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Literatura

El programa de radio con el que Walter Benjamin demostraba que se puede enseñar a los jóvenes sin ser aburrido

El escritor y filósofo Walter Benjamin y la portada del libro "Radio Benjamin"

Cristina Ros

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¿Qué le parecería asistir a una clase magistral de uno de los filósofos más importantes del siglo XX? Esto no es una invitación a resucitarlo con inteligencia artificial, sino a algo mucho más al alcance: leerlo. Pero no en cualquier libro, sino en aquellas piezas concebidas con el propósito de instruir al público al tiempo que lo entretiene, porque, como es bien sabido, cualquier lección se recuerda mejor cuando quien la imparte es, además de un docto profesor, un maestro de la elocuencia.

Y no todos los grandes intelectuales lo han sido; no es tan sencillo bajar de la tribuna para dirigirse a un oyente menos versado. Por fortuna, hay sorpresas agradables, como Walter Benjamin (Berlín, 1892-Portbou, 1940), el gran pensador alemán del periodo de entreguerras, próximo a la Escuela de Fráncfort. Su pensamiento marcó el devenir del siglo XX, pero, más allá de sus aportaciones teóricas, fue un profesional polifacético y tenaz del que se siguen descubriendo caras menos conocidas. Como la radio, ese medio de comunicación que se consolidó en los años veinte y resultó clave en los conflictos subsiguientes.

Benjamin escribió y narró cerca de un centenar de guiones para Hora de la juventud, un programa dirigido a los jóvenes que se emitía por la tarde en Radio Berlín. En él, aparcaba su lado de filósofo sesudo para adoptar un tono más ameno, con el que abarcaba multitud de temas históricos y culturales; unas píldoras de sabiduría de las que podemos disfrutar una selección en Radio Benjamin (2025), un volumen editado por Libros del Zorro Rojo, traducido por Joaquín Chamorro Mielke e ilustrado por Judy Kaufmann, artista chilena afincada en Barcelona.

Este Benjamin guionista-locutor –por desgracia, no se han conservado las grabaciones– es tan riguroso como de costumbre, aunque sabe adoptar otro registro, adaptado al perfil del oyente y a cada tipo de contenido. Es consciente de que, para mantener la atención, no basta con leer un texto enciclopédico; se supone que un programa debe aportar algo más, o cuando menos algo diferente, singular, que un libro. Él posee los recursos necesarios: a veces se dirige de forma directa al público, y en general adecúa el orden de la exposición de los hechos para que no resulte monótona ni previsible.

La tumba de Walter Benjamin en el pueblo catalán de Portbou

Por ejemplo, para contar por qué el terremoto en Lisboa del 1 de noviembre de 1775 fue “lo que para nosotros sería hoy la destrucción de Chicago o de Londres”, entra en la materia así: “Cualquiera que desee hablarnos del terremoto de Lisboa empezará por el principio. Y luego irá contando todo lo que pasó. Pero, si yo lo hiciera así, no creo que lograra entreteneros”. El entretenimiento como medio para instruir; ahí está el quid del asunto. De modo que Benjamin enfila el relato a su manera: “Pero el terremoto […] no fue solo un desastre como otros miles, sino que en muchos aspectos fue único y extraño. Y ahora os contaré por qué”.

Es posible que sorprenda que una de las piezas esté dedicada a esa catástrofe. Las demás exploran cuestiones como la caza de brujas (“La mayoría creía en las brujas del mismo modo que los niños creen en los cuentos”), el dialecto berlinés (“No penséis que no es más que una colección de chistes. Es todo un idioma, y admirable además”), los perros (“Contar siempre de ellos historias que pretenden demostrar algo, ¿no es ofenderlos? […] ¿No tiene cada uno su propio y particular carácter?”) o las colmenas (“Berlín es el mayor colmenar de la Tierra. Hoy trataré de explicaros cómo a lo largo de los siglos se convirtió gradualmente en nuestra desgracia”).

