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El milagro del futsal: una generación dorada y un técnico resiliente

Argentina estuvo a un paso de su segundo título en el Mundial de Futsal frente a Portugal

Andrés Burgo

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Muy cada tanto, sólo en los eventos extraordinarios, un domingo de superclásico cede parte de su cartel con otros deportes. En 1981, las carreras de Carlos Reutemann en Fórmula 1 llevaron a moverse de su grilla habitual a dos Boca-River en la Bombonera, ambos con la presencia de Diego Maradona: uno, en abril, se pasó a un viernes (el de Diego Maradona eludiendo en el barro a Ubaldo Fillol), y otro, en septiembre, se adelantó a las 11 de la mañana (el del triunfo de River 3-2). En 2007, un River-Boca programado para las 15.30 se corrió a las 14 para que no se superpusiera con el partido que Los Pumas debían jugar desde las 16 ante Escocia por el Mundial de rugby. Y si bien el clásico de este domingo a las 17 no necesitó cambiar de horario, el deporte argentino sí tuvo doble atención: primero, a las 14, la cita fue enfrente del televisor para la final del Mundial de futsal que la FIFA organizó en Lituania. Según sus posteos de los últimos días, Lionel Messi seguramente privilegiará desde su casa de París el Argentina-Portugal de cinco jugadores, bajo techo y sobre plaquetas desmontables de plástico azul por encima del tradicional River-Boca de once.

Como Reutemann subcampeón del mundo y los Pumas del tercer puesto en Francia 2007 -o incluso más-, esta selección de futsal le ganó a su destino. En el ambiente de un deporte al que muchos confunden con el fútbol 5 que jugamos con amigos o el baby fútbol -que es una versión más argentina, por fuera de las reglas internacionales que rigen al futsal, apócope de fútbol de salón-, se repite un diagnóstico: el avance de la selección a su segunda final consecutiva se debe más a una generación fantástica de jugadores y de entrenadores que a un proyecto de la AFA en las ligas domésticas. Argentina ganó el último Mundial, el de Colombia 2016, cuando Armando Pérez presidía la Comisión Normalizadora de la AFA impuesta por el macrismo. El técnico era Diego Giustozzi, entonces de 38 años, considerado un joven sabio del futsal que en 2018 se fue a dirigir a Europa y -ya con Claudio Tapia en la AFA- le dejó el cargo a su ayudante, Matías Lucuix, finalista en Lituania con sólo 35 años.

Una generación, dos líderes

“Yo tuve un maestro espectacular”, dijo Lucuix en referencia a Giustozzi en marzo de 2020, después de que Argentina le ganara al siempre favorito Brasil como visitante por las Eliminatorias al Mundial, una hazaña duplicada este miércoles en la semifinal de Kaunas, en el centro de Lituania, cuando el rating de la TV Pública trepó a 5,4 puntos y lideró su franja horaria. “No queríamos que, tras la salida de Diego, nos dieran por muertos ni nos vieran como un equipo que había dado lo mejor. Queremos volver a competir. Después, ganar es más fácil. Intentaremos repetir una final”, profetizó el entrenador pocos días antes de la pandemia, cuando el Mundial estaba previsto para octubre de 2020.

Lucuix asumió tan joven como técnico de la selección que incluso en las Eliminatorias lo confundieron con un futbolista expulsado en el banco de suplentes. Considerado uno de los grandes talentos del mundo, por edad todavía debería estar en Lituania como jugador y no como entrenador pero, en el Mundial Tailandia 2012, sufrió una triple fractura de tibia y peroné. “Tuve una infección muy grave. El hueso no pegaba, estaba casi muerto, no le llegaba el riego de la sangre. Empezaron a equiparme con hueso de banco, de personas muertas, pero ese trasplante tampoco funcionó porque no terminaba de pegar la parte quebrada”, reconstruyó Lucuix.

“Me sacaron (hueso) de la cresta ilíaca, y ahí sí. Pero habían pasado tres años y ya quería vivir, salir del sofá, ir al shopping sin muletas, botas ni silla de ruedas. Empecé a pensar en el futuro, y no quería ser un inválido con 30 años”, agregó quien al Mundial siguiente -el de Colombia- ya concurrió como asistente de Giustozzi. Aquel triunfo 5-4 en la final ante Rusia marcó tanto al futsal argentino que Lucuix no es el único protagonista que en Lituania fue en búsqueda de su segunda Copa del Mundo: diez de los 16 muchachos que jugaron la final ante Portugal ya salieron campeones en 2016. La base es la misma pero Argentina pasó de sorpresa a favorita.

Sin embargo, aunque el futsal argentino vive horas gloriosas, también hay voces que diagnostican un panorama interno no tan alentador como lo supone una selección dos veces finalista del mundo. “Estos pibes son unos fenómenos pero el día a día de los campeonatos, por fuera de la selección, es otra cosa”, reconoce, off the record, un dirigente de una institución de la zona sur de Capital Federal. “El campeonato local es medio ‘lo atamos con alambre’. Algunas canchas son más chicas de lo reglamentario, otras son resbalosas y otras tienen el techo bajo. A veces dirigen árbitros que no saben el reglamento. Y el supuesto profesionalismo no está refrendado en los papeles: la actividad no está regularizada”.

