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Opinión Perdón que interrumpa

Máximo Kirchner y la quimera de gobernar sin costos

Martin Rodríguez rojo Perdón que interrumpa

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Ocurrió el acuerdo externo, vino el desacuerdo interno. Del acuerdo con el Fondo a la renuncia de Máximo. Se cierra momentáneamente la puerta con el Fondo, se abren los quilombos de la casa propia. A la decisión de Máximo le faltó olfatear el clima. Sus razones, los engaños de los que dice sentirse víctima o la falta de “contención”, suenan a argumentos demasiado encerrados en el mundo privilegiado de palacio. Que Guzmán, que las mentiras, que ya se quería ir, que propuso a Cafiero. Y así todo lo que se echó a rodar. Pero algo de ese desajuste de fondo está en un viejo ADN kirchnerista. El sueño de gobernar sin costos, como suele decir Luciano Chiconi, cuya consecuencia fuerza a una mayor individuación política o elitización. Yo no firmo. Que la Historia diga que nunca ajusté. Que no toqué una sola tarifa. “Una política del yo”, escribió Juan Di Loreto.

El límite de gobernar sin malas noticias también se juega en las palabras, disociándolas de la realidad. Como cuando Kicillof a la devaluación del 2014 la llamó “deslizamiento cambiario”. Los problemas se acumulan igual, los llames como los llames. El sueño de gobernar sin costos es también, paulatina y paradójicamente, dejar de gobernar. Aún cuando con toda lógica se intente gobernar al menor costo. Si el kirchnerismo quiso enseñar que se gobierna en el conflicto, lo que se “ganó” en intensidad ideológica se perdió en desgaste: gobernar sin resultados. Y algo peor: concebir una realidad dada, cada vez menos transformable. Una agenda de temas infinitos, irresolubles. Batallas culturales en el cielo con diamantes. El acuerdo es el tamaño de la crisis. Dónde estamos parados, ante quién y con qué. Sabino Vaca Narvaja, el embajador argentino en China, cuya trayectoria se liga al núcleo kirchnerista, en una larga entrevista con este diario tradujo previamente la necesidad de ese acuerdo con el Fondo. Aníbal Fernández y Sergio Berni fueron contundentes en el apoyo al acuerdo consumado. Esos políticos, casi siempre tan atados a sus estilos, también funcionan con razonamientos de Estado. Vivimos entre las mil caras de la crisis. El acuerdo con el Fondo, entonces, es también mojar el gato: saber el tamaño de las cosas de las que estamos hablando.

Algo es cierto: la presidencia de un bloque de Diputados (el lugar al que Máximo renunció) es un lugar de síntesis. Síntesis no es una palabra kirchnerista. ¿Podía Máximo argumentar en nombre del bloque y tender el puente necesario con la oposición para que apoye el acuerdo? ¿Tener razón o conducir? Ya ocurrió con el presupuesto. No supo (no quiso o no pudo) encontrar el tono en que pudiera integrar a su consideración el llamado a la razón de Estado con que se suelen aprobar los presupuestos. La renuncia de Máximo sincera su sensibilidad a ser corrido por izquierda. Una exagerada vulnerabilidad a ciertas narrativas. El problema no es tanto el límite ideológico de un gobierno que tiene un condicionamiento entre deuda y Pandemia atroz sino el límite de los liderazgos. Y la síntesis la impone la realidad y sus juegos de equilibrios. Porque la economía son las dos cosas: el bolsillo de la gente y las arcas del Estado, el acuerdo con el FMI y los sindicatos, el pueblo y la macro. 

Máximo no sintetiza: expresa un sector al que llaman “socio mayoritario”, en cuyo ejercicio deposita una custodia ideológica que en su firmeza, a la vez, corre el riesgo de obturar el funcionamiento práctico ante una realidad que no es fija, pero que cada vez parece más ajena. Si hay una frase hecha, un lugar común, es el que dice que la política es la herramienta para transformar la realidad. Lo puede decir desde Mauricio Macri hasta Luis Zamora. Lo que no dice la frase es que si no la transforma la política, la realidad se transforma sola. Crece la pobreza, la inflación, la informalidad laboral, y en consecuencia el kirchnerismo corre el riesgo de ser una fuerza conservadora que defiende un estado de cosas del presente contra “la amenaza de un futuro más negro” y quedar fijada a este presente, que es tan duro. Porque la mayor eficacia discursiva del anti peronismo quizás se instala en una idea: el presente es peronista, pero el futuro es nuestro. 

El acuerdo estará en marcha, se supone que se juntarán los votos para la “ley de Sostenibilidad de la Deuda Púbica”, y viene el después. La sociedad también sabe por vieja que el default es la otra cara de una desgracia que reproduce en escala las mismas desigualdades: ¿quién tiene espaldas para aguantarlo? ¿Quién la liga en una devaluación? En los bolsillos también caben la letra chica del acuerdo. Un político para armar del siglo XXI debería contener una primera línea: un oído en el Pueblo, otro en la Macroeconomía.

