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Qué es un plan de estabilización de precios como el que Massa prevé si gana

El Mercado Central de Buenos Aires, con frutas y verduras que aumentan más allá de los Precios Justos.

Alejandro Rebossio

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En la cúpula de Unión por la Patria (UP) no pueden creer que con una economía cayendo 1,6% en el año y con una inflación del 140% puedan ganar las elecciones presidenciales y admiten que si triunfan, deberán reescribirse manuales. Pero saben que resultan insostenibles este nivel de suba de precios, con su impacto negativo en salarios e inversión, y esta brecha cambiaria del 180% entre el dólar oficial y los paralelos, lo que desalienta la exportación y complica la importación. Por eso están concientes de que un eventual gobierno debería arrancar el 10 de diciembre con un plan de estabilización de precios, como los que tantas veces se aplicaron en la Argentina y el resto del mundo. Implicaría una devaluación inicial del peso y una suba de tarifas de servicios públicos -habrá que ver si Sergio Massa toca no sólo la energía y el agua sino también el transporte público después de la campaña que hizo-, lo que impactaría aún más en la inflación en el corto plazo. También consistiría en un ajuste fiscal, que no sólo abarcaría eliminar beneficios tributarios como plantea el ministro candidato sino también podas de gastos. Todo un cóctel imposible de explicitar en campaña al votante más fiel. Además los programas de shock antiinflacionarios suelen anunciarse por sorpresa.

Veamos qué elementos contienen los planes de estabilización a partir de lo reseñado por cinco economistas que los han estudiado. Uno de ellos es Jorge Remes Lenicov, que en su libro “115 días para desarmar la bomba” (Planeta) cuenta su experiencia como ministro de Economía en 2002, cuando explotó la convertibilidad -la atadura del peso con el dólar, el $1 a US$1 que había durado 11 años- y analiza lo que hicieron Brasil, Chile e Israel para terminar con la inflación. Otro paper es de Gabriel Palazzo, Martín Rapetti y Joaquín Waldman, que en la consultora Equilibra estudiaron 46 planes de estabilización en Latinoamérica entre 1970 y 2020, de los cuales 12 fueron argentinos, siete brasileños y cinco bolivianos. De ese total, 34 fracasaron tarde o temprano y sólo 12 tuvieron éxito perdurable (incluidos los de Argentina en 1991, Bolivia en 1985, Brasil en 1994, Chile en 1978, Ecuador con la dolarización en 2000, México en 1987, Perú y Uruguay en 1990 y Venezuela en 1996). De todos ellos, sólo la Argentina y Venezuela volvieron a las andanzas de la alta inflación y la hiperinflación, respectivamente. Los otros países tienen problemas económicos, incluido Ecuador, que defaulteó dos veces desde entonces, pero no más inflación elevada. Por último, el ex viceministro de Economía Emmanuel Álvarez Agis también elaboró un informe en su consultora PxQ sobre tres planes de estabilización argentinos, el Austral de 1985, el Primavera de 1988 -ambos en el gobierno de Raúl Alfonsín- y la convertibilidad de 1991 -en la administración de Carlos Menem-.

“Primero hubo acuerdo entre las principales fuerzas políticas y después con los sectores gremiales y empresariales. Fue central porque el programa tiene que ser creíble y duradero”, señala Remes Lenicov la experiencia de Brasil, Chile e Israel. “Hubo un programa integral, involucrando a todas las políticas macro de manera tal que actúen simultáneamente y en la misma dirección”, observa el ex ministro de Economía de Eduardo Duhalde. “Fueron acompañadas con el compromiso de iniciar un plan de reformas estructurales, fundamentalmente en el Estado. Además, fue muy importante la calidad técnica de los responsables de la formulación y gestión del programa”, agrega Remes Lenicov. Es decir, no es tarea para cualquier improvisado.

