modelo cultural occidental. Ese es el argumento macro general. Y en ese contexto uno tiene que introducir América Latina, porque en esos 30 años la región redefinió su posicionamiento en la economía, en la cultura y en la política a nivel global, tanto con los modelos neoliberales como con los modelos neodesarrollistas. Pero al final no tienen capacidad de reproducirse y renovarse, en un contexto de una crisis global, y también entran en crisis.

–¿De qué manera esta crisis se vincula con los estallidos vividos en la región en los últimos años, pensando en los casos de Chile, Colombia, Perú? ¿Necesariamente responden a una lógica política o no?

–Podríamos decir que en este periodo de los últimos 30 años hubo tres olas. La primera ola de crisis fue con el retorno de la democracia en los 80. La segunda ola fue contra el liberalismo en los 2000 y la tercera ola es reivindicando nuevas opciones para reinventar la política desde la ecología, el medio ambiente, las migraciones, el feminismo, la ética en la política. Estallan movimientos sociales para empezar en Chile, en Colombia, en Guatemala –donde hay una crisis política y de movilización social fuerte–, en Bolivia, etcétera. Pero también salen del Estado, al igual que en Europa, fuerzas y liderazgos ultraconservadores y políticamente exitosos. Estamos viendo ahora la pugna en Colombia. Hemos visto la experiencia de Bolsonaro. Son movimientos sustentados en sectores medios conservadores y parte de los sectores medios que tuvieron movilidad social bajo el régimen de los gobiernos desarrollistas.

–Hay una frustración generalizada entonces.

–Hay una frustración de expectativas. Es lo que nosotros llamamos kamanchaka, utilizando esta metáfora andina de una niebla espesa que cubre todo y no deja ver el horizonte. Ahora, cuando viene la pandemia, esto se acelera. Es un fenómeno inesperado, anómalo, que se debe al azar, fantasmagórico, incontrolable, donde coloca en el centro de la vida la muerte para todos. Entonces, eso tiene distintas consecuencias, entre otras cosas el deterioro de la vida humana y un deterioro más grande de la diferenciación social a nivel mundial, a su vez de procesos de fortalecimiento del capital vinculado a la tecnología de la salud y a las tecnologías de información y comunicación, que tiene un salto mortal, porque cada vez con más fuerzas reemplazan a la forma de trabajo presencial.

–Hay una aceleración de la era de la información, que está reflejada en su libro y señalan que América Latina sufre “extractivismo informacional”. 

–El extractivismo informacional tiene que ver con que las empresas más importantes de las economías latinoamericanas –que son de exportación de recursos naturales– se introducen en la economía global gracias a la gestión del Estado, generando un proceso tecnológico de información en la producción, en la comercialización y en el financiamiento. Acá nomás en la llanura pampeana hay una empresa que tiene una especie de nave espacial donde chicos jóvenes están viendo cómo funciona el mercado de la soya en China. Ellos deciden qué se produce, cuánto se produce, cómo se comienza, con qué tractores, con qué camiones. Eso pasa también en todos los sectores. Y el lado más perverso de esto es la economía criminal, que es transversal a toda América Latina, que es una forma de extractivismo informacional, porque es la economía más importante de América.

–¿Por qué el narcotráfico es paradigmático en este caso?

–Porque su proceso de producción es cada vez más sofisticado; la comercialización y el financiamiento es absolutamente informacional y sofisticado, y porque además son núcleos de poder que consumen el Estado, y no solamente en América Latina, sino en Europa. Piensa que se lavan al año 300 a 500 millones de euros en Europa. Es la segunda industria del mundo después de las armas. Ni Google alcanza eso. 

–Plantea que en ese marco hay que entender a la región. Es un panorama bastante desolador.

–Es un panorama muy triste porque es un panorama global, no solamente latinoamericano. Si a esto les sumas las consecuencias sociales de todo esto, es atroz. Y no solamente en términos de aumento la pobreza y la pobreza multidimensional. La desigualdad y la concentración de riqueza ha aumentado de manera brutal. La inseguridad. El pacto entre el Estado, el narcotráfico y el Poder Judicial. Y esto es transversal a toda la región, salvo un poquito el Uruguay, donde lavan dinero. Pero es global. Está pasando lo mismo en Europa, donde encima hay guerra.

–Otra situación también inesperada, fantasmagórica y violenta.

