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MIÉRCOLES DE PROTESTAS

“Si somos muchos no reprimen”: Ni Una Menos, jubilados y un abanico de reclamos frente a un Congreso vallado

Este año, la macha Ni Una Menos se postergó un día para coincidir con la movilización de todos los miércoles de los jubilados.

Arlen Buchara

4 de junio de 2025 21:36 h

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Inés avanza entre la gente con su metro cincuenta, gorra negra, el pelo corto blanco medio celeste y lentes de sol redondos. Tiene 80 años y hace dos se recibió de una carrera universitaria. Estudió artes visuales. Es jubilada y cuenta que cobra apenas un cachito más que la mínima. Su familia la ayuda aunque no le guste. Siempre quiso ser autónoma. Vive sola, hace natación y le gusta pintar.

—Como todos los jubilados, la patronal no te aporta, tenés que ir a juicio y hacer un montón de trámites para jubilarte.

Inés llega a la marcha frente al Congreso Nacional sola. Tiene el celular en la mano y saca fotos de carteles. No va todos los miércoles. Solo los que sabe que va a haber mucha gente y no le va a pegar la Policía. Este 4 de junio quería estar sí o sí. Por los trabajadores del Garrahan, por las y los discapacitados, por la universidad pública que le dio la oportunidad de estudiar a los 70 años y por Ni una Menos, una marcha a la que va desde sus comienzos.

—Ante la movilización el Gobierno no se queda tranquilo, por eso ponen vallas por todos lados. Saben que lo que hacemos es importante y si somos muchos no reprimen.

La marcha de los jubilados y jubiladas de este 4 de junio reunió a todos los sectores y concretó una estrategia que se teje desde hace unos meses: los miércoles como día de lucha, el cordón antirepresivo para cuidar a los más viejos y viejas y la unidad en la diversidad como respuesta a la violencia y las políticas del gobierno de Javier Milei.

En esa unidad estuvieron los feminismos, el colectivo LGTBIQ, residentes, trabajadores y trabajadoras del Garrahan y de otros los hospitales nacionales, discapacitados, familiares y trabajadores que piden la declaración de emergencia, sindicatos y organizaciones de la economía popular e informal, movimientos sociales, pueblos originarios, periodistas y fotoperiodistas, migrantes, hinchadas de fútbol, estudiantes secundarios y universitarios, niños y niñas, familias, grupos de amigas y amigos, organizaciones de la cultura, docentes e investigadores de Conicet y un etcétera cada vez más amplio.

En el año y medio que lleva Milei en el poder las resistencias se organizaron de a poco y en la dificultad de la precarización y la fragmentación. Hubo una necesidad de salir a la calle enseguida, desde diciembre con el primer DNU, pero los ataques son tantos que cuesta enfocar, poner cada uno en agenda, visibilizar las particularidades. Hubo marchas masivas que mostraron la multisectorialidad de las demandas. Y la marcha de este 4 de junio siguió en la misma línea. Ante la unidad de la política libertaria en el ataque de todos los frentes la respuesta fue la unidad de todos los frentes.

El Congreso vallado

La masividad se anticipó desde el día antes, cuando en todas las ciudades del país hubo movilizaciones por el décimo aniversario de Ni Una Menos. A la mañana del miércoles los móviles de televisión mostraban la llegada de 1200 efectivos y cientos de camiones, patrulleros y motos. Para el mediodía la Correpi denunciaba que las fuerzas de seguridad impedían que personas con discapacidad llegaran a la Ciudad de Buenos Aires. Pero la represión no sucedió.

Los policías estuvieron de un lado y la marcha de otro. El Congreso fue vallado desde temprano y a medida que pasaban las horas se convirtió en una pared a intervenir con carteles y pintadas. Las fuerzas de seguridad cortaron Callao desde el Congreso hasta Mitre y ocuparon toda la calle con efectivos que iban y venían mientras la plaza se llenaba.

