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soy gorda (ESEGÉ)

Siempre es difícil volver a clase

En todo acto discriminatorio hay sufrimiento, ese malestar que se despierta y reactualiza cada vez que une niñe no modélico vuelve a clase.

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-Se burlan porque soy bajita y gorda.

-Dibujan un cerdito en el pizarrón y le ponen mi nombre.

-La maestra me dijo que mi hija es obesa y tiene que ir al psiquiatra.

-En el recreo me quedo encerrado en el aula, no quiero que me vean.

En miles de casas la angustia habita en los dormitorios de les niñes y adolescentes, donde “se refugian las heridas. Allí nadie me molesta, ni critica, ni protesta”, resuena la canción En mi cuarto, del dúo Vivencia.

Comienzan las clases y volver al aula equivale para muches a tener que enfrentar el sarcasmo de les compañeres por el cuerpo que se tiene o por los cambios que la anatomía propia experimentó durante el verano. No se ríen con elles sino de elles.

Vivir es crecer, aunque la etapa que va desde el jardín hasta el fin de la secundaria es “la” edad del crecimiento. Lo que implica diferencias y cambios en las emociones, los pensamientos, las anatomías.

Cuando en diciembre el calor golpea y las infancias gordas o con cuerpos distintos a los que impone la norma creen ganar la batalla contra la obligación de asistir a una colonia de vacaciones, la soledad alivia. Esa rebelión evita la tortura de ponerse el traje de baño, exponerse y convertirse en el foco de atención de les compañeres. Pero está destinada al fracaso, porque es individual.

Ahora que, sí o sí, hay que retornar al colegio, ¿es la solución a la gordofobia y al rechazo corporal evadir el vínculo con les otres? ¿Sirve evitar la socialización? No es lo que proponemos desde esta columna. Somos seres gregarios. Nuestra plenitud como especie se alcanza en la relación con los demás. Hay mucho que se puede hacer por la aceptación. Al fin y al cabo, todes somos diferentes. Y ahí, en la singularidad personal y en el respeto hacia les demás, radica la belleza de la vida comunitaria.

Si como adultes pudiéramos contarles a les chiques que esa paleta con todos los colores pinta más bonita y sabrosa la vida, sería probable, posible, que el bulliyng disminuyera.

Los cuerpos diferentes nos llaman la atención. “¿No les pasa que a veces nos quedamos mirando cómo una persona se viste, cómo tiene la nariz, o cómo camina?”, le pregunta el sábado pasado la activista gorda Laura Contrera a las infancias presentes durante una charla sobre diversidad corporal y alimentación organizada en el vacunatorio amigable de Tecnópolis. Está junto a la nutricionista integral Jesica Lavia, autora de los libros Sobrevivir a un mundo gordofóbico y Pese lo que pese, donde analiza a nuestra sociedad pesocentrista e intenta desterrar estereotipos que actúan de manera masiva sobre la población.

“Venimos en distintos cuerpos, caminamos de maneras diferentes, hay personas que usan silla de ruedas o bastoncitos para caminar. Están los que no ven o los que usamos anteojos. Toda esa diversidad nos da curiosidad Y está bien la curiosidad porque no es igual a lo que tenemos”. Sentada sobre un cubo de colores, Contrera invita a les niñes a reflexionar acerca de que “no está bueno pensar que hay una única forma de que el cuerpo esté bien. Por eso esta idea de la diversidad, aunque ahora parezca rara. Diversidad de cuerpos, es verdad, la veo, hay diversidad. Además de verla, la respeto, la celebro, la admiro, digo qué bueno que no somos todas las personas iguales, porque sería súper aburrido que fuéramos iguales de altas o de bajitas y ocupáramos el mismo espacio o viéramos igual”.

¿Qué nos pasa con los cuerpos “diferentes”? ¿Diferentes a qué o a quién?, pregunta Florencia Fisch, directora ejecutiva de la Fundación Encontrarse en la Diversidad, educacion@enladiversidad.org.ar

Cuenta que en 2020 la fundación que motoriza junto a Tomás Kobrisnky y Ludmila Insua Blanco, lanzó una encuesta para estudiantes de nivel medio de todo el país. “Quisimos saber si la virtualidad había frenado, potenciado o cambiado la construcción de vínculos y qué sucedía con los casos de acoso. Así, encuestando a adolescentes y jóvenes de Argentina a través de voluntarios, llegamos a resultados que vale la pena atender: el 72% de quienes respondieron manifestaron recibir en la escuela comentarios o chistes ofensivos e incómodos. Y lo llamativo es que el 86% de elles afirmó que se vinculaban con su aspecto físico o talla. Por otro lado, el 55% dijo no haber realizado nunca un comentario ofensivo, mientras que el 90% afirmó haber presenciado una situación de este tipo. 

“¿Cómo puede ser que muchas personas se sienten discriminadas, pero pocas identifican haber dicho palabras hirientes? Hemos naturalizado el acoso, los comentarios sobre los cuerpos de otras personas, las opiniones no solicitadas. No es una problemática de la escuela. Es social, cultural, se ve en las redes, en los medios, en la calle y llega también al ámbito escolar. No se aprende solo en una institución, también viendo instagram, con los cantos en la cancha durante un partido de fútbol, con las publicidades o en una conversación con amigos/as/es”

“Aunque por suerte vemos cada vez más cuerpos no hegemónicos, cuerpos gordos, aún falta mucho en el camino de la representación, tal como ocurre con los avances y retrocesos en la inclusión de cuerpos diversos sobre las pasarelas de moda”, señala Florencia. 

Otra de las cuestiones interesantes, que surgió en el sondeo de Encontrarse en la Diversidad, es que a 4 de cada 5 adolescentes les hubiera gustado decir o hacer algo frente a esas situaciones de acoso, a la vez que el 77% respondió que cuenta en su escuela con personas adultas a las que pueden acudir. “Aquí viene la buena noticia: aprendemos y enseñamos a discriminar. No es biológico, no es natural, no está en nuestro ADN. Es cultural y por lo tanto es posible de desaprender. Ni el problema está en quien recibe el acoso ni la única solución está en quien discrimina. Necesitamos comunidades responsables que nos ayuden a construir otro tipo de vínculos, que nos permitan cuestionar la idea de cuerpos que están bien o mal. Queremos espacios en los que podamos reconocer también cuando nos equivocamos y pedir perdón”.

En todo acto discriminatorio hay sufrimiento, ese malestar que se despierta y reactualiza cada vez que une niñe no modélico vuelve a clase. No hay que subestimar cuando denuncia acoso. “Muchas veces se le responde con frases como ”no los escuches“ ”vos sos linda/o igual“ poniendo la responsabilidad en la víctima. Hay que trabajar con la persona victimaria, porque la responsabilidad nunca es individual sino social. El cambio se tiene que dar en toda la comunidad y para ello, la Educación Sexual Integral es una herramienta poderosa y al alcance, que permite repensar nuestros propios cuerpos y cómo nos vinculamos con otras personas. Nos permite hacernos responsables para que nadie lo pase mal. Desde la fundación trabajamos con escuelas para que se reconozca el rol activo de toda la comunidad educativa: familias, estudiantes, docentes, personal de maestranza, equipos directivos, transportistas”, finaliza Fisch.“ El objetivo es frenar el acoso y construir nuevos vínculos. Apostamos por una ESI que desde el nivel inicial nos permita elegir a qué jugar, nos enseñe a no tener vergüenza por nuestros cuerpos, nuestro color de piel, nuestro pelo, nuestra identidad”.

LH

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