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Dipy, juglar de la antipolítica: “Que se vayan todos a cagar”

El Dipy

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La fallida insurrección en Estados Unidos tuvo su deriva sónica (músicas reales y anticipatorias, ruidos, megáfonos y amplificaciones) y algunos de sus ecos nos llegan acá como advertencia. Poco después de que el Capitolio fuera recuperado, Jay Kay, el líder de Jamiroquai, rechazó cualquier tipo de asociación con la patrulla de QAnon que tomó el Senado. “Algunos de ustedes pueden estar pensando que me vieron en Washington anoche, pero me temo que no estaba con todos esos freaks”. Kay había sido confundido con Q-Shaman, el trumpista que entró a la legislatura vestido con pieles y cuernos y ocupó por unos minutos el estrado del presidente de esa cámara.

Casi a la par de esa desmentida, en la remota Buenos Aires, un cantante de cumbia villera, conocido como El Dipy, trucó en su cuenta de twitter la escena del interior del Capitolio y se puso en el lugar de Q-Shaman. “Si no me quisiste así, no me busques cuando esté así (en el estrado)”, escribió. Numerosos seguidores festejaron la ocurrencia con el emoticón del pulgar levantado. “Dipy sin moverte de tu casa tomaste el Capitolio”, escribió Logia Numbista. “Acá nos sobran motivo para tomar el Congreso”, le recordó Frann. “Serías un gran seguidor de Trump”, apuntó Claudio.

El Dipy inaugura en la escena argentina el activismo bailantero. Es un afán de intervención permanente ligado a lo que Pablo Stefanoni relaciona con la anticorreción política como nuevo sentido común en su libro “¿Le rebeldía se volvió de derecha?”, que acaba de editar Siglo XXI.

Pero antes de diseccionar al personaje, recordemos al pasar otras articulaciones entre la cumbia y la política. En 1991, cuando Carlos Menem había completado su conversión al thatcherismo, Ricky Maravilla devino una suerte de involuntaria música de acompañamiento de ese giro. La revista Gente lo consideró uno de los personajes de ese año, junto con Menem, Domingo Cavallo y Oscar Vicente, del grupo Pérez Companc, uno de los grandes protagonistas del proceso de privatizaciones. En Punta del Este se lo disputaron como jocosa excentricidad. Ricky fue furor de verano. Llegaron a disputárselo Amalia Lacroze de Fortabat y Ernestina Herrera de Noble. La convertibilidad sería desde entonces también musical y la cumbia comenzaría a dejar atrás la pátina de menoscabo con la que se la escuchaba en los sectores medios y altos.

Mauricio Macri, quien en los noventa solía ser todavía un figurante de los bacanales en el balneario uruguayo, recuperó a su modo el gesto de apropiación e hizo la campaña electoral que lo llevó a la presidencia al compás de “No me arrepiento de este amor”. Y así llevó a Gilda a los balcones de la Casa Rosada, el 10 de diciembre de 2015, después de tantos años de que se propagara por los parlamentes a Los Redonditos. Macri bailó a la santa y anunciaba que no se arrepentiría de casi nada de lo que se aprestaba a hacer.

Aunque la cumbia villera es otra cosa, podemos incorporar algunas de sus expresiones en la misma genealogía y estos entreveros (Susana Giménez no ha dejado de convocar a Damas Gratis). Desde sus orígenes ha sido rechazada por su apología del delito, su sexismo y la cosificación de la mujer. Algunos estudiosos recomendaron ir más allá y leer en las letras la trama social que la hizo emerger en medio del descalabro económico de los noventa. La crudeza como documento de una época de acentuadas desigualdades (el valor estrictamente musical quedó por lo general en suspenso: lo que ha importa es el texto social). El género se hizo presente en los festejos con los que inició la presidencia Alberto Fernández (que prefiere la advocación de Spinetta en su mesa de trabajo). Allí estuvieron Sudor Marika (los autores de “Macri ya fue / Vidal ya fue / Si vos querés Larreta también”) y Mala Fama. Una de las canciones de este último combo que lidera Hernán Coronel nos irá acercando a El Dipy. Se llama “La marca de la gorra”, y cuenta la historia de alguien que parece haber sido “del palo” y atravesó una frontera que lo hace irrecuperable: “ahora que no sos/ Mala fama y cumbiero/ Usás ropa apretada y pelo corto bien gorrero/ Cuando andás cortando fuga/ Te cruzás con la vagancia/ Y nosotros puro ritmo, vino tinto y sustancia”.