“Ajuste para eliminar el déficit fiscal: fue central e incluyó todos los niveles jurisdiccionales”, se refiere el ex ministro a la Nación, las provincias y los municipios. “Hubo privatizaciones, despido de personal y racionalización del gasto, según el caso”, plantea alternativas que están en el recetario de Javier Milei, pero no en el de Massa. Además Remes Lenicov sugiere llegar al déficit cero bajando el gasto y sin aumentar impuestos, pero el ministro de Economía y candidato presidencial busca lograrlo en parte con la eliminación de beneficios tributarios al campo y los jueces y con un alza de grávamenes a plataformas digitales y accionistas. “También hubo reformas impositivas para eliminar todo aquello que castigara a los factores de la producción”, añade Remes Lenicov. Massa sí habla de simplificación tributaria para las empresas y ha rebajado retenciones a la exportación, pero no está dispuesto a quitarlas todas.

Palazzo, Rapetti y Waldman coinciden en que los planes exitosos fueron antecedidos por ajustes de las cuentas fiscales y mantuvieron el equilibrio de las mismas con posterioridad. Si no se mantiene el rigor, sucede lo que al Plan Austral al año de su creación o lo que a la convertibilidad con el correr de la década menemista de los 90. Sin embargo, los autores de Equilibra advierten que los programas antiinflacionarios que parten o logran terminar con el déficit fiscal tampoco tienen garantizado el éxito. No basta con eso.

“Modificación de la política y/o régimen monetario: hubo otra unidad de cuenta e incluso en algunos casos hasta se cambió la moneda”, plantea el ex ministro de Duhalde. “El Banco Central fue independiente, se restringió el financiamiento al sector público y la tasa de interés real (ajustada por inflación) fue levemente positiva. Tipo de cambio: en general se empezó con un tipo de cambio alto para generar equilibrio o superávit de cuenta corriente (componente de la balanza de pagos de un país en el que figuran el saldo comercial y las rentas de la inversión extranjera), recomponer reservas y evitar futuras presiones que pudieran incrementar los precios”, plantea Remes Lenicov la necesidad de una devaluación inicial. Hoy el tipo de cambio real multilateral (TCRM, en relación al dólar, el euro, el yuan y el real) está en 90, sobre una base 100 de cuando Mauricio Macri eliminó el cepo cambiario en 2015. Es decir, hoy el peso oficial está 10% más apreciado que entonces. Pero está 60% arriba de lo que se encontraba en 2007, en el final del gobierno de Néstor Kirchner, cuando el TCRM era 150 y había superávits fiscal y comercial y una pobreza que afectaba a un cuarto de la población (no al 40% actual).

Más allá de la devaluación inicial que lleve el dólar bien alto, el estudio de Palazzo, Rapetti y Waldman concluye que los planes de éxito logran con mucha frecuencia estabilizar el tipo de cambio nominal, es decir, la cotización de la moneda frente al dólar. Tras el salto del comienzo, el dólar actúa como ancla antiinflacionaria, ya sea fijada explícitamente, como en la convertibilidad y en la mayoría de este programas, o no, y se desacelera más rápido que los precios. Pero un plan antiinfacionario no es sólo clavar el dólar. Con eso tampoco basta.