Guzmán, el único ministro no procastinado

Hay indicios de que comienza una campaña de deforestación sobre Guzmán. La crítica sobre qué le dijo a quién o cuándo y qué día exacto de hace un año y medio este mismo acuerdo pudo ser firmado según no se sabe qué cálculo conforma un tipo de repaso muy diario del lunes que se aviva también en el fuego de muchos albertistas que ahora prefieren hacer trascender sus sinceros enojos con él, pero tal vez para mitigar otros enojos a los que les temen más. Versiones de versiones sobre enconos con el ministro desde muchas direcciones, no exclusivamente kirchneristas, y de un acuerdo del que hay apenas indicios. En un extremo de ese runrún se llegó a decir que “engañó a todos”. Guzmán es un rara avis de la era albertista: no fue procrastinado. Manejó los hilos de una negociación sin ser el súper ministro de Economía. Fue hasta ahora el ministro de la Deuda Externa. Los conducidos por Máximo de hecho manejan PAMI, ANSES, Energía: y eso son varios puntos del PBI. ¿El problema con Guzmán es cuánto poder tiene o directamente que tenga algún poder? ¿Y mucho de ese enojo con el ministro (sobre su egoísmo o individualismo), acaso él mismo lo montó sobre el mandato presidencial de luz verde para hacer la suya y no rendir demasiadas cuentas durante el largo proceso de negociación? 

Todo esto ocurre en un contexto de paradoja política: la fuerza que metió al país en el berenjenal de la deuda ganó las últimas elecciones legislativas. Una encuesta publicada en Ámbito Financiero mostró que sólo un 40% percibe que fue el macrismo el que tomó la deuda. Se conocieron detalles de lo que le dijo Máximo a Alberto. Poder al desnudo: te pusimos ahí. Pero si cada uno de esos a los que “otros” hicieron llegar hubieran sido sólo leales a esos “otros” no habría Historia. La traición, como la lucha de clases, es el motor. A Kirchner, para el caso, Duhalde lo hizo presidente. Traicionar a Duhalde, pensó Kirchner, era su derecho. Duhalde mismo, que esperaba esa daga, lo dijo: en el peronismo existe un día de la lealtad y 364 días de la traición. Los roles son intercambiables, las historias no se repiten, y la crisis Argentina no está para un gran teatro de la política. Soluciones o nada. 

Los morlacos 

El diablo sabe por viejo: no hay memoria de un “acuerdo con el Fondo” con final feliz. Nadie asocia la sigla del Fondo a una alegría. La foto viene sin sonrisas. Guzmán lo quiso explicar así en una entrevista con el diario La Nación: “Nadie en nuestra fuerza política puede estar alegre con tener al FMI en la Argentina, pero es una realidad”. El FMI es parte de la valija pesada con la que entramos a la democracia. Deuda, Malvinas, desaparecidos, ajuste, Fondo Monetario Internacional. FMI: una sigla, un siglo encima. Las Viudas e Hijas lo ponían en el estribillo de un hit de aquella primavera. Una curiosidad del rock: muchas canciones donde el tema es el dinero. Los Beatles tenían un gran repertorio alrededor del bolsillo. Baby you’re a rich man. Hijos de la clase obrera. El joven Lennon subido a un árbol, esperando a que lleguen los marineros de los barcos que traen discos al puerto de Liverpool: discos comprados en el mercado negro y que esos jóvenes conozcan el rock and roll del otro lado del mar. Llegar al rock regateando. Así lo recordó su hermana en una biografía. Pero… el dinero no puede comprarme, amor. 

Nuestros Auténticos Decadentes resumieron una filosofía nacional: “El dinero no es todo, ¡pero cómo ayuda!”. Y tenemos el libro de Juan Carlos Torre, el libro del momento, que en tiempo pasado nos cuenta algo del presente. La Argentina vista desde el quinto piso del ministerio de Economía. Torre lo expresa casi con un dejo melancólico, el residuo sentimental que un hombre de las ciencias sociales no puede evacuar de su corazón: confiesa que miraba desde la ventana a las personas de a pie caminar alrededor del ministerio y sentía que estaba en la sala de máquinas que podía transformar esas vidas. El hormigueo curioso de las personas yendo y viniendo por las calles. Imaginemos despachantes de aduana, cadetes, procuradores, oficiales de justicia, policías y servicios, bancarios, vendedores ambulantes, personal de limpieza, tacheros, corredores de seguros. Todos los climas alrededor del dinero, y el hormigueo de sus ideas detrás. En ese vértigo mesiánico del testigo escribe. La lengua de las cosas. 

¡Hablen más de plata! Alberto Fernández, dice un cuadro peronista que lo conoce bien, cometió un error: “No explicó por cadena a qué cosas concretas el pueblo se expone con un default”. No es un error “comunicacional”, es que frente a la crisis que desató la insólita renuncia de Máximo Kirchner, el presidente sólo se expuso otra vez a los tira-centros de “los medios propios” porque el Frente de Todos es una interna que les tapa el bosque a todos. Cada vez más interna en el Frente, cada vez más gente (votos) afuera del Frente. 

Una de las preguntas clásicas debería ser: ¿por qué los economistas liberales son más populares que los de izquierda? Una respuesta rápida: porque hablan de plata. De guita, teca. Piensan en billetes, hablan desde el bolsillo. El dilema repetido mil veces: entrás a un casamiento, tenés que elegir mesa, ¿te sentás en la de Carlos Melconián o en la de Carlos Heller? Juan Carlos De Pablo arrastra el tono de mil batallas perdidas de tachero porteño al que le pagaste el viaje y con los anteojos colgando pierde cinco minutos más redondeándote una idea de cómo organizar un presupuesto. Somos los nietos de Doña Rosa. Somos monos con navaja. Gastamos en pesos, soñamos en dólares. Ni la dictadura pudo callar el comentario y la crítica sobre su economía. A “Canción de Alicia en el país” Charly tuvo que colgarle metáforas por los cuatro costados, pero a la economía de Joe le entró al hueso: José Mercado compra todo importado. Cuando apareció el billete de mil, en 2017, Irene Amuchástegui reflexionó sobre las palabras y los billetes. Escribió: “Del lunfardo tanguero a la lírica tumbera, el cancionero nacional cristaliza un repertorio de palabras y expresiones de uso familiar o alternativo, registradas o no por la Real Academia, que el dinero produjo y sigue inspirando”. La plata echa aceite a la lengua. Leemos más: “‘Es curioso que existan tantos nombres femeninos para el dinero: guita, mosca, mosqueta, teca, chala, menega, meneguina, biyuya, tarasca, ventolina, tela, torta…’, enumera de memoria Otilia Da Veiga, presidenta de la Academia Porteña del Lunfardo. Y agrega: ‘Si vas por mi barrio, Parque Patricios, y más al sur, también la llaman la viva’”. Sergio, un amigo taxista, subido al auto hace cuarenta años, que vio pasar billetes de todos los colores y es dueño de una tonada porteña en extinción, mientras hace fila en el Hospital Fernández para retirar su medicación, me recuerda dos palabras que no parecen estar en la nota de Irene: el morlaco y la lana. Una más linda que la otra. “Me hiciste acordar a ese tango que cantaba Julio Sosa”, me dice Sergio y canta: 

Hoy sos toda una bacana, la vida te ríe y canta

los morlacos del otario los tirás a la marchanta

como juega el gato maula con el mísero ratón.

“Mano a mano”, letra del gigante Celedonio Flores. “También se lo llamaba el vento, el vento de la guita o también las chirolas”, me apunta Sergio. 

El economista Ricardo Rotsztein (que conoce los pasillos de palacio) escribió en revista Panamá: “El sistema nervioso de la economía argentina es de color verde. Si las reservas del Banco Central están de color verde manzana, todos nos ponemos nerviosos. En cambio si se ponen de color verde esperanza, los argentinos dormimos tranquilos”. En el informe técnico elaborado tras el primer préstamo al gobierno de Macri, en plena zozobra del 2018, el FMI propuso suba de retenciones y control de capitales. ¡El Fondo estaba a la izquierda de Macri!; para quien la apertura del cepo era -como diría José Natanson- su acto en la ESMA. El hecho simbólico que marca la piedra de toque de cada gobierno. Cortar la cinta, bajar el cuadro de Marcó del Pont, abrir el cepo y que los dólares vuelen. Rotsztein dice: “El FMI es a los países lo que Favaloro era para todos nosotros: mejor nunca tener que ir a verlo pero si lo llegás a necesitar mejor que esté disponible para atenderte”. 

¿Qué creés que piensa la gente del acuerdo?, le pregunté a Jorge, presidente de una cooperativa de reciclado en Villa Soldati. “Mirá, yo en lo personal pienso que por lo menos alivia. Que el país puede empezar a marchar dentro de todo, pero hay que esperar. Después la gente la verdad que no sé. La gente está tan comprometida en rebuscársela día a día que en eso capaz no está ni enterada. La mayoría de la población de acá, de los barrios populares, por no decir villa, ni se entera de eso. Pero bueno, estaría bueno hacer una encuesta”. Las encuestas ya se hacen y pescan en el río revuelto de esa indiferencia que describe Jorge. 

MR

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