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Coronavirus y salud mental
Hastío, crisis de productividad y Covid: ¿una sociedad crónicamente distraída?

¿Demasiadas cosas en la cabeza?, la pandemia solo agudizó la crisis de la atención

Laura Marajofsky

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  “Estoy muy agotada todo el tiempo. Hago mucho menos de lo que hago normalmente —no viajo, no me entretengo, sólo me siento delante de la computadora. Es una dinámica completamente nueva. Tengo más tiempo y menos obligaciones, pero hago mucho menos”, decía Susan Orlean en un texto en el  New York Times de hace unos meses que atrapó la atención de muchos por su sugestivo título: “Todos estamos bloqueados”. El mismo hacía referencia a cómo el cansancio pandémico estaba haciendo estragos en cada uno y cómo las  facultades cognitivas también estaban sufriendo el golpe. ¿Concentración? ¿Foco? ¿Motivación? ¿Productividad? ¿Consistencia? Conceptos que hoy parecen ininteligibles, como si fuera un idioma que perdió significado.

Siempre decimos que lograr enfocarse hoy es un superpoder. Eso no es una frase hecha, realmente es así. No solo por el foco en sí que, en general, te permite realizar una tarea de mayor calidad en menor tiempo, sino también porque el cambiar de tareas muy seguido que llamamos multitasking (un mito ya que nuestro cerebro no puede hacer dos cosas a la vez) nos drena la energía y llegamos al final del día con muchas tareas empezadas, pero pocas terminadas. Eso le suma incertidumbre a nuestros días, algo totalmente contraproducente en el medio de una pandemia que ya está repleta de falta de certezas. La recomendación es hacer un trabajo consciente. No va a pasar por arte de magia el reducir las interrupciones y la ansiedad frente a las falsas urgencias como ese chat que puede esperar unas horas para ser respondido pero titila en tu cabeza mientras intentas leer esto con concentración”, sugiere Pablo Fernández co-autor de Cómo domar tus pantallas y La fábrica de tiempo y conductor del podcast homónimo.

Algunos eligen referirse a este cuadro como crisis pandémica de productividad, para otros es el hastío existencial con el trabajo vinculado a la manera en que se vive y trabaja precisamente hoy, con la sensación de tener “aproximaciones poco inteligentes de nuestras antiguas versiones productivas”. Lo cierto es que cada vez son más comunes los relatos sobre la imposibilidad creciente para poder focalizarse en una tarea y ni hablar de poder terminarla. Si bien, los sospechosos de siempre son la ubicuidad tecnológica y el multitasking, los casos parecen haberse intensificado durante el 2020. Y no sorprende. Por un lado, aunque hubo que adaptarse -y lo hicimos como pudimos-, nadie estaba preparado para sostener determinadas aptitudes de alerta, reacción y flexibilidad tanto tiempo. La repetición y el agotamiento experiencial causado por la pandemia, se está empezando a estudiar ahora más de cerca, y también tuvo su impacto en el cerebro. 

Natasha Rajah, profesora de Psiquiatría de la Universidad McGill, especializada en la memoria y el cerebro explica en la misma nota citada que la duración de la pandemia contribuye a alterar nuestra percepción del tiempo, y junto al estrés y el tedio, se entorpece nuestra capacidad para formar nuevos recuerdos significativos. 

“Definitivamente hay un cambio en la forma en que la gente relata sus recuerdos y experiencias cognitivas, con menos detalles alegres sobre sus recuerdos personales y más contenido negativo”. El vínculo entre memoria y productividad puede ser tenue para nosotros, pero según los neurocientíficos a más dificultad para formar recuerdos funcionales, más difícil prestar atención. O dicho de otro modo, cómo experimentamos el paso del tiempo y la manera en que recordamos, afecta la capacidad para retener información, manipular los pensamientos y planificar el futuro.

“Personalmente siento que los periodos de concentración o de inspiración cada vez se fueron haciendo más breves. Trabajo escribiendo y guionando, y desde mediados del año pasado se me fue haciendo cada vez más difícil tener sesiones largas de escritura. Antes también tenía otros momentos para pensar: el viaje en bici hasta la oficina, caminatas, deportes, un almuerzo en un bar. Todos estos espacios de pensamiento desaparecieron en mi día a día, sobre todo en etapas de ”fase 1“. Eran momentos donde la cabeza se enfocaba mucho más en una sola actividad. Lo que busco es no estresarme ni angustiarme por esta falta de concentración”, comenta Matías.

En suma, lo que se constituía o solía verse como problemática de época, hoy es leído como un estado esperable a raíz de esta situación, e incluso, evoluciona hacia territorios inexplorados de naturaleza crónica. ¿Qué nos pasa, pero sobre todo, qué interpretaciones que nos sirvan pueden hacerse?

