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Declaración de un grupo de intelectuales

A propósito de Theodora y el comunicado de la Conferencia Episcopal

Theodora en el Teatro Colón

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La Conferencia Episcopal Argentina ha emitido un documento condenando la puesta del oratorio Theodora, de Händel, en el Teatro Colón, a la que consideró “una pretendida expresión artística” en la que “se bastardearon y blasfemaron la fe y la religiosidad”. Si los obispos que firman la declaración se hubieran limitado a dirigirse a su feligresía, no tendríamos nada que objetar. Pero, además de emitir un juicio estético y moral (“pretendida expresión artística”, “blasfema”) los obispos se dirigieron también a “las autoridades” pidiendo -o exigiendo- que estas “velen por una sociedad sana y democrática, en la que se respeten todos los símbolos sagrados”.

Es posible criticar aspectos de la versión presentada, pero las diferencias estéticas o intelectuales que, eventualmente, algunos de los firmantes de esta carta pudieran sostener, no nos hacen vacilar a la hora de objetar la injerencia de la Conferencia Episcopal ni de expresar nuestra defensa de los artistas.

Si hechos semejantes se hubieran producido en un sitio religioso consagrado por alguna fe -un templo, un cementerio, una escuela confesional- no dudaríamos en expresar nuestro repudio. Pero desde hace mucho tiempo las sociedades plurales y democráticas reconocen el derecho de los artistas a utilizar la blasfemia como parte de sus obras fuera de esos ámbitos. Hoy, objetar esa libertad es lisa y llanamente un acto de censura.

La política cultural está ausente desde hace mucho de la agenda pública de nuestro país. Entre la celebración demagógica de jóvenes cantantes populares y el fervor inquisitorio con que la Conferencia Episcopal exige a las autoridades que ejerzan censura confesional sobre la producción artística no parece quedar espacio para una discusión consistente acerca de qué tipo de prácticas culturales deben ser promovidas por el Estado, de cuál es la situación de la creación y de la comunidad artística, ni del sentido mismo de la producción de bienes simbólicos.

Rechazamos enfáticamente esa apelación a las autoridades para que “velen por una sociedad sana”: conocemos, por muchas y dolorosas experiencias, cual es el sentido y cuál es el costo de esa pretendida “salud social”. Deseamos tramitar nuestras diferencias estéticas, intelectuales, políticas, en una escena de libertad, en la que los fracasos y los riesgos contribuyan a conocer, a experimentar y a reflexionar sobre todas las dimensiones de la vida en común.

Por Adriana Amante, Pablo Avelluto, Sergio Bufano, José Emilio Burucúa, Samuel Cabanchik, Vera Carnovale, Rubén Chababo, Isidoro Cheresky,  Emilio de Ípola, Carlos E. Díaz, Jorge Fernández Díaz, Graciela Fernández Meijide, Rafael Filippelli, Roberto Gargarella, Albino Gómez, Adrián Gorelik, Alejandro Katz, Daniel Link, Lucas Martín, Francisco Naishtat, María Matilde Ollier, Cristina Piña, Hinde Pomeraniec, Gabriel Puricelli, Roberto Russell, Hilda Sabato, Beatriz Sarlo, Marcela Sola, Lucrecia Teixido, Guillermina Tiramonti, Hugo Vezzetti, Carlos Zurita.

El comunicado de la Conferencia Epicospal

En un comunicado firmado por la Comisión Ejecutiva del Episcopado, entre quienes se encuentran el monseñor Oscar Ojea y el cardenal Mario Aurelio Poli, la Conferencia expresó su “tristeza y dolor” por la representación de “Theodora”. La obra incorpora al oratorio de George Frederic Haendel el pensamiento de la teóloga feminista argentina Marcella Althaus-Reid, en la interpretación de Morán. Althaus-Reid era directora de la Asociación Internacional de Teología Queer y, como homenaje a sus ideas, un texto se proyecta en el escenario de la obra dirigida por Alejandro Tantanian: “Nuestros dioses son queer porque son lo que queremos que sean”.

El Episcopado agregó que las expresiones que “bastardearon y blasfemaron la fe” “se han vertido nada menos que en el Teatro Colón, ícono de la cultura de la Ciudad de Buenos Aires y de nuestra patria, donde los argentinos nos deleitamos con el arte y la música del mundo; ahí se dijeron expresiones que ultrajan la sensibilidad de una porción muy importante de nuestro pueblo, que más allá de su creencia religiosa, siempre respeta a la Virgen”. 

Mientras que la Corporación de Abogados Católicos ya había denunciado un supuesto “mal desempeño de sus funciones” del ministro de Cultura porteño, Enrique Avogadro, de quien pidió la renuncia, la Conferencia Episcopal reclamó a las autoridades “que velen por una sociedad sana y democrática, en la que se respeten todos los símbolos sagrados, de cualquier religión que sean, tanto como se respeta y defiende la libre expresión de los artistas”.

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