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Deportes

La historia de la tenista transgénero que fue campeona en el Buenos Aires Lawn Tennis Club

Renée Richards con su premio en Buenos Aires

Andrés Burgo

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Este lunes comienza un campeonato que esperó 34 años, la versión femenina del Abierto de tenis de Buenos Aires, un torneo en cuyo listado de campeonas figuran ídolos como Gabriela Sabatini (ganó la última edición, la de 1987) e iconoclastas poco recordadas, como la estadounidense Reneé Richards, una tenista transgénero que se consagró en 1977.

Más de 40 años después, la presencia de una pionera de la visibilidad trans en la Argentina de Jorge Videla causa asombro. Porque fue, además, una visita con trascendencia deportiva: Richards, que compitió diez veces en el Abierto de Estados Unidos (cinco como hombre, todavía llamado Richard Raskind, en la década del 50, y cinco como mujer, entre 1977 y 1981), ganó su único título oficial del circuito WTA en aquella incursión por el Buenos Aires Lawn Tennis Club.

En la final jugada el domingo 13 de noviembre de 1977, el mismo día en que River ganó el torneo Metropolitano, Richards -ya con 42 años- venció 4-6, 6-2 y 6-2 a la argentina Ivanna Madruga, entonces de 16. “Fue todo un acontecimiento, el género no estaba tan presente como ahora. Renée fue la primera en abrir un camino para que muchas personas se animaran a hacer su vida, que cada uno tuviera su elección”, recuerda Madruga desde su Río Tercero natal. “Yo era una niña y sólo quería hacer mi tenis y ganar. No veía ninguna diferencia, estaba jugando contra una mujer. Fue una experiencia hermosa”, agrega la cordobesa, que en 1980 llegaría a estar 16ª en el ranking mundial.

La organizadora de aquel torneo fue Raquel Giscafré, 12ª del mundo en 1974 y primera argentina en clasificarse al Masters (WTA Finals, en 1975). “En los últimos meses de mi carrera empecé a organizar torneos”, reconstruye la santafesina, que vive en Los Ángeles. “La visita de Renée fue un hitazo, había mucho interés. Se transmitió por Canal 11, con Pipo Mancera (histórico presentador de TV). El torneo daba puntos para la WTA y pertenecía a la serie Colgate, que era el sponsor mundial del tenis femenino”, precisa Giscafré, que en un video en YouTube aparece como traductora de Richards para una entrevista con la televisión argentina -el videograph, erróneamente, lo cita en 1980-.

“En el tenis femenino hay jugadoras altas como yo, o más fuertes. La diferencia no la hace el físico sino el talento, la calidad de jugadora”, dijo Richards en Buenos Aires en 1977, ya acostumbrada a tener que responder la misma pregunta. Nacida como varón en Nueva York en 1934, Raskind fue un promisorio tenista en su etapa juvenil (primero en la Universidad de Yale, luego en la Armada estadounidense) y alcanzó la segunda ronda del Abierto de Estados Unidos de 1955 y 1957. Pero el tenis solo fue un parte de su vida: Richards fue -y sigue siéndolo, a sus 87 años- una oftalmóloga de reconocimiento internacional. Más tarde se recibió de neuróloga.

De chico le gustaba vestirse como mujer, siempre a disgusto con su cuerpo de nacimiento, aunque de tan atlético y fornido -1,88 metros de altura y una zurda potente-, le permitía destacarse en los deportes. Su historia tiene algunos puntos en común con la de Bruce Jenner, el decatlonista estadounidense campeón olímpico de 1976 (y padre de las hermanas Kardashian) que años después culminaría su proceso de reasignación de género y se convertiría en Caitlyn.

Todavía llamado Rasking, el entonces ex tenista se casó con su novia en 1970 y fue padre de un hijo, hasta que finalmente siguió la voluntad que le señalaba su cuerpo y comenzó a tomar hormonas para acompañar su lado femenino. En 1975 se operó para cambiarse de sexo, se mudó a California, abrió su centro de oftalmología y apostó otra vez al deporte, esa formidable herramienta social: empezó a jugar al tenis femenino.

Ya estaba cerca de los 40 años y su catarata de victorias en el circuito nacional de Estados Unidos llamó la atención. Su aspecto, también. Era una desconocida pero fue invitada al Abierto de Estados Unidos de 1976, aunque no pudo jugarlo porque un veterano periodista de tenis advirtió que se trataba de Raskind, aquel joven promisorio de los 50. Entonces, a demanda de algunas jugadoras que se sentían en desventaja física, el circuito de la WTA exigió un examen de cromosomas. Richards se negó y fue suspendida, pero apeló a la Suprema Corte de Justicia de Nueva York, que le dio la razón y la autorizó para el US Open de 1977, a comienzos de septiembre (en hombres lo ganó Guillermo Vilas). En ese torneo fue eliminada en primera ronda de singles pero llegó a la final de dobles y, menos de dos meses después, visitaría Buenos Aires.

“La conocí en el Abierto de Estados Unidos, me ganó en la semifinal de dobles, y me pareció muy abierta, tranquila, muy feliz también”, recuerda Giscafré, la organizadora del torneo argentino en 1977, entonces llamado Río de la Plata. “Le habían dicho que sólo estaba autorizada a jugar hasta noviembre de ese año, y entonces el de Buenos Aires sería su último torneo oficial”, contextualiza la santafesina, que luego organizaría durante 2o años el Abierto de San Diego de la WTA.