David Adrián Martínez, conocido como El Dipy, ha sido parte de El Empuje hasta que decidió iniciar una carrera solista jalonada de éxitos siempre iguales a sí mismos (la convención se repite imperturbable) y de escándalos faranduleros. Sus temas se reproducen por millones en Youtube. Algo nos informan sobre sus oyentes y también acerca de un país donde el 49% de los jóvenes es pobre. “Qué ganas de boliche/ Subir una foto con mis amigos en pedo/ El único momento que todo me chupa un huevo/ Yo no tengo un peso pero vivir de joda quiero”, canta en “Jaguay” con una carga de nihilismo del precarizado: “Que se vaya todo a cagar/ Ya no me importa nada”. El despecho amoroso se transforma en venganza en “Par-tusa (”Hoy me voy de ruta/ No importa lo que digan/ Hoy me voy a una partuza/Porque por vos no lloro más“)” y “No me rompas las pelotas” donde expresa su alegría de vivir “la fiesta loca”.

Pero a estas alturas, El Dipy ha trasvasado el perímetro de la cumbia villera para ubicarse en el espectro de la antipolítica. La televisión lo convoca para que propague sus opiniones. Los grandes diarios están atentos a sus filípicas. Es sin embargo en su cuenta de Twitter donde despliega con mayor constancia un trumpismo de baja intensidad, se ensaña con los “boludos zurdos” y los sanitaristas. “No quieren controlar el coronavirus. Te quieren controlar a vos. Despierten”. A Fernández le advierte que, si las cosas siguen así, “el pueblo le va hacer sentir el ESCARMIENTO”. Macri parece ser uno de sus seguidores. El Día de los Inocentes de 2020 decidió reaparecer en el ágora público con un retuiteo del cumbiero: “Están enojadísimos conmigo los que militan la pobreza, el hambre y defienden a sus líderes ricos que viven en Puerto Madero y en los countrys. Y ellos de pedo llegan a fin de mes. Ahora me agarro el vicio de hacerlos enojar más”.

A partir de estos usufructos extramusicales, el Dipy establece cierto corte respecto a todo lo mencionado (las utilizaciones de Maravilla y Gilda, los gestos empáticos con el kirchnerismo de Sudor Marika o Mala Fama). Se ha corrido de la esfera del entretenimiento bailantero para prestar su voz al antiprogresismo visceral. Macri llegó a sus aforismos libertarios y no dudó en hacerlo suyo. Después de ser hablado por la prosa dipyana se especuló con un interés mayor del PRO hacia el autor de “Soy soltero. Recordemos un fragmento para darle hondura al problema: ”Ay que lindo que es ser soltero, cómo me gusta vivir toda la vida en pedo“)”. Incluso corrió el rumor de un encuentro con el ex presidente para lanzarlo como candidato en las legislativas de este año. “Este país no lo saca adelante ningún político sino la gente …creo en esa gente que está en todo el país…los boludos que creen en los políticos”, respondió El Dipy, el 3 de enero. Su “mensaje” de desmentida tuvo el tono de un aviso de campaña, con la correspondiente música de fondo. Los acordes repetidos con sobriedad para dejar la voz a la monserga, y las cuerdas sintetizadas esporádicas, no difieren mucho de los recursos sintácticos y texturales que utilizó Sergio Berni meses atrás para autopromocionarse como referente del justicialismo. El mal gusto genera a veces sus propias simetrías entre mundos que creemos encontrados.

Tres días más tarde ocurrieron los incidentes en el Capitolio. Luego se conoció la foto trucada del cumbiero en el estrado de la cámara de Senadores. “Salgamos todos a las calles”, se entusiasmó un seguidor como si percibiera una representación anticipatoria. “Llegaste”, lo felicitó Kenny´s Auschwitz. Y otro, Deivy Chan: “más de uno te deben tener cagazo”.

El Dipy ausculta algo a lo que quizá deberíamos temer.

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