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Entre el diálogo y las balas, Miguel Sileo, histórico negociador de toma de rehenes

Miguel Sileo (57) fue integrante de fuerzas especiales de la policía Bonaerense durante más de 30 años.

Alejandro Marinelli

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Sé que puede haber muertos, que una palabra mía puede provocar una tragedia. Pero, en ese momento, trato de sacármelo de la cabeza. El trabajo siempre es muy al límite pero funciono bien bajo presión. No somos personas normales los negociadores”. Se ríe de la última frase y lo refuerza: “A mí me dispararon siete tiros y seguí hablando con el que me tiraba como si no hubiera sucedido. No porque no tuviera miedo sino porque la vida de los de adentro dependía de que no cortara la charla”. Cuando habla, Miguel Sileo (57) mezcla presente con pasado, aunque se retiró antes de la pandemia habla como si algunas situaciones aún siguieran sucediendo. Histórico negociador de grupos especiales, salvó la vida de 168 víctimas y condujo la estrategia en más de 60 tomas de rehenes, atrincheramientos o intentos de suicidios. 

La historia del día que le dispararon comenzó yendo rumbo a Virrey del Pino, en 2006. Estaba en un auto escuchando por el teléfono el informe de lo que le iba a tocar en unos minutos. Un ladrón conocido de la zona, bautizado el Gordo Diente, había salido a robar con una pistola, había escapado y, cuando un grupo de la comisaría lo vio, comenzaron los tiros. El Gordo Diente se había metido en una casa en la que había mujeres y chicos. El informe se terminó cuando el auto de Sileo frenaba a una cuadra de la casa. Estaba de civil. Tenía el chaleco antibalas abajo y una campera. Apenas puso un pie afuera del auto empezó la negociación. “Cuando llegué, el tipo ya le había disparado al fiscal. Desde adentro gritaba. Estaba muy pasado y también borracho. Me acerqué a un alambre tejido y empecé a conversar. Bajándole el tono a todo lo que él había hecho antes. El hombre abrió la puerta y salió con una nena en brazos apuntándole a la cabeza con una pistola montada. Le pedí a unos compañeros del Grupo Halcón con escudos que se acercaran. Al tipo los policías lo tensaron, pero a mí me seguía hablando. Me dijo que estaba jugado, que le pegaba un tiro a la nena y se pegaba otro él. Le dije: ‘Quedate tranquilo, ¿querés algo para tomar? Y el tipo aflojó y bajó el arma”. Fueron a buscar facturas y bebidas y cuando Sileo se vuelve a acercar, el Gordo Diente le disparó. “Sos, policía, hijo de puta”, volvió a gritar. Sileo no entendía que había pasado, ni de dónde había sacado la información. Horas más tarde, se enteraría que por Canal 26, un periodista dijo al aire que él era un negociador policial. Dentro de la casa, el ladrón armado, estaba viendo la TV. Las charlas siguieron y después de un largo rato, el ladrón decidió entregarse.    

Sileo es policía pero no lo parece. Tiene bigotes y una larga barba y habla sin las jergas de las fuerzas de seguridad. Desde que se jubiló vive en la playa, corre 10 kilómetros por día, hace kitesurf y da talleres virtuales sobre gestión de riesgo en encuentros para CEOs. “Era un bicho raro en el Halcón, tenía un look más de chorro que de alguien de la fuerza. Mis superiores me lo permitían porque eso generaba empatía con los ladrones. Tampoco digo ni ‘afirmativo’ ni ‘malhechor’. Yo crecí en Mataderos, a 30 metros de Ciudad Oculta, podría haber estado de un lado como del otro”. 

Durante la charla, explica que no eligió ser negociador sino más bien que le sucedió. Era francotirador y parte del equipo táctico del GOE (el grupo de operaciones especiales) y había hecho varios cursos, entre ellos uno de resolución de incidentes, organizado por la Procuración. Le había interesado pero lo suyo era ir al choque. Hasta que una tarde, volviendo de un allanamiento comenzó a sentir un hormigueo en la mano izquierda. Unos estudios mostraron que tenía doble hernia de disco. Los médicos le recomendaban que no se operara porque corría riesgos. Así no podía seguir la intensidad del equipo táctico. “Estaba todavía digiriendo el tema cuando mi jefe me dijo: ‘Tenés que trabajar. Vos sos un comando, así que te voy a poner en el equipo de negociadores’. Yo le dije que no quería, pero sabía que no me quedaba otra”. 

-¿Cómo fue tu primera negociación?

-Fue a los pocos días. Estaba de guardia y me despiertan de madrugada. Me dicen que había un tipo que se quería suicidar en Varela. Yo llamo a mi jefe y le digo lo que pasaba y que tenía que ir un negociador. Mi jefe me dice: “El negociador sos vos, andá para allá”. Le volví a decir que no quería negociar pero fui. Al llegar me dicen que adentro de una casa había un agente del Servicio Penitenciario que estaba con carpeta psiquiátrica. Estaba armado, encerrado en la habitación matrimonial con su mujer y sus hijos. Estaba sentado en la cama con una Browning lista para ser disparada al lado de su mano. Yo empiezo a hablar desde la puerta de la habitación, Llega el psicólogo y nos vamos acercando. Le dije si me podía sentar y en ese momento le manoteé el arma. El tipo se me quedó mirando. Yo me di  media vuelta y me fui. Sabía que había roto los protocolos y me había puesto en riesgo. Pero como fue exitoso no me dijeron nada. 