–Tiene que ver con la lógica de poder que tiene Estados Unidos y sus aliados en el Atlántico norte para cercar a Rusia. Y, por el otro lado, el interés que tiene Rusia de restablecer su poderío en la economía mundial. Más allá de las versiones autoritarias de ambos lados, quien termina perdiendo es la gente. Pero también las consecuencias sociales son globales porque suben los precios de importación. Hoy día en Argentina podríamos importar más trigo, pero no hay condiciones para hacerlo. Entonces, todo es más que kamanchaka. Y nosotros somos la periferia, somos la semicolonia, o como le llaman ahora las áreas de influencia. América Latina no ha podido reconstituirse como actor protagónico. Pero si no nos convertimos en actor global o regionalmente, no hay chances nacionales. 

–¿Quiere decir que la suerte de los gobiernos en la región está atada sí o sí a la de sus vecinos? 

–Latinoamérica tendría chances de jugar un rol importante a nivel global en estas crisis, porque tiene capacidad de diálogo sur-sur con la India, con el África. Brasil es un interlocutor de oro.

–El tema es que ahora gobierna la extrema derecha con Brasil.

–El único escenario positivo que yo veo para la región es un triunfo de Lula. Pero se tiene que innovar. Si la propuesta que quieren hacer es más de lo mismo, no sirve, porque tiene una fase muy de corto plazo de gobernabilidad sistémica. 

–¿Qué representaría Lula para la región?

Una alianza hoy es hacer un escenario utópico, pero con un Brasil reformado junto con México, que tiene diálogo necesario con Estados Unidos pero tiene una fuerza progresista, estructuran el continente y le dan posibilidad de tener voz y diálogo para frenar esta guerra, para jugar en la negociación global.

–¿Serviría que se sume Argentina para hacer un triángulo con Brasil y México?

–Son secundarios pero muy importantes Argentina, Colombia y Chile. Los países de economía mediana, ¿no? Argentina tendría la ventaja –que es siempre mi pelea por la Argentina– de ser uno de los lugares de elaboración y de producción intelectual y política de la innovación, que es imprescindible. Porque hay recursos humanos, hay tradición cultural, es un país pluricultural y que ha tenido en buena medida una tradición latinoamericanista. Entonces puede jugar un papel, todos pueden jugar un papel, todos deben jugar un papel. Pero los núcleos articuladores del cual depende la economía de Argentina, Bolivia, Uruguay y Paraguay, es Brasil; y en Centroamérica es México. México tiene interlocución con Estados Unidos, que no la tiene Brasil, y Brasil tiene interlocución con los BRICS. Entonces eso nos da una perspectiva. Si a esto le sumamos la otra parte, que es más importante, que son estos movimientos sociales por la dignidad de las personas y de las comunidades, hay una fuerza social y cultural que puede promover el cambio, que es cultural pero también tecnológico. Por eso hablamos de desarrollo humano e informacional.

–Sin dudas un tercer gobierno de Lula en Brasil ya no tendría la mismas características que los primeros. Y en paralelo existen los gobiernos de Alberto Fernández en Argentina y Luis Arce en Bolivia. ¿Efectivamente hay una segunda ola de gobiernos progresistas, pero más condicionada que la primera? 

–La ola es muy débil. No es como la primera ola de los movimientos progresistas. Esta es más débil y tiene menos fuerza. Sin embargo, deberían poder hacer esta transgresión que yo te digo: una política de gobernabilidad de corto plazo –que eso es lo que no pueden hacer ahorita en Chile– y se pare el incremento de la desigualdad y de la pobreza. Pero mínima, no para cambiar nada, simplemente para regular eso. Esa es la tarea fundamental que tienen los gobiernos en América Latina.

–¿Pero no pueden o no los dejan?

–Es que van cruzadas un montón de cosas. En el caso de Chile –un movimiento por el cual tengo mucha simpatía– hubo una explosión social y de jóvenes. Pero una cosa es criticar al poder y otra cosa es gestionar. Y si no tienen capacidad de gestión en el corto plazo no van a poder hacer un cambio estructural. Yo te digo, que a gente con tanta experiencia como Lula le tienen que pasar lo mismo. Lo mismo la Argentina, donde no ha podido hacer un pacto de gobernabilidad de corto plazo para que funcione un poquito la economía.

–En el caso de la Argentina, hoy ni siquiera hay un pacto que se respete hacia el interior del oficialismo.

Si no hay pacto en la Argentina, no hay salida. Me vale madre quién gobierne. Además, temo que se pueda llegar a un escenario, entre comillas, similar al del 2001. La gente está agotada.

–¿Lo que evita el estallido son los movimientos sociales, que forman una trama social que no había en 2001?