“Las estabilizaciones transitorias son interrumpidas por saltos cambiarios”, advierten Palazzo, Rapetti y Waldman. Es lo que pasa cuando se arranca de un tipo de cambio bajo, es decir, un peso sobrevaluado, que tarde o temprano termina depreciándose. Por eso, los autores recomiendan que las autoridades intervengan en la plaza cambiaria para evitar apreciaciones de la moneda que después son sucedidas por depreciaciones bruscas, como le pasó a Macri y su presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger, en 2018. “Muchas estabilizaciones terminan en crisis cambiarias, financieras y de deuda soberana”, señalan sobre los casos en que no se ajusta bien el dólar y las cuentas fiscales al comienzo y a lo largo de los planes. Por eso, recomiendan un esquema cambiario rígido para estabilizar precios al comienzo, pero después flexible para evitar posteriores correcciones bruscas del dólar y las consiguientes crisis. Es decir, no repetir el uno a uno, que terminó con la hiperinflación de Alfonsín, pero acabó en un colapso. Es mejor imitar a Brasil, que adoptó el Plan Real en 1994 pero cinco años después se permitió devaluar sin entrar en una debacle. Remes Lenicov recuerda las tres experiencias que estudió: “Hubo controles iniciales sobre la cuenta capital del balance de pagos”. Es decir, se puede eliminar el cepo, pero para evitar apreciaciones o depreciaciones intempestivas se necesitan algunas restricciones al ingreso y la salida de capitales especulativos, a diferencia de la libre circulación que aplicó Macri en 2015.

“Los planes exitosos parten de situaciones más robustas de la cuenta corriente”, advierten Palazzo, Rapetti y Waldman. En la Argentina, la cuenta corriente del segundo trimestre del año, lejos de la robustez, fue deficitaria en US$ 6.300 millones, por el impacto de la sequía en la exportación agrícola, por la distorsión que implica el cepo cambiario en términos de desaliento a las ventas externas y fomento de la importación y por el giro de ganancias de inversores al exterior en un clima de incertidumbre. Una devaluación, lluvias que favorezcan la cosecha y el impacto del gasoducto Néstor Kirchner en términos de reequilibrio de la balanza energética pueden ayudar a mejorar la cuenta corriente. Los programas que funcionaron fueron antecedidos por ajustes de las cuentas externas, recuerdan los economistas de Equilibra.

“Precios y salarios: se acordó acomodar los precios relativos”, señala el libro '115 días para desarmar la bomba'. Los precios relativos son la relación entre el valor de un bieny el de otro. Sobre todo hay que arrancar acomodando los que lucen atrasados, como el dólar oficial, los sueldos, la nafta y las tarifas de energía, agua o transporte público. Antes de los planes Austral y Convertibilidad hubo aumentos del tipo de cambio, los combustibles y las tarifas. En el programa de Alfonsín además se subieron los salarios, aunque 10% menos que la inflación, y después se los congeló. En el de Menem se los metió directo en el freezer. Remes Lenicov observa que Brasil, Chile e Israel “controlaron y/o fijaron precios y salarios pero por un plazo relativamente breve, de seis a 9 meses”. Palazzo, Rapetti y Waldman coinciden en que “los países tienden a corregir los precios relativos antes de lanzar un plan”. Remes Lenicov agrega: “Se dejó de indexar por el pasado para hacerlo con la inflación esperada”. O sea, que habría que cambiar las fórmulas de actualización de jubilaciones, pensiones y asignaciones, la de alquileres y la de tarifas de energía para hogares de clase media y baja, por ejemplo.

“Los planes de estabilización son una combinatoria de tres sets de medidas de política económica”, resume Álvarez Agis. “En primer lugar, están las clásicas políticas de corte ortodoxo de reducción de la inflación: política fiscal contractiva para reducir el déficit fiscal y la necesidad de emisión monetaria; política monetaria contractiva para apuntalar la demanda de moneda doméstica a través de una suba de la tasa de interés; política cambiaria para depreciar la moneda en el caso que se evalúe que el tipo de cambio es un factor de desequilibrio del mercado cambiario y del mercado de bienes”, describe el ex viceministro de Cristina Fernández de Kirchner. Después viene “el set de políticas económicas heterodoxas, que son las que generalmente le dan nombre al plan”: “El desagio del Austral (sistema que consistía en una conversión diaria de las deudas según una tabla en la cual se actualizaba la equivalencia entre el saliente peso argentino y el nuevo austral), o el tipo de cambio fijo del uno a uno serían el ejemplo de este tipo de herramientas. Este set de políticas tiene siempre el mismo objetivo: acelerar la convergencia de la tasa de inflación al objetivo de política para evitar que la inercia inflacionaria desalinee los precios relativos y genere una crisis económica que tenga lugar antes de que el set de políticas económicas clásicas (fiscal, monetaria y cambiaria) hagan su trabajo. Una de las claves es que el set de políticas ortodoxas sea técnicamente compatible con el set de políticas heterodoxas. De lo contrario, los precios relativos pueden moverse en la dirección equivocada, incluso agravando el problema que se quería solucionar.”