Vanina se planta en la valla con los brazos en alto y un cartel que pide la emergencia en discapacidad por su hija. A su alrededor se reproducen frases de todo tipo. Es de Caseros, tiene 42 años y una nena de diez con autismo. Hace unos meses le cortaron el subsidio y no tiene más maestra acompañante en la escuela. También le dejaron de pagar a sus terapeutas. Todo lo que cuenta lo hace con los brazos en alto y mirando al frente. Nunca baja el cartel.

—Me da mucha impotencia porque lo único que quiero es una buena calidad de vida para mi hija—dice y cuenta que no solo está por ella. Apoya el resto de las luchas.

Sandra tiene 56 años y trabaja desde 1998 en el área de emergencias del Garrahan. Estudió siete años enfermería en atención de pacientes críticos pediátricos. Recibe a los niños y niñas que están en paro cardíaco, con convulsiones o politraumatismos. Salva vidas. Cuando habla se acuerda de la lucha de 2005, cuando tenían un atraso salarial que los hizo salir a la calle y los trataron de terroristas sanitarios. Esta vez es peor. Siente que hay un ninguneo.

—No somos ñoquis, en el Garrahan no sobra nadie. Después de tantos años y tanto estudio no merecemos ganar estos salarios. Trabajamos con vidas. Es un pena que el Gobierno no priorice la salud y la educación.

Sandra tiene un cartel que dice: “Internacionalmente reconocidos, nacionalmente abandonados”. Cuando habla la voz se le quiebra, pide disculpas y aclara varias veces que no la están pasando bien.

—Nosotros atendemos hasta en el pasillo. Tenemos las guardias saturadas, vienen chicos de todo el país. Nunca me di cuenta el trabajo difícil que hice toda mi vida. Cuando tenés un pibe en paro no pensas en nada, solo en sacarlo, que respire y le vuelva a latir el corazón.

Ayer escuchó en la tele a la diputada libertaria Juliana Santillán decir que se puede vivir con 800 mil pesos sin problema y sintió otra vez el desprecio. El miércoles marchó con sus compañeros y compañeras del hospital. Ya fueron otras veces a apoyar a las y los jubilados y vivieron de cerca la represión. Igual, Sandra piensa en volver. Sabe que en unos años será una de ellos y que tiene que estar ahí.

En Callao y Mitre las vallas negras cortan el paso. Del otro lado, la calle está completamente liberada con una fila de 30 policías federales. Un jubilado se asoma y los mira. Al lado tiene dos frases: “Argentina no es casta, es patria” y “Libertad es tener para comer”. El jubilado dobla y sigue al resto de los manifestantes para entrar a la plaza del Congreso por otro lado. Se le une una columna de mujeres de San Martín que avanzan con remeras violetas.

Los carritos y los puestos de merchandising se mezclan con el humo y las banderas. Venden desde la de Argentina, del colectivo trans y no binario hasta de la ciudad del Vaticano. En una esquina un grupo de feministas eclesiásticas reza en contra del ajuste. Le pasan por al lado chicas con pelucas fucsia y glitter y una columna de los sindicatos, con bombos y redoblantes.

Un grupo de adolescentes de 14 a 17 años avanzan de la mano. Son más de 30 y siempre van a las marchas de Ni Una Menos. Esta vez es la primera que están con los jubilados. En el camino se cruzan con Georgina Barbarrosa y Nancy Pazos dando una nota en un móvil de la tele. Una mujer alta con el cuello tatuado se les para atrás con un cartel: no somos de derecha ni de izquierda, somos los de abajo y venimos por los de arriba.

Ricardo vino disfrazado. Mide un metro noventa y es un diablo rojo con antifaz, cuernos, una marioneta de Milei y un cartel que dice “engendro del mal”. Tiene un personaje para las cámaras y otro para cuando da una entrevista. Ahí se saca la máscara y responde: 74 años, fue telefónico pero no le hicieron todos los aportes y se jubiló con la moratoria del gobierno de Cristina Fernández. Cobra la mínima, 320 mil pesos. Para llegar a fin de mes trabaja de herrero. También es artista y le gusta salir a la calle haciendo una intervención. A la de los jubilados va todos los miércoles. Hoy está tranquilo. Sabe que cuando son muchos no le pegan.