-No fue muy ortodoxo.

-No digo que esté bien. Quiero aclarar que, lo que yo hacía no era recomendable, porque yo muchas veces rompía las medidas de seguridad para estos casos. Y esa vez me meti donde yo mismo enseño que no hay que meterse, que es el punto de impacto. Lo hice pero no diría que lo hagan. 

-¿Cómo te preparábas para ir a un toma de rehenes?

-Siempre que llegaba a una situación no bajaba en forma inmediata. Sino que pasaba los perímetros con el auto y me quedaba unos instantes adentro y mirando un poco la escena de lo que se estaba dando. Era como hacer un alto entre el Miguel que venía manejando y el Miguel que pasa a ser negociador a partir de ese momento. 

-¿Y cómo es la entrada en escena?

-El trabajo de negociador es lograr la empatía y la comunicación con “los malos”. Pero es un trabajo de instancias. No es que uno va, en un solo movimiento dice: “Soy fulano de tal”, se presenta y ya está. Cuando vos llegás nunca empieza la negociación de cero. El otro ya está al límite y lo tenés que bajar de ésa.

En Monte Grande,en 2005, una pareja había ido a robar una carnicería. Hubo un tiroteo con la Policía y en el intento de fuga mataron a un vecino. Tenían dos rehenes y cuando Sileo quiso acercarse le dispararon a él también. “Ya había empezado todo muy complicado. El hombre me dice: ‘Mirá, flaco, yo estuve 18 años presos, salí hace 6 meses. Ya maté a uno, si mato a dos o a tres me da lo mismo’. Pero había algo en los ojos, cuando hablaba del muerto, que me llamó la atención. Los negociadores en Sudamérica estamos a un par de metros, no como en Hollywood. A este tipo casi que le veía la pupila. No solo lo escuchaba sino que podía leer sus gestos. Y lo del muerto le provocaba algo”. Sileo se dio cuenta de que en el lugar donde estaban atrincherados estaban viendo Crónica TV. Entonces se dio vuelta y se alejó del lugar. Fue a hablar con el periodista de Crónica y le pidió que en la placa roja pusieran que había un herido, en lugar de un muerto. Dejó pasar un rato y se le acercó de nuevo al hombre armado. “Fui y le dije: ‘Tengo una buena noticia para vos. El tipo al que le disparaste está lastimado pero va a sobrevivir’. Ahí se le cambió la cara. Las conversaciones bajaron tres cambios”, explica el negociador.   

-¿Cómo te das cuenta de que la negociación va bien encaminada?

-Hay ciertos indicadores. Por ejemplo, el tiempo. El tiempo que pasa juega a mi favor. ¿Por qué? Porque se descomprime y empieza a pensar de mejor manera. El estrés comienza a bajar. Habían arrancado pidiendo un avión, diez millones de dólares y te terminan preguntando en qué fiscalía cayó la causa y dónde van a quedar detenidos esa noche.

Un sábado de junio de 2006, Sileo estaba de franco cuando le avisaron que una mujer de Quilmes estaba encerrada en su casa con un arma. Había disparado y se había atrincherado. No le dejaban ver a los nietos y amenazaba con matarse. La única a la que la mujer dejaba pasar era a su hija. “’¿Alguien intento entrar?’, les pregunté a los policías que estaban. ‘Sí, pero no quiere que entre nadie. Cuando ve que nos acercamos amenaza con que se va a matar’, me respondieron. Entonces, por ahí veo que estaba el médico de policía. Con el guardapolvo. Y le digo: ‘Maestro, me lo prestás un cachito? Me pongo el guardapolvo, me cuelgo el estetoscopio y saco mis lentes de leer, que son redonditos”. Sileo se acercó a la hija y le pidió que le dijera a su madre que un médico le iba a tomar la presión. Pero no esperó que le consultara. Cuando entró, esperó dos segundos y se metió: “No le di tiempo a que pensara, pero la hija ya le había avisado que iba un médico”. Sileo se sentó al lado de la mujer, le preguntó cómo se sentía, la hizo contar lo que pasó durante un rato largo. “En el argot nuestro, a eso se le llama dejarla ‘destilar’, que cuente todo lo que le pasa. En medio de la charla, le pregunto si estaba armada, me dice que sí, y le digo por qué disparó. Me responde que quiso probar si andaba. Se había creado cierto clima en el que sentí que podía preguntarle si me daba el arma. Lo hice y me la entregó. Me paré, y salí por la puerta. En la calle estaba todo el Equipo Halcón preparado para ingresar. Le entregó el arma al jefe del equipo táctico y le digo: ‘Acá está’. Y uno dice entre risas: ‘¡Ah bueno! Vamonos, somos unos inútiles, viejo. Yo estoy desde las 10 de la mañana renegando, aparece este barbudo y en tres minutos la desarma’”. El episodio, a las pocas horas salía en los diarios.  

AM

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