El tercer elemento señalado por Álvarez Agis consiste en arrancar con los precios relativos “de equilibrio”, tal como señalan Remes Lenicov y los analistas de Equilibra. Álvarez Agis aclara qué es equilibrar en este caso: que los bienes cuesten un valor que le aporten al fabricante una ganancia “razonable”, que los servicios públicos tengan tarifas que eviten la desinversión, que el dólar permita equilibrar las cuentas corriente y de capitales de la balanza de pagos -por tanto, el oficial no puede seguir tan bajo- y los sueldos “deben permitir un nivel de consumo socialmente aceptado y el sostenimiento del mercado interno, compatible con un nivel de desempleo bajo que minimice los conflictos sociales”.

“Acuerdo con el FMI (Fondo Monetario Internacional) para poder acceder al mercado internacional de capitales, necesario para controlar el tipo de cambio y ayudar a financiar el crecimiento”, señala como requisito Remes Lenicov. Álvarez Agis recuerda que “un punto fundamental” de la convertibilidad “fue el apoyo por parte del FMI y organismos internacionales como el Banco Mundial y el BID (Banco Interamericano de Desarrollo), cuyos desembolsos ayudaron a sostener la credibilidad del esquema cambiario”. En la cúpula de la UP pretenden renegociar el acuerdo vigente con el Fondo para postergar los vencimientos por US$4.700 millones que tocan en 2024 del tramo final del préstamo récord que tomó Macri en 2018. Claro que el clima entre el organismo y Massa no es el mejor después del aumento de gasto público que dispuso en la campaña para reforzar los ingresos de trabajadores y jubilados. Pero al mismo tiempo la elevada inflación está licuando las erogaciones en jubilaciones, pensiones, asignaciones y planes sociales, con lo que al final de año puede que el déficit fiscal primario (antes del pago de deuda) se acerque más al 1,9% del PBI pactado que al 3% que temen muchos consultores.

Al final, Remes Lenicov apunta que “todas estas medidas se vincularon estrechamente con una estrategia de crecimiento”. “En todos los casos, el financiamiento fue clave, a través del aumento de la monetización que permite expandir el crédito, la expansión del mercado de capitales y el ingreso de fondos externos”, apunta. En cuanto a los resultados de los planes de Brasil, Chile e Israel, “la inflación cedió rápidamente y así aumentaron los ingresos personales y el crédito, y de ese modo se expandió el consumo”. “Con el tipo de cambio alto aumentaron las exportaciones. Posteriormente aparecieron las inversiones”, concluye el ex ministro peronista. Palazzo, Rapetti y Waldman concuerdan en que “la estabilización recupera el crecimiento”. Álvarez Agis recuerda que “la convertibilidad logró reducir rápidamente la tasa de inflación: en diciembre de 1991 la mensual ya era 0,6%, partiendo del 27% en marzo. Un año después del lanzamiento, las reservas internacionales habían crecido 84% y el PBI acumulaba un crecimiento de 12%. Sin embargo, el superávit comercial se perdió en el cuatro trimestre de 1991 y el sostenimiento del esquema cambiario pasó a estar completamente determinado por obtener un saldo positivo en los movimientos de capitales del exterior”. Así fue que Menem se dedicó a vender empresas estatales y después a endeudarse, hasta que el esquema le estalló a Fernando de la Rúa en 2001. 

AR/MG

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