–La Argentina tiene históricamente ese colchón peronista... un colchón que es una cultura de solidaridad, que por más que tenga el clientelismo y todo lo que tú quieras, es la que la salva hasta ahora, con esas tasas de inflación que tenemos. Pero no sé cuánto va a durar. No sé qué hubiera pasado si ahora teníamos un segundo gobierno de Macri. Macri en estas condiciones era el 2001. 

–Con semejante panorama argentino, más difícil es pensar en la posibilidad de un aporte hacia Latinoamérica. ¿Cómo analiza la postura “latinoamericanista” que dice tener el Presidente?

–Es que es muy difícil. Y cuando nos va bien, nos replegamos hacia adentro o nos entregamos más a la globalización. El drama de este continente es que el Estado ha dejado la nación y se fue a la globalización. Si no hay una reinvención seria, la política no da. Claro, es mejor que haya un Fernández que trate de negociar a que no haya nada, claro. Es eso, es lo que hay. Menos mal que hay eso. 

–¿Por qué fracasó la primera ola progresista? En su libro señalan que también tuvo límites.

–Por tres razones. En primer lugar, porque no hubo cambios estructurales. Se fomentó el extractivismo informacional con más distribución, pero no hubo inversión en ciencia y tecnología. ¿Qué opciones de desarrollo se han gestado y se han tratado de hacer? Nada. El Estado reemplaza al mercado, pero para gestionar el extractivismo informacional. Eso no es sostenible ni social ni ecológicamente.

–Entonces no lo han hecho porque no quisieron.

–Porque es algo de poder. Es muy difícil cambiar eso. Pero ni siquiera veo discusión intelectual fuerte sobre eso, quizás en Brasil alguna gente. El problema más serio de América Latina es la debilidad de nuestra capacidad de agencia, de transformar metas en resultados.   

–¿Cuáles son las otras dos razones?

–La segunda es la más importante en términos económicos, es que bajaron los precios de las materias primas que exportaban y aumentaron los precios de los productos que importamos. Y significa un colapso de la economía, porque los ahorros que se tenían eran bajos. Y a eso le asocias un proceso de corrupción en el Estado y estallidos de movimientos sociales de jóvenes muy fuertes. Fracasaron también por esa razón, algunos con más dignidad, otros con menos dignidad. Lula, con mucha dignidad, prefería estar preso un año a salir huyendo. 

La Argentina no ha podido hacer un pacto de gobernabilidad de corto plazo para que funcione un poquito la economía.

–Después del colapso del modelo neoliberal y los límites del progresismo, el péndulo volvió a gobiernos de derecha y hasta se animaron, como Macri, a tomar una deuda récord. Perdió la reelección, pero ahora en medio de la segunda ola progresista sigue teniendo posibilidades. Y han aparecido figuras a su derecha, como Milei. ¿Cómo lo explica a nivel regional?

–Ese es otro fenómeno. No es neoliberalismo, es otra cosa. Son estos movimientos ultraconservadores y ultranacionalistas. No es el fetichismo de las mercancías del mercado. Tiene cargas religiosas. Se parece más a Trump. A pesar de ser exitosos económicamente, tuvieron un fracaso político brutal. En Perú hay colapso, pese a que hubo cinco o seis presidentes de todo tipo, pero el modelo económico se ha mantenido: conservador, liberal, duro. Lo mismo en Colombia, que ahora vamos a ver qué es lo que pasa. 

–¿En Chile colapsó hacia la izquierda?

–No es el viejo movimiento neodesarrollista, progresista de los años 2000, sino una nueva forma de gobierno progresista que tienen elementos neodesarrollista, pero que también elementos muy innovadores. Lo más interesante es la Constituyente en Chile. Entonces vamos a ver si pueden cambiar el modelo de desarrollo. Es muy difícil. El 71% del comercio de Chile es con China. 

–¿Cómo condiciona la preponderancia de China en el desarrollo latinoamericano?