—Son cobardes. Cuando somos 50 vienen con 200 policías listos para ir a la guerra. Es fácil pegarle a un abuelo pero cuando es así no se animan. Eso son, cobardes—repite y se pone la máscara y los cuernos. Ya tiene alrededor tres fotógrafos.

Muchos frentes, una sola marcha

Jessica llegó a Argentina hace ocho años para salir de la violencia de Colombia. También quería estudiar y buscar nuevos horizontes. Tiene 34 años y es defensora de derechos humanos, docente y periodista. Fue a la marcha con organizaciones migrantes. Hace apenas unas semanas el Gobierno nacional publicó un DNU que les preocupa.

—Nos ven como chivo expiatorio y una carga fiscal, y no como un hermano que vive en Argentina y aporta cultural y económicamente al país. Dan datos y estadísticas completamente falsos sobre los costos de salud y educación y con cifras exorbitantes sobre la irregularidad migratoria, cuando esa irregularidad es responsabilidad del Estado.

En el último año, Valeria estuvo en todas las asambleas. Es integrante de Mamá Cultiva y fue a las del Bonaparte, al Garrahan, a las de jubilados y jubiladas, las de discapacidad, las de la moratoria, las de Ni Una Menos. A veces en un mismo día corría de una a la otra. En todas escuchaba discursos distintos e iguales a la vez. Tenían la particularidad de cada sector pero detrás había una misma política de Estado: una decisión unívoca de empobrecer la vida.

Cuando en la primera asamblea de Ni Una Menos escuchó la propuesta de unificar las luchas en el miércoles 4 de junio gritó “sí, por favor, sí”. No fue la única. Una ovación hizo lo mismo. Estaban cansadas de pelear en tantos frentes y al mismo tiempo aparecía la esperanza de una estrategia en común. El aniversario por los 10 años del primer Ni Una Menos, ese que marcó un antes y un después en la historia de los feminismos argentinos, lo vivió en las calles. Para ella, las mujeres y diversidades son quienes están sosteniendo la supervivencia en este momento de crisis. Las atraviesan cada uno de los reclamos.

Micaela Polak es dirigente de Sipreba y recuerda que el Ni Una Menos surgió gracias a la convocatoria de trabajadoras de prensa que estaban hartas de cubrir femicidios en los medios y que no pasara nada.

—A diez años ya no vemos tanta cobertura de la violencia machista porque avanzó la derecha radicalizada que nos silencia. Por eso es importante seguir organizándonos para enfrentar a este gobierno. Vinimos a poner un freno a la represión y vamos a seguir organizándonos para terminar con la crueldad y la violencia machista.

Los y las trabajadores de prensa también son blanco de los ataques del Gobierno. Además de los insultos en redes, ya son un centenar los que sufrieron la represión del Estado cuando cubren marchas, sea con golpes o detenciones. Mientras decenas de fotógrafos y reporteros circulan entre los manifestantes, en el micrófono mandan un mensaje de amor a Pablo Grillo, el fotógrafo herido por la Policía hace tres meses en esta misma plaza. Unas horas antes recibió el alta de terapia intensiva y empezará la rehabilitación y le pondrán una prótesis en la cabeza.

Tres mujeres de tres décadas distintas caminan por Callao para volver a Ramos Mejía. Una tiene 55, otra 43 y la otra 35. Son musicoterapeutas y estuvieron en el Congreso desde las 11 pidiendo a los diputados y diputadas que sancionen la ley de emergencia en Discapacidad. Dicen que las áreas de discapacidad están en una situación crítica.

—Es muy emocionante estar en una marcha así. Es cierto que son reclamos distintos pero la unión hace la fuerza y este es el camino. Además de que si somos muchos no nos reprimen.

Una de ellas se acuerda del posteo que Javier Milei hizo días atrás burlándose de un niño con autismo. Las tres dicen lo mismo sin dudar.

—El presidente nos da vergüenza ajena. Vamos a volver todas las veces que sea necesario hasta que paren.

AB/MG

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