Salvo excepciones puntuales, como Boca -y algún club más-, los acuerdos entre los jugadores y los dirigentes de los clubes de Primera División son de palabra. Sin contar a los jugadores de la selección, que por supuesto cotizan un par de escalones arriba, el tope para la figura de cada equipo que participa en la liga de AFA ronda los $ 70.000. Es difícil estimar un promedio, pero buena parte de los futbolistas del campeonato metropolitano cobra -por lo general en negro- cerca de $ 30.000 pesos por mes, y tal vez menos. Incluso hay clubes que les deben a sus futbolistas más de seis meses de contrato o, mejor dicho, del acuerdo de palabra. Uno de los venezolanos que juegan en Barracas Central (de buen nivel, presente con su selección en el Mundial de Lituania, eliminada en octavos de final) debió pedirles ayuda a sus compañeros. Un dato obvio: Barracas Central es el equipo de Chiqui Tapia. Un dato menos conocido: el presidente de futsal de Barracas también dirige el futsal de la AFA.

Una selección porteña

“La selección es un mundo aparte. Al pertenecer a la AFA, tenemos todas las condiciones para competir, no nos falta nada. Acá en Lituania somos una delegación enorme, tenemos dos médicos, por ejemplo”, dijo este viernes desde Kaunas uno de los emblemas de la selección, Damián Stazzone, al programa Era por Abajo, de Radio Ciudad. Campeón del mundo con la selección en 2016 y ganador de la Copa Libertadores con San Lorenzo este año -además de una de las voces más sensibles del ambiente-, Stazzone no sólo espera que Argentina derrote a Portugal para ganar la segunda copa del Mundo, sino también para apuntalar el crecimiento de su deporte.

“Hay muy pocos pibes que podemos vivir del futsal, y sólo en Buenos Aires. Cuando a la selección le va bien, aparecen el interés, los medios y los sponsors. Ojalá que la AFA y el Consejo Federal puedan ayudar al desarrollo en el resto del país y que también el Estado se involucre, pero no lo digo para sacar rédito, sino porque concibo al deporte de dos maneras, como un fin en sí mismo y como posibilidad de desarrollo social para incluir a pibes y pibas. En Argentina se juega mucho al baby fútbol, pero se termina a los 13 años y es casi solo para hombres. El futsal no tiene edades e involucra, cada vez más, a mujeres”, diagnosticó Stazzone desde Lituania, horas antes de la final.

Si la selección del fútbol tradicional es realmente un representativo del país, la Argentina de futsal es, en cambio, un equipo porteño o del primer cordón del Gran Buenos Aires. De los 16 jugadores que están en Lituania, 14 nacieron en el AMBA: 10 en Capital Federal, uno en San Isidro, otro en Florida, otro en Avellaneda y otro en Quilmes. Las dos excepciones son de Tierra del Fuego y de España, el curioso caso de Alan Brandi, nacido en las Islas Canarias pero de padres argentinos. “Somos una selección de porteños, y no porque en Buenos Aires estemos los mejores jugadores, sino porque tuvimos el privilegio de entrenar en las mejores ligas y de formarnos con los mejores entrenadores. Tiene que haber un torneo nacional, andá a saber la cantidad de pibes que hay en el país que no vimos. Cuando nos comparamos con las potencias, como Brasil, Portugal o España, ellos sí tienen ligas de todo el país”, dice Stazzone.

En Buenos Aires hay 110 clubes de futsal y cerca de 14.000 jugadores, entre hombres y mujeres. El campeonato masculino ya tiene cuatro divisiones, hasta la Primera D -y el femenino llegará en 2022 a la C-, pero el único equipo por fuera del AMBA es Newell’s, de Rosario. Buenos Aires, cada vez con menos potreros -o ya definitivamente sin potreros-, favorece el desarrollo de jugadores de futsal, pero desarrollarse en el resto del país es casi imposible: no hay estadios municipales, los partidos se suspenden si llueve y algunos se programan para las 10 de la noche con temperaturas heladas.

Si bien la mayoría de los jugadores que jugaron la final del Mundial este domingo participan en la actualidad en las ligas del extranjero -7 en Italia, 5 en España y 4 en Buenos Aires, en Kimberley, San Lorenzo, Boca y Hebraica-, 14 de los 16 se formaron en los clubes porteños y bonaerenses, algunos barriales y otros con fútbol profesional: Pinocho (Maximiliano Rescia), Hebraica (Guido Mosenson, Matías Edelstein y el técnico Lucuix), Boca (Andrés Santos, Sebastián Corso y Lucas Bolo), River (Nicolás Sarmiento), Kimberley (Lucas Farach), 17 de agosto (Pablo Taborda) All Boys de Saavedra (Santiago Basile), San Lorenzo (Stazzone), Caballito Juniors (Leandro Cuzzolino), Estrella de Maldonado (Ángel Claudino) e Independiente (Cristian Borruto).

Mucho más táctico que el baby fútbol, casi una mezcla entre fútbol, básquet y waterpolo, en el futsal es clave el control de pelota, la orientación del cuerpo, el toque, los movimientos de desmarque, las cortinas y las voleas. No es nuestra única selección vigente campeona del mundo (también lo es el equipo masculino de sóftbol, con gran mayoría de jugadores de Paraná, Entre Ríos), pero hoy fueron por el bicampeonato y compartieron cartel con el superclásico, una hazaña doble.

AB/CB

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