Nuestra vocación, es el puente. Nosotros no podemos jugar por Estados Unidos, ni podemos jugar por China, pero sí jugar por América Latina, que quiere decir negociar con ambos. Brasil tiene que hablar con China. México tiene que hablar con Estados Unidos. Tienen que ser un puente, sumando Argentina y el resto. Nuestra vocación es ser puente y aprender a navegar contra el viento. Y así podemos tener una voz en el mundo. Como dice el aforismo mexicano, “si el galgo no alcanza la zorra, el golero ni chances tiene”. Tienes que ser un país puente entre Europa, entre el Occidente y el Oriente. Pero para eso tienes que tener un pacto. ¿Cuántas veces hemos visto discutir una estrategia común? Nunca. ¿Cuántas veces se han reunido para discutir, para luchar contra el poder mundial? ¿Por qué no se hace un pacto? Argentina, Bolivia y Chile controlan el 60% del mercado del litio. Y además puede sumar a México y a Perú que tienen litio. Sin embargo, viene Tesla y se reúne con Bolsonaro. Entonces, hay juegos de poder más grandes. Y la nueva cara que está surgiendo de la lógica conservadora es esta cosa con rasgos carismáticos, tipo Bolsonaro, Hernández en Colombia, o Bukele en El Salvador.

–¿Cómo analiza lo que pasó en la previa de la Cumbre de las Américas, que comienza mañana? ¿Es un reflejo de la división que hay en el continente?

–Bueno, qué pasaría si Brasil y México van y le dicen a Estados Unidos: “Vamos a la Cumbre, pero la próxima vez no cometan el mismo error e inviten a aquellos con los cuales están en contra”. Pero tienen que estar todos, carajo.

–Frente al avance de China, ¿qué peso tiene hoy EE.UU. sobre Latinoamérica?

Tiene importancia política y cultural en todos los países. ¿Quiénes son los principales consumidores de tecnologías de información y comunicación? Los latinoamericanos. ¿Y quién produce eso? Google. ¿Quién consume más Google? Los latinoamericanos, con precios altísimos. Entonces, es muy jodido. Hoy ganó el fetichismo de las mercancías. Hay un plano cultural que es fundamental, pero en el plano del comercio, la economía más importante para Sudamérica, de lejos, ya es China. Y con EE.UU. están peleando a muerte por el poder entre ellos y, claro, te marginan tratándote de sumar, haciendo que seas su periferia. Lo ideal sería que uno pueda jugar de puente, de articulador o de mediador. De enseñarle civilidad. Puede que seamos los países con más violencia interna, pero guerras en nuestros países casi no han existido. Somos la clase media del mundo. Tendríamos el derecho de hablar para que el mundo no se mate. Eso es aspirar mucho al latinoamericanista, decir que Latinoamérica es la salvación del mundo. Si Latinoamérica se une es una vieja utopía que empezó ya antes con Bolívar y San Martín. Esa es la utopía de este continente.

–¿Un foro como la CELAC, que preside Fernández, sirve en la línea de esa utopía?

–Si es un medio para esto otro que yo te digo, si se puede reciclar, pero detrás de eso tiene que haber un nuevo modelo de desarrollo que América Latina no ha producido. Y no es que no se haya hecho nada. La CEPAL hace 30 años escribió que la transformación productiva es con equidad social. ¿Quién le dio pelota? Nadie. No, es que no hay pensamiento latinoamericano de desarrollo. Aquí mismo, en la universidad trabajamos y discutimos. Hemos hecho esos trabajos de ayuda. El menosprecio que hay por la ciencia y la tecnología… pero hay experiencias maravillosas. Debemos vincular lo informacional con la informalidad, que los sectores más excluidos, más pobres y más informales se incluyan en la economía informacional. Y eso tiene que venir de la dirigencia. 

–Para cerrar, dice en su libro que más allá de todo hay luces para salir de la “kamanchaka”. ¿Cuáles son?

–Las lucecitas que yo encuentro son estos nuevos movimientos socio culturales. El primero más importante es el movimiento de ética. En la política hay un reclamo sobre todo de jóvenes de ética en la política. El otro movimiento fundamental es el feminista, que tiene que ver con una estructura de poder más fuerte que el propio capitalismo: cambiar un patrón cultural de larguísima duración, que es el patriarcado. Son cambios muy fuertes porque además son los que tienen las consecuencias más fuertes de estas crisis que hemos hablado: el aumento de la violencia contra la mujer y la baja de salarios que ha habido. La pandemia es brutal, pero sin embargo son movimientos resistentes. Ahí están instalados. A veces tienen rasgos muy absolutistas, pero están y están demandando cosas y llegaron para instalarse. Después están los movimientos ecológicos, muy a menudo asociados con los pueblos originarios y esta idea de Estado plurinacional. En América Latina hay casi 900 pueblos originarios, pero el 60% de la pobreza latinoamericana es de los pueblos originarios y de los afrodescendientes. Hay un patrón colonial de larga duración, de estratificación social colonial y de dialéctica de negación del otro que tiene, por lo menos, 500 años.

CC

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