Erudito siempre, y además curioso, atento, ingenioso, persuasivo, accesible y, por qué no decirlo, con chispa. Este es el Benjamin del lenguaje oral, alejado de la disquisición filosófica al uso, pero con sus vastos conocimientos y su espíritu crítico inconfundibles, que aquí emplea para tratar de despertar a su vez el interés de los jóvenes por la historia y por el mundo que los rodea, que, al fin y al cabo, confluyen en un mismo río: para entender quiénes somos, cómo nos hemos construido, es necesario conocer el pasado.

Erudito siempre, y además curioso, atento, ingenioso, persuasivo, accesible y, por qué no decirlo, con chispa. Este es el Benjamin del lenguaje oral, alejado de la disquisición filosófica al uso

Él afronta el reto con voluntad ecléctica, pero sin caer nunca en lo trivial; hasta del tema más superfluo en apariencia saca petróleo; son los trucos del orador perspicaz, que habla de tú a tú en programas de veinte minutos, sin perder jamás el respeto por la inteligencia del oyente, sin infantilizarlo ni subestimarlo por la edad. Porque a un adolescente, hasta a un niño mayorcito, se le puede hablar de todo; tan solo se debe encontrar el tono, que resulte claro, original en la medida de lo posible, y siempre con la teoría bien digerida.

Las ilustraciones de Judy Kaufmann juegan con el contraste entre los colores apagados de los fondos y el negro de las siluetas humanas, en una concepción que se nutre de las formas geométricas –espléndidos los dibujos de edificios y sus interiores–, que le dan un aire vintage, como de periódico antiguo, y hacen gala de su inventiva para poner imágenes a algo tan difícil de ilustrar como unos contenidos didácticos tan variados.

Ella misma, en la introducción, reflexiona sobre el reto de ilustrar la voz del filósofo: “Existen pocas ediciones ilustradas con textos de Benjamin, quizás porque lo más representativo de su obra resulta difícil de visualizar”. A este respecto merece la pena destacar el Manifiesto incierto de Frédéric Pajak (Errata naturae, 2016, trad. Regina López Muñoz), un brillante ensayo gráfico en tres tomos que recorre su vida y su pensamiento entretejiéndolos con el contexto histórico.

Judy Kaufmann revela asimismo algo que la une a Benjamin, más allá de esta propuesta profesional: “No puedo evitar asociar su vida a la de mi abuelo”, confiesa. “Los veo cruzándose a principio de los años treinta en Fráncfort: ambos alemanes, judíos, amenazados por el nazismo y obligados a huir. […] Al presentar este libro, se me hizo inevitable pensar en la cara oculta de las motivaciones, y acortar así la distancia con lo que nunca estuvo unido salvo en mi imaginación”.

La memoria, sí, la indispensable memoria. Memoria para recordar quién fue Benjamin; y memoria de él mismo al recuperar estos episodios históricos para darlos a conocer a las nuevas generaciones: “Os contaré algo que no habéis oído en vuestras clases de alemán, ni de geografía, ni de educación cívica, pero que algún día podrá ser importante para vosotros”. Con cada nueva edición de su obra, más si cabe si incorpora ilustraciones tan sugerentes como estas, se añaden matices distintos, que enriquecen la mirada e invitan a profundizar en los detalles. En este sentido no cabe duda del buen hacer de Libros del Zorro Rojo (Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial 2011).

Dicen que uno no entiende del todo un tema hasta que no es capaz de explicarlo con sus propias palabras, y qué mejor que probarse con un público joven. El Benjamin cronista-narrador de la República de Weimar es un ejemplo paradigmático de ello. Estas piezas no solo no han envejecido mal, prueba de que son obra de un escritor genuino, sino que constituyen un modelo para aprender a comunicar y hasta podrían emitirse en una serie de podcasts. No importa si la materia interesa de antemano, puesto que el autor posee la mejor virtud del docente: el talento de hacer interesante todo cuanto aborda.

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