Al revés de lo que trascendió entonces, el paso de Richards por Argentina no fue efímero. “Yo tenía un departamento en Marcelo T. De Alvear y Charcas, y ella se quedó conmigo ahí. Conocí a una persona genial, sensible, querida. Entrenábamos juntas y con Delfonte (Juan Carlos, histórico preparador físico de Vilas), mientras yo trataba de conseguir sponsors para el torneo. Se sintió tan a gusto en Buenos Aires que se quedó un mes. En aquella época hubo un terremoto muy fuerte en San Juan (el 23 de noviembre) y se asustó tanto que salió corriendo de mi departamento. También fuimos a Carrasco, en Montevideo, a jugar una exhibición”, agrega Giscafré.

“Vos pensás que en la Argentina hay gente que tiene preconceptos pero no, todo el mundo la trató regio. Recuerdo que recibía una cantidad enorme de cartas de chicos argentinos que estaban interesados en la operación de cambio de sexo. Fue una tipa muy adelantada”, agrega quien fue su rival y empleadora y sigue siendo su amiga.

Richards, que eliminó a la propia Giscafré en su camino a la final, se consagró campeona ante Madruga. No sólo había 26 años de diferencia entre los 16 de la argentina y los 42 de la estadounidense. “En la revista Radiolandia nos hicieron una nota y nos comparaban las manos, los pies, la altura. Ella, por ejemplo, calzaba 42. Yo mido 1,63 y ella, casi 1,90. Era una persona carismática, pacífica, siempre conciliadora, pero por la época se enfocaban en más en eso”, recuerda Madruga, la subcampeona. 

En las tribunas del Buenos Aires Lawn Tennis Club estaban Pío Laghi, el representante del Vaticano en Argentina -acusado por familiares de desaparecidos por complicidad con el régimen que asesinó, violó y torturó a decenas de miles de argentinos-, y la vedette Moria Casán. Según la crónica publicada por la revista El Gráfico, “Richards guarda aún la potencia de su etapa masculina y la dosifica sabiamente para no desgastar su energía que está limitada por sus 42 años. Pero aún así, es demasiado para una chica de 16. Por velocidad, Madruga se llevó el primer set pero, cuando sus tiros ganaron en profundidad y sus saques en fuerza, Richards no le dejó alternativa”.

El semanario deportivo también dejó en claro que a la campeona se le vendría una larga etapa sin jugar. De hecho, el título de la cobertura fue “Renée Richards, triunfo y despedida”. El texto agregaba: “Fue quizás su último torneo. La Federación Internacional de Tenis le solicitará el examen de determinación de sexo, al que no está dispuesta a someterse”.

Madruga recuerda que aquella experiencia en Argentina fue un mojón para una amistad entre ambas. “Hicimos giras juntas y estuvimos en Europa mucho tiempo. A ella no la dejaban jugar en los países europeos pero igual iba y se tiraba el lance, aunque era otro tiempo y la veían como un hombre. Mientras tanto entrenábamos. Recuerdo haberlo hecho en el club Racing, de París, durante un Roland Garros. Una vez me dijo ‘¿Vos te das cuenta lo importante que es todo esto?’”.

“Renée tenía el saque muy fuerte y algunas jugadoras protestaron. Ya no volvió a jugar, salvo exhibiciones. Era muy inteligente, después sería la entrenadora de Martina Navratilova”, agrega Giscafré, en referencia a la ex número 1 del mundo. En realidad, desde entonces la participación de Richards se circunscribiría al Abierto de Estados Unidos y otros torneos de su país, en donde tenía el aval de la Suprema Corte de Nueva York, hasta que se retiró en 1981.

Así como Madruga y Giscafré siguen en orgulloso contacto con Richards (la cordobesa, a través de Facebook, y la santafesina, con encuentros presenciales en Estados Unidos), la valentía de la estadounidense inspiró a incontables personas en todo el mundo, también en Argentina. En la primera ronda de la pre qualy del Argentina Open que comenzará mañana, a comienzos de octubre, jugó Mía Fedra Acosta, la primera tenista transgénero del país.

“Mi tenis y el de Richards es incomparable, pero sí creo que somos precursoras. Soy absoluta fan de ella, miro todos su artículos”, reconoce Mía, que juega para el club Darling y, aunque perdió en el tiebreak contra Priscila Landi por el pre torneo de Buenos Aires, asegura que volverá a intentarlo el año que viene. “Entré muy nerviosa, era el primer partido que jugaba en este nivel, pero en 2022 volveré más cargada”, dice Mía. Las deportistas transgénero dieron un gran paso en sus derechos durante los recientes Juegos Olímpicos de Tokio, cuando la levantadora de pesas neozelandesa Laurel Hubbard (nacida como varón) participó en la categoría femenina. Quedó eliminada después de tres intentos nulos y al día siguiente anunció su retiro.

Tras la baja de la santafesina Nadia Podoroska por lesión, el Argentina Open 2021 perdió a su gran referente deportiva del presente (sólo habrá dos jugadoras del top 100, con la egipcia Mayar Sherif -64 del mundo- como máxima clasificada). Pero en su regreso después de 34 años en los que únicamente se jugaron torneos masculinos, y en aquella lección de Richards y sus rivales-amigas, el triunfo está asegurado. 

AB

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