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Los gritos que torcieron la historia

Beatlemanía: twist y gritos.

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Leer este texto te va a llevar lo mismo que escuchar Pictures of you, de The Cure, que tiene una de las introducciones más lindas del mundo.

Llevo diez días escuchando gritos. Empezó hace dos fines de semana. Yo estaba en el sillón de mi casa y Phoebe, Ross, Chandler, Monica, Rachel y Joey estaban sentados alrededor de una mesa, con un par de hojas impresas cada uno, reproduciendo los mismos diálogos que habían tenido unos veinte años antes, en la época que esperábamos los martes a la tarde para ver cómo avanzaba la trama de Friends.

Advertencia: este párrafo spoilea, pero la serie terminó hace 17 años así que es un spoileo indefenso (?) Resulta que en medio de toda esa conversación sonriente y previamente acordada y de esa producción opulenta -todo el show business al asador-, un dato me heló la sangre: el romance entre Monica y Chandler era una joda y quedó. Esa escena en Londres en la que Ross entra excitado a la habitación de su amigo a gritar que en un rato se casa y en la que Monica sale desnuda de debajo de las sábanas era el primero de algunos partidos amistosos y no mucho más.

“Cuando el público que había ido a la grabación de ese capítulo vio que Monica aparecía en la cama, sus gritos fueron tan fuertes que decidimos cambiar la trama. Iba a ser una aventura pero esos gritos lo convirtieron en una historia de amor”, dice Marta Kauffman, co-creadora y productora de Friends, en el especial que reúne a sus protagonistas. “KEEEEE”, decimos nosotros en nuestras casas.

Estuvimos a punto de quedarnos sin el capítulo de “ellos saben que nosotros sabemos”, sin la escena en la que entre los dos logran hacerse saber que quieren casarse, y sin una pareja más o menos estable a la que aferrarnos para no andar dependiendo de las idas y vueltas de Ross y Rachel. Estuvimos a punto de perdernos todo eso pero unas gargantas espontáneas -y los reflejos de los que dijeron “estirá, dale, estirá que esto está midiendo”, los Chato y Hoppe de Friends- torcieron la historia.

Cuando dejé de sufrir en retroactivo -smells like monotributista spirit- por una trama que no sé cómo habría sido pero seguro que peor, cuando dejé de agradecerles las carcajadas a unos ingleses anónimos que volví a escuchar decenas de veces en estos días, me puse a pensar en la Beatlemanía. No se me ocurrieron gritos más guionistas de la historia que los de esos años.

Y mirá que le di vueltas a eso para este Cuchá Cuchá IV, eh. Descarté “¡Eureka!” porque vino después y no antes de la revelación de Arquímedes en la bañera, y me pareció que era como decir que el festejo hace al gol, fórmula sólo válida para Víctor Hugo ft. Barrilete Cósmico. También desestimé el “¡Tierra, tierra!” de Rodrigo de Triana, que es el señor que vio un cachito de isla y avisó a Colón y compañía. Para mí si no gritaba igual iban a chocar con la orilla. Esto no está chequeado.

Mi teoría es que la Beatlemanía torció un poco el rumbo de las cosas. “La mera presencia de Los Beatles en la ciudad puede crear más conmoción en la Avenida de las Américas que todos los meses que duró la construcción del subte”, publicó The New York Times cuando la banda llegó por primera vez a esa ciudad, en 1964. Cuando aterrizaron, había unas 4.000 chicas esperándolos: casi todas gritaron y algunas se desmayaron. Habían pasado sólo diez semanas desde el asesinato de Kennedy: “Todavía estábamos lamentándonos como nación”, decía el Times.

En esa primera gira estadounidense el greatest hit fue la presentación televisiva en The Ed Sullivan Show. Hubo 50.000 personas inscriptas para cubrir las 728 butacas disponibles para esa transmisión. Toda esa desesperación por verlos se traduce en los gritos que no pararon en ningún momento de la transmisión y que, como corresponde, metieron turbo en los estribillos y en los primeros planos a cada uno de los cuatro: acá una muestra gratis.

Un año después Los Beatles tocaron en Shea, el estadio de béisbol de los Mets de Nueva York. Nunca se había hecho, hasta ese momento, un show en un predio de esas dimensiones. Se vendieron 55.600 entradas en 17 minutos sin que nadie tuviera que lidiar con la web de Ticketek. El traslado de ellos desde Manhattan hasta Queens fue un poco en helicóptero y otro poco en un camión de caudales. Los gritos de las fanáticas prácticamente taparon las voces de un show para el que todavía no se habían inventado los equipos de sonido necesarios. “Nunca sentí que el público viniera a escuchar nuestra actuación. Sentí que solo venían a vernos”, contestó algunos años después Ringo cuando le preguntaron sobre el griterío que los rodeaba esa noche. Y todas las demás también.

En un informe sobre la Beatlemanía, que es palabra reconocida por la Real Academia Española desde 2019, la CBS recopiló el testimonio de algunas fanáticas y el de Los Beatles. “Cuando llegamos a los hoteles la Policía nos prohíbe mirar directo a las ventanas para que no haya tanto griterío”, explica Paul en una entrevista de los sesenta. Un periodista le pregunta a John: “¿Hasta cuándo va a durar la Beatlemanía?”. “Hasta que todos ustedes sigan viniendo”, responde, hartísimo.

Revolviendo los resultados de Google para escribir todo esto me enteré de que la Policía de Vancouver llegó a incorporar médicos que se ocuparan exclusivamente de las mordidas de las fanáticas de Los Beatles a los oficiales y que en 2018 Patricia Gallo-Stenman, una mujer nacida y criada en Philadelphia que vio a Los Beatles tres veces en vivo, publicó “Diario de una Beatlemaníaca”.

Parece que en los sesenta Patricia iba a una escuela de monjas en la que estaba prohibida cualquier alusión a la banda, incluso dentro de los lockers, así que ella y sus amigas llevaban diarios en los que registraban su fanatismo clandestino. Su libro es un compilado de esa adolescencia analógica y devota, a pesar de las monjas. Tiene entradas como esta: “1° de diciembre de 1964. Hoy le sacaron las amígdalas a Ringo en el Hospital de la Universidad de Londres. Pasamos horas y horas ansiosas frente a la radio esperando alguna noticia de la cirugía”. Otra: “9 de enero de 1965. Kathy le mandó una carta al alcalde de Philadelphia para proponerle formar un equipo de mujeres jóvenes que protejan a Los Beatles la próxima vez que toquen acá, así la Policía puede hacer tareas más importantes. El alcalde respondió: ¿Quién va a arrastrar a las desmayadas?”.

En el medio de todo eso, Patricia cuenta sobre frenadas intempestivas en los kioscos para comprar revistas con entrevistas a los primos de John, George, Paul y Ringo, ahorros invertidos en singles, remeras o compilados de Navidad, monedas juntadas para cortarse el pelo como se lo cortaban el resto de las chicas que gritaban apenas los veían.

El éxito comercial y el agobio de todos esos años dedicados a ser el centro de la Tierra sacaron a Los Beatles de los escenarios y los metieron adentro del estudio: en los años que siguieron hicieron sus mejores discos. ¿Ya pensaste en cómo habría sido el mundo sin esos gritos? ¿Ya sentiste un escalofrío con casa matriz en el pasado? Mirá si nos quedábamos sin Revolver.

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