Distracción... y algo más

“El comienzo de la pandemia me encontró con un corte de relación afectiva y viviendo sola con mi perra. Decidí cumplir a rajatabla las recomendaciones para evitar la propagación del virus. No veía a casi nada excepto por videollamada, solo tenía a mi perra y mi trabajo. Me enfoqué en el trabajo, mi jefe chocho, mi salud mental, no. Empecé terapia de nuevo porque me encontraba muy ansiosa, al borde del ataque en mi propia casa, que debía ser el lugar más seguro para mí. También me encontré fanatizada con los rewatch de series y películas, algo que pensé sería pasajero, que por el contexto solo quería ver cosas conocidas. Lo sigo sosteniendo hoy en día, no me puedo concentrar en nada nuevo. Lo empiezo y nunca lo termino, aunque me haya enganchado. Hacer esfuerzos mentales me cuesta el triple. Por mi trabajo estoy acostumbrada a estar haciendo mil cosas a la vez y me cuesta mucho cortar con ese acelere mental. Pero es abarcar mucho y no poder hacer casi nada. Estoy al tanto de todo y resuelvo menos de la mitad. El otro día me encontré haciendo limpieza profunda en mi casa, casi al terminar me quedé con el balde en la mano porque no sabía que tenía que hacer, simplemente me puse en blanco”, cuenta Georgina, un relato con el que muchos se pueden identificar.

En este contexto parece lógico no poder lograr la concentración y, de hecho, ciertos aspectos naturalizados como el multitasking acoplan con el aislamiento y la ansiedad (o depresión en algunos casos) creando un cóctel explosivo. No incidentalmente una caricatura reciente del New Yorker mostraba una pareja sentada frente al televisor y una mujer con una computadora delante y un diálogo que decía: “¿Estás OK? Apenas estás prestando atención a tu libro, teléfono, TV, laptop y el crucigrama que empezaste recién”. Y por algo también ya se habla de “ambient TV” (televisión ambiente), término acuñado durante el 2020 para referirse a los programas que se pueden ver mientras se hacen cinco cosas más a la vez. 

“A mí lo que me pasa es que como trabajo desde mi casa y estoy trabajando todo el día con la computadora y el celular, lo que me sucede es que cuando quiero hacer otra cosa recreativa ya sea mirar una película o leer un libro no puedo desconectarme del celular. Entonces es como que no estoy concentrada en la acción principal y estoy todo el tiempo chequeando el celular, incluso si no me sino me suena una notificación. Antes no me sucedía y ahora creo que al estar tanto en casa y bueno a laburar con el celu mucho, es como una extensión de mi cuerpo, es muy triste pero pero bueno es un poco así”, admite Lucía.

¿Estamos ok? La respuesta será menos obvia para algunos, pero por momentos pareciera que se hace todo lo posible por no pensar demasiado en eso. La distracción como bálsamo, pero también casi como un trasfondo. 

Por este motivo es que quizás haya que encontrar nuevas formas de llamar y pensar estos malestares. Y un poco eso es lo que cuenta el conocido psicólogo Adam Grant en relación a descubrir que muchos de los síntomas que se están experimentando (la falta de motivación, sensación de estancamiento, vacío, etc) tenían un nombre: Languidez. “Se siente como si estuvieras arrastrándote para pasar los días, mirando tu vida a través de un parabrisas empañado. Y quizá sea la emoción dominante de 2021”, explica mientras advierte lo que cada vez se repite más y más: podremos estar curando los síntomas físicos del Covid, pero “la longevidad emocional” de la pandemia está produciendo otros mucho más profundos en nuestra psique.

Si la palabra de este año es languidez, la del año pasado fue Acedia, una sensación de apatía caracterizada por el hecho de que pocas cosas importan. Que como algunos explicaban en su momento, está vinculada con la pérdida y se da cuando la persona se ve forzada a vivir situaciones de aislamiento espacial y social. El clásico ejemplo que se suele dar en referencia a esta afección, y que aparece en textos antiguos de literatura médica y religiosa donde se hablaba de acedia, eran los monjes recluidos tanto en la época del imperio bizantino como en la Edad Media. También se sugiere que existe una conexión entre la acedia, la anhedonia (la dificultad para experimentar placer) y la imposibilidad para poder concentrarse.

“Cuando las personas están sometidas a un largo periodo de estrés crónico e imprevisible, desarrollan anhedonia conductual, se vuelven letárgicos, y muestran una falta de interés, y obviamente eso influye muchísimo en la productividad”, aclara por si hiciera falta Margaret Wehrenberg, experta en ansiedad y autora del libro Pandemic Anxiety: Fear, Stress, and Loss in Traumatic Times. 

