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Un recordatorio brutal del problema con Rusia que debe enfrentar Joe Biden

Agencia de Seguridad de Estados Unidos

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Va a ser el mayor dolor de cabeza de política exterior para Joe Biden. Además de enfrentar la pandemia del Covid-19, el presidente electo deberá ocuparse de un problema más antiguo y familiar: Rusia. La interferencia de Moscú en las elecciones presidenciales de 2016 arrojó una larga sombra sobre la política de Estados Unidos durante los últimos cuatro largos años.  

Y todo indica que ahora el Kremlin ha vuelto a atacar. Esta semana surgieron a la luz los detalles de un ciberataque sin precedentes contra diversos departamentos del gobierno de Estados Unidos. A partir de marzo, presuntos piratas informáticos rusos se infiltraron en instituciones emblemáticas de Washington.

Estas incluyen los Departamentos de Comercio y del Tesoro, de Seguridad Nacional, laboratorios nucleares y aun el Pentágono, así como empresas líderes de la compañía Fortune. Durante meses, los espías rusos deambularon a voluntad por el interior de estos sistemas, sin que aparentemente hayan sido nunca detectados. Sólo ahora se horrorizan los funcionarios por el alcance de los daños.

La piratería es un recordatorio brutal de cómo Vladimir Putin y los agentes de la KGB ven el mundo a su alrededor. Consideran a Estados Unidos como el glavniy protivnik o principal enemigo. Esta mentalidad de rivalidad hostil perdura desde a Guerra Fría, independientemente de quien se siente en la Casa Blanca, sea un Trump o un Biden.

Este último ciberataque puede explicarse, aunque no totalmente, como episodio de la continua guerra de Moscú contra Occidente. Es un conflicto asimétrico, librado del lado de Moscú por agentes del Estado en la sombra. Algunos son asesinos, desplegados en Salisbury y Siberia. Otros son expertos en química o la trastienda de la informática.

En los últimos años, el Kremlin utilizó ampliamente la piratería. Es barata, es fácil denegar que se la esté usando, y es psicológicamente eficaz, todo lo cual provoca pánico. A pesar de los miles de millones gastados por Estados Unidos en defensa cibernética, los piratas informáticos pudieron descubrir la vulnerabilidad de una actualización de software e infiltrarse en docenas de sistemas informáticos federales de Estados Unidos.

Un enigma central de la presidencia de Biden será cómo y si contiene este comportamiento tan hiper-agresivo por parte de Rusia. Barack Obama, quien intentó sin éxito restablecer las buenas relaciones con Putin, no es parte de la respuesta ni de la solución. La persona que dirigió aquella misión diplomática condenada al fracaso fue la entonces secretaria de Estado, Hillary Clinton. Y ella misma fue después víctima de un hackeo ruso en 2016.

El jueves, Biden se comprometió “en primer lugar, a interrumpir y disuadir a nuestros adversarios de emprender ataques cibernéticos importantes”. Pero no queda claro qué significa esto en concreto. Mientras tanto, se gastarán miles de millones en tratar de apuntalar las ciberdefensas estadounidenses contra el próximo e inevitable ataque de Moscú.

Los funcionarios estadounidenses han atribuido el sofisticado ataque cibernético que este año no detectaron a tiempo al Servicio de Inteligencia Extranjera de Rusia, el SVR. No todo el mundo está convencido. Andrei Soldatov, experto en agencias de espionaje de Rusia y autor de The Red Web, cree que es más probable que haya participado un grupo de trabajo conjunto SVR / FSB.

El Servicio Federal de Seguridad (FSB) es la agencia de espionaje nacional que Putin dirigió antes de convertirse en primer ministro y presidente. Sus piratas informáticos, conocidos como Cozy Bear o APT29, irrumpieron en los servidores del Partido Demócrata norteamericano en el verano de 2015. Llegaron unos meses antes que un grupo ruso rival de piratas informáticos, Fancy Bear, que trabajaba para la inteligencia militar de GRU, el Directorio Principal del Alto Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de la Federación de Rusia.

Las actividades de Cozy Bear son impresionantes por su rango global. Previamente se habían infiltrado en sistemas no clasificados pertenecientes a la Casa Blanca, el Departamento de Estado y el Jefe de Gabinete presidencial norteamericano. Y otras organizaciones, universidades y think-tanks. Las víctimas se encuentran tanto en Europa Occidental como en Brasil, China, Japón, Corea del Sur y Nueva Zelanda.

El informe del año pasado del fiscal especial de Estados Unidos, Robert Muller, brindó detalles asombrosos sobre la operación de piratería de 2016 del GRU. Pero dijo poco sobre Cozy Bear. En el verano de 2014, la inteligencia holandesa identificó a los piratas informáticos del FSB; diez de ellos trabajaban desde un edificio universitario anónimo frente a la Plaza Roja.

Los holandeses pasaron las identidades de los espías a la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos (NSA), el organismo cibernético más importante del mundo. Según sus informes, la NSA había alertado sobre el hackeo que violó redes no clasificadas del Departamento de Estado. Para su vergüenza, al parecer este último ataque sorprendió distraída a la NSA

El jueves, en su conferencia de prensa anual, Putin negó cualquier vinculación con piratería maliciosa. Dijo que las acusaciones estadounidenses eran falsas y que Moscú resulta, una vez más. víctima de la política interna de Estados Unidos. Pocos le creen, con la excepción del presidente saliente de Estados Unidos, que ha guardado silencio sobre el hackeo.

Establecer exactamente quién está detrás de estos ataques es tortuoso. “Nunca escuché ni una palabra sobre los piratas informáticos de SVR. Lo que parece decir que en Moscú, donde todo se filtra, acá se están cuidando”, dijo Soldatov. En algún lugar de Moscú, los agentes de piratería de Rusia estarán haciendo un brindis por una nueva misión exitosa.

   

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