La idea no es marearse con las denominaciones, pero poder nombrar lo que nos pasa es, desde siempre, algo reconocido por los especialistas como un primer paso para poder entender qué nos está sucediendo y tomar acción. En definitiva, la dificultad para concentrarse puede ser un síntoma emergente de un cuadro más grande en el que otras emociones naturales o problemáticas derivadas de estar enfrentando una situación de gran complejidad como ésta, juegan un rol importante que no hay que soslayar.

¿Un problema de ahora o de siempre?

Asimismo es importante poder observar con perspectiva un supuesto malestar de esta era. Aún desagregando el componente pandémico de este agotamiento mental y emocional que parece moneda corriente, ¿podemos pensar la falta de concentración o el burnout como algo característico de estos tiempos modernos y tecnológicos? O, como sugiere Anna Katharina Schaffner, autora del libro Exhaustion: A History, algunos de estos fenómenos son ubicuos y atemporales y, en todo caso, cada época elabora sus propias interpretaciones sobre sus causas, consecuencias y remedios.

“¿Es esta la era más agotadora? Muchos sociólogos y críticos argumentan que condiciones como la depresión, el estrés y el burnout son consecuencia de la modernidad y sus desafíos. Mientras que los niveles de energía de los seres humanos han permanecido estáticos a través de la historia, existen ciertos ”generadores de cansancio“ resultantes de la aceleración, las nuevas tecnologías y la transformación de la economía y las finanzas (...) pero estas ansiedades no son particulares de nuestro tiempo, e imaginar que el pasado fue más simple, más lento y mejor es un error”, advierte Schaffner. 

“No es la primera vez que se acusa a un medio o a una tecnología de comunicación de producir daños individuales y colectivos. Tal como explican investigadorxs como Ellen Wartella, Frank Furedi o Amy Orben, a lo largo del tiempo han existido ciclos de pánico moral sobre los medios, que han pasado de la escritura a los libros de ficción, incluyendo radionovelas, cómics, o videojuegos. Si bien el foco de preocupación de estos discursos muta históricamente, suele haber una mirada distópica y medio-céntrica que los atraviesa. Para el caso de los teléfonos móviles, el discurso de pánico moral sobre el tema distracción parece decirnos: ”puesto que el teléfono me ofrece miles de caminos posibles a la vez, va a ser imposible que yo pueda enfocar mi atención en una sola cosa“. Traslada, así, una lógica atribuida al dispositivo al deseo, cognición y voluntad del usuario”, contextualiza Mora Matassi, especializada en Medios, Tecnología y Sociedad para la Universidad de Northwestern y coordinadora del Center for Latinx Digital Media.

En este sentido, mientras que el agotamiento o burnout tuvo distintas explicaciones según su tiempo, desde una somatización del individuo, a un desbalance químico, una enfermedad viral o simplemente una falla personal, tal vez lo mismo suceda con la distracción. Sin subestimar el impacto sobre nuestra concentración de las nuevas dinámicas de relacionamiento y trabajo mediadas por dispositivos y redes, ¿qué otras lecturas o desplazamientos podemos encontrar en el presente, que alumbren otros caminos interpretativos?

“El miedo a la distracción está presente, también, en el discurso de quienes utilizan smartphones -aclara Matassi-. A partir de entrevistas que realicé con adultas/os de entre 21 y 85 años en Buenos Aires en el año 2019, encontré que la mayoría de las/os usuarias/os de dispositivos móviles describen una relación ambivalente respecto de estos; un vínculo que oscila entre el amor y el odio y que se figura como difícil de cortar. Se sienten fuertemente unidos a los smartphones, en cuerpo y mente, y, al mismo tiempo, temen por los efectos negativos que pudieran emerger de ese vínculo, al que imaginan como excesivo. Lo cierto es que la capacidad de concentración no parece haber desaparecido sino que tal vez se ha corrido de eje. De lo contrario sería imposible entender por qué existe, por ejemplo, el fenómeno del llamado binge watching, que es una experiencia que, como indica Pablo Boczkowski en su último libro Abundance: On the Experience of Living in a World of Information Plenty, muchas veces otorga un gran nivel de disfrute, placer, y/o interés, que suele estar negado en los discursos de pánico moral que referí antes. Quizás entonces la pregunta que tendríamos que hacernos no es tanto si los teléfonos ”distraen“, sino de qué nos ”distraen“ y por qué eso nos llama la atención o nos angustia. ¿Qué asumimos que debiera ser, por default, el centro de la atención de una persona y por qué nos incomoda si eso cambia? ¿Qué nos dicen estos discursos de pánico moral sobre los modos contemporáneos del deber ser